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…que Henrique Hernández en 1970 proyecta y en 1972 termina de construir su propia casa en la urbanización Prados del Este, una pequeña pero significativa bisagra dentro de su trayectoria como arquitecto?

Cuando Henrique Hernández Osuna (1930-2009) introduce ante el Banco Nacional de Ahorro y Préstamo (BANAP) el proyecto de investigación titulado “Construcción experimental de viviendas en terreno de relleno con asentamiento”, venía de encabezar hasta 1969 la experiencia de Diseño en Avance dentro del Banco Obrero y se encontraba comprometido de lleno con el proceso de Renovación Académica de la FAU UCV visualizando la formación del arquitecto como prolongación de su experiencia profesional en el sector público.
Hernández presenta su solicitud ante el BANAP de la siguiente manera: “El trabajo de investigación consiste en el diseño y construcción de un prototipo de vivienda para ensayar los siguientes aspectos: a) Posibilidad de construir viviendas en terrenos con relleno, sujetas a movimientos con asentamiento; b) Posibilidad de aceptar un cambio de concepto en el diseño de la vivienda, fundamentado en lo funcional y no en el aspecto de permanencia y solidez”. El breve enunciado encierra no sólo una provocación para quienes entienden la vivienda bajo esquemas convencionales o a la arquitectura totalmente alejada de una importante dosis de cientificidad, sino un reto para poner a prueba el ingenio junto a la capacidad de la industria de la construcción venezolana para apoyarlo, amén de eslabón demostrativo de una cada vez más consolidada línea de pensamiento.
Pero lo que se puede considerar verdaderamente insólito y a la vez muestra absoluta de coherencia y convicción con lo que se propone y con la capacidad de resolver el problema planteado, es que Hernández y su familia serán los conejillos de indias que vivirán tanto el proceso constructivo como la evolución de esta casa convertida en todo un laboratorio habitable.
“Demostrar haciendo” como señalaba continuamente Hernández e incluso “aprender haciendo”, reminiscencias ambas del empirismo inglés que con frecuencia afloraba en su comportamiento, matizado por un indudable espíritu racional, se dan cita en esta pequeña obra la cual encierra, independientemente de su escala, lo que su autor profesaba. Así, podemos ver en ella: una edificación integrada dentro de una visión sistémica cuyo comportamiento total es producto de la interacción entre las partes mediante una cuidada coordinación modular; la evidencia de cómo puede plasmarse un sistema constructivo abierto al empleo de los componentes que el mercado ofrece traducida en la rapidez con que fue levantada; y, por si fuera poco, la demostración tangible de los beneficios que trae diseñar con la flexibilidad como acompañante del uso habitacional y, por ende, de cualquier tipo de edificio, patente a través de la idea de encerrar y cubrir un espacio único divisible de múltiples maneras. Todo un manifiesto made in Venezuela.
En la entrevista que se le hace para la Revista CAV nº 40 (1974) titulada “Diseño experimental. Entrevista a una casa de cartón”, Hernández transmite con una objetividad que raya en lo obsesivo su manera de concebir, construir y habitar una vivienda. En tal sentido, la casa, nos dirá Hernández, “apenas pesa 102 toneladas. 72 de piso, 23 de estructura y techo y 7 de paredes, ello repartido en 160 metros cuadrados que es su área. Es decir, ‘carga’ al suelo con apenas 63,7 gramos por centímetro cuadrado…! La tubería de aguas blancas y negras va toda exteriormente, muy superficial, de manera de poder tratarla fácilmente en cualquier accidente. La unidades/baño son prefabricadas, adosadas y puestas simplemente sobre la losa.”

En la explicación, Hernández refuerza el carácter efímero de la edificación asumiendo con humor (y cierta satisfacción por haber logrado su controversial cometido) el calificativo de “casa de cartón” que le dieron los vecinos al observar que no estaba hecha con materiales convencionales, ya que sus techos y paredes eran de aglomerado de caña (Tablopán según su nombre comercial). También se recrea al explicar detalladamente las complicadas condiciones del terreno de relleno (17 metros) en el que le correspondió construir, la manera como técnicamente fue enfrentada esta crucial etapa de la investigación (la selección de una placa flotante sobre la que descansaría la armazón metálica con juntas flexibles que constituiría la estructura del contenedor habitable), los referentes ingleses en los que se soporta (la casa hereda tanto en su comportamiento ante las dificultades del terreno como en su concepción constructiva la experiencia acumulada por el Consurtium of Local Authorities Special Programme -CLASP-), y el perfecto comportamiento de la edificación luego de tres años de construida. Para que no queden dudas de que se trata de un experimento nos aclara: “Ese comportamiento lo medimos mediante tres sistemas: Uno de simple nivel de agua, en distintos puntos de la superficie, complementándolo con mediciones mediante teodolito, referidas a un punto fijo exterior sobre tierra firme; mediciones que permiten seguir el asentamiento de la placa así como su posible inclinación; y tercero se hacen mediciones del posible desplazamiento utilizando un inclinómetro en una perforación de 20 metros. No se ha inclinado ni movido apreciablemente hasta ahora. En cambio elementos ajenos a ella, como el muro lateral, la puerta del garage y otras, si han sufrido desplazamientos sensibles. (…) Las mediciones prosiguen, y creemos que en breve tiempo podrán ser analizadas debidamente con sus lógicas consecuencias de reglamentación que permitan normalizar este tipo de construcción.”
Con respecto al otro objetivo de la investigación: “aceptar un cambio de concepto en el diseño de la vivienda, fundamentado en lo funcional y no en el aspecto de permanencia y solidez”, Hernández remite a la utilización de materiales livianos e industrializados, su practicidad en cuanto al costo de mantenimiento y durabilidad y, sobre todo, a la resistencia (ya asomada en líneas anteriores) de parte de los vecinos a entender que una casa de tales características se pudiese ubicar en una urbanización de clase media en el sureste de Caracas, pese a que se acude al uso de aire acondicionado central, otro experimento para medir el rendimiento y costos, pensando en su utilización a posteriori en otro tipo de edificaciones como en efecto sucedió de manera equívoca al incorporar la climatización artificial como sistema de ventilación en el “edificio de Trasbordo” en la UCV años después.

La flexibilidad de la planta, distribuida con apoyo en el mobiliario, se esgrime como una de las soluciones a considerar en el futuro de la vivienda en el país: “Que la prefabricación entregue las paredes fundamentales con sus servicios, y que la industria del mueble, más desarrollada, ofrezca las subdivisiones internas, dando una mayor posibilidad de organización específica para cada uno. En este caso, por ejemplo, la casa es una sola nave, subdividida con muebles, que son susceptibles de ser cambiados, como en efecto he tenido que hacerlo varias veces sin mayores complicaciones. Los muebles paredes no los llevé al techo, para vivir yo mismo un poco la tan trillada teoría de los ‘espacios continuos’.” Mies van der Rohe resuena tanto en la concepción del espacio como en la manera de hacer uso de lo que el mercado ofrece para construir: “… el papel del arquitecto no es inventar materiales sino usar los materiales inventados. (…) Hay que dejar a la industria que invente y pruebe los materiales y después de probados el arquitecto debe usarlos. El arquitecto debe mirar a la industria como un productor de partes y no de unidades terminadas”, ya había dicho en su momento el gran maestro alemán.

Los problemas acústicos, de transmisión de calor y de seguridad que la casa ofrece, asociados también a las características de los materiales utilizados, son evaluados con miras a su ajuste en posteriores experiencias. Sin embargo, Hernández se encarga de subrayar las ventajas de su condición experimental: “primero la posibilidad de producir viviendas a gran velocidad; el uso que se pueda dar a estos materiales livianos en otras edificaciones o en propiedad horizontal de estructura convencional; la facilidad de modificar los ambientes internos creados; la solución económica a construir en terrenos con relleno…”.

A pesar del énfasis puesto por Henrique Hernández por demostrar de qué manera fue dando pragmática respuesta a los temas que constituyeron el centro de la investigación, es inevitable asociar el modo como se dispone, construye, formaliza y proporcionan los espacios de la casa, el cuidado puesto en los detalles y el diseño de los componentes que conforman su estructura metálica y su relación con los cerramientos, a la presencia de un sensible diseñador. Las fotografías que acompañan la entrevista dan clara cuenta de ello y de la imposibilidad de distanciarse (una vez más) de Mies, así como tampoco de la experiencia de las Case study houses promovida entre 1945 y 1966 desde la revista norteamericana Arts & Architecture. En particular la Case study house nº 8 (quizá la más conocida de todas), proyectada en 1949 por Charles y Ray Eames para ser su propia vivienda, podría servir de referencia para establecer un claro paralelismo con la más modesta “casa de cartón” de Henrique Hernández por las variables conceptuales, espaciales, programáticas y constructivas manejadas. Hoy en día, a 46 años de su construcción, esta casa mantiene la categoría de ejemplo sobre cómo concebir el diseño de una vivienda unifamiliar basado en un cambio de paradigma. Su longevidad permite sopesar la relatividad de su condición efímera trastocada, paradójicamente, en durabilidad gracias a una adecuada selección de materiales y una disciplinada rutina de mantenimiento. A su falta de solidez, palpable en la frágil ligereza que sigue transmitiendo, habría de añadirse la verdadera solidez escondida en la vigencia de los postulados esgrimidos por su autor, los cuales siguen esperando la superación de una muy dilatada ceguera política, social y cultural.
ACA
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Revista CAV, nº 40, 1974

Con Expo-Sevilla 1992 se cerró el ciclo de las grandes Exposiciones del siglo XX herederas aún de la grandilocuencia proveniente del siglo XIX. Desde Osaka (1970) no se llevaba a cabo un encuentro de este tipo. La excusa explícita, como se sabe, fue la conmemoración de los 500 años del Descubrimiento de América. La intención solapada era inyectar una buena parte de dinero procedente del acelerado crecimiento económico español a una de sus zonas más atrasadas. El lema de la Feria: «La Era de los Descubrimientos».

Sevilla sufrió, en efecto, en 1992 su transformación más importante desde la Exposición Iberoamericana de 1929. La decisión de ubicar el corazón del evento en la isla de La Cartuja tuvo la clara intención de dotar de vida un sector olvidado de la ciudad señalando hacia donde debía toda ella expandirse. Sin entrar en detalles sobre las virtudes o defectos del trazado ordenador final de la Feria, es curioso observar cómo en la capital andaluza se repitieron buena parte de las manifestaciones que desde ya hace tiempo este tipo de evento venía arrastrando. Así, en Expo-Sevilla se siguieron incrementando las experiencias sensoriales, ahora más acordes con los tiempos mediáticos que ya se vivían, se siguió apostando por el progreso, por el desarrollo de la ciencia y la tecnología y se continuaron viendo combinaciones de exotismo con la más reciente novedad, intentos nostálgicos de recuperación del pasado, verdaderos templos al high tech y unas pocas búsquedas contestatarias a tanta escenografía, a tanto refinamiento y a tanto kitsch .

Venezuela fue el séptimo país en confirmar su presencia en la feria y uno de los cuatro países latinoamericanos que realizó para Expo-Sevilla un Pabellón propio proyectado en el país. Su selección provino de un concurso por invitación en el que participaron ocho arquitectos: Domingo Álvarez, Jorge Castillo, Gorka Dorronsoro, Enrique Larrañaga, Juan Carlos Parilli, Jesús Tenreiro, Oscar Tenreiro y Henrique Hernández. El jurado integrado por Pablo Lasala, Tomás José Sanabria (Presidente), Emile Vestuti, Henrique Vera y Juan Pedro Posani (Curador del Concurso), en veredicto emanado el 25 de junio de 1990, luego de resaltar los valores de cada una de las propuestas entregadas, declaró ganadora de manera unánime la presentada por Henrique Hernández quien trabajó en la gestación y desarrollo del proyecto conjuntamente con Ralph Erminy, colaborando en la arquitectura Marcel Erminy y en la estructura Carlos Henrique Hernández y Waclaw Zalewski.

Este par de profesionales tuvieron la oportunidad, gracias a la realización del Pabellón, de poner nuevamente en práctica las ideas que en cuanto a la relación arquitectura-tecnología venían sosteniendo desde hace muchos años y que les llevaron a la creación en 1975 del Instituto de Desarrollo Experimental de la Construcción (IDEC) en el seno de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV. Ambos tenían una amplia trayectoria académica habiendo llegado Erminy a ser Director de la Escuela en el período 1959-62. Hernández, junto a Fruto Vivas, emprende como estudiante un acercamiento pionero a la arquitectura popular a mediados de los 50 y ya en los sesenta lidera la Unidad de Diseño en Avance del Banco Obrero, experiencia abocada a la resolución masiva del problema de la vivienda mediante la aplicación de sistemas constructivos industrializados creados en el país con tecnología propia, lo que le vale en gran medida para propulsar la fundación del IDEC.

No es de extrañar, por tanto, que el Pabellón de Venezuela en Sevilla obedezca, aunque en un tono más matizado que el asumido en otras experiencias realizadas dentro del IDEC, a una visión muy concreta de la arquitectura. De aquí que los autores no duden en utilizar la tecnología como clave para sugerir la imagen del país, una Venezuela donde la innovación y el desarrollo son básicos en la consecución de su futuro, pasando a ser el Pabellón un prototipo muy útil para el perfeccionamiento de una línea investigativa que el IDEC adelanta: las «Estructuras transformables».
De hecho, el Pabellón, construido en Venezuela con la colaboración de la industria del aluminio, conformado por 6.475 piezas, con base a un modelo estructural consistente en un sistema desplegable en acordeón concebido para cubrir un espacio de 600 m2, llega a Sevilla embalado dentro de tres enormes cajas para, una vez en el sitio, ser armado en tan sólo 13 horas. También se previó su posterior replegado para poder ser de nuevo trasladado y reinstalado en Venezuela, cosa que lamentablemente no ocurrió. Sus autores en un principio hubiesen querido que esto sucediese a diario en plena Exposición pero las características del formato y condiciones de proyección del audiovisual que en su interior se proyectaba lo impidieron.

Sin embargo, el Pabellón de Sevilla, ubicado dentro del recinto ferial entre el Camino de Las Acacias y la Calle 11, entre el pabellón de Rusia y el de la Organización Nacional de Ciegos (ONCE), en un terreno de 2000 m2 de los cuales abarcó una superficie construida de 1822 m2 alcanzando una altura máxima de 20 mts., se visualiza no sólo como tecnología sino también como un espectáculo por lo que tal vez el calificativo de «high tech» no sea del todo apropiado. Su conformación así lo revela: una Plaza inclinada concebida como una gran fiesta visual, como aventura, lugar de encuentro y a la vez de tránsito al edificio propiamente dicho. Al respecto Henrique Hernández apuntará en el libro editado por el IDEC Pabellón de Venezuela. Expo ’92 Sevilla. Una aplicación de estructuras transformables (1993), que: “LA PLAZA representará la búsqueda de la percepción no inmediata, como una metáfora de uno de los hitos del gran acontecimiento histórico que celebramos en la Expo 92: el cambio de la imagen plana que el hombre tenía de la tierra y el nacimiento del mundo esférico, experiencia virtual del espacio percibido y del espacio real”.
Tras esta concepción Hernández y Erminy incorporan al artista venezolano Carlos Cruz-Diez a quien corresponderá el tratamiento cromático tanto del piso como de los elementos que cubren la plaza: treinta y seis paraguas de 16 metros de altura que virtualizan la forma de un cubo. Por su parte el volumen del edificio es el resultado de la función que fundamentalmente debía albergar: una sala convencional de proyecciones en la que se presentaba de forma continua un audiovisual con imágenes del patrimonio cultural y paisajístico del país cuyo guión se basó en un texto de Arturo Uslar Pietri, que a decir de los arquitectos y como ya hemos señalado «limitó mucho las ideas». También contenía el Pabellón un área de exposiciones de aproximadamente 1035 m2 y espacios para oficinas, depósitos y servicios. El resultado: un contenedor en forma de prisma truncado conformado por una trama estructural libre de soportes intermedios, con una luz de 32 metros lineales en sentido longitudinal y 22 metros lineales en el sentido transversal.

Tal vez sea el de Sevilla (junto al diseñado por Carlos Raúl Villanueva para Expo-Montreal 67) el más consistente y ajustado de los Pabellones presentados por Venezuela en Exposición Universal alguna. En él los objetivos trazados y la obra materializada tienen plena coherencia entre sí y con toda una trayectoria profesional y académica en la persona de los proyectistas, cuya más inmediata traducción puede palparse en el equilibrio entre economía y tiempo de ejecución muy ligadas a su vez con el sentido efímero que toda edificación de este tipo conlleva. Su aporte al desarrollo de un método constructivo para estructuras itinerantes junto a la meta también alcanzada de obtener una «estructura-edificio-símbolo de la industria venezolana del aluminio» podrían completar el renglón correspondiente a sus logros.

La arquitectura espectáculo, la integración de la artes, la arquitectura mensaje y el desarrollo tecnológico temas subyacentes que rodean a la preocupación de los proyectistas por lograr una obra que sea expresión de la identidad nacional, les ofrecieron la oportunidad de construir una gran metáfora que, palpable o no, servirá como abono de las ideas formales: la alegoría de la luz y el color del Caribe. Los espacios interiores y, fundamentalmente, la Plaza (un pequeño bosque tropical) asumen dicho compromiso identificatorio. En tal sentido Ralph Erminy expresará: “Arte y plaza no son causa ni efecto, la plaza aparece por la necesidad del arte y el arte como consecuencia del encuentro. La plaza es el lugar del encuentro para dilucidar qué es el país como terruño y la nación como sociedad de hombres. Allí nada está sobrepuesto, allí todo está integrado. Es un lugar de incitación a la sensibilidad, donde la poesía también ocupa un lugar”. Apreciar en este Pabellón, que contó con la fortuna de ser uno de los pocos proyectos provenientes de un concurso de arquitectura realizado en Venezuela que logró construirse, la modernidad como soporte de lo nacional y a la vez su rol representativo de tendencias de alcance universal dentro de la arquitectura local, deja sobre el tapete planteada la perpetua paradoja que pesa sobre la identidad arquitectónica venezolana que, como bien sabemos, no se trata, ni mucho menos, de un episodio cerrado.
ACA
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Postal. Pabellón de Venezuela. Expo ’92 Sevilla. Una aplicación de estructuras transformables (1993)
2. Página de arquitectura de Economía HOY del 21 de julio de 1990.
4. Carlos H. Hernández, «EL PABELLÓN DE VENEZUELA EN LA EXPO^92.UNA ESTRUCTURA DESPLEGABLE EN DURALUMINIO» (1993). http://informesdelaconstruccion.revistas.csic.es
5 y 7. https://entrerayas.com/2019/03/a-10-anos-de-la-partida-de-henrique-hernandez/
6. Colección Crono Arquitectura Venezuela.

El Sistema Estructural Metálico Apernado (SIEMA) es tal vez uno de los elementos que mejor permiten explicar la evolución de la visión que caracteriza la línea de trabajo dedicada al desarrollo tecnológico de la construcción del IDEC FAU UCV, desde sus inicios (1975) hasta la actualidad. En primer lugar porque se trata de una clara muestra de lo que se considera un sistema constructivo abierto, basado en el ensamblaje en obra de componentes estandarizados producidos industrialmente, económico, versátil, de fácil montaje, ligero y flexible. En segundo lugar porque su conformación modular permite diversos acomodos internos, cambios de dirección en la retícula estructural, previsión de crecimiento progresivo y la posibilidad de explorar con variadas formas de cerramiento, según el uso a que se destine la edificación que lo emplee, pudiéndose alcanzar hasta tres pisos de altura. Y, en tercer lugar, porque denota la presencia actualizada de los primeros contactos que establecieron los fundadores del Instituto, a comienzos de los años 60, con el Programa Especial del Consorcio de Autoridades Locales del Reino Unido (CLASP), que a través del CLASP Development Group los proveyó posteriormente (1977-78), gracias al convenio CONICIT-IDEC-CLASP, bajo la figura de transferencia, de una tecnología flexible y abierta basada en el uso del acero en edificaciones educativas que, por ensayo y error, será plenamente adaptada por el IDEC a las condiciones de nuestro país para su utilización en una amplia gama de construcciones, tal y como señala Alberto Lovera en el artículo “Los laberintos de la innovación tecnológica. El Sistema Siema del IDEC» (1993).
Detenerse a conocer las características de este sistema (información que puede consultarse ampliamente en http://www.fau.ucv.ve/idec/pdf/propuestasidec.pdf), cobra sentido para enfatizar su condición de andamiaje o soporte de múltiples posibilidades que a su vez permiten detectar la habilidad y el talento del diseñador o diseñadores que echan mano de él y, en particular, la participación de Henrique Hernández, junto a Alejandro Calvo y Nora de la Maza, en el proyecto y construcción de la sede para el Banco del Libro, Altamira (Caracas).

Las condiciones que debieron sortearse de antemano en el proyecto del edificio no eran nada favorables: necesitaba ubicarse en un lote estrecho y largo próximo al Distribuidor Altamira al borde de la vía que conecta la autopista Francisco Fajardo con la plaza Francia, por lo que el volumen prismático producto de la utilización del sistema tendría que orientar sus caras más largas hacia el este y el oeste. De aquí que las operaciones relacionadas con la implantación del objeto, su relación con el entorno y su comportamiento climático pasarían a ser fundamentales a la hora de tomar decisiones de orden arquitectónico.
Haciendo valer su ya demostrada capacidad para sacar partido de las adversidades, Henrique Hernández ubica el edificio de 1.500 m2 de construcción, una bien proporcionada caja de tres pisos de 12.60 mts de ancho por 39.60 de largo y una altura de 9.15 mts, cuya planta responde a un módulo estructural de 3.60 mts a lo largo, con luces de 7.20 mts y 5.40 mts para cubrir el ancho, organizada en función de dos núcleos de circulación y servicios colocados uno a cada extremo, lo más alejado posible de las desfavorables condiciones de ruido y tráfico prevalecientes al sur, con la intención de lograr hacia el norte un modesto y a la vez digno acceso que estaría acompañado de una pequeña plaza (desde donde está tomada la foto que ilustra nuestra postal del día de hoy) en la que se proponía la inserción (no consumada) de una obra de Alejandro Otero. De esta forma se conseguiría también dar cabida más al norte a un pequeño estacionamiento y a la incorporación de los retiros como espacios de expansión (a modo de patios) de las actividades públicas ubicadas en la planta baja, gracias al atinado papel que juega el muro perimetral. Así, la edificación se convierte ella misma en acceso y elemento ordenador principal de las diferentes fases de crecimiento del programa y de ocupación del resto del complicado terreno.


El otro gran acierto del edificio estriba en la manera como es tratada su envolvente la cual no sólo actúa como respuesta acorde a su desfavorable orientación, sino que brinda la oportunidad de llevar a cabo una cuidadosa selección de los elementos que la integran y sobre todo de incorporarle un rico y variado dinamismo. Sin abandonar preocupaciones de índole funcional que privan a la hora de mostrar al exterior los ambientes que su piel recubre, las fachadas del edificio hablan por si solas de un claro deleite por la composición de los planos que las definen y su permanente diálogo con la modulación estructural: romanillas fijas y móviles (de variadas dimensiones) de aluminio anodizado, así como marcos de ventanas y cerramientos sólidos del mismo material, se combinan contrastando con casquetes seccionados a media bóveda en fibra de vidrio de color amarillo, inyectándole a la ligereza de las cerchas y columnas que componen el sistema constructivo una sugerente capacidad expresiva que no atenta contra su sobriedad. Todo este esfuerzo estético, reforzado con la participación de Carlos Cruz-Diez en el tratamiento del hall de entrada, deriva, además, en haber logrado condiciones óptimas de ahorro energético ante las circunstancias adversas del medio.

En el Banco del Libro, Hernández y su equipo logran plasmar una obra madura que muestra cómo tras la aparente frialdad y esquematismo de la estructura que soporta el edificio es posible conmover al visitante no sólo desde fuera sino particularmente cuando se disfruta de la atmósfera interior, plenamente alcanzada teniendo al control de la luz como protagonista. De esta manera se aprovecha una de las mayores ventajas que aporta el SIEMA: lograr la libre disposición de las partes constitutivas del programa propio de una institución pública dentro de la máxima flexibilidad espacial con la menor cantidad de elementos.

Posteriormente a la realización del Banco del Libro el IDEC, a través de su empresa TECNIDEC, construirá en Sartenejas (1991) la ampliación de la Fundación Instituto de Ingeniería en la que de nuevo participa Henrique Hernández, esta vez acompañado por Alejandro Galbe y Cristina Echeverría. El sistema se comercializa y también en 1991 se utiliza para la construcción de un edificio de laboratorios de la Procter & Gamble en La Yaguara (Caracas), proyecto del arquitecto Pablo Lasala, para luego servir de soporte (tras la firma de un contrato de Licencia con la empresa CORYLUM C.A.) para contener la sede del Grupo CORIMON en la Zona Industrial de Valencia, estado Carabobo del arquitecto Servio Tulio Ferrer y, más recientemente, el núcleo de Maturín de la UCV del arquitecto Nelson Rodríguez.
El seguirle la pista a los orígenes y desarrollo del SIEMA ha permitido a Alberto Lovera en el ya citado artículo develar “los laberintos de la innovación tecnológica”, pero sobre todo el poder constatar, de nuevo, que Henrique Hernández al usar el catálogo de piezas que lo conforman, ha logrado no sólo complementarlo sino dotar a la edificación resultante de un carácter que trasciende la simple resolución automática de los problemas arquitectónicos involucrados, sin dejar de convertirse en una nueva acentuación del sistema constructivo más que en una búsqueda de formas originales. La experiencia acumulada, unida al aprendizaje que produjo el episodio del edificio de Trasbordo, cobra en el Banco del Libro un tono menos programático pero igualmente experimental dando como resultado un contenedor que dialoga con el lugar y no un objeto derivado de la literal traducción de un proceso. La paradoja que encierra el largo tiempo transcurrido entre la realización del proyecto y su inauguración (cerca de 5 años cuando no debió pasar de uno), atribuible a problemas de orden presupuestario y de diversa índole, no desmeritan el valor del Banco del Libro como manifiesto arquitectónico a favor de una particular visión comprometida con la ideación desde la sistematicidad constructiva de cualquier obra que busca ser eficiente, económica y de rápida ejecución.
ACA
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Revista ESPACIO, nº 4, 1989