Archivo de la categoría: Vale la pena leer

LECTURAS VACACIONALES

Blanco y negro. Sombras de Le Corbusier

Luis Fernández-Galiano

13 de agosto 2019

Tomado de arquitecturaviva.com

Le Corbusier continúa transitando de las luces a las sombras. En 2015, el cincuentenario de su muerte coincidió con la publicación de tres libros redactados por François Chaslin, Xavier de Jarcy y Marc Perelman que examinaban sus vínculos con el régimen de Vichy (véase la reseña, bajo el título ‘Las grietas del mito’ en Arquitectura Viva 176), dando lugar a un formidable escándalo. Cuatro años después, una petición promovida por Jarcy y Perelman reclama en Le Monde que el Estado francés deje de homenajear su figura, suspendiendo la subvención a la fundación parisina que conserva su legado, cancelando el proyecto de museo en Poissy y retirando su estatua en esa localidad, asociada al arquitecto por haber levantado allí Les Heures Claires, la canónica Villa Savoye. Pocos meses antes, en los últimos compases de 2018, se había publicado un demoledor volumen, coordinado por los mismos Jarcy y Perelman, que a través de ocho autores de cinco países mostraba el perfil más oscuro del maestro de La Chaux-de-Fonds; y había aparecido también un luminoso libro de Chaslin —uno de esos autores, pero que rehusaría firmar la petición de damnatio memoriae— donde el arquitecto y crítico utilizaba su reconstrucción minuciosa del affaire Le Corbusier para reflexionar lúcidamente sobre el mundo contemporáneo, entreverando erudición y poesía con una inesperada colección de dibujos de aves entre las que aletea el gran artista que se quiso cuervo.

El libro colectivo sobre el maestro franco-suizo comienza con un golpe de timbal: Le Corbusier era la arquitectura moderna como Martin Heidegger era el paradigma del pensamiento. Y aunque matizada después, la comparación con el rector-Führer de la Universidad de Friburgo se alimenta de los estrechos vínculos del arquitecto con el Faisceau de Georges Valois —el Mussolini francés—, su etapa en Vichy, las menciones antisemitas de su correspondencia y su salutación de Hitler en octubre de 1940 como alguien que podía «coronar su vida con una obra grandiosa: la construcción de Europa». Mary McLeod había explorado ya su ominosa dimensión política en varios artículos de principios de los años 80, pero el de 1997 de Marc Antliff que se reproduce en el volumen muestra la influencia de Le Corbusier en los criterios estéticos y en las ideas urbanísticas del partido fascista francés, mientras Jarcy y Perelman extienden el argumento de sus libros respectivos con la exploración de su deuda con el eugenismo, y de su fascinación con un biologismo totalitario que conduciría del Plan Voisin de 1925 a los desastrosos ‘grands ensembles’ construidos en los años 50 y 60 o al ‘Bigness’ genérico de Koolhaas. En el último artículo, Frank Zöllner denuncia el antropomorfismo del Modulor, que relaciona con los sistemas de normalización y proporción de Ernst Neufert, ‘el módulo del fascismo’, preconizados junto con Albert Speer como herramientas de la ‘guerra total’ en 1943. Pese a su filiación nacional-socialista, Neufert continuó desarrollando su carrera en Alemania después de 1945, y en 1951 formaba parte del círculo de reflexión sobre la reconstrucción del país que invitó a Heidegger a pronunciar allí su famosa conferencia ‘Construir, habitar, pensar’, que tantos citan eludiendo su contexto.

En contraste con este genuino ‘libro negro’, y curiosamente publicado por la misma editorial —que hace constar siempre, además de los créditos y características técnicas, una detallada descomposición de los costes del volumen, en un insólito ejercicio de transparencia—, el delicioso libro de Chaslin aborda la figura del arquitecto con la misma empatía que manifestó en Un Corbusier, y de nuevo con una destreza literaria lindante con el barroquismo que le valió el adjetivo ahora usado como título, Rococo, donde también resuenan los cacareos y gorjeos de las aves que a manera de divertimento se encierran en los pliegos no cortados de cada ejemplar. Tras usar el abrecartas para liberar sus más de 500 páginas, lo que se presenta a la mirada es a la vez un balance del affaire de 2015, con titulares de periódicos de medio mundo incluidos; un caleidoscopio de consideraciones intelectuales y líricas que cita o evoca dos centenares de libros recogidos en una bibliografía cronológica, que se extiende desde el Gilgamesh, el Génesis, Esopo o Confucio hasta Alain Minc, Peter Sloterdijk o Alain Finkielkraut; y una ornitología dibujada que muestra la agudeza del ojo y la destreza de la mano del autor, que prolonga su recorrido gráfico con una selección de croquis de la obra de Le Corbusier: una figura gigantesca que, si se aproximó al fascismo, también trabajó para el Frente Popular de Léon Blum, y que Rococo trata con la complejidad que merece, sirviendo también de excusa para representar polifónicamente el universo literario y artístico de François Chaslin.

Jarcy & Perelman (Eds.)

Le Corbusier, zones d’ombre

Éditions Non Standard,

París, octubre 2018

272 páginas

François Chaslin

Rococo, ou drôles d’oiseaux

Éditions Non Standard,

París, noviembre 2018

520 páginas

ACA

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Un Führer americano. Philip Johnson, una biografía

Luis Fernández-Galiano

15 de mayo 2019

Tomado de Arquitectura Viva 211

¿Debe el biógrafo respetar a su biografiado? No necesariamente, pero incluso en los libros sobre criminales en serie los autores intentan penetrar bajo la piel de sus protagonistas. Tal cosa no sucede en la biografía de Philip Johnson publicada por Mark Lamster, un escritor que antes se ocupó del pintor Rubens y del jugador de béisbol Spalding, y que aquí manifiesta una hostilidad hacia el arquitecto que se extiende hasta los pies de foto. Lamster, que no llegó a conocer a Johnson, ha hablado con muchos que sí lo hicieron, y especialmente con John Manley, su mano derecha en el estudio durante más de medio siglo, y con Robert Melik Finkle, con quien mantuvo durante dos décadas una relación sentimental. El resultado de estas conversaciones y de la documentación consultada es un relato minucioso de la vida personal y profesional del gran ‘padrino’ de la arquitectura estadounidense, que al extenderse de 1906 a 2005 se identifica inevitablemente con el siglo americano: un periodo que Lamster presenta con tintas sombrías, desde la etapa pro-nazi de Johnson hasta sus colaboraciones postreras con Trump.

El título de esta nota es también el del capítulo séptimo del libro, donde el arquitecto aparece como «un líder político fascista virulentamente antisemítico, un potencial Hitler americano, y un agente de la Alemania nazi», y donde su relación con el político populista Huey Long y el polémico sacerdote Charles Laughlin se enreda con sus vínculos ideológicos y personales con los líderes germanos. Diez capítulos después, la biografía se cierra con el grotesco colofón de sus trabajos para el entonces promotor inmobiliario Donald Trump, una etapa poco conocida de su carrera que la posterior llegada del empresario a la Casa Blanca obliga a contemplar bajo otra luz.

Entre los años de Hitler y los de Trump quedan su promoción en Estados Unidos de la modernidad con Mies, de la postmodernidad con Venturi y de la deconstrucción con Gehry y Eisenman, movimientos arquitectónicos todos ellos que irían configurando su propia obra: desde la Glass House en 1948, el Sculpture Garden del MoMA en 1953, o el Four Season’s Restaurant del Seagram en 1958 hasta la Pennzoil Place de Houston en 1976, el AT&T de Nueva York en 1994 o las torres KIO de Madrid en 1996 —rascacielos sucesivamente modernos, postmodernos y deconstructivos—, una producción prolija en la que también merecen destacarse los edificios contenidos de los años sesenta, la elegante Roofless Cathedral de 1960, la exquisita galería de Dumbarton Oaks de 1963 o la escultórica Kline Biology Tower de 1965, década esta en la que también se manifestaría con Jane Jacobs para defender Penn Station o propondría para la después llamada Roosevelt Island un admirable plan urbano influido por las ideas de la mítica activista. Paradójica y controvertida, la biografía de Johnson —que resumió arquitectónicamente en el conjunto de pabellones de la finca de New Canaan— difícilmente puede apocoparse en una vasija vacía, como hace Lamster.

Los interesados en conocerla quizá harían mejor leyendo la que publicó Franz Schulze, también biógrafo de Mies, en 1994, o el libro de 2008 que recoge sus conversaciones con Bob Stern. En ambas obras se apoya el actual autor, pero no es fácil advertir su deuda, porque las referencias no se han reflejado adecuadamente en el índice alfabético. Lamster describe a Schulze como ‘a fastidious German-born architectural historian’, y trata su biografía de forma displicente, pero me pregunto si la meticulosidad y la perspectiva del historiador no habría contribuido a un tratamiento más poliédrico de la figura colosal y contradictoria de Johnson.

The Man in the Glass House

Philip Johnson, Architect of the Modern Century

Mark Lamster

Little, Brown and Company

2018

ACA

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La madrina de las ciudades

Se publican conjuntamente cuatro entrevistas a Jane Jacobs que retratan a la autora de ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’, la intelectual que urgió a recuperar la vida en la calle para humanizar la ciudad

Anatxu Zabalbeascoa

Tomado del blog “Del tirador a la ciudad”

4 de junio 2019

El País

“Querida Jacobs: Haga siempre lo que de verdad le gustaría hacer. Hay media docena de editores que se pelearían por un manuscrito suyo sobre la ciudad, y aunque no puedo aventurar cómo lo recibirá el público, es su deber escribir ese libro. No hay nadie que tenga tantas cosas frescas y sensatas que decir sobre la ciudad y ya es hora de que se digan y se discutan, así que póngase a trabajar”. En 1958, tres años antes de que Jane Jacobs publicara su obra maestra Muerte y vida de las grandes ciudades, otro humanista, Lewis Mumford encabezó así la carta que le envió”.

Cuarenta años después, Jacobs había abandonado Nueva York para instalarse en Toronto. Lo hizo siguiendo a sus hijos. Por entonces, Estados Unidos estaba asustado por la crisis del Sputnik (reacción estadounidense al éxito del programa espacial soviético). Y los chavales estaban en edad de reclutamiento y no querían ir a Vietnam. El mayor había conseguido una beca para hacer un doctorado en física. Y ambos tenían claro que preferían ir a la cárcel que a la guerra. Fue el marido de Jacobs quien decidió que no habían criado a sus hijos para que terminaran en la cárcel. Se fueron. “Me he dado cuenta de que quienes se consideran a sí mismos exiliados nunca consiguen rehacer su vida. Nosotros nos considerábamos inmigrantes. Se trataba de una aventura y estábamos todos juntos”. Le dijo Jacobs al periodista James Howard Kunstler que la entrevistó en Toronto para la revista Metropolis. Lo que contó Kunstler entonces, cuando Jacobs tenía 84 años, o Roberta Brandes en la revista New York, o sus opiniones poco antes de morir sobre Quebec y la independencia constituyen otra cara, más personal, pero seguramente igual de urbana, de la gran dama que defendió la vida en la calle como condición sine qua non de la humanización de las ciudades. Esas charlas están reunidas ahora, y por primera vez traducidas al castellano por María Serrano, en el impagable volumen Jane Jacobs, cuatro entrevistas (Gustavo Gili).

A Howard Kunstler, que tituló su entrevista La madrina de las ciudades, Jacobs (Scranton Pensilvania, 1916, Toronto, 2006) le contó que vio por primera vez Nueva York con 12 años, antes del Crack del 29. Llegó en ferri, desde Nueva Jersey y vio aparecer el sur de Manhattan. Lo que le llamó la atención no fueron los edificios —no había apenas rascacielos— ni siquiera los característicos depósitos de agua. Se fijó en las personas “había gente por todas partes”. Años más tarde, regresaría y se instalaría en casa de su hermana para buscar trabajo. “Leía en el periódico los anuncios de empleo. Cruzaba andando el puente de Brooklyn hasta Manhattan, y luego, cuando me rechazaban en todos aquellos trabajos, me pasaba el resto del día curioseando por el lugar donde había pasado, o, si acababa en algún sitio que ya conocía, me gastaba cinco centavos en un billete de metro, me iba a alguna parada al azar e investigaba por otro sitio. Por las mañanas buscaba trabajo y por las tardes me dedicaba a deambular por la ciudad”. Una mañana le tocó el gordo y consiguió trabajo en una fábrica de caramelos. Pero fue el tiempo, presumiblemente perdido lo que terminó por darle una profesión: “Al haber pasado tardes observando diferentes zonas de la ciudad, empecé a escribir artículos que compró la revista Vogue”. Eso sí, ella los adaptaba a los lectores: el barrio de las pieles, por ejemplo, fue su primer escrito. Le pagaban 40 dólares la pieza. Ganaba 12 a la semana en la fábrica de caramelos.

Aunque fue un par de años a la Universidad de Columbia, Jacobs se formó por las calles. Desprejuiciada, “perdiendo el tiempo” y anotando lo que veía: “Fui un tiempo a una asignatura de Sociología y me pareció una idiotez”, apunta en la entrevista. En Canadá, Jacobs se dio cuenta de que “los estadounidenses no se creen de verdad que haya otros lugares tan reales como Estados Unidos”.

Pocas personas han hecho más por el activismo ciudadano que Jane Jacobs. Y pocas conocen tan bien su capacidad de cambiar las cosas como la dificultad de hacerlo. En 1950, ella misma recogía firmas para impedir que una carretera atravesara Washington Square. Pedían firmas entre quienes se sentaban al sol, jugaban allí con sus hijos, leían un libro o paseaban a perros. El caso es que muchos de los ciudadanos que usaban la plaza rehusaron firmar la petición de salvarla. Estaban convencidos de que firmar la petición podría resultar peligroso. “Fue en esa época cuando aquel extraño temor lo invadió todo, pero también recuerdo cuando se disipó, estando en plena lucha por salvar un barrio”.

Jacobs terminó nacionalizándose canadiense porque no le parecía normal no poder votar ni participar en las decisiones del lugar donde vivía. La relación con Mumford acabaría en discusión. Dos años después de la carta, en 1960, ella había terminado su inolvidable libro. Vería la luz un año después. Y Mumford, un hombre que, según Jacobs, cambiaba de carácter volviéndose ansioso al entrar en Nueva York, pasó a defender la ciudad jardín, la idea de vivir cerca de la ciudad con los beneficios del campo, una utopía para Jacobs que ni cuidaba la ciudad ni protegía el campo.

ACA

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PLANETA ROJO

Anatxu Zabalbeascoa

29 de enero 2019

Tomado del blog Del tirador a la ciudad

Diario El País

Vital, visceral, dinámico y también tabú, el rojo colorea cada vez más edificios de la arquitectura actual. Un libro reúne 150 ejemplos recientes de inmuebles escarlata levantados por todo el mundo.

Picasso decía que utilizaba el rojo cuando se quedaba sin azul. Tiziano, que un buen pintor solo necesita tres colores: blanco, negro y rojo. Christian Louboutin está convencido de que, aunque a uno no le gusten los colores, acaba siempre teniendo algo rojo. Por eso, aunque la autora del libro de la editorial Phaidon RED, Stella Paul, sostiene que la condición humana es roja, la humanidad no sería capaz de ponerse de acuerdo para describir qué es el rojo. Lo anunció Josef Albers. “Si 50 personas oyeran la palabra rojo, 50 rojos distintos aparecerían en sus mentes”.

El color de los colores para los renacentistas, el color del peligro y la prohibición para la circulación, el carmín de la seducción, la marca del tabú, la huella del crimen y la referencia de la tierra. El rojo pompeyano evoca riqueza y sofisticación, el bermellón de los alquimistas, componentes tóxicos; el escarlata, las suntuosas coronaciones de los príncipes medievales, los ropajes de los generales romanos y el trabajo de los gremios de tintoreros. El rojo es a la vez el color del martirio y el de los cardenales, el de las novias chinas y el del partido comunista. El del enfado y el de la prosperidad. Por eso el rojo puede ser metáfora, marcar contraste, indicar dinamismo y anunciar a los bomberos. O a Coca-cola, cada vez con menos azúcar y, tal vez por ello, cada vez menos roja.

Lina Bo Bardi fue una de las primeras arquitectas en emplearlo en edificios recientes. Lo hizo para destacar la estructura de su Museo de Arte MASP en São Paulo. También Ricardo Bofill bautizó sus viviendas en Calpe como la Muralla Roja. Souto de Moura cubrió de rojo la Casa das Historias que levantó para Paula Rego en Cascais (Portugal), Frank Gehry pintó de encarnado sus oficinas para el puerto de Düsseldorf y hasta Foster coloreó el Pabellón de los Emiratos Árabes Unidos en la Expo de Milán. Es cierto que el Hotel Danieli de Venecia lleva más de seis siglos contrastando su teja con la Laguna. También que el Fuerte Rojo de Nueva Delhi habla tanto de los emperadores mogoles como de la tierra sobre la que construyeron.

La Casa das Artes Miranda do Corvo (Portugal) es un símbolo: un lugar de encuentro. Por eso sus autores: Future Architecture Thinking, la han hecho hablar desde su arquitectura dinámica y angular y desde su rojo brillante exterior, para anunciarla.

En lugar de para destacar la arquitectura, en San Petersburgo, los arquitectos Vitruvius and Sons emplearon el rojo para camuflar su edificio. Demostraron que algo tan visible y molesto como un código de barras desaparece bajo una mano de pintura. Este centro comercial no engaña a sus visitantes, pero transforma el ubicuo símbolo de la vida moderna convirtiendo los números y los cortes en ventanas y puertas. Es lo que es, pero el rojo, en lugar de destacarlo, lo camufla.

En Estocolmo la cooperativa de vivienda sueca SKB encargó al estudio Wingardh Arkitektkontor 100 viviendas de ladrillo en las que los balcones parecen salir disparados. También en la Universidad de Gotemburgo, estos arquitectos eligieron el rojo para anunciar a los barcos que amarran en el puerto su edificio Kuggen, el departamento de educación. Los proyectistas hablan de la nueva catedral para la ciudad del siglo XVI. El diseñador de moda Bill Blass decía que el rojo es la cura total para la tristeza.

Ficha editorial del libro comentado

RED: Architecture in Monocrome

Stella Paul

(Concebido y editado por Phaidon Editores)

Phaidon Editors

2018

224 páginas

Tapa dura

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Eileen Gray, Le Corbusier y la Casa E-1027: una historia de arquitectura y escándalos

Por Jason Sayer

Traducido por Nicolás Valencia

26 septiembre, 2018

Tomado de Plataforma arquitectura

(Este artículo fue publicado originalmente el 12 de septiembre en Metropolis Magazine como «The Sordid Saga of Eileen Gray’s Iconic E-1027 House» («La sórdida historia de la icónica Casa E-1027 de Eileen Gray»).

Es justo decir que la Casa E-1027 no ha tenido una vida particularmente de ensueños: sobrevivió las profanaciones de Le Corbusier, las balas del ejército nazi, las orgías con drogas de Peter Kägi y su total abandono. Sin embargo, su futuro se ve más optimista: Cap Moderne -la organización que se ha dedicado a rehabilitar el edificio para convertirlo en destino cultural- ha iniciado una campaña de financiamiento colectivo para continuar con la restauración del edificio.

En los últimos años, el trabajo de los conservacionistas se ha enfocado en la recreación del mobiliario diseñado originalmente por Eileen Gray y actualmente trabajan la restauración total de su comedor.

Ahora bien, cómo el comedor -y toda la casa- perdió sus muebles es una larga historia con muchos giros.

La casa tuvo un origen optimista e idealista. «Uno debe construir para el ser humano, para que pueda redescubrir en la construcción arquitectónica el placer de la autorrealización en un todo que lo extiende y lo completa», escribió Gray en un número de L’Architecture Vivante en 1929. «Incluso los muebles deben perder su individualidad y mezclarse con el conjunto arquitectónico», agregó.
Esta casa -o Villa– fue pensada como un tranquilo refugio para Gray y su entonces pareja, el arquitecto, crítico y editor rumano Jean Badovici, quien ayudó en parte al diseño del proyecto.

Definido básicamente como un rectángulo blanco al borde del acantilado de la comuna francesa de Cap-Martin, la villa es claramente un edificio del Movimiento Moderno. Adopta ciertos aspectos de los cinco puntos de la nueva arquitectura -pilares de hormigón, planta libre, cubierta ajardinada, la ventana continua y la fachada «libre»- propuestos por Le Corbusier en el libro Vers une Architecture (1923).
Mientras tanto, a pesar del llamado de Corbusier a adoptar la apertura tanto adentro como afuera de cada proyecto, la privacidad es uno de los objetivos principales de E-1027. En el exterior, las ventanas de cielo a piso y abiertas al Mar Mediterráneo entregan luz natural y amplias vistas, pero también incluyen persianas y dos franjas de lienzos que protegen al interior de la casa, bloqueando la luz natural y enmarcando la privilegiada vista de la costa.

En su interior, la casa se abstiene de usar la planta libre como esquema. Sus espacios interiores no se revelan inmediatamente: las habitaciones son espacios privados a la espera de ser descubiertos. Por ejemplo, entrar a la habitación o a la sala de estar, requiere caminar en torno a una serie de esquinas. Además, dado el compacto espacio de la vivienda (130 metros cuadrados) y la amplia cantidad de habitaciones, Gray fue meticulosamente eficiente con el espacio. Tales condiciones llevan a innovadoras soluciones alternativas: los closets se abren para convertirse en muros, el sofá de la sala de estar se convierte en una cama y toda una serie de armarios y otros muebles a medida están encajados o intrínsecamente en sintonía con el resto de la casa.

El mejor ejemplo de esta creatividad es la Mesa E-1027: diseñada originalmente para la hermana de Gray para que desayunara en cama sin dejar migas de pan en las sábanas, es una pieza maestra del mobiliario diseñado en el Movimiento Moderno. La mesa consiste en dos tubos circulares de acero cuya base abierta gira en torno a un pilar, mientras la altura de la mesa se ajusta permitiendo que quede a la altura de la cama.

A pesar de todo esto, el reconocimiento al trabajo de Gray recién llegaría en 1967 con un ensayo escrito por Joseph Rykwert. Hasta ese entonces, el mérito había sido adjudicado completamente a Badovici e incluso a Le Corbusier.

De hecho, Le Corbusier fue un gran amigo de Badovici y estaba obsesionado con la E-1027. Luego que Gray y Badovici finalizaran su relación en 1932, el arquitecto rumano se quedó con la casa y se alojaba a menudo con su esposa. Contra toda voluntad de Gray, Le Corbusier pintó murales dentro de la casa, con la venia de Badovici. Asimismo, el arquitecto franco-suizo incluso intentó comprar la casa, pero falló, por lo que optó por comprar una propiedad cercana donde construyó una pequeña cabaña: la Cabanon de vacances.

La degradación de la E-1027 continuó durante la Segunda Guerra Mundial cuando soldados del ejército nazi practicaron su puntería en los muros de la casa. La muerte simbólica dio paso a muertes reales: el 27 de agosto de 1965 el cuerpo de Le Corbusier apareció en esa misma costa, tras morir ahogado mientras nadaba (a pesar de la restricción impuesta por su médico). Después de eso, la casa y el área circundante fueron declarados «Sitio Moderno» debido a su importancia internacional. Sin embargo, la declaratoria no detuvo la decadencia de la villa.

Sumemos muertes en la lista: en 1980 Marie-Louise Schelbert, entonces propietaria de la E-1027, fue encontrada muerta en su departamento en Zúrich, Suiza. Tres días antes de su muerte, su doctor Peter Kägi secretamente había robado el mobiliario original y lo había rematado en Zúrich. Cuando Schelbert murió, Kägi heredó la casa y la utilizó para organizar orgías con drogas incluidas. En 1996 todo llegó a su fin cuando el propio Kägi fue asesinado en la sala de estar.

Ahora, finalmente, la vivienda está siendo cuidada como corresponde: en 1999, la villa fue comprada por la organización Conservatoire du littoral y desde ese entonces ha pasado por diversas remodelaciones.

La más reciente fue llevada a cabo por Cap Moderne en 2014 para administrar la villa junto a la cabaña de Le Corbusier. «Hemos tomado la decisión, que no está de moda en los cursos de conservación, de reconstruir lo que ha sido destruido (y devolverlo) a su estado en 1929», dice Tim Benton, curador de Cap Moderne y profesor de historia del arte especializado en el siglo XX.

Hace 12 años, la villa seguía prácticamente en ruinas, y la pared de la sala de estar estaba hecha trizas. «Casi todo ha sido, o está, o será reconstruido», agrega Benton, refiriéndose a los muebles.

En su actual campaña Cap Moderne espera reunir 50.000 dólares, junto al compromiso del gobierno francés de igualar las donaciones privadas que reciban. El dinero recolectado se destinará a remodelar el comedor de la villa, incluyendo una mesa de comedor con luz eléctrica incorporada y una tapa de corcho diseñada para proteger los platos y vasos, además de un recipiente de limones especialmente hecho para la villa (los limones Menton fueron alguna vez una especialidad regional). Adicionalmente, la asociación tiene la mente puesta en recrear la silla Non Conformist, también diseñada por Gray, y una mesa plegable dentro del comedor que se abre convirtiéndose en un bar.

«Si se considera vacía, esta es una de las casas más importantes de fines del Movimiento Moderno», dice Benton. Pero en su interior es uno de los cuatro interiores más importantes de del Movimiento Moderno en todo el mundo. Es por esto que estamos haciendo de nuevo el mobiliario con las mismas herramientas, los mismos materiales y los mismos procesos que los originales», agrega.

Nota: Como complemento a lo expresado por Jason Sayer en el artículo transcrito recomendamos la lectura de “E.1027” (2015) de Alejandro Hernández Gálvez (https://www.arquine.com/e-1027/) y sobre todo de “Frentes de batalla: E.1027” de Beatriz Colomina (historiadora y teórica de la arquitectura española, docente de postgrado de la Universidad de Princeton y residenciada desde hace muchos años en Nueva York), texto que en su momento (1998) desempolvó toda la oscura trama que giraba en torno a la casa y que sirvió de base para la disertación que hiciera en el Auditorio Carlos Raúl Villanueva de la FAU UCV el año 2008, cuando vino al país como jurado del concurso de arquitectura para la nueva sede de la Corporación Andina de Fomento (CAF) en Caracas, y que puede descargarse en http://www.mansilla-tunon.com/circo/epoca3/pdf/1998_053.pdf.

ACA

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Para Robert Venturi, una arquitectura amable no implicaba falta de profundidad intelectual

Rogelio Ruiz Fernández

Tomado de Plataforma arquitectura

25 de septiembre de 2018

Mi cabeza, sin duda es difusa y dispersa, coge y compara elementos distintos, arquitecturas de momentos distantes y las lee y disfruta con pasión similar. No cabe duda, que la lectura temprana del protagonista de este artículo ha dado forma a mis pensamientos y a los de muchos de nosotros. Acaba de fallecer (el martes 18 de septiembre) a los 93 años Robert Venturi que es para nosotros una referencia importantísima.

¿Y por qué lo es? Robert Venturi escribió un libro llamado Complejidad y Contradicción en la Arquitectura, que fue un revulsivo para toda la disciplina. Parece que en este libro Venturi se dedicó a explicarnos una frase de Rennie Mckintosh: “Hay esperanza en el error honesto, ninguna en la perfección congelada del mero estilismo”.

El movimiento moderno se había convertido tras la Segunda Guerra Mundial en la única referencia seria posible para la disciplina arquitectónica, pero estaba en cierta manera helado. La propia situación postbélica hacía muy difícil dar un valor excesivo al patrimonio porque la destrucción masiva que se había producido hizo que las teorías del restauro se tambaleasen. Así el racionalismo, duro y rígido en su inserción urbana, había sido el arma de diseño utilizado por ejemplo en Italia para la “recuperación” de cascos históricos destrozados. Pues en 1962, como concreción de una beca que disfrutó precisamente en el país mediterráneo, Venturi ofrece una visión en la que la asimetría, la imperfección de los monumentos antiguos, los propios órdenes, lo sorpresivo o casual, ya no se ven como un dislate o desviación sino como un pasado del que aprender y mucho, un pasado que enriquece la arquitectura como parte que es también de la vida. Sin duda la sangre italiana de su apellido en su cuerpo americano debía producir también complejidad y contradicción.

Su carrera profesional, siempre con su mujer Denise Scott-Brown, (por ello se criticó bastante que él recibiese en 1991 el Pritzker en singular) está plagada de ejemplos que tuvieron gran importancia en todos nosotros, desde la casa de su madre, que aparece en el libro citado con el mismo status que muchas grandes obras clásicas y modernas: se parte en un frontón y ve su hastial que es frontal dibujado por una semicircunferencia como si de un arco iris se tratara. Esta recuperación de las dos aguas del tejado para la arquitectura que él consideraba contemporánea era un posicionamiento valiente cuando Paul Rudolph, SOM o el propio Philip Johnson hacían propuestas ortogonales hijas de Mies; aunque más tarde Johnson “abrazó” a Venturi en un rascacielos con ventanas —el AT&T— que se culminaba en un frontón partido que parecía más bien un mueble-bar que un discípulo del Seagram.

Sin embargo, Venturi estaba más interesado, por ejemplo, en recuperar la casa de Benjamín Franklin en Philadelphia, (ciudad donde nació en 1925) con una estructura metálica blanca que recomponía las aristas de su morada demolida (y es a la vez Sol Lewitt). También es cierto que Venturi y Scott-Brown fueron quienes destaparon la caja de Pandora del postmodernismo, que confundió el aprecio e integración con el entorno en muchos casos, con el decorado y la falta de proporción. En Aprendiendo de las Vegas (con Denise Scott-Brown, como casi todo, y con Stepen Izenour) diez años después del anterior se busca, ya desde una perspectiva americana y pop, los valores simbólicos de la arquitectura del Strip de las Vegas y su entendimiento desde el pueblo (ya en complejidad aparecían fotos de carreteras y anuncios de gasolina).

Uno de sus encargos más delicados se lo llevaron por concurso: el Sainsbury Wing de la National Gallery de Londres en 1986. Venturi ha dejado claro muchas veces que no debería ser considerada como un edificio en su derecho sino como una extensión de la National Gallery. Este es un punto de vista importante para analizar su postura: las pilastras de este nuevo ala londinense de Venturi y Scott-Brown son réplicas exactas de la del edificio inicial de William Wilkins. Pero si miramos la solución que proponía Henri Cobb (estudio de I. M. Pei) que siempre apuesta por la arquitectura, digamos, lineal y volumétrica, vemos que toman un lenguaje similar y de formalización parecida a la de los ganadores. Cuando observamos ahora las imágenes de lo que proponía Richard Rogers y pensamos sobre cómo veríamos hoy este edificio —este Pompidou londinense—, probablemente nos hagamos más amigos aún de la propuesta de Venturi y Scott-Brown (el Príncipe Carlos decía de la propuesta de Rogers que era como un forúnculo en la cara de una querida amiga).

Por tanto, si bien sus escritos pudieron dar pie a muchos anacronismos contemporáneos —postmodernismos en el más peyorativo de los sentidos— con sus obras nos demostraron que al adaptarse a un edificio o lugar existente, o el hacer una arquitectura amable que sea entendida y apreciada por el pueblo en general no debe forzosamente conllevar una falta de rigor y profundidad intelectual, una rendición, sino todo lo contrario: una voluntad de compartir y entregar el propio disfrute, de acercarlo a más gente, de dejar, cómo no, que el importante sea el Hombre del Turbante Rojo y que se nos olvide al contemplarlo el gran museo que lo alberga y el nombre del gran arquitecto que se nos acaba de ir.

ACA