El ilustrador Pep Carrió y la escritora María José Ferrada intercambiaron durante la pandemia imágenes y el resultado es el libro ‘Casas’, que demuestra que es un término relativo y cambiante
Anatxu Zabalbeascoa
Una ilustración de Pep Carrió de la casa de Joan Arnau, que cambia de lugar.
El País
11 de abril de 2023
Una misma casa puede asfixiar a una persona y liberar a otra. La misma. En el mismo lugar. ¿Por qué? Puede que porque la mente también es una casa. Seguramente el refugio más seguro. O, en ocasiones, ¿también la mente puede ser una cárcel insalvable?
El ilustrador Pep Carrió y la escritora María José Ferrada han pensado mucho, con viajes de ida y vuelta, lo que significa, o esconde implícitamente, la palabra, el concepto más bien, casa. Así, hablando y compartiendo ideas y dibujos, idearon, cada uno en su propia vivienda, el libro Casas, que ahora ha publicado la editorial Nórdica. Del intercambio de dibujos y palabras nació este volumen que explica lo que son las casas para una serie de personajes tan reales como imaginarios.
Así se hizo el libro. En su apartamento de Madrid, Pep Carrió dibujaba. Pintaba en libretas de tapas negras. Lo hace a diario. Le interesan sobre todo los árboles, el mar y las casas. Al otro lado del Atlántico, en Santiago de Chile, María José Ferrada tenía una de esas libretas de tapas negras repletas de dibujos. Y la leía. Imaginaba a los habitantes de los hogares que dibujaba Carrió. Luego llegó el encierro doméstico, durante la pandemia. Y ese tiempo entre paredes sembró el tono ajustando, y cambiando, la definición de hogar. Hay casas por todo el mundo. Pero siempre son casas de personas. Es decir, van de lo colectivo externo a lo personalizado interno. Por eso para ellos, las casas tienen más que ver con quien las habita que con el lugar que los edificios ocupan. Y así contradicen a un postulado básico de la arquitectura: el de atender al contexto. Para Carrió y Ferrada, el contexto son los habitantes de las viviendas, los que las terminan de construir. De dibujar. De imaginar. ¿O no?
Lo que Luis Pereira le dejó claro al arquitecto Oliverio Sánchez es que en su casa debía haber una ventana en la zona de la corteza prefrontal, donde se guardan los recuerdos. Es evidente que el cliente, Pereira, había confundido una vivienda con un cuerpo. Pero él se dispuso a diseñarla. “Una casa, para bien o para mal, significa rutina, así que cada mañana, después de leer el diario, Luis abre la ventana y observa su pasado”.
La casa de Camilo Márquez que prometió a Diego García que si alguna vez lo necesitaba lo llamaría y lo hizo 50 años después.
Es María José la que busca en el pasado de Pereira, claro. Y lo hace impulsada por los dibujos de Pep. No corren, se suceden los días lentos de la pandemia. Pep dibuja en Barcelona. María José escribe en Chile. Y así hablan. Casi todos los días. De lo que hacen los dueños de las casas que, entre los dos, imaginan. La familia del arquitecto, Oliverio Sánchez, está llena de marinos mercantes. Por eso él sabe que “si el suelo de la casa se hace con tablas de barco, la casa navega”. Irina Popov es una inventora “de habitaciones para albergar el vacío”. Por eso creó la casa matrioska en un congreso. Toshio Hiraoka construye netsukes: casas que caben en la palma de la mano, es decir, microcosmos: “Piedras o maderas que hablan de la mente”.
Ernesto Barros construyó su casa con sus propias manos. Por eso la sentía como una extensión de sí mismo. No la podía abandonar. Cuando se hartó del ruido, se la llevó. ¿Cómo? El libro lo deja dudando entre poner una rueda en cada esquina o desarmarla y subirla a un carro.
Hay mucho más: Hao Wang que, “tal como correspondía al tercer hijo, se hizo lo suficientemente pequeño para compartir la casa con un canario”.
La casa de Roberta Santos donde amanece al revés.
Hay muchos más habitantes y, por lo tanto, casas. El hombre-casa vive en una caja de cartón. Y nadie lo ve. Camilo Márquez y Diego García hablaron durante más de cincuenta años desde sus casas en Santiago de Chile y San Pedro de Marcorís (en República Dominicana) antes de conocerse. O Roberto López que coopera con una ONG danesa encargada de revivir recuerdos de infancia. La de Roberta Santos no sabemos dónde está, pero sí que una vez al año amanece al revés. Ese día utiliza una ventana como puerta.
La casa de Joan Arnau está sobre un caracol. En ella se vive lento, pero cuando cambia de lugar puede viajar de Ciudad del Cabo a Colonia. Estos cambios repentinos le producían angustia que “ha aprendido a manejar, ayudado por la lectura de los clásicos japoneses”. Todos hablan de la impermanencia de las cosas. Cuesta pensarlo cuando hay tanta gente sin casa. Pero que las casas cambien y no permanezcan, ¿es malo? ¿O es bueno?
El escritor italiano Andrea Bajani recorre las viviendas que ha habitado, de niño y de adulto, temporal o mentalmente, con una arquitectura de dormitorios y sueños.
Anatxu Zabalbeascoa
Andrea Bajani, retratado por la revista ‘Domus’ en su casa de Génova.
¿Nuestras casas saben bien cómo somos? Creo que este verso de Juan Ramón Jiménez es el que más he utilizado para escribir sobre la vivienda como retrato, deseo, castillo o escaparate. El escritor Andrea Bajani (Roma, 47 años) desarrolla esa idea de la casa como retrato en El libro de las casas (Anagrama), recorriendo la geografía —de Roma a Turín— y la arquitectura —de un sótano a una casa señorial— de su vida. Pero el libro no solo habla de él.
Esta singular novela disecciona la arquitectura —a partir de su capacidad para aislar o empujar, acoger o expulsar, dar un paso atrás o aparentar— y el urbanismo. Para hacerlo, se aparta de las personas —adjetivándolas, o llamándolas por su papel en el relato: yo, esposa, hija, padre, madre— y convierte a las viviendas en protagonistas con nombre propio en mayúsculas: Casa de Familia, Casa del Abuelo que nunca existió, Casa del Adulterio, Casa Señorial de Familia o Casa de la Felicidad.
Otras casas son más metafóricas, y, siendo reales, no han sido habitadas por Bajani más que mentalmente. Pero construyen el contexto cronológico-mental de la historia, ubican la mente de quienes protagonizaban aquellos momentos de su vida. Así, aparece sin nombrarlo el zulo donde fue secuestrado Aldo Moro. O Casa de la Muerte del Poeta introduce a Pier Paolo Pasolini también sin nombrarlo. Y describe el barrio donde se encontraba. “Si en otros barrios se construyen edificios de varias plantas, en el Idroscalo no pasan de la primera. No son empresas constructoras, sino manos desnudas e inexpertas. Pero el sueño sigue siendo el mismo: el sueño pequeñoburgués de ser protagonista del progreso teniendo casa propia”.
Bajani, en otra de sus viviendas.
Eso, fijarse en las casas en lugar de en las personas para describir las vivencias, produce un efecto igualador. Casi todas las reflexiones personales podrían ser universales. Veamos: “La Casa de Familia se ha formado por la unión de dos mobiliarios preexistentes. Es fácil saber qué objetos son de Yo y qué objetos son de Esposa e Hija, es fácil reconstruir las dos casas originales”. Está en un barrio de Turín donde hay “pastelerías, domingos de dulces, restaurantes con familias bien vestidas, pero todo sin ostentación. A dos metros de la estación central”.
En la Casa del Colchón habitan estudiantes. Pasan frío. Y “nadie habla de revolución, lo importante es no volver a casa de los padres”. La Casa Señorial de Familia, en cambio, “aunque está solo a dos calles, se sitúa bastante más arriba en la escala social: supone pasar de clase media acomodada a burguesía rica y con solera”. Tiene “suelos de mármol y, donde no hay mármol, parqué como Dios manda. Para Esposa es como volver a la clase de la que proviene; para Yo, es cumplir un sueño pequeñoburgués”. En el barrio donde está la casa “la fruta se ofrece a los vecinos bien dispuesta y sin polvo: la buena educación se extiende al reino vegetal. Los precios rara vez se muestran, es cuestión de buena crianza. Son elevados y eso tranquiliza: el precio selecciona al cliente”. En el portal, “la portera limpia ese suelo dos o tres veces al día. Contagiada del señorío con el que se codea, se ensaña con los criados y trata de usted a los propietarios. También a los obreros, pero es una amabilidad detergente”. Y Bajani, el “Yo” del libro, “mantiene la casa, la limpia de ácaros e insectos y contiene la hemorragia de los gastos”.
La Casa de los Recuerdos Fugados “es la caja negra de lo que Yo no recuerda, contiene aquello que hasta la memoria ha expulsado, aunque haya ocurrido. Es lo que le permite a Yo decir constantemente Yo, sabiendo que miente”. Y La Casa del Sótano, Sucursal de la Playa, le sirve a Bajani para hablar de su propia familia tanto como de urbanismo: “El concepto básico es que la costa, la playa, produce beneficio. Urbanísticamente, supone construir a gran velocidad y con mucho hormigón. Socialmente, la idea de veranear se adapta al capitalismo: ya no es el chalé, sino el bloque de viviendas, ya no son unos pocos, pálidos y bien vestidos, sino todos, vestidos igual”.
Las paredes levantadas por Bajani encierran dolor y amor, vidas ficticias y reales, búsquedas y equivocaciones; seres humanos pasivos e ilusiones perdidas, miedo, muerte y enfermedad. También esperanza y autoconocimiento. Hay abrazos tras un divorcio y abrazos que no se sabe que van a ser los últimos. Lo habrán visto, el libro de las casas de Bajani cuenta, en realidad, su vida.
NOVEDADES EDITORIALES DE AQUÍ Y DE ALLÁ
El libro de las casas
Andrea Bajani
Anagrama
2022
Nota de los editores
La historia de un hombre −y de un país− a través de las casas en que ha vivido. Un intenso retrato humano a través de los espacios habitados.
La historia de un hombre a través de las casas en las que ha vivido. Un personaje del que no llegamos a saber el nombre –es simplemente Yo–, pero sí todos los detalles de su vida. Que se va reconstruyendo en una sucesión de fragmentos: la compleja relación con su violento padre, la presencia de la madre atemorizada, la tortuga que vive en el patio, la emigración de la familia al norte, las estancias en ciudades extranjeras, el matrimonio, el ascenso social, la relación con una amante, el espacio íntimo en el que se refugia para escribir… Cada una de esas etapas, cada una de las emociones de ese personaje –la educación sentimental, los anhelos, las decepciones, el amor, las traiciones, la soledad…–, están relacionadas con una casa.
De fondo, dos acontecimientos históricos, dos hechos sangrientos, proporcionan el contexto: el secuestro y asesinato de El Prisionero y el asesinato de El Poeta, que no son otros que Aldo Moro y Pier Paolo Pasolini, cuyas muertes violentas definen los años de plomo de Italia. Y es que, si la novela es ante todo la historia de un hombre a lo largo de su vida, también es, en cierto modo, la historia de Italia en los últimos cincuenta años, porque los fragmentos que constituyen esta novela se enmarcan entre los setenta del pasado siglo y un futuro más o menos lejano en el que solo la tortuga seguirá viva.
Andrea Bajani ha escrito una novela singularísima y fascinante, en la que, a través de los espacios que habitamos, se reconstruye la historia de un ser humano con todas sus contradicciones, miedos y deseos. No es una simple pirueta: es el retrato de un alma a través de las casas en que ha vivido.
Comentarios
«En esta espléndida novela, Andrea Bajani convierte la casa, o más bien las casas, en que vivió en el lugar privilegiado de su historia» (Lella Baratelli, Maremosso).
«Una novela con una estructura original que recorre una existencia (…) y con ella cincuenta años de la historia de Italia» (Cristina Taglietti, La Lettura).
«Solo quien mantiene una relación auténtica con los demás puede hablar con tanta solvencia de la soledad que nos rodea» (Nicola Lagioia).
«Una demoledora y brillante indagación para encontrar nuevas respuestas a la eterna pregunta: “¿Quién eres?”» (Claudia Durastanti).
«Bajani va más allá de la simple ficción para hacer gran literatura» (Massimo Recalcati).
«Bajani explora como nadie había hecho los lugares donde nos descubrimos, amamos, sufrimos y finalmente nos convertimos en nosotros mismos» (Sandro Veronesi).
«Junto con Rachel Cusk, Ottessa Moshfegh, Annie Ernaux, Joyce Carol Oates y Richard Powers, Andrea Bajani es uno de los escritores vivos que más admiro» (Edmund White).
«La escritura de Bajani tiene una energía incontenible» (Enrique Vila-Matas).
Espero cambiar el paradigma, empujar a la gente a soñar y arriesgarse. No es porque seas rico que debas desperdiciar material. No es porque seas pobre que no debes intentar crear calidad, […] Todos merecen calidad, todos merecen lujo y todos merecen comodidad. Estamos interrelacionados y las preocupaciones sobre el clima, la democracia y la escasez son preocupaciones para todos nosotros.
Francis Kéré
Desde el mismo momento en que el pasado 15 de marzo se conoció de boca de Tom Pritzker, presidente de la Fundación Hyatt, el nombre del arquitecto ganador del Premio Pritzker 2022, las agencias noticiosas se dieron a la tarea de divulgar a lo largo y ancho del planeta titulares de lo que, a su juicio, valía la pena destacar o más llamaba la atención: “Francis Keré, primer premio Pritzker africano”, “Arquitecto burkinés gana el premio Pritzker” o “Diébédo Francis Kéré, voz de la arquitectura social africana, gana el Premio Pritzker 2022”, fueron algunos de ellos. Otros como “El nuevo Premio Pritzker atiende los retos de África” o “Francis Kéré, un premio Pritzker entre la utopía y el pragmatismo” intentarán subrayar aspectos más precisos.
Pero lo que es un hecho irrefutable es que la escogencia de Francis Kéré, apunta en dirección contraria a la arquitectura por la que el jurado de estos galardones tradicionalmente se ha decantado. Hay quienes señalan, con gran tino, que cuando su primera obra, la Escuela Primara de Gando, comenzaba a construirse en 1999 ese año ganaba el premio Pritzker Norman Foster, autor del HSBC de Hong Kong, que fue el edificio más costoso de la historia cuando se concluyó en 1986. También señalan que entonces se transitaban tiempos de esplendor para la arquitectura espectáculo y los arquitectos estrella que perduraron mientras se construía la modesta escuela de Kéré en su pueblo natal, hecha con tierra y ladrillos bajo una estructura separada de la cubierta que sirve como sombrilla, sin sistemas mecánicos de ningún tipo y levantada por los vecinos que se terminará en 2001, correspondiéndole el Pritzker de entonces a Rem Koolhaas en 2000 y Herzog & de Meuron en 2001.
Ese sintomático viraje que ha venido experimentando el premio durante las últimas entregas marca un verdadero cambio de paradigma según el cual, al menos, ya no se distinguen aparatosos despilfarros arquitectónicos. Con Francis Kéré se da una nueva vuelta de tuerca en este caso hacia el reconocimiento de un nuevo tipo de profesional que trabaja con tierra y palos, en lugares de extrema pobreza, y hace obras con presupuestos microscópicos, pero mantiene puentes con Europa y Norteamérica, y da visibilidad a un trabajo riguroso y exigente, volando a menudo entre el Primer Mundo en el que tiene su estudio, y el Tercer mundo en el que realiza las obras.
Hoy hemos querido, de entre la cantidad enorme de notas de prensa que abordan la biografía del Kéré o artículos que se adentran algo más a desmenuzar las características fundamentales de su obra, transcribir dos textos que pensamos ilustran debidamente la dimensión del arquitecto. El primero es la «Declaración» emitida por el jurado del Premio Pritzker sustentando su decisión y el segundo es el artículo de Anatxu Zabalbeascoa publicado en El País, convencidos de que dan una visión panorámica y precisa de los aspectos que vale la pena conocer de la vida, obra y pensamiento de quien hoy ocupa los titulares de las páginas culturales de la prensa.
Clínica en Léo (Burkina Faso), 2014.
VALE LA PENA LEER
Kéré gana el Pritzker y se convierte en el primer africano en recibir el premio más importante de la arquitectura mundial
La elección del proyectista burkinés marca un cambio de paradigma en la historia del galardón al reconocer el papel del arquitecto como un guía capaz de cambiar la suerte de una comunidad y la ambición de su disciplina
Anatxu Zabalbeascoa
15 de marzo de 2022
Tomado de elpais.com
“No se trata de hacer, sino de enseñar a hacer”. El primer arquitecto africano en ganar el premio Pritzker marca un cambio de paradigma en la historia de este galardón al celebrar a un profesional que consigue actualizar la tradición y reunir dinero para construir por encima de reconocer al que mejor construye con medios menos limitados. Diébédo Francis Kéré (Gando, Burkina Faso, 56 años) representa al arquitecto como guía para el cambio hacia una construcción más sostenible ―con medios locales y más lógica que tecnología― colaborativa y compartida. También la esperanza de que la arquitectura ayude más a mejorar la suerte de mucha gente que la fortuna de unos pocos.
No es la primera vez que un proyectista se convierte en promotor ―muchos españoles lo hicieron durante décadas en el siglo XX―. Tampoco la autoconstrucción es extraña, sino más bien la norma en buena parte del mundo. En Europa, era habitual que las catedrales las levantaran entre ciudadanos. Y hasta mediados del siglo pasado fueron los propios habitantes quienes construyeron las viviendas españolas más pobres. Lo que sí se cuenta con los dedos de una mano son los promotores que no han sido inversores, es decir: que han querido cambiar la suerte de una población antes que la de su cuenta bancaria. Es el caso del Pritzker 2022. La historia de Kéré parece una mezcla entre un cuento de hadas y un lavado de conciencia del mundo occidental. Que resulte increíble da una idea de la dureza del mundo en el que ha conseguido construir, primero, y cambiar esquemas, después. Que el jurado no haya querido que quede como una anécdota pintoresca y excepcional denota que el Pritzker quiere volver a ser un referente.
Escuela primaria en Gando (Burkina Faso), 2001.
Hijo primogénito del jefe de un poblado en Gando (Burkina Faso), a Kéré le tocó estudiar y odió hacerlo. Tenía siete años. Pasó de ocuparse de llevar agua y jugar con sus 12 hermanos a caminar solo 20 kilómetros al día para aprender a leer y escribir en una escuela de Tenkodogo. Aquel colegio estaba construido con bloques de hormigón y muy mal ventilado. Kéré no olvidó el calor que pasó en ese edificio. Por eso, cuando, becado para convertirse en carpintero en Berlín, prolongó sus estudios hasta graduarse como arquitecto en 2004, tuvo una idea fija en la cabeza: que los hijos de sus amigos tuvieran sus oportunidades y que pasaran menos calor.
Fue entonces, estudiando arquitectura, cuando se convirtió en promotor. Reunió dinero para levantar la Escuela Primaria de Gando. Sabía cómo construirla: ventilada. Los hombres harían el barro y los ladrillos, mientras que las mujeres alisarían el suelo. La cubierta quedaría elevada sobre el muro para dejar pasar el aire y evitar parte del calor. Para 2001, Gando seguía sin electricidad y sin agua corriente, pero tenía escuela. “Con la gente implicada, los diseños prosperan. El mejor mantenimiento es el entusiasmo”, explicó a El País en 2015.
Hoy en Gando esa escuela ha crecido. Los 120 niños iniciales son ahora 700 alumnos. Hay una residencia para los profesores y, no lejos, una clínica equipada para poder operar. Todas las cubiertas dejan pasar el aire, el marco de las ventanas se extiende hasta la calle para frenar el soleamiento. Todo lo han construido Kéré y su equipo. A medio camino entre Berlín y Gando, ahora el burkinés tiene doble nacionalidad, el reconocimiento del planeta ―da clases en Harvard y en Yale y la AIA o el RIBA lo hicieron arquitecto honorífico― y, habiendo cambiado la escala de valores de la arquitectura, le queda por demostrar hasta dónde puede llegar como proyectista.
Campus del Lions Club (Kenia), 2021.
El año pasado, Keré culminó en Kenia el Campus del Lions Club, una residencia para estudiantes de tecnología de la información. El proyecto es clave en su trayectoria. Aunque ya había salido a construir una comunidad en Mozambique y aunque ya había mejorado el aislamiento de los edificios empleando una pantalla de lamas de madera (Escuela Secundaria Schorge en Koudougou), aquí la escala es otra. La protección de la calima es mejor. El entendimiento de la topografía es orgánico.
Serpentine Pavilion (Londres) 2017.
La historia de Kéré es tan valiosa como pintoresca. Tal vez por eso, el arquitecto corrió el riesgo de ahogarse en su propio éxito. Sucedió cuando comenzaron a pedirle intervenciones temporales en museos como la Royal Academy (2013) o el pabellón temporal de la Serpentine en Londres (2017). Kéré explicó entonces a El País que esas intervenciones aumentaban su fama, informaban de otra manera de construir y le permitían reunir fondos para seguir construyendo en África. La doble lista ―oculta en tantos arquitectos conocidos― o pública en Francis Ford Coppola ―que hacía Padrinos para producir películas más arriesgadas― había llegado a la arquitectura. Solo que, en el caso de Kéré, dejar de construir es un riesgo para mucha más gente que él. ¿Lo tiene todo hecho, entonces? ¿Qué premia el Pritzker?
Aunque acumule reconocimientos, que este galardón corona, y aunque ya haya hecho historia como arquitecto ―transformando la figura del proyectista en guía para la construcción de comunidades y edificios―, la escala metropolitana será el nuevo reto de Kéré. En Porto-Novo, la capital de Benín, construye un parlamento que se ha adelantado al que también ha proyectado para la capital de su país: Uagadugú. El tamaño y la ambición de estos edificios decidirán el futuro de este arquitecto que ya es histórico.
Proyecto del Parlamento de Benín (Porto-Novo), 2021.
No será la primera vez que el Pritzker tiene la oportunidad de redoblar la reputación del premio con quien ya ha recibido el galardón. Sucedió con los suizos Herzog & de Meuron. Tras hacerse con él en 2001, los autores del Caixaforum de Madrid reinventaron su propia arquitectura con el Estadio Olímpico de Pekín, el Rascacielos en Leonard Street de Nueva York, el Museo De Young en San Francisco o la Elbphilarmonie de Hamburgo. Los de Basilea se renovaron ampliando su registro y el de la arquitectura. Se hicieron, además, previsibles en calidad e imprevisibles en las formas, las soluciones y los materiales. Ese es ahora el paso que le queda por dar a Kéré, un proyectista de nueva generación que ha conseguido que su arquitectura “involucre a la gente y abandone el egocentrismo”. “Para mí la arquitectura es un reto. Una vía para solucionar problemas y aportar algo a la sociedad”, explicó en su conversación con El País en 2015. Eso lo tiene hecho. El siguiente paso lo anunció también en aquella entrevista: “Si empiezas bien, solo puedes continuar cambiando”.
Pabellón Fishtail (Estados Unidos), 2019.
«Dibujo sobre papel, pero prefiero diseñar sobre el suelo». «No es porque tengas recursos limitados por lo que debes aceptar la mediocridad». «La arquitectura es ensuciarse y empujar todos juntos”.
Poster de la exposición «Hassan Fathy a contracorriente» montada en La Casa Árabe de Madrid entre el 29 de enero y el 16 de mayo de 2021.
Con ocasión de la exposición «Hassan Fathy a contracorriente» montada por La Casa Árabe de Madrid entre el 29 de enero y el 16 de mayo del presente año, comisariada por José Tono Martínez, nos ha parecido de interés para nuestros lectores reproducir dos textos que aparecieron en momentos en que la capital española disfrutaba de la obra de quien es considerado el más importante arquitecto egipcio del siglo XX.
Cúpulas de la casa Fathy en Sidi Krier, 1971.
Fathy: vernáculo, sostenible e inclusivo
La Casa Árabe de Madrid se adentró entre el 29 de enero y el 16 de mayo a través de la exposición “Hassan Fathy: a contracorriente” en la obra del controvertido arquitecto egipcio que construyó identidad con tierra, lógica y conocimiento de la tradición
Anatxu Zabalbeascoa
20 de abril 2021
Tomado de elpais.com
Pintoresco, el adjetivo que con frecuencia empleamos para calificar las arquitecturas que construyen una identidad sólida y arraigada, pero alejada de la modernidad, viene del inglés picturesque y significa digno de aparecer en un cuadro (picture). Lo pintoresco en arquitectura se asocia a lo vernáculo. Suele trabajar recursos tradicionales —como las celosías en la parte más soleada del planeta, las casas encaladas del sur de España, las contraventanas coloreadas del Mediterráneo o las cubiertas de teja a dos aguas de los chalets suizos— y, con esa referencia a la cultura del lugar, indica respeto y construye identidad.
La obra del considerado mayor y mejor arquitecto egipcio del siglo XX, Hassan Fathy (Alejandría 1900- El Cairo, 1989) puede, desde una óptica extranjera, ser considerada pintoresca. Sin embargo, tiene ambición universal, recrea un lugar, ha quedado fuera del tiempo, construyó identidad, trabajó en favor de la sostenibilidad del planeta, plantó cara a los prejuicios y trató de encontrar la manera de construir con muy poco para que la vivienda fuera verdaderamente un derecho universal. ¿Lo consiguió? Seguramente mejor que la modernidad. ¿Trabajó realmente para los más necesitados? Fomentó la autoconstrucción, pero sus casas fueron fundamentalmente para intelectuales y artistas ¿Cuál es entonces la vigencia de su obra? Comisariada por José Tono Martínez, la exposición en la Casa Árabe de Madrid, Hassan Fathy a contracorriente trató de contestar a esas preguntas.
Hassan Fathy, en su estudio del palacio Ali Effendi, distrito de Dar el-Labbana, El Cairo.
Fathy conoció su país viajando de El Cairo a Alejandría. Ese traslado, entre la casa de su padre y la de la familia de su madre, marcó su manera de mirar. El padre, juez de instrucción, evitaba el campo “un lugar lleno de mosquitos y agua contaminada”. Fathy recuerda que solo llegaba hasta allí para cobrar el alquiler de sus tierras. El arquitecto tenía 27 años la primera vez que pisó un suelo que no fuera urbano. Su madre, en cambio, se había criado en el campo. En la ciudad echaba en falta a los animales. Sabía cómo autoabastecerse. Estaba convencida de que la ansiedad de la ciudad desaparecía en el campo. Fue ella la que despertó el amor de Fathy por la naturaleza hasta el punto de que, tras estudiar escultura y violín, quiso ser agricultor antes de convertirse finalmente en arquitecto.
Formado en El Cairo y luego en París, Fathy fue un joven rico que decidió trabajar más que para los pobres como los pobres: diseñó innumerables viviendas para artistas. Superada una fase inicial moderna en la que en una escuela primaria ideó una cubierta plana y empleó ventanas con carpintería de aluminio y levantó edificios modernos como el casino Bosphoro o la imprenta Mustafá-Bey —ambos demolidos— Fathy regresó a la tierra: a los patios y a las celosías, es decir, a las tradiciones y a la lógica del lugar.
Detalle de la cúpula y la celosía de barro de la Casa Casaroni, de 1981.
La recuperación vernácula de elementos como los patios, de materiales como el ladrillo secado al sol o de técnicas de construcción de cúpulas y bóvedas sin armazón arraiga su aportación y la hace exportable. Diseñaba con el lenguaje universal de los países con exceso de soleamiento. Y diseñaba con el lenguaje universal de los pobres: los medios escasos y locales utilizados durante siglos.
El comisario de esta muestra, José Tono Martínez, lo presenta como “un visionario, uno de los fundadores de la arquitectura sostenible afincada en las tradiciones vernáculas en tiempos de Estilo Internacional”. Explica que Fathy quiso empoderar a los campesinos para que produjeran sus propios materiales. “No quería que el orientalismo remplazara a Oriente”. “Convivir con el desierto significó para él aislarse del desierto, y crear un espacio interior resguardado, con fuente y pozo los símbolos de vida”. Martínez destaca la importancia de los artesanos, que decoraban con símbolos la simbólica puerta de entrada y construían con técnicas pretecnológicas. Y explica, en un catálogo publicado por Ediciones Asimétricas, que su oposición a la arquitectura repetitiva le valió enemigos en el ámbito de la industria y la construcción a gran escala.
Detalle de la celosía de barro en la aldea Nueva Gourna (1948), donde se trasladó a la población que ocupaba el sitio arqueológico de Luxor.
Para ser el arquitecto de los pobres que tenía reputación de ser, Fathy trabajó como arquitecto de los poderosos, esa misma reputación lo había convertido en un artista. ¿Qué hizo que un joven burgués formado en París le plantara cara a Le Corbusier y se interesara por la arquitectura más pobre? Una visita a su hermano en Asuán. En 1941, conoció la técnica nubia tradicional para construir bóvedas y cúpulas sin ningún tipo de estructura de armazón, pero con más paja que ladrillo para conseguir ligereza. Conocer esa técnica le hizo entender el sentido de la arquitectura que ya no dejó de construir. Más allá de honrar la lógica del genius loci, su arquitectura reconstruía la identidad que apenas llevaba dos décadas de independencia (1922) y que formaba parte del protectorado británico.
Fathy busca en las raíces, en la tradición constructiva de los no arquitectos, la vía para recuperar la arquitectura egipcia y el paisaje de su país. Para él, como para Dante, lo nuevo era simplemente lo que no merecía ser antiguo. La muestra contó con ejemplos de arquitectura construida con barro en España y con la mirada de la fotógrafa Hannah Collins adentrándose en la arquitectura de Fathy.
Hassan Fathy. Dibujo para la casa Hamdi Seif Al-Nasr, El Fayum, 1944.
Hassan Fathy y la belleza innata del adobe
La Casa Árabe recuerda al llamado arquitecto de los pobres
1 de febrero de 2021
Tomado de masdearte.com
Antes de que las cátedras de arquitectura analizaran materiales apropiados a la sostenibilidad, Hassan Fathy, nacido en Alejandría en 1900 y figura clave de la disciplina en Egipto, ya estudió las cualidades del nada contemporáneo adobe (arcillas y arenas secadas al sol y mezcladas con paja) en cuanto recurso constructivo barato, fácilmente disponible en amplias zonas del planeta y con muy beneficiosas propiedades como aislante térmico. Especialmente en el desierto, dada la diferencia de temperaturas entre día y noche, su uso cuenta con una extensa tradición.
De espíritu tan místico como ilustrado, Fathy siempre valoró la historia pasada de la arquitectura y su imbricación en distintos países y climas (En otro tiempo, había una belleza innata en todo lo que nos rodeaba: éramos nosotros mismos, dijo) y se opuso, por tanto, a las tendencias neocolonialistas que pretendían homogeneizar también los rasgos constructivos internacionalmente. Se esforzó en dirigir su mirada a las raíces, en su caso a las propias de la cultura nubia del sur, con sus cúpulas, arcos y bóvedas inclinadas, sin armazón, presentes en la región desde hace siglos.
Durante la II Guerra Mundial, se codeó con intelectuales y artistas del colectivo Friends of Art and Life, del que formaron parte el escritor Naghib Mahfuz o Hamed Said, para quien Fathy (también pintor, poeta y pensador) diseñó un estudio elaborado justamente con ladrillos de adobe: la casa Toub Al Akhdar de Marg. Ese grupo, pionero de la educación social en Egipto, animó a sus estudiantes a convivir, tanto como a trabajar, con campesinos y artistas rurales y también defendió la artesanía y los viejos oficios, en línea con las pretensiones de las construcciones de ese autor.
No hay que olvidar que Fathy inició su trayectoria cuando su país acababa de independizarse del Reino Unido y se gestaba un movimiento político y cultural que pretendía la autoafirmación y también alcanzar una modernidad desde cánones propios: la Nahda. Ya consolidada su labor, entre 1957 y 1962 colaboraría con Constantino A. Doxiadis, fundador del Centro Ateniense de Ekística, la llamada ciencia del hábitat, y en 1976 fundó el Instituto Internacional de Tecnología Apropiada. Entre los galardones que recibió hasta su muerte, en 1989, se encuentra el Aga Khan de Arquitectura o el Right Livelihood Award.
Hasta el próximo mayo, y bajo el comisariado de José Tono Martínez, podemos visitar en la Casa Árabe madrileña “Hassan Fathy: a contracorriente”, una exhibición que da cuenta de esos principios de arraigo y sostenibilidad que determinaron la obra del egipcio a través de planos, maquetas y fotografías; especial protagonismo cobra, entre sus más de 120 proyectos, el del New Gourna (Nueva Gourna) de Luxor, que desarrolló en la segunda mitad de la década de los cuarenta y que hoy consideramos ejemplo de planteamiento urbano integral, hasta el punto de ser protegido por el World Monuments Fund y la UNESCO.
Fathy trabajó en este poblado, desde postulados ecológicos, por encargo del Departamento de Antigüedades egipcio, sirviéndose de materiales y técnicas locales (y del análisis de los usos y costumbres de los habitantes de la zona, que se mantenían del expolio de las tumbas del Valle de los Reyes) para reubicar el Viejo Gurna, una comunidad de arqueólogos aficionados que pretendía paliar justamente saqueos y daños en los yacimientos faraónicos y también velar por el buen desarrollo del incipiente turismo. Solo parte de los propósitos de Fathy pudieron llevarse a cabo, debido a complicaciones políticas y financieras y a la oposición de parte de la población a la reubicación; además, se ha perdido casi la mitad de los edificios originales. Hasta hace unos años, Nueva Gourna continuaba siendo un asentamiento vivo y con historia en curso, con viviendas e instalaciones públicas a disposición de sus habitantes, pero la revolución de 2011 frenó su restauración y hoy se encuentra en decadencia, difuminándose en la periferia de Luxor, dominada por el hormigón.
Hassan Fathy. Mezquita Nuevo Gourna, 1945.
Los retos planteados aquí por Fathy (plasmados en el conocido ensayo Architecture for the Poor: An Experiment in Rural Egypt), se adelantaron, en dos generaciones, a inquietudes que desarrollarían autores internacionales como el chileno Alejandro Aravena, el burkinés Francis Kéré o la francesa Anne Lacaton. A saber: Fathy esperaba que esa nueva ciudad, que contaba con teatro al aire libre, mercado cubierto, mezquita, escuelas y almacenamiento de agua potable, se convirtiera en un lugar con un sistema de vida sostenible, mirando al futuro, sin depender del expolio. Su fuente de inspiración fueron los pueblos de adobe de esta zona, los asentamientos beduinos, los templos romanos y las aldeas nubias de Asuán, a orillas del Nilo; sus técnicas antiguas evitaban el uso de soportes costosos de madera y el empleo de técnicas sostenibles de enfriamiento de aire y agua.
Hablando de agua, en la década de los sesenta se descubrieron reservas acuíferas subterráneas en el oasis de Kharga y aquí a Fathy le encargaron la construcción de New Baris, otro pueblo levantado con ladrillos de adobe que debía transformarse en una comunidad sostenible que creciera y exportase frutas y verduras del desierto. Para lograr almacenar esos productos tan perecederos en el nuevo asentamiento, el arquitecto ideó un sistema con pozos de ventilación y torres secundarias que acelerase la circulación de aire, haciendo descender las temperaturas externas más de quince grados. También New Baris quedó inacabado, en 1967 y a causa de la guerra.
No son los únicos proyectos reflejados en esta exposición: también podemos ver documentos relativos a las casas Hamid Said y Hamdi Seif al-Nasr de El Fayum, la Mezquita de Lulu at al-Sahara de El Cairo, el apartamento de Shahira Mehrez, en la misma ciudad; Costa Norte Sidi Krier, la Casa Fathy, la Casa Casaroni de Shabramant, la Villa Dar al-Islam de Albiquiu, en Nuevo México, o un trabajo español: Sa Bassa Blanca, en Alcudia (Mallorca).
Y tampoco Aravena, Kéré o Lacaton han sido los únicos en dejarse influir por el legado de Fathy: en Haré una canción y la cantaré en un teatro, rodeada de un aire nocturno, Hannah Collins dedicó a Nueva Gourna un conjunto de fotografías montadas en secuencia y proyectadas como un filme, junto a otras tomadas en grandes formatos. Su serie, que se presentó en 2019 en la Fundació Tàpies y también se recoge ahora en Casa Árabe, supone un tributo al arquitecto, pero también un deseo de contribuir a la consolidación de un urbanismo sostenible, barato y que mejore la vida de quienes más lo necesitan, como Fathy quiso.
El título de su propuesta tiene un porqué: el teatro al aire libre que el arquitecto quiso poner en marcha en Nueva Gourna y que no sería un escenario al uso, sino enraizado, como sus construcciones, en las tradiciones populares: los habitantes de esta aldea podrían cantar y recitar allí cuando quisieran.
La exhibición se complementa con gouaches de Fathy, con imágenes de su apartamento en el viejo Cairo, la Mansión Ali Effendi Labib; un panel centrado en la arquitectura de tierra en la Península Ibérica, con tipologías de técnicas y obras de estudios contemporáneos y una obra del artista Chant Avedissian, discípulo de Hassan Fathy, que ha cedido para la ocasión la Galería Sabrina Amrani.
Se trata de un vídeo en el que este creador egipcio, de origen armenio, filmó a los gatos del arquitecto en su casa (hay que recordar que estos animales en el antiguo Egipto eran símbolo de protección y belleza).
Nota final
El Catálogo de la exposición “Hassan Fathy: a contracorriente”, coordinado por J.T. Martínez y publicado por Ediciones Asimétricas, fue reseñado en el Contacto FAC nº 231 del 04/07/2021.
Un Parlamento que hablará del lugar más que de la democracia
Francis Kéré y su estudio construirán la nueva Cámara de la República de Benin, un edificio inspirado en el árbol de la palabra, el lugar de encuentro para tomar las decisiones comunitarias
Anatxu Zabalbeascoa
Tomado de elpais.com
23 marzo de 2021
Bajo la sombra de los árboles de la palabra se reúnen los ancianos de África Occidental para discutir y tomar decisiones consensuadas a favor del interés de la comunidad. El árbol de la palabra es un símbolo del acuerdo, de la construcción de ese acuerdo, y también de la generosidad de la naturaleza y del respeto que esta merece. Su majestuosidad, su simbolismo y su fuerza son eternos. Por eso el estudio del burkinés Francis Kéré pensó en ese árbol cuando el Gobierno de Benín contactó con él y le pidió que diseñara un nuevo parlamento para la República en Porto Novo. El antiguo databa del siglo XIX, la época colonial. Tenía el clasicismo de la estética colonial y se había quedado pequeño.
Cuando concluya su construcción —iniciada en el mes de marzo— el Parlamento se convertirá en el mayor edificio del estudio de Kéré, es decir en el más arriesgado. Será también el más simbólico —tras la escuela que consiguió levantar en Gando, su pueblo, para que los niños tuvieran la oportunidad de estudiar que él mismo había tenido—. Como sucede en casi cualquier árbol, lo más majestuoso de este nuevo inmueble será la copa, una cubierta orgánica que amplía el tronco estructural del edificio para acoger las oficinas. El edificio es, en realidad, el perímetro de un patio. Hay un despliegue de columnas y arcos para levantar —y ventilar— ese patio y para separarlos del azote del sol, y el calor. Ese bosque de columnas convertirá el acceso al Parlamento en un espacio sombreado. Las columnas externas del cuerpo elevado mitigarán también la incidencia del sol. La asamblea, en la planta baja, se convertirá en las raíces del árbol. Y el tronco, hueco, será el patio que permitirá la ventilación natural, la iluminación de las estancias y el paso entre los espacios. Sobre las oficinas, en el perímetro del patio que forma la corona de este árbol arquitectónico, la cubierta será una gran terraza, una azotea con vistas a la laguna del golfo de Benín.
Keré cuenta que el Parlamento ampliará algo más que las oficinas de la Administración. En un rincón del jardín, donde se declaró la independencia de Benín en 1960, el jardín que rodeará el nuevo edificio será un escaparate de la flora autóctona de Benín. También será un espacio público, con cubiertas sembradas y sombreadas. Será un lugar de libre acceso que —explica el equipo de arquitectos— “extenderá la huella del árbol de la palabra ofreciendo sombra para que los ciudadanos se sigan reuniendo, hablando y pactando”.
Lacaton & Vassal ganan el premio Pritzker con una arquitectura que certifica el cambio
La pareja francesa lleva 30 años construyendo una arquitectura poco visual que resuelve los grandes problemas energéticos y sociales
Anatxu Zabalbeascoa
Torre de apartamentos y oficinas en Ginebra, el último proyecto hasta la fecha de Lacaton & Vassel. En él, pudieron aplicar sus ideas desde cero y sin necesidad de remodelar el edificio.
16 de marzo 2021
Tomado de elpais.com
Nunca demoler. “La demolición es la solución más fácil, pero es también una pérdida de energía, materiales e historia y un acto de violencia. La transformación es hacer más y mejor con lo que existe”, así describen los ganadores del Premio Pritzker 2021 Anne Lacaton (Saint-Pardoux, 65 años) y su marido, Jean-Philippe Vassal (Casablanca, 67 años), el trabajo que llevan tres décadas realizando. Hubo un tiempo en que muchos arquitectos sintieron la necesidad de escribir un libro-ideario —en general, críptico y vistoso— que explicase sus intenciones, sus teorías, su manera de entender o enredar la arquitectura. Los nuevos ganadores del Pritzker no escribieron, construyeron ese ideario.
Casa Latapie (1993)Torre Bois Le Prête de París (2011)
Lo entendieron desde el principio, cuando, tras estudiar arquitectura en Burdeos, Lacaton se trasladó a Níger, donde ya trabajaba Vassal. Allí todo escaseaba y lo poco se reciclaba. Para cuando construyeron su primera vivienda —para los padres de Anne— en Floriac, el campo que rodea Burdeos, habían hecho suya esa manera de afrontar la construcción. La casa Latapie (1993) imitó la solución de los invernaderos cercanos para doblar su superficie sin apenas gasto y con grandes ventajas energéticas. La nueva fachada construida con polímeros aislaba la casa en invierno, la sombreaba en verano y la ampliaba todo el año con un espacio intermedio. Ese abrigo económico, fácil de construir, que reduce el gasto energético aislando un edificio ha sido su gran aportación a la arquitectura. Tras la casa familiar llegaron los grupos de viviendas en los que se sofisticó la idea y, con el tiempo, y con la ayuda de Frédéric Druot y Christophe Hutin, consiguieron llevar esa estrategia aislante a un edificio: la Torre Bois Le Prête de París. Corría 2011, 96 familias vieron crecer su piso y disminuir su recibo de la luz sin desembolsar más que la derrama prevista para el aislamiento.
Transformación de 530 viviendas en Burdeos (2017)
Con esa idea, Lacaton & Vassal llevan 30 años construyendo en Francia y también en África. Hace dos años, la aplicaron a la reforma de 530 pisos en tres bloques de viviendas sociales de Burdeos. La Comunidad Económica Europea les concedió el premio Mies van der Rohe al mejor edificio del continente. La arquitectura de Lacaton & Vassal no se ve, pero es radicalmente transformadora. Cambia la vida de las personas. Está basada en las ideas y cuidada —nunca sacrificada— por las formas. En las memorias de sus proyectos figura, junto a los habituales metros cuadrados, la cifra del coste de esos metros. Para ellos, el uso que se hace del dinero —y el respeto a un presupuesto— es tan importante como la memoria o el impacto que despierta una forma. Puede que hablar de dinero sea poco elegante, o de pobres, pero ceñirse a un presupuesto es respeto, un ingrediente básico para construir confianza y bienestar.
Plaza Léon Aucoc de Burdeos (1996)
La Plaza Léon Aucoc de Burdeos revela cómo ese respeto se aplica al espacio y al gasto público. Corría el año 1996, el Ayuntamiento de su ciudad les encargó embellecerla. Y los arquitectos fueron a la plaza para hablar con la gente que la utilizaba. No entregaron planos sino un informe. La plaza tenía calidad, usuarios y encanto. Los árboles estaban bien puestos: junto a los bancos, dando sombra en el perímetro. Los jubilados jugaban a la petanca y los niños y los ancianos convivían. No se podía embellecer. Recomendaron aumentar la limpieza. El Ayuntamiento renunció a ponerse una medalla de cara a las siguientes elecciones y aceptó la propuesta. Todos hicieron bien su trabajo. Como si la honestidad fuera un asunto contagioso.
Palais de Tokyo (2012)
Algo parecido sucedió cuando ya se habían trasladado a París. En 2012, la reforma del edificio déco del Palais de Tokyo había quedado obsoleta e inacabada. Les pidieron intervenir. Decidieron no enyesar ni pintar los muros de obra iniciando —involuntariamente— una moda povera que llegaría a muchos centros de arte. Lo que ellos querían era ahorrar presupuesto y ampliar espacio. El Palais es hoy un rompedor escenario del cambio. Más allá de exposiciones de arte contemporáneo, es un espacio polivalente (20.000 metros cuadrados mayor) que acoge desfiles de moda y presentaciones.
23 unidades de vivienda semi-colectivas, Trignac, Francia (2010)
Con 33 años de profesión, este hubiera sido un premio tan audaz como contestado hace una década, cuando muchos de los más reputados arquitectos se llevaban las manos a la cabeza ante la obra de Lacaton & Vassal. Hoy, tras haber sido distinguidos con el Premio Schelling (2009), la Medalla Tessenow (2016) o el Mies van der Rohe (2019), entre otros, este Pritzker es un premio justo que reconoce lo que otros han sabido ver antes o han tenido la valentía de atreverse a apoyar.
Casa D, Lége-Cap-Ferret, (1996-1998)
Un premio es su jurado y hay jueces que certifican, otros que defienden a capa y espada lo que mejor conocen y otros que se atreven a mirar más allá. Antes de recibir él mismo el galardón en 2016, el chileno Alejandro Aravena estaba en el jurado del Pritzker en 2012, cuando consiguió que medio mundo descubriera, con Wang Shu, que no todo se estaba destrozando en China. Ahora, como presidente del mismo, cuesta no ver el entusiasmo del chileno en este reconocimiento que durante la pandemia ha llevado a los jueces “a pensar en el sentido colectivo de la arquitectura y en el legado que esta supone para la siguiente generación”. La crítica arquitectónica ha distinguido tradicionalmente la arquitectura de la construcción. O, mejor dicho, no se ha tomado la molestia de hacerlo, simplemente ha ignorado el 95% de lo que se ha construido en el mundo, como si la mala arquitectura no fuera arquitectura. Por ese agujero, se han colado corrupciones urbanísticas, problemas sociales, desastres energéticos, una atávica desconfianza entre la sociedad y la profesión de arquitecto y una absurda limitación en su campo de actuación. La capacidad para librar la enseñanza de prejuicios es lo que implica el Pritzker a Lacaton & Vassal. O lo que es lo mismo: la constatación de que no todos los alumnos de arquitectura pueden hacer un Guggenheim pero sí pueden mejorar la vida de las personas —ese antiguo ideal de la profesión—. Así, este Pritzker tendrá un impacto tan importante en las escuelas de arquitectura como, es de esperar, en el propio premio. Reconociendo a arquitectos “radicales en su delicadeza y audaces en su sutileza” —en palabras de Aravena— el Pritzker demuestra que quiere no solo coronar lo exquisito y singular, también quiere colaborar en cambiar lo mejorable. Es ahí donde la arquitectura tiene su gran reto.
ACA
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