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1. Página 1 (portada) del nº51 del semanario Arquitectura HOY, 26 de febrero de 1994.

Hoy, 26 de febrero, se cumplen 29 años de la publicación en el nº51 del semanario Arquitectura HOY del artículo “¿Dónde está el norte?” de Juan Pedro Posani (1931-2020), quien fuera profesor de Historia de la Arquitectura de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV, director del Instituto del Patrimonio Cultural, Premio Nacional de Arquitectura (1992), Doctor Honoris Causa por la Universidad Central de Venezuela (2000) y fundador del Museo Nacional de Arquitectura -MUSARQ- en 2006.

El que quizás ha sido el crítico más importante dentro de la escena arquitectónica venezolana del siglo XX logró, a través de su presencia durante 10 años en las páginas del diario Economía HOY, conformar una verdadera línea de pensamiento que mostraba una renovada actitud hacia lo real y lo regional basada en la búsqueda de formas y modelos expresivos, constructivos y ambientales que se correspondieran sanamente con el lugar del mundo en que nos encontramos. Bajo el supuesto de que no puede haber diversidad sin autenticidad, Posani siempre apuntó a observar la arquitectura venezolana en toda su amplitud y también a dedicarse al estudio de aquella parte de ella donde la identidad aparece. “¿Dónde está el norte?” es una de las piezas claves para entender lo que Posani intentó construir paso a paso en momentos en que la prensa era la principal tribuna de opinión sobre arquitectura en el país.

2. Izquierda: Portada del Tomo I (Sociedad y cultura), Libro I (Los venezolanos) de Suma del Pensar Venezolano. Derecha: Sumario del capítulo “Sobre la ciudad y la arquitectura” donde se muestra la lista de los textos seleccionados por Marco Negrón.

Seleccionado por Marco Negrón como uno de los textos fundamentales sobre La Arquitectura que, ocupando las páginas 491 y 492, formó parte del Tomo I (Sociedad y cultura), Libro I (Los venezolanos) de Suma del Pensar Venezolano (Editores: Asdrúbal Baptista, José Balza y Ramón Piñango. Caracas: Fundación Empresas Polar, 2015), donde Negrón elaboró tanto el texto introductorio como la antología correspondiente al capítulo “Sobre la ciudad y la arquitectura”, “¿Dónde está el norte?” también se encuentra incorporado a las publicaciones Debate y disquisiciones sobre el anón y el cambur (Juan Pedro Posani y Alberto Sato. Caracas: Ediciones de la Biblioteca de Arquitectura, 2000) y Juan Pedro Posani, Arquitectura Hoy, diez años de pensamiento crítico (Editor: Javier Cerisola. Caracas: Museo Nacional de Arquitectura, 2012).

3. Otros dos libros donde aparece publicado el texto «¿Dónde está el norte?» de Juan Pedro Posani.

Dada la vigencia que aún mantiene el mensaje plasmado por Posani en su escrito, nos ha parecido pertinente reproducirlo de nuevo en su totalidad para quienes no han tenido la oportunidad de leerlo, revisarlo o estudiarlo.

Esperamos sea de provecho y utilidad.

4. Detalle del cuadro de Manuel Espinosa «Unare, Ocasos y Auroras» (1990) que acompañó el artículo de Posani cuando fue publicado por primera vez en 1994

¿Dónde está el norte?

Juan Pedro Posani

¿Dónde está el Norte? Esta era la primera pregunta que Carlos Raúl Villanueva, con ese tono de voz suyo, entre ingenuo y burlón, le planteaba a sus estudiantes.

Quienes lo acompañaban en las correcciones de la Facultad de Arquitectura conocían muy bien el significado de esta pregunta. Era la pregunta por el contexto, por el clima, por la inclinación del sol, por las brisas y las lluvias, por la orientación y por las vistas, por la temperatura, por la geografía y la cosmografía.

Villanueva comenzaba sus críticas por el punto en el cual ha fracasado demasiadas veces nuestra arquitectura actual: su relación con la tierra y con el clima. La vida y el azar nos dieron un tiempo y un lugar. De allí —nos decía Villanueva— hay que partir.

Hace unos años, antropólogos y sociólogos reavivaron un viejo debate: en la historia de la evolución del hombre ¿qué ha sido o es más determinante, la cultura o la naturaleza? La controversia acerca de la oposición “culture-nature” tomó la senda de los enfrentamientos radicales para luego aquietar sus contenidos en una coexistencia crónica que atestigua la salomónica verdad de que es imposible separar antagónicamente lo que es complejo. Ciertamente, también en el caso de la arquitectura es poco sensato separar lo que es inseparable. Los hombres cuando han construido bien han tomado en cuenta tanto la temperatura y la humedad relativa como la suavidad de las curvas de los capiteles. Pero únicamente para los fines de una mayor claridad discursiva, podríamos dividir los dos campos: pongamos sobre la mesa por un lado a la cultura, por el otro a la naturaleza. Y examinemos separadamente las implicaciones que tienen ambas cosas para la enseñanza y la práctica de la arquitectura. Lo primero que salta a la vista es que en un país como el nuestro, que no tiene acumulada la sofisticación de la cultura del objeto ni el refinamiento de esas formas manoseadas, modeladas, negadas o confirmadas durante siglos y siglos, típicas de la historia europea o asiática, la autenticidad —meta de un buen diseño— no puede ser alcanzada si no empezando por las condiciones geoclimáticas y por los dispositivos que las corrigen, las hacen tolerables o que exaltan sus cualidades en lo que podríamos llamar sus indiscutibles ventajas comparativas.

No es el peso de la cultura arquitectónica lo que predomina entre nosotros. No es la historia milenaria, la de las pirámides abstractas, del blanco mármol de Grecia, del perfecto estetismo japonés o la de las aspiraciones intelectuales universales del Renacimiento lo que define nuestro horizonte arquitectónico. Son las inmensas dimensiones de una vegetación opulenta, de calores avasallantes y de lluvias que son torrentes, de una atmósfera cuyos elementos combaten una lucha sin piedad contra el tiempo, las que perfilan los caracteres de las empalizadas arquitectónicas que los hombres cuerdos han levantado en este enclave geográfico determinante y primordial.

Por lo tanto, si se quiere que la arquitectura del país adquiera y conserve el carácter y los rasgos de la autenticidad hay que partir entonces de la índole del clima en su doble aspecto, de condición de su atmósfera y de condición de su soporte geográfico. El clima tropical y la geografía que lo sostienen —frío en la altitud andina, caliente en el llano y en la costa— son el punto de arranque, el supuesto inicial, el necesario marco sensorial y conceptual del cual hay que partir para ir diseñando.

Aun cuando se crea que los recursos modernos de la tecnología del acondicionamiento ambiental puedan resolver todos los problemas, la cordura aconseja considerar al clima como factor prioritario.

James Marston Fitch, por ejemplo, según cuenta Reyner Banham, recomendaba para diseñar en el trópico húmedo algo que puede sonar a receta de la abuela, pero que mantiene toda la serena verdad de la experiencia comprobada durante siglos:

• Pisos separados de la tierra… ofreciendo la máxima exposición a las brisas dominantes.

• Grandes techos livianos a manera de protección contra el sol y la lluvia tropicales.

• Corredores y balcones continuos para proteger las paredes de la inclinación del sol y de la lluvia que las azota.

• Grandes puertas y ventanas, del piso hasta el techo, para la máxima ventilación.

• Cielorrasos altos y desvanes ventilados, para mayor confort.

• Persianas controlables, para proveer todas las combinaciones de ventilación y de privacidad.

Como se ve, recetas del método selectivo o pasivo que no contemplan los recursos de la tecnología energética; pero, en todo caso, una manera de poner las cartas sobre la mesa desde el comienzo, de dejar claro dónde están las definiciones iniciales.

Una vez definidos los aspectos esenciales del enfrentamiento con el clima y de haberlo asumido como factor que determina el horizonte del diseño arquitectónico, el paso siguiente puede ser el de la manipulación espacial y formal, atendiendo a los impulsos de las sensaciones individuales, de la memoria o a la “cross-fertilization” de la información cultural. Ahí es cuando la historia de la arquitectura universal en sus modalidades antiguas, modernas o posmodernas cobra el valor operacional de lo que Picasso llamaba “hacer arte sobre el arte”. Y luego vendrá la invención o la aplicación tecnológica. Seguramente ninguna de estas cosas podrá estar separada como en cajitas chinas. Seguramente, en la realidad de la práctica, un solo proceso confundirá en una sola entidad, demasiado misteriosa para las clasificaciones, a todas estas etapas y a todos estos conocimientos sectoriales.

Pero queda claro, en mi opinión, lo esencial: si algún día podemos hablar de una arquitectura ya generalizada, con la cual nos identifiquemos y en la cual sintamos proyectadas las coordenadas históricas y culturales de un país como el nuestro, es porque habremos logrado generalizar una arquitectura y un diseño urbano basados sobre el latido de la temperatura y la respiración de las brisas.

Diseñar partiendo del norte es poner los pies sobre la tierra; es abrazar la realidad; es observarse en el espejo y acordarse de los abuelos. Diseñar partiendo del norte es, sobre todo, orientarse hacia el futuro; es disponer de un mapa en el cual esté marcado un proyecto de vida y de país.

¿Dónde está el norte? Como el maestro Villanueva, conviene que todos los días volvamos a preguntárnoslo.

ACA

Procedencia de las imágenes

Todas. Colección Fundación Arquitectura y Ciudad

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Una vida contada en casas

El escritor italiano Andrea Bajani recorre las viviendas que ha habitado, de niño y de adulto, temporal o mentalmente, con una arquitectura de dormitorios y sueños.

Anatxu Zabalbeascoa

Andrea Bajani, retratado por la revista ‘Domus’ en su casa de Génova.

Del tirador a la ciudad

27 de diciembre de 2022

Tomado de https://elpais.com/cultura

¿Nuestras casas saben bien cómo somos? Creo que este verso de Juan Ramón Jiménez es el que más he utilizado para escribir sobre la vivienda como retrato, deseo, castillo o escaparate. El escritor Andrea Bajani (Roma, 47 años) desarrolla esa idea de la casa como retrato en El libro de las casas (Anagrama), recorriendo la geografía —de Roma a Turín— y la arquitectura —de un sótano a una casa señorial— de su vida. Pero el libro no solo habla de él.

Esta singular novela disecciona la arquitectura —a partir de su capacidad para aislar o empujar, acoger o expulsar, dar un paso atrás o aparentar— y el urbanismo. Para hacerlo, se aparta de las personas —adjetivándolas, o llamándolas por su papel en el relato: yo, esposa, hija, padre, madre— y convierte a las viviendas en protagonistas con nombre propio en mayúsculas: Casa de Familia, Casa del Abuelo que nunca existió, Casa del Adulterio, Casa Señorial de Familia o Casa de la Felicidad.

Otras casas son más metafóricas, y, siendo reales, no han sido habitadas por Bajani más que mentalmente. Pero construyen el contexto cronológico-mental de la historia, ubican la mente de quienes protagonizaban aquellos momentos de su vida. Así, aparece sin nombrarlo el zulo donde fue secuestrado Aldo Moro. O Casa de la Muerte del Poeta introduce a Pier Paolo Pasolini también sin nombrarlo. Y describe el barrio donde se encontraba. “Si en otros barrios se construyen edificios de varias plantas, en el Idroscalo no pasan de la primera. No son empresas constructoras, sino manos desnudas e inexpertas. Pero el sueño sigue siendo el mismo: el sueño pequeñoburgués de ser protagonista del progreso teniendo casa propia”.

Bajani, en otra de sus viviendas.

Eso, fijarse en las casas en lugar de en las personas para describir las vivencias, produce un efecto igualador. Casi todas las reflexiones personales podrían ser universales. Veamos: “La Casa de Familia se ha formado por la unión de dos mobiliarios preexistentes. Es fácil saber qué objetos son de Yo y qué objetos son de Esposa e Hija, es fácil reconstruir las dos casas originales”. Está en un barrio de Turín donde hay “pastelerías, domingos de dulces, restaurantes con familias bien vestidas, pero todo sin ostentación. A dos metros de la estación central”.

En la Casa del Colchón habitan estudiantes. Pasan frío. Y “nadie habla de revolución, lo importante es no volver a casa de los padres”. La Casa Señorial de Familia, en cambio, “aunque está solo a dos calles, se sitúa bastante más arriba en la escala social: supone pasar de clase media acomodada a burguesía rica y con solera”. Tiene “suelos de mármol y, donde no hay mármol, parqué como Dios manda. Para Esposa es como volver a la clase de la que proviene; para Yo, es cumplir un sueño pequeñoburgués”. En el barrio donde está la casa “la fruta se ofrece a los vecinos bien dispuesta y sin polvo: la buena educación se extiende al reino vegetal. Los precios rara vez se muestran, es cuestión de buena crianza. Son elevados y eso tranquiliza: el precio selecciona al cliente”. En el portal, “la portera limpia ese suelo dos o tres veces al día. Contagiada del señorío con el que se codea, se ensaña con los criados y trata de usted a los propietarios. También a los obreros, pero es una amabilidad detergente”. Y Bajani, el “Yo” del libro, “mantiene la casa, la limpia de ácaros e insectos y contiene la hemorragia de los gastos”.

La Casa de los Recuerdos Fugados “es la caja negra de lo que Yo no recuerda, contiene aquello que hasta la memoria ha expulsado, aunque haya ocurrido. Es lo que le permite a Yo decir constantemente Yo, sabiendo que miente”. Y La Casa del Sótano, Sucursal de la Playa, le sirve a Bajani para hablar de su propia familia tanto como de urbanismo: “El concepto básico es que la costa, la playa, produce beneficio. Urbanísticamente, supone construir a gran velocidad y con mucho hormigón. Socialmente, la idea de veranear se adapta al capitalismo: ya no es el chalé, sino el bloque de viviendas, ya no son unos pocos, pálidos y bien vestidos, sino todos, vestidos igual”.

Las paredes levantadas por Bajani encierran dolor y amor, vidas ficticias y reales, búsquedas y equivocaciones; seres humanos pasivos e ilusiones perdidas, miedo, muerte y enfermedad. También esperanza y autoconocimiento. Hay abrazos tras un divorcio y abrazos que no se sabe que van a ser los últimos. Lo habrán visto, el libro de las casas de Bajani cuenta, en realidad, su vida.

NOVEDADES EDITORIALES DE AQUÍ Y DE ALLÁ

El libro de las casas

Andrea Bajani

Anagrama

2022

Nota de los editores

La historia de un hombre −y de un país− a través de las casas en que ha vivido. Un intenso retrato humano a través de los espacios habitados.

La historia de un hombre a través de las casas en las que ha vivido. Un personaje del que no llegamos a saber el nombre –es simplemente Yo–, pero sí todos los detalles de su vida. Que se va reconstruyendo en una sucesión de fragmentos: la compleja relación con su violento padre, la presencia de la madre atemorizada, la tortuga que vive en el patio, la emigración de la familia al norte, las estancias en ciudades extranjeras, el matrimonio, el ascenso social, la relación con una amante, el espacio íntimo en el que se refugia para escribir… Cada una de esas etapas, cada una de las emociones de ese personaje –la educación sentimental, los anhelos, las decepciones, el amor, las traiciones, la soledad…–, están relacionadas con una casa.

De fondo, dos acontecimientos históricos, dos hechos sangrientos, proporcionan el contexto: el secuestro y asesinato de El Prisionero y el asesinato de El Poeta, que no son otros que Aldo Moro y Pier Paolo Pasolini, cuyas muertes violentas definen los años de plomo de Italia. Y es que, si la novela es ante todo la historia de un hombre a lo largo de su vida, también es, en cierto modo, la historia de Italia en los últimos cincuenta años, porque los fragmentos que constituyen esta novela se enmarcan entre los setenta del pasado siglo y un futuro más o menos lejano en el que solo la tortuga seguirá viva.

Andrea Bajani ha escrito una novela singularísima y fascinante, en la que, a través de los espacios que habitamos, se reconstruye la historia de un ser humano con todas sus contradicciones, miedos y deseos. No es una simple pirueta: es el retrato de un alma a través de las casas en que ha vivido.

Comentarios

«En esta espléndida novela, Andrea Bajani convierte la casa, o más bien las casas, en que vivió en el lugar privilegiado de su historia» (Lella Baratelli, Maremosso).

«Una novela con una estructura original que recorre una existencia (…) y con ella cincuenta años de la historia de Italia» (Cristina Taglietti, La Lettura).

«Solo quien mantiene una relación auténtica con los demás puede hablar con tanta solvencia de la soledad que nos rodea» (Nicola Lagioia).

«Una demoledora y brillante indagación para encontrar nuevas respuestas a la eterna pregunta: “¿Quién eres?”» (Claudia Durastanti).

«Bajani va más allá de la simple ficción para hacer gran literatura» (Massimo Recalcati).

«Bajani explora como nadie había hecho los lugares donde nos descubrimos, amamos, sufrimos y finalmente nos convertimos en nosotros mismos» (Sandro Veronesi).

«Junto con Rachel Cusk, Ottessa Moshfegh, Annie Ernaux, Joyce Carol Oates y Richard Powers, Andrea Bajani es uno de los escritores vivos que más admiro» (Edmund White).

«La escritura de Bajani tiene una energía incontenible» (Enrique Vila-Matas).

ACA

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Demolido y reconstruido: La identidad de las réplicas arquitectónicas

María Cristina Florian

Traducido por Diego Vivas

8 de octubre de 2022

Tomado de www.archdaily.cl

Los derechos para reconstruir la icónica Torre de Cápsulas Nakagin de Kisho Kurokawa se venden actualmente en uno de los mayores sitios de NFT. Aunque la demolición de la torre ha comenzado a principios de este año, la subasta vende el derecho a reconstruir la estructura, tanto en el metaverso como en el espacio real. La idea de recrear el edificio Metabolic en un espacio virtual parece natural. Podría permitir a una comunidad más amplia explorar una pieza icónica de la arquitectura y animarles a experimentar con ella, una iniciativa en consonancia con los ideales metabolistas. Por otro lado, la idea de reconstruir un edificio histórico demolido en el mundo físico suscita un conjunto diferente de emociones conflictivas. Las réplicas arquitectónicas no son la norma, pero su existencia plantea cuestiones sobre la identidad y la autenticidad de las obras de arquitectura.

La decisión de demoler la Torre de Cápsulas Nakagin, construida en 1972, se tomó debido al precario estado de la estructura y a su incompatibilidad con las normas sísmicas actuales. Aunque la opción más sostenible sería reutilizar las estructuras construidas, la necesidad de demolición suele basarse en factores más decisivos: el abandono prolongado, el deterioro o la presencia de materiales peligrosos como el amianto pueden hacer que una instalación sea insegura. Algunas obras de arquitectura se construyeron como estructuras temporales, mientras que otras representan símbolos que ya no se ajustan a los ideales de la población. Independientemente de las razones, no son muchos los edificios demolidos intencionadamente a los que se les concede una segunda vida

Sin embargo, hay un ejemplo de edificio icónico que fue demolido y resucitado de entre los escombros cuatro décadas después: El Pabellón Alemán de Mies van der Rohe y Lilly Reich, actualmente más conocido como Pabellón de Barcelona. Esta estructura está ampliamente reconocida como un edificio canónico, una de las estructuras clave del Movimiento Moderno. Construido en 1929 en el marco de la Exposición Internacional de Barcelona, el pabellón pretendía representar la cara de Alemania después de la Primera Guerra Mundial como una cultura progresista y moderna, pero aún arraigada en su historia clásica. Siempre se concibió como una estructura temporal, por lo que, una vez finalizada la exposición, el pabellón se desmanteló pronto, en enero de 1930.

En 1955, el arquitecto Oriol Bohigas propuso reconstruir el pabellón reutilizando su estructura de acero. Se puso en contacto con Mies, que estuvo de acuerdo con la idea y se ofreció a rediseñar los planos, ya que los originales se habían perdido. A pesar de ello, el proyecto no se llevó a cabo por falta de apoyo de las autoridades. A lo largo de los años se iniciaron otros intentos infructuosos. Sólo en 1981 prosperó finalmente la iniciativa, debido a la posición favorable de las autoridades de Barcelona. Uno de los principales argumentos a favor de su reconstrucción fue su reconocimiento como «una de las obras fundamentales del siglo XX», citando la expresión de Bohigas. El proyecto se encargó a los arquitectos catalanes Ignasi de Sola-Morales, Cristian Cirici y Fernando Ramos.

“Una premisa indiscutible era el concepto de una reconstrucción que interpretara lo más fielmente posible la idea y la forma material del Pabellón de 1929”.

Ignasi de Solà-Morales

A pesar de la extensa investigación realizada para desarrollar los nuevos planos, alzados y secciones, el nuevo pabellón, terminado en 1986, no es una réplica perfecta. Algunas de las diferencias se debieron a la falta de información sobre la estructura original, pero otras fueron intencionadas. La nueva estructura está construida para ser permanente, por lo que se hicieron una serie de cambios para garantizar la longevidad: los cimientos de «bóveda catalana» de 1929 se sustituyeron por otros de hormigón vertido, se utilizó travertino más duro, se mejoraron el tejado y los sistemas de drenaje y se montaron puertas exteriores permanentes.

El pabellón de 1986 también corrigió aspectos de la estructura original que se consideran representaciones imperfectas de la intención del arquitecto. En 1929, debido a la escasez de mármol verde y travertino, los muros exteriores y la parte trasera del pabellón no estaban revestidos de éstos, sino pintados de verde y amarillo para asemejarse a la piedra. La réplica corrige esto y tiene todas las paredes revestidas de piedra. Con todas las mejoras, se podría argumentar que la copia es de hecho mejor que el original. Intuitivamente rechazamos esta premisa, pero plantea dudas sobre la viabilidad de las copias de la arquitectura.

“No cabe duda de que todos los que hemos participado en esta empresa somos conscientes de la distancia que existe entre el original y su réplica. No porque la calidad de su ejecución sea inferior, que no es el caso, ni porque fuera imposible determinar con precisión cómo se habían resuelto todos los detalles del edificio, sino porque toda réplica es, indiscutiblemente, una reinterpretación”.

Ignasi de Solà-Morales

El sistema del filósofo Nelson Goodman, detallado en su libro Languages of Art, ofrece una visión de la relación entre una obra de arte original y su copia. Divide las artes en dos categorías: artes autográficas, que no pueden ser replicadas, y artes alográficas, que sí pueden serlo. La primera categoría incluye artes como la pintura o la escultura, donde la autenticidad se define por la historia de la producción. Cada pincelada de un maestro representa un paso que sólo puede ser imitado, por lo que cualquier copia es una falsificación. En cambio, las obras alográficas, como los textos literarios, la música o la coreografía, pueden multiplicarse infinitamente sin perder valor. Su autenticidad reside en el sistema abstracto de anotación.

Si consideramos la arquitectura como un arte alográfico, basado en los sistemas de anotación definidos por el arquitecto, entonces todas las instancias de un edificio tienen el mismo valor siempre que se ajusten a los planos y detalles originales. Sin embargo, esto sería una simplificación excesiva, ya que las historias de producción contribuyen a definir los dos edificios. Lo contrario tampoco puede ser del todo cierto, ya que la réplica es, aunque sea parcialmente, una representación auténtica de la intención del arquitecto. Una mejor comprensión de las obras arquitectónicas sería como híbridos, lo que pondría aún más de relieve la complejidad inherente a la arquitectura.

El importante estatus que adquiere un edificio es a menudo la razón subyacente para crear su réplica. El Pabellón de Barcelona no es una reconstrucción de un pabellón nacional que representa a un solo país. Es la reconstrucción de una de las representaciones más importantes y tempranas del Movimiento Modernista. El programa libre del pabellón temporal permitió a Mies van der Rohe y Lilly Reich crear una de las expresiones más puras de un movimiento radical en sus primeras etapas. Es difícil saber si la Torre Cápsula Nakagin podría adquirir un estatus igualmente relevante y una motivación lo suficientemente fuerte como para ser reconstruida.

ACA

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Libros

Una poética determinista

When Form Follows Climate

Eduardo Prieto

1 de agosto de 2022

Tomado de arquitecturaviva.com

Los ojos de los arquitectos son codiciosos: leen formas, atrapan formas, manipulan formas, y es bueno que sea así. Pero, en su fascinación por lo visual, los arquitectos y quienes les enseñan a discriminar qué es o qué no es ‘disciplinar’ han dejado de lado la componente invisible de la arquitectura, esto es, la parte térmica, termodinámica, ambiental o medioambiental que, desde siempre, compone los entornos humanos y que, por tanto, resulta ser una más de las dimensiones ‘disciplinares’ de la arquitectura.

Hay varias maneras de sacar a la luz este lado fundamental pero aún ninguneado. Una es operativa, y consiste en hacer del control del clima una estrategia prioritaria del proyecto, de manera que las nuevas formas lleguen a ser el resultado de nuevas funciones, las climáticas. La otra, más contenida, es histórico-crítica, y se orienta a desvelar los modos en que las cuestiones medioambientales han determinado técnica y culturalmente la arquitectura.

Ambas perspectivas son complementarias. Mientras que la visión histórico-crítica relativiza las aspiraciones deterministas de la visión operativa, esta dota de pertinencia contemporánea a aquella y evita que se convierta en simple arqueología erudita. Así y todo, las relaciones entre ambas distan de ser amables; reproducen, de hecho, las tensiones que se dan en general entre los proyectistas y los historiadores, afines los unos al presentismo y cómodos los otros en el pasadismo.

Aunque haya ensayado una tan interesante como anticulturalista exploración a la historia, Philippe Rahm pertenece por sensibilidad y obra a los presentistas operativos. Para él, el clima, concepto clave del Antropoceno, tiene la suficiente fuerza como para sostener un nuevo tipo de funcionalismo al que aludiría bien el lema que el suizo se precia de haber acuñado: «La forma sigue al clima». El funcionalismo medioambiental de Rahm tiene, sin embargo, poco que ver con las fórmulas y los estilemas de la sostenibilidad contemporánea, por cuanto, siendo mucho más radical, aspira a disolver la arquitectura en campos atmosféricos y variables que, no por estar determinados ‘científicamente’, resultarían ser menos estéticos.

Presente ya en aquella instalación de la Bienal de Venecia en la que dos jóvenes insertaban su desnudez en un ambiente tecno-temperado —una suerte de burbuja de Banham, pero invisible—, el empeño de Rahm puede haber perdido novedad, pero no radicalidad y coherencia, como demuestran las decenas de escritos con los que ha difundido su programa climático-estético a lo largo de los últimos quince años. Se trata de textos en su mayor parte publicados en francés e inglés, pero a los que ahora podemos acceder también en español merced a dos títulos breves pero muy representativos de las ideas del autor: Escritos climáticos y Meteorología de los sentimientos.

El primero es una atinada recopilación de ensayos en los que Rahm aborda cuestiones como el ‘urbanismo termodinámico’, el ‘estilo antropocénico’, la ‘arquitectura meteorológica’ o incluso la posibilidad de la belleza. En todos ellos, el autor critica el giro visualista, ideológico y superficial que a su juicio impuso la posmodernidad, y defiende el compromiso con un materialismo que sería a la vez cientificista, fenomenológico y neomarxista. Se trata del mismo materialismo de base climática y corporal del que da cuenta Rahm en Meteorología de los sentimientos, un libro orientado a públicos amplios en el que, a través de un ameno paseo por conceptos como la radiación, la inercia, la insolación, el enfriamiento, la conducción, la evaporación o el clima, se propone la metamorfosis de la sensibilidad humana y un replanteamiento de la arquitectura en términos más científicos. Dos objetivos igual de improbables pero que Rahm —más artista al cabo que arquitecto— conjuga con su personal poética determinista.

Libros reseñados

Escritos climáticos

Philippe Rahm

Puente editores

2021

Meteorología de los sentimientos

Philippe Rahm

Ediciones Asimétricas

2022

ACA

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Un nuevo libro relata la turbulenta historia de la complejidad arquitectónica

Por Michael Webb

14 de septiembre de 2022

Tomado de ArchDaily.com

El título rompedor de marquesinas lo dice todo: Architecture Unbound. A Century of the Disruptive Avant-Garde de Joseph Giovannini (Rizzoli, 2021, reseñado en el pasado Contacto FAC 291 del 25/09/2022), es un ambicioso intento de explorar las costas más salvajes del diseño y explicar cómo y por qué los arquitectos inconformistas se han atrevido tanto. También es una amplia introducción a los artistas que sentaron las bases para la innovación arquitectónica hace un siglo; a los filósofos y teóricos que mapearon nuevas formas de pensar; y a las complejidades de la teoría del caos, los programas paramétricos y de software que han dado forma a edificios excepcionales en las últimas décadas.

Un tomo de 800 páginas con más de mil notas finales podría intimidar a todos menos a los especialistas y estudiantes dedicados. Pero, de hecho, es sorprendentemente legible y bien argumentado: afortunadamente libre de la jerga académica y las polémicas intimidatorias que florecen en este campo. Uno puede contar con la erudición y la escritura viva de Giovannini, un crítico que ha defendido durante mucho tiempo la vanguardia. Incluso lo ha practicado en una escala modesta, y dedica este estudio a su esposa e hija por su tolerancia a un apartamento inclinado. El libro en sí está inclinado. Pentagram ha dispuesto el texto en bloques sutilmente inclinados y su portada es un digno tributo a Alexander Rodchenko, el maestro de la tipología constructivista. Hay una gran cantidad de imágenes bien subtituladas de edificios célebres y desconocidos, junto con obras de arte relacionadas.

La disrupción es el tema principal. La narración salta abruptamente de un tema o época a otra y viceversa. Un prólogo describe el rascacielos angular que alberga el Banco Central Europeo en Frankfurt como una «Torre Inclinada de Pisa contemporánea» y una insignia de aceptación para Coop Himmelb(l)au, que fueron anarquistas en sus primeros años. Luego, en rápida sucesión, algunas citas de Virginia Woolf, Thom Mayne y Colette; un collage iconoclasta de Stanley Tigerman, diseños radicales de 1983 y una sección sobre cómo las artes se movieron más allá del realismo a partir de la década de 1890. Abróchense los cinturones de seguridad, va a ser un vuelo lleno de baches.

Giovannini cita a Claude Parent, un arquitecto francés radical y productivo que cayó en la oscuridad, como una gran influencia en los practicantes contemporáneos, junto con Gordon Matta-Clark (que cortó edificios) y Lebbeus Woods (que no construyó casi nada pero dibujó divinamente). Elogia a Frank Gehry por su enfoque intuitivo del diseño, modelando a mano y explorando muchas iteraciones antes de permitir que sus socios expertos en computadoras creen documentos de trabajo, y también le apasionan los dibujos visionarios de Zaha Hadid y su dominio de las formas que fluyen sensualmente. Su abrazo a Peter Eisenman es menos convincente. Este es el arquitecto cuya obsesión por las geometrías subyacentes produjo una casa con una grieta en el piso del dormitorio y el Centro de Diseño y Arte Aronoff extrañamente distorsionado en Cincinnati. Eisenman admite que las decisiones clave sobre Aronoff fueron tomadas por la computadora y observa: «No sé si me gusta cómo se ve, pero el problema es irrelevante». Uno se pregunta si los usuarios están igualmente despreocupados.

Otros talentos aclamados (si bien familiares, y abrumadoramente blancos), desde Daniel Libeskind hasta Enric Miralles; Diller Scofidio + Renfro a Farshid Moussavi, cada uno recibe unas pocas páginas, y el libro abunda en revelaciones. Hay un fuerte énfasis en la representación gráfica. Marcos Novak, un pionero de la realidad virtual en UCSB, exhibió cuatro cuadros en la Bienal de Venecia de 2000, y sus formas rotas y rotas son tan emocionantes como cualquier imagen de la NASA de galaxias distantes. Dibujos y un modelo de escolares de Moscú muestran que otra generación ha heredado la visión de los constructivistas.

Giovannini ha hecho un trabajo admirable de selección y compresión, pero inevitablemente hay lagunas. Elogia a los artistas soviéticos de vanguardia de la década de 1920, en particular El Lissitzky y Kazimir Malevich, quienes influyeron fuertemente en Zaha Hadid, pero presta poca atención a las visiones arquitectónicas de Konstantin Melnikov, Alexander Vesnin y sus contemporáneos constructivistas. Apenas se mencionan las variadas manifestaciones del primer modernismo, y se retrata a la Bauhaus y sus herederos como si fueran una especie de Écoles des Beaux-Arts reaccionarias. El autor suscribe el mito ampliamente compartido de que el Modernismo expiró alrededor de 1970, gracias a algunas tesis provocativas y la demolición de un complejo audaz pero mal administrado en St Louis (Pruitt-Igoe de Minoru Yamasaki). Las viviendas públicas mal mantenidas y los desarrolladores que hacían Mies a bajo precio hicieron más para disminuir su atractivo que cualquier tratado. Sería más justo argumentar que el Modernismo (que simplemente significa «reciente» en lugar de «pasado») nunca desapareció. Varias generaciones de arquitectos desafiaron los viejos dogmas y, a través de su inventiva, el Modernismo ha renacido, realizando su potencial expresivo en una diversidad de formas.

MoMA y Philip Johnson son justamente criticados aquí por seleccionar un solo aspecto de la nueva arquitectura, despojándola de sus objetivos sociales y ungiéndola como el Estilo Internacional en una exposición de 1932. (También son ridiculizados por otro ejercicio de simplificación, la exposición Arquitectura Deconstructivista de 1998). Giovannini reconoce que los teóricos pueden ser «doctrinarios e insoportablemente arcanos… actuando como la clase sacerdotal de la arquitectura», repitiendo los errores de pioneros dogmáticos como Le Corbusier, que trató de reducir el diseño a cinco puntos, antes de ignorarlos en Ronchamp y Chandigarh. Pero está claro que está seducido por la ausencia de reglas, al borde de la anarquía, que ha generado un caos de forma por la forma en las ciudades prósperas de China, el Golfo y Europa.

Para bien o para mal, Estados Unidos se ha resistido a las innovaciones más audaces. Se necesitaron 14 años para financiar y construir el Walt Disney Concert Hall de Gehry, y el arquitecto fue constantemente denigrado hasta su finalización. Pero ese conservadurismo (o timidez) ha bloqueado muchas propuestas cuestionables. Antes de que las demandas se decidieran por una reurbanización mundana para el sitio del 11 de septiembre, se invitó a los radicales a ofrecer sus ideas. United Architects (un equipo ad hoc) propuso un complejo retorcido de cinco torres unidas en lugar del World Trade Center. Giovannini desearía que se hubiera realizado, pero un montaje lo muestra cerniéndose sobre el horizonte del bajo Manhattan tan intrusivamente como los ejes fálicos que ahora desfiguran Midtown.

El mensaje subyacente del libro es que, para estar a la altura de las demás artes, la arquitectura debe reflejar las incertidumbres reveladas por científicos y filósofos. ¿Pero por qué? Es cierto que vivimos en tiempos turbulentos, a merced del cambio climático, las desigualdades sociales y los demagogos y sus engañados acólitos, pero los arquitectos ilustrados respondieron a la era igualmente problemática de Hitler, Stalin y la Gran Depresión con edificios tranquilos y racionales, y posiblemente necesitamos más de esos ahora. Es fácil descartar la funcionalidad como aburrida, pero muchos de los edificios citados aquí están fuera de escala con respecto al contexto, su programa y los humanos que pasan por allí. Las ciudades solo pueden acomodar unos pocos íconos transgresores antes de que comiencen a parecerse a una película de ciencia ficción.

Los arquitectos contemporáneos tienen más que ofrecer que las virtudes tradicionales de firmeza, comodidad y deleite, pero esos principios siguen siendo relevantes. Y hay una curiosa sensación de desapego de la realidad en estas páginas. Por ejemplo, apenas encontré una mención de la obligación de los arquitectos de conservar energía y recursos, crear edificios netos cero y hacer que nuestras ciudades sean más habitables.

ACA

VALE LA PENA LEER

Una breve historia de la arquitectura a través de la fotografía

Giovana Martino

21 de agosto de 2022

Tomado de ArchDaily

El pasado 19 de agosto se celebró el día mundial de la fotografía, herramienta fundamental para el registro del imaginario de nuestra sociedad. Si, por un lado, la fotografía es protagonista de diálogos que involucran arquitectura y ciudad, retratando momentos históricos y realzando edificios, por otro lado, nos guía por el contexto y el backstage del momento, eternizando el proceso.

La primera imagen grabada en papel fue realizada por Joseph Nicéphore Niepce, un inventor francés nacido en 1765 que se interesó por las enseñanzas de Leonardo Da Vinci sobre los métodos y efectos de la cámara oscura. A principios del siglo XIX, después de que varios pintores y dibujantes utilizaran la imagen invertida resultante de la cámara oscura para reproducir la realidad en sus dibujos, los inventos y descubrimientos relacionados con la Revolución Industrial permitieron fijar una imagen proyectada desde esta herramienta sobre papel o metal. A principios del siglo XIX, utilizando una caja de madera orientada hacia el jardín y un papel tratado químicamente, Niepce logró imprimir la imagen de su patio trasero en la hoja, dando como resultado la que se considera la primera fotografía de la historia -que tuvo como objeto principal la arquitectura de un jardín residencial.

La técnica mejoró a lo largo de los siglos XIX y XX cuando se empezaron a realizar impresiones en papel fotográfico y también evolucionó la tecnología de los dispositivos. Con el siglo XXI, la fotografía impresa cayó en desuso y finalmente llegamos a la era digital, con cámaras digitales y teléfonos celulares. Con su popularización, la fotografía se ha convertido en una herramienta tanto para registrar momentos familiares icónicos como grandes escenas históricas, como un medio para perpetuar la cotidianidad y el contexto banal, convirtiéndose en un objeto casi investigativo del pasado, que también es visto por la historia de arquitectura. Además de registrar los grandes edificios como objetos y obras de arte para admirar, la fotografía también pudo registrar los procesos constructivos de obras emblemáticas.

El Empire State Building, por ejemplo, comenzó a construirse en 1930 en Nueva York, marcando un avance fundamental en la arquitectura con el uso del hormigón y el acero que, combinados, permitieron que los edificios crecieran verticalmente, iniciando un nuevo proceso global de densificación urbana. Bajo la dirección del estudio de arquitectura Shreve, Lamb & Harmon Associates y la empresa de construcción Starrett Bros. & Eken, la estructura se elevó a un ritmo de 4,5 pisos por semana, completando los 102 pisos en solo 1 año y 45 días de construcción. El fotógrafo y sociólogo Lewis Hine registró el proceso de construcción del Empire State en fotografías icónicas que muestran los riesgos que esta técnica supondría para la construcción desde entonces.

A partir de la década de 1940, la arquitectura moderna se consagró en todo el mundo con nombres como Le Corbusier, Mies Van der Rohe y Frank Lloyd Wright. La construcción de Brasilia, a fines de la década de 1950, mostró el uso de hormigón armado en formas nunca antes vistas. Con un sitio de construcción literalmente del tamaño de una ciudad, la odisea atrajo a trabajadores de todo el país a una región remota, creando grupos urbanos que luego se convertirían en las conocidas ciudades satélite. El fotógrafo franco-brasileño Marcel Gautherot capturó en imágenes el sitio de construcción de ese período, registrando la inmensidad del desafío de construir una ciudad entera en 4 años.

Al mismo tiempo que la fotografía de Gautherot registraba literalmente la construcción de la arquitectura moderna, otras fotografías marcan lo que se consideraría su final. Diseñada por Minoru Yamasaki, la icónica urbanización Pruitt-Igoe es considerada un hito de la arquitectura modernista: con casi 3.000 unidades, el proyecto pretendía cubrir casi la mitad del déficit habitacional señalado por el gobierno en la década de 1950 en St. Louis, Estados Unidos. El declive del proyecto comenzó después de que terminaran las obras, en 1955, y menos de 20 años después, en julio de 1972, se completó la primera etapa de demolición del conjunto, ampliamente registrada en videos y fotografías.

El desarrollo de la tecnología digital ligada a la arquitectura en la posmodernidad de los años 80 también impacta en la forma de construir y en las obras. A principios de la década de 2000, el fotógrafo Iwan Baan capturó cómo se vería este sitio de construcción más aerodinámico en el proyecto CCTV en Beijing, China, concebido por OMA de Rem Koolhaas. Además de las fotos del sitio de construcción, Baan también registra en imágenes el impacto del edificio en su entorno, destacando el contraste entre la escala de CCTV y toda su tecnología y las pequeñas casas del vecindario.

A partir de las imágenes de Baan, Gautherot, Hine y tantos otros, percibimos el potencial de la fotografía más allá del registro descriptivo; nos muestran cómo la fotografía informa y provoca debates, pudiendo estimular reflexiones sobre sus objetos y momentos históricos.

ACA