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La revista Punto, principal órgano de divulgación de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV, durante sus 40 años de vida y 69 números publicados atravesó por diferentes etapas. La más larga de ellas correspondió a la dirigida por su fundador Antonio Granados Valdés entre enero de 1961 y mayo de 1978 en la que apareció en 60 oportunidades.
Durante la gestión de Granados al frente de la publicación, también es posible detectar variaciones y alteraciones reflejadas algunas de ellas en el diseño de la portada, organización del contenido e incluso variaciones en el enfoque del mismo. Pero sin duda el cambio más notorio es el que se da a partir del número 40-41 (enero-marzo de 1970) cuando, presionado por los aires que provenían del proceso de Renovación Académica, Granados, en un inusual editorial donde explica los rasgos que habían identificado la revista desde su “modesta aparición en el año de 1961”, señala la finalización de una etapa y el comienzo de otra que se inicia con la incorporación de “criterios sobre los más candentes y actuales problemas que confronta nuestra Facultad, así como de algunos ejemplos recientes de la arquitectura venezolana”.
Consciente de que “está planteada una nueva estructuración de los estudios que se imparten en nuestra Facultad”, Punto 40-41 mediante el título “Renovación ¿Por qué? ¿cómo?” recoge parcialmente lo que venía aconteciendo en los espacios académicos de la institución dedicándole la mayor cobertura posible. Encabezado por el «Informe elaborado por el Departamento de Composición Arquitectónica» cuya jefatura ejercía Augusto Tobito y que contaba como jefes de talleres con: Dirk Bornhorst (Taller 1), Augusto Tobito (Taller 2), José Miguel Galia (Taller 3), Bernardo Borges (Taller 4), Ramón González Almeida (Taller 5), Carlos Raúl Villanueva (Taller 6) y Américo Faillace (Taller 7), al que se sumó el “Grupo de ampliación” conformado por Henrique Hernández, Carlos Becerra y José Miguel Menéndez, los editores de la revista logran adicionalmente plasmar la opinión dada como respuesta a una encuesta elaborada para la ocasión de hasta 23 profesores y 10 estudiantes.
También este ejemplar de la revista está signado por la aparición por primera vez como su portada de los resultados provenientes de un concurso promovido por la División de Extensión Cultural entre los estudiantes, cuyo valor gráfico dejaba atrás el predominio de la fotografía como elemento identitario de su tapa mantenido durante 39 entregas.
Dentro de este clima, Punto abre a partir del número 44 una “sección estudiantil” en la que se empezarían a mostrar trabajos realizados en los agonizantes talleres de composición que serían sustituidos por los provenientes de las nacientes unidades docentes. Cabe recordar que esta actividad divulgativa de los productos de los alumnos había sido llevada a cabo en su mayor medida por las diferentes publicaciones que fueron impulsadas durante años por el sector estudiantil (principalmente Taller y en segundo lugar Tauro 13).
Le corresponderá a la Tesis de Grado presentada en febrero de aquel año 1970 por el entonces bachiller Joel Sanz Pino inaugurar la sección estudiantil de Punto. De dicho trabajo es de donde proceden los dibujos que ilustran nuestra postal del día de hoy.
El proyecto con el que Sanz se gradúa, consistente en un sistema que sumaba vivienda y servicios para personas que se dirijan a zonas recreacionales estratégicamente ubicadas en el país que disfrutarían de estancias de más de un día, centra su atención en el diseño de unidades de vivienda móviles que estarían bajo la administración de un instituto recreacional promotor y garante del funcionamiento de la red “que las rentaría a los usuarios y cobraría a la devolución por servicios consumidos. Tendrían capacidad para dos personas, con posibilidades de remolcar otras unidades y de agruparlas estableciendo comunicación entre ellas”, según consta en la memoria preparada por su autor que acompaña los dibujos publicados en la revista.
Cada unidad “estará dotada de todos los servicios necesarios para la alimentación… y la higiene, así como todo lo necesario para que la actividad principal que en ellas se realiza (el descanso físico y mental) y sus derivados, se satisfaga a plenitud; incluyendo para ello desde butacas-camas adaptables a la posición del cuerpo, aire acondicionado, equipos de sonido, televisión, libros, hasta ropa desechable para actividades de recreación”.
Luego de detallar lo correspondiente al sistema de movimiento de las unidades, se señala que “la unidad de vivienda será de plástico, en dos piezas (más los equipos y el sistema de movimiento), fácilmente almacenable y transportable y se unirá a las unidades de servicio por una rosca universal que contendrá los ductos e instalaciones necesarias para dar servicio completo durante la permanencia en ese sitio y abastecimiento para subsistir 30 minutos aproximadamente. (…) Las unidades de servicio podrán ser fijas o móviles, ambas con posibilidad de ser autónomas o recargables, dependiendo de la existencia o no de redes de servicio en la zona recreacional; también podrán ser subterráneas o superficiales, de crecimiento horizontal o vertical, o sea, con la mayor flexibilidad posible de crecimiento y adaptabilidad para que puedan existir en cualquier zona recreacional”.
Más allá del hecho de haber sido el primer trabajo estudiantil publicado ampliamente en Punto luego de su “viraje”, el trabajo de Sanz tiene un alto significado en varios sentidos: demuestra claramente la presencia de un diseñador preocupado por un tema de importancia en el marco del necesario desarrollo turístico del país; se desmarca de lo que en la época se consideraban temas prioritarios apuntándose a otra línea de trabajo que observa la vivienda desde lo temporal; ofrece otra variante en la industrialización de piezas con fines de su masificación y la incorporación de nuevos materiales; permite demostrar, resolviendo hasta el más mínimo detalle, la capacidad de diseño de su autor; y demuestra una opción viable para poder desarrollar las habilidades de un arquitecto no necesariamente restringidas al diseño de edificaciones, preocupaciones que nunca abandonó Sanz durante su trayectoria tanto profesional como docente.
Sanz, quien realizó su tesis en el Taller González Almeida, teniendo como profesores asesores a Pablo Lasala y Carlos Gómez de Llarena, obtuvo una calificación de 19 puntos, honor que le fue reconocido en el acto de graduación del 12 de marzo de 1970. Durante su tránsito como estudiante de la escuela de arquitectura de la FAU UCV Sanz fue ganador de un concurso como preparador de Geometría Descriptiva, y fue preparador de los profesores Ángel Martin, Omar Carnevalli y Pablo Lasala. También realizó una pasantía con el arquitecto Jesús Tenreiro. Ya graduado, Sanz (1947-2013) ganaría el concurso de oposición para dar clases en el Sector de Historia y Crítica en la FAU UCV y llevaría adelante una fructífera trayectoria tanto como docente en el área de diseño como profesionalmente, formando parte de la oficina S+P+A Arquitectos C.A. la que le fue reconocida al serle otorgado el Premio Nacional de Arquitectura el año 2000.
La “sección estudiantil” de la revista Punto al igual que otras que ya habían ido apareciendo a lo largo de los años no tuvo el rigor y la sistematicidad requeridos. Sin embargo, hay que reconocer que la misma se mantiene en el número 45, se interrumpe en el 46 (dedicado en pleno a Carlos Raúl Villanueva), se amplía si se quiere en el 49-50 cuando las Unidades Docentes muestran sus lineamientos junto a los trabajos de sus alumnos, y reaparece en el 52 continuando sin interrupciones hasta el 55.
Como dato curioso, para concluir, solamente apuntar que formando parte de la presencia estudiantil en el número 54 (mayo 1975) de Punto, apareció un extracto del trabajo enviado por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV a la Confrontación Internacional de Escuelas de Arquitectura a celebrarse en Madrid durante el XII Congreso de la UIA que se iniciaría en mayo de aquel año. El tema propuesto por los organizadores del Concurso fue el diseño de un hábitat provisorio para auxiliar a las víctimas causadas por desastres. El diseño corrió a cargo del joven Juan Carlos Parilli y de cuatro integrantes del Sistema Nacional de Emergencia contando con la colaboración de un total de hasta 15 compañeros de estudio. El profesor guía del trabajo fue Joel Sanz. La breve memoria aparecida publicada recogía: “Se debían contemplar los aspectos siguientes: Organización de conjunto; servicios de infraestructura; servicios complementarios (sanitarios, escuela, comedor); y sobre todo la ‘vivienda de emergencia’ propiamente dicha, incluyendo detalles y el proceso constructivo. En este trabajo se desechó la idea de una vivienda para hacer frente a la situación de emergencia y se plantearon unidades de emergencia, con un propósito muy diferente. Caracas, diciembre de 1974”.
Se trataba de darle continuidad a un enfoque que ya quien guiaba al grupo había venido desarrollando desde que era estudiante, de no perder la oportunidad de participar en un concurso (cosa que también formaba parte del comportamiento del docente conductor), y tal vez del inicio de una relación que perduraría en el tiempo entre el profesor y el talentoso estudiante que encabezó el equipo.
ACA
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Todas. Colección Fundación Arquitectura y Ciudad (http://www.edicionesfau.com/index.php?main_page=page&id=14&chapter=0)
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Existen dentro de la historia de la arquitectura y el urbanismo venezolanos una serie de personajes que han ejercido una significativa influencia y han sido poco estudiados en el sentido de establecer el verdadero alcance de la misma. Se trata de empresarios, promotores u hombres de negocios que, además de haber sido exitosos en sus respectivos campos de trabajo, han mostrado un importante compromiso traducido en mecenazgo generoso y filantropía desinteresada, cubriendo el perfil de lo que hoy se conoce como “responsabilidad social empresarial”, sin buscar por ello ni cobertura periodística ni reconocimiento público.
Tal es el caso de Armando Planchart Franklin (1906-1978), quien destacó fundamentalmente en la comercialización de automóviles desde mediados de la década de 1930 y cuya habilidad innata para los negocios le permitió amasar a punta de honestidad y sacrificio, amén de una acertada inversión del dinero, una considerable fortuna sin que tal circunstancia le impidiese dar salida a una permanente inclinación por ayudar al prójimo.
Forjado desde la necesidad de trabajar desde muy joven para ayudar a su familia, motivo que lo obligó a dejar sus estudios, Planchart se inicia como mensajero en 1919 en el National City Bank (instalado en el país desde 1917) donde creció hasta alcanzar nivel de sub-gerente (el más alto que le era permitido a un venezolano), momento en que decide dar el salto a comienzos de los años 30, impulsado por un familiar, a la Corporación Venezolana del Motor (CVM). Vendiendo automóviles, muchos de los cuales entregaba personalmente a sus compradores en el interior del país, Planchart llegó a ser gerente de la agencia de la CVM en Maracaibo y creó la sucursal de San Cristóbal, eslabones todos que le permitieron posteriormente convertirse hacia 1935, aún muy joven, gracias a su eficiencia, honestidad y corrección y también a las buenas relaciones obtenidas en su desempeño en el City Bank, en principal representante independiente de la General Motors Company en Venezuela, comercializando las marcas Chevrolet, Buick y, de manera exclusiva, los lujosos LaSalle y Cadillac. Valga decir que la mayoría de los automóviles que formaban parte de la flota utilizada por los presidentes venezolanos desde la muerte de Gómez hasta comienzos de los años 60 fue comprada a la firma A. Planchart y Cía. Sucr. C.A. que los importaba, de la cual don Armando era accionista mayoritario. También proveyó de vehículos a la emergente clase media y especialmente a la alta burguesía caraqueña dentro de la cual poco a poco se fue abriendo espacio.
Luego de conocer justamente en 1935 y casarse al año siguiente con Ana Luisa Belén (Anala) Braun Kerdel (1911-2005), su fiel compañera y apoyo incondicional por el resto de su vida, se puede decir que se inicia el crecimiento de Planchart como empresario, como promotor cultural y como visionario que entendió que aportarle a la ciudad y a la arquitectura piezas de valor tenía sentido. Con Anala logró compartir buena parte de sus gustos complementándose de forma extraordinaria la pasión de ella por la vida en la ciudad y la de él por el campo. De la relación también nació el creciente interés de la pareja por el arte y la cultura en general, el amor por la naturaleza traducido en una impresionante colección de orquídeas y animales, la costumbre de viajar alrededor del mundo y el afán por estar al día, gracias a su afición por leer la revista Domus (dirigida por Gio Ponti), con cuanto acontecía en diseño y arquitectura a nivel internacional.
No es casual, por tanto, que Planchart fuese el promotor, financista y encargado de contratar a Josep Mimó i Mena para el diseño de la plaza de Bellas Artes, finalmente denominada de Las Tres Gracias, la cual donó a la ciudad en 1946 y para la que había adquirido con anterioridad la escultura de Pietro Ceccarelli (réplica de la original de Antonio Canova) que la preside. Tampoco que a la hora de invertir en la que sería la sede principal de su empresa en la urbanización El Conde (frente a Puente Mohedano), inaugurada en 1947 (hoy demolida), contratase a Clifford Charles Wendehack reconocido arquitecto norteamericano diseñador de obras previas realizadas en el país. Ni que fuese junto a sus socios de General Motors Overseas Operations de Detroit quien construyera el primer edificio ubicado en la plaza que ya había ofrecido a la ciudad: el CARS (1948-1951), proyectado por Pedro A. Dupouy, ícono que aún hoy conserva su elegante presencia en la esquina noroeste que da al Paseo Los Ilustres.
Es en ese marco y desde tempranas fechas que se manifiesta en Planchart su vocación de mecenas y promotor del arte nacional cuando en los espacios de Planchart y Cía. en Puente Mohedano se abre en 1948 el primer Salón Planchart (que continuaría hasta 1959), y será teniendo como epicentro esa misma sede que instalará el primer comedor para empleados que se conozca en la ciudad, permitirá que tengan sus consultorios los primeros médicos que ejercían la endocrinología (entre ellos Francisco De Venanzi y Eduardo Coll García) y estrechará su vínculo con los habitantes del vecino bario La Charneca con quienes colaboró aportando el sistema de bombeo de agua a las cotas superiores y construyendo la escalera principal de acceso al sector, señales claras de su responsabilidad social. Salvando las distancias, la actitud de Planchart tenía en la de Eugenio Mendoza Goiticoa, con quien entabló una cercana amistad, un claro referente.
Aunque es a través del diseño y construcción de la que sería su casa de habitación definitiva (“El Cerrito” o “Villa Planchart”) que la pareja pasa a ser conocida, tanto por la excepcional relación que sostuvieron con Gio Ponti su proyectista, como por la calidad de la edificación y colección de piezas artísticas que atesora, siendo hoy en día una de las obras de arquitectura de mayor reconocimiento internacional de cuantas hay en el país, Planchart y su esposa quisieron garantizar el mantenimiento y disfrute público de la quinta y a la vez canalizar su fortuna hacia obras de interés social, para lo cual crean en 1970 la Fundación Anala y Armando Planchart.
Desde la Fundación y con la intención ofrecer soluciones a uno de tantos problemas que nos aquejan, tal y como aparece en https://www.villaplanchart.net/la-fundacion/, es que deciden abocarse a “abrir un hogar donde muchos hombres y mujeres, condenados a la dura soledad en la vejez, puedan ir a pasar en un grato y humano ambiente de dignidad y comodidad, sus últimos años”, lo cual se concretará en la realización de un último edificio con el que se buscaba materializar dicha preocupación: la Residencia Caraballeda cuya fotografía de un segmento de la fachada principal engalana nuestra postal del día de hoy.
Planchart, quien se dedica con esmero a ubicar y adquirir un terreno con las mejores condiciones ambientales posibles (una especie de “cerrito” en la urbanización Caraballeda -Litoral Central-), entrega a Carlos Gómez de Llarena, para entonces joven y exitoso arquitecto, casado con su sobrina Ana Luisa Figueredo Planchart, y asociado con Moisés Benacerraf, la responsabilidad de elaborar el proyecto para el cual contará con la cercana colaboración del aún más joven Joel Sanz.
Gómez ganador junto a Manuel Fuentes y Moisés Benacerraf del Concurso del Palacio Municipal del Distrito Federal (1970), quien ya había realizado también con ese equipo el Centro Comercial Bello Monte (1971) y ejecutaba en simultáneo los proyectos para la Torre Europa y el hotel Meliá Caraballeda (inaugurados ambos en 1975), resuelve el programa de la residencia encargada por Planchart utilizando una sola crujía con la finalidad de darle visuales hacia el mar y ventilación cruzada al total de las sesenta y seis habitaciones y nueve suites, todas con baño privado, que conformaban el grueso del programa. De allí derivaría como resultado la forma estrecha, alargada y ondulante (95 m de largo por 12 m de ancho) que se asumió como partido del edificio que se posa siguiendo las curvas de la topografía sobre los 10.000 metros cuadrados que tiene el sinuoso terreno. El resto del programa lo conformarán: comedor, biblioteca, salas de juegos y de terapia ocupacional (ubicados en la amplia, cómoda y abierta planta baja y sus respectivas terrazas), áreas de enfermería, áreas de servicios (cocina, lavandería, depósito, mantenimiento), capilla y espaciosos jardines tropicales. Los cinco pisos y un sótano que integran la edificación fueron resueltos utilizando un sistema estructural aporticado que recurre al uso de pantallas en cuyos volados se desarrollan largos corredores y balcones que reconocen la vista marítima lejana.
Iván González Viso en el artículo sobre la Residencia Caraballeda publicado en Caracas del valle al mar. Guía de arquitectura y paisaje (2015) acotará: “El dinamismo y la horizontalidad del bloque se acentúan con los balcones continuos, y las barandas de pletinas de aluminio que recorren toda la fachada, forman parte integral del volumen y desmaterializan su forma. La luz y la temperatura se controlan a través de romanillas, ventanas de madera y vidrio, celosías y espacios intermedios. La capilla, pequeña e íntima, de planta circular, se ilumina cenitalmente con los coloridos vitrales de Alejandro Otero (1921-1990), colocados en la cubierta en forma de cruz, soportada por cuatro pares de columnas cilíndricas. (…) … la residencia guarda relación formal con el Hotel Meliá Caribe (1975), proyectado en la misma época por Gómez de Llarena”.
Planchart, quien tenía una espaciosa casa en Tanaguarena de nombre “Churuata”, vecina a la de su concuñado Arturo Uslar Pietri (casado con Isabel Braun Kerdel, hermana de Anala) con quien mantenía una fraternal cercanía, acostumbraba a bajar a inspeccionar con frecuencia el avance de las obras de la residencia acompañado del arquitecto, quien relata que don Armando puso especial cuidado en la dotación de la capilla y en la excelencia en cuanto a la escogencia de los materiales. También la estrecha relación arquitecto-cliente llevó al primero a prescindir del cobro de honorarios profesionales mientras el segundo asumía el costo directo de todo lo relacionado a la obra y del resto de los profesionales involucrados en el proyecto.
Considerada como una obra modélica dentro de su tipología, única en Venezuela, la Residencia Caraballeda ha aguantado los avatares del tiempo (incluido el deslave de Vargas de 1999) y las inclemencias del clima gracias a su ubicación por encima de los 100 mts sobre el nivel del mar circunstancia que la ha protegido sobre todo del demoledor efecto del salitre que hay en la zona. En tal sentido se conserva bien mantenida por la Fundación Anala y Armando Planchart (presidida por Carlos Armando Figueredo Planchart) y sigue prestando servicio de primera a personas mayores que aún gozan de buena salud.
Armando Planchart recordado por su amabilidad, bonhomía y excelente sentido del humor, falleció en 1978 logrando ver culminado su sueño y dejó para la posteridad un legado que, como comentamos al inicio, merece ser estudiado y reconocido.
ACA
Procedencia de las imágenes
Postal. http://guiaccs.com/obras/residencia-caraballeda/
1, 3 y 4. Archivo Fundación Anala y Armando Planchart.
2. https://twitter.com/gfdevenezuela/status/860648277838098432
5. http://guiaccs.com/obras/edificio-cars/
6. https://prodavinci.com/el-cerrito-la-cumbre-de-la-modernidad-caraquena/
7 y 10. http://carlosgomezdellarena.blogspot.com/2010/10/residencias-caraballeda-1976_16.html
8. https://iamvenezuela.com/2016/03/ancianato-caraballeda/
9. Colección Crono Arquitectura Venezuela y https://iamvenezuela.com/2016/03/ancianato-caraballeda/
El pasado domingo 29 de agosto en la nota “TAL DÍA COMO HOY…”, pasamos inexcusablemente por alto que en esa fecha también, muy relacionados con nuestra cultura, se produjeron el nacimiento en 1920 de Miguel Arroyo (f. 2004) y el fallecimiento en 2008 de Joel Sanz (n. 1947), dos personas que además de destacar en sus respectivos ámbitos profesionales dejaron una huella indeleble como docentes en las generaciones que formaron.
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Para subsanar (sólo en parte) la primera de esas importantes omisiones que se nos hizo patente al visitar la página de facebook de nuestro amigo Enrique Larrañaga, le hemos pedido autorización para transcribir el sentido texto que elaborara hace un año con motivo del centenario del nacimiento de Miguel Arroyo.
El 29 de agosto de 1920, hace hoy cien años, nació en Caracas Miguel Arroyo, persona y personalidad fundamental en el desarrollo artístico venezolano durante el siglo XX y en su introducción a la modernidad.
Desarrolló su trabajo como ceramista, diseñador, museólogo, museógrafo, crítico y teórico y, en mi opinión, esa variedad de dedicaciones pueden resumirse en su permanente y persistente afán docente. Así tuve la suerte de conocerlo cuando no sabía quién era y mi padre me sugirió que le preguntara cuál era la diferencia entre grabados y aguafuertes (se lo había preguntado a él y tampoco sabía) en la inauguración de una exhibición de Goya en el Museo de Bellas Artes y aquel hombre, que hoy presumo muy ocupado con las obligaciones de una inauguración, le dedicó un tiempo que percibí muy largo y minucioso a un muchachito a quien paseó por buena parte de la muestra haciéndole ver las diferencias entre las técnicas a partir de su expresión en las obras y sus soportes.
Años más tarde disfruté su sabiduría (tan intensa que podía desplegarla sin alarde alguno sino con una humildad sobrecogedora) en la Universidad Simón Bolívar y en las varias veces en que me recibió en su casa para conversar sobre casi cualquier tema, consultar dudas, apoyar inquietudes y compartir su extensa biblioteca (de la que me regaló más de un libro que hoy atesoro con el doble interés de los títulos y de su origen).
Hasta en este país desmemoriado e ingrato con sus verdaderos héroes estoy seguro que la fecha generará distintos homenajes y recuerdos y en cada uno seguramente se destacará alguna o varias de las muchas facetas de su trabajo y su legado.
En esta breve nota apenas quiero recordar, con profundo agradecimiento, la generosidad didáctica de ese hombre que compartía lo que sabía y lo que le preocupaba con verdadero interés y serena contundencia, Virtudes que quienes tuvimos la suerte de nutrirnos de ellas recordaremos siempre; cada siglo que pase, como lo hacemos con emoción en este primer siglo de presencia de un maestro integral que hoy se cumple.
Enrique Larrañaga
Síntesis biográfica
Miguel Gerónimo Arroyo Castillo nació en Caracas el 29 de agosto de 1920.
Fue ceramista, pintor, diseñador, museólogo, museógrafo, crítico y teórico del arte. Entre 1934 y 1937 asistió a la Academia de Bellas Artes, posteriormente llamada Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas, donde inició su formación de la mano de Antonio Edmundo Monsanto. En 1937, a los 17 años de edad, fue asistente de Luis Alfredo López Méndez realizando con él en 1939 diferentes intervenciones artísticas en el interior del Pabellón de Venezuela en la Feria Mundial de New York, ciudad en la que vivirá durante dos años. En 1943 expuso en la sección de pintura del IV Salón Oficial Anual de Arte Venezolano (MBA) la obra Negros e India. Profesor de Dibujo e Historia del Arte en el Liceo de Aplicación de Caracas (1944-46), entre 1947 y 1948 realizó una especialización en Educación Artística en el Carnegie Institute of Technology de Pittsburgh. En 1950, se une al grupo Los Disidentes, liderados desde París por Alejandro Otero. Desde 1951 hasta 1953 trabajó en diseño de interiores y muebles. En 1953, es nombrado profesor del curso de cerámica y de esmalte sobre metal de la Escuela de Artes Plásticas, la Escuela que lo había formado. En 1956 diseñó dos murales tridimensionales y cuatro murales que sirven de división en el Taller de Ensayos de Texturas (hoy Taller Galia) en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela (UCV). En 1954 fue reconocido con el Premio Oficial de Artes Aplicadas del Salón Oficial Anual de Arte Venezolano (Museo de Bellas Artes) con un conjunto de piezas cerámicas. Entre 1957 y 1959 fue profesor Jefe del Taller de Plástica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV. Diseñó e instaló la colección egipcia del Museo de Bellas Artes, del cual fue director entre 1959 y 1976. Durante su gestión, organizó el museo en departamentos y curadurías, así como también el Servicio de Registro. Profesor invitado de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Simón Bolívar entre 1976 y 1981 y profesor en la Escuela de Artes de la Facultad de Humanidades de la UCV entre 1978 y 1985. Su libro Arte, Educación y Museología: Estudios y Polémicas 1948-1988 (Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1989), recopila sus ensayos críticos. En 1992 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Fallece en Caracas el 3 de noviembre de 2004.
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Para dejar al menos una pincelada sobre la figura de Joel Sanz apelamos primero a la nota, también muy emotiva, montada justo el pasado domingo 29 de agosto por Víctor Sánchez Taffur en su página de Instagram, y luego al texto “LO MEJOR DE NUESTRAS VIDAS (A causa de una ausencia)”, publicado por Oscar Tenreiro el 7 de septiembre de 2013 en el diario TalCual y que se encuentra desde esa misma fecha en su blog Entre lo cierto y lo verdadero.
Joel fue arquitecto y un profesor a tiempo completo, un monje del claustro académico. Gracias a su legado docente obtuvo los méritos suficientes para recibir el Premio Nacional de Arquitectura de Venezuela en el año 2000.
Fue uno de los fundadores de la Unidad Docente Nueve, y allí dio clases alrededor de cuatro décadas. Por cierto, la UD9 se prepara para cumplir sus 50 años en este 2022 y es importante recalcar que el maestro Sanz dirigió como coordinador casi la mitad del tiempo que tiene el grupo académico.
Conocí a Joel a los 15 años, luego entré a estudiar arquitectura, trabajé en su oficina, compartimos infinidad de actividades, clases, eventos, viajes y reuniones. Fuimos amigos.
Estas imágenes pertenecen a la última vez que visitó mi curso y los estudiantes tuvieron la oportunidad de escucharlo.
Hoy se cumplen 8 años del fallecimiento del maestro Joel Sanz, pasa el tiempo y seguimos escrutando todas las cartas que nos dejó sobre la mesa.
Víctor Sánchez Taffur
I
Ricardo Lagos, ex-Presidente de Chile declara en una entrevista para El País de Madrid: En Chile, la dictadura nos robó lo mejor de nuestras vidas. ¿No podemos decir los venezolanos, exactamente lo mismo? Lo creo, y vuelve en mí esa convicción con toda su fuerza con motivo de la reciente muerte, súbita, del colega Joel Sanz, nacido en Noviembre de 1947.
Si dejamos aparte todo aquello que nos hace singulares, Joel era uno más de los venezolanos que han visto con estoicismo mezclado con una muy explicable sensación de frustración el transcurrir de los últimos quince años, dominados por una especie de reinado de la mediocridad y el resentimiento. Tiempo en el cual el desdén hacia la idoneidad profesional en provecho de la sujeción política ha sido la norma, con algunos momentos, muy raros y ya lejanos en el tiempo, de efímera apertura.
Sabemos que esa sujeción impuesta desde el Poder ha sido un mal venezolano, pero en este tiempo de espejismos revolucionarios ha llegado a niveles como nunca en nuestra historia. Y si los espacios de trabajo públicos para los arquitectos han sido aquí tradicionalmente una reserva para allegados y amigos, siempre hubo alguna posibilidad de que se abrieran oportunidades, algo que hoy resulta prácticamente imposible a menos que se cultive y rinda culto a la hipocresía.
En un escenario así personas como Joel Sanz, veraces, de cordialidad sincera pero nunca complaciente, conscientes de que su valor personal y profesional era resultado de un proceso de maduración profundo y auténtico, en el que las apariencias poco contaban, tenía necesariamente que verse en situación difícil, colocado en cierto modo al margen, en una frontera problemática.
II
Todos en nuestro mundo profesional hemos estado asediados por este contexto hostil y desde todo punto de vista absurdo en un país donde todo está por hacerse. Y la muerte de Sanz, Premio Nacional de Arquitectura del año 2000, nos lo hace notar, de nuevo, de un modo estridente y doloroso.
Toda muerte, eso creo, es un mensaje, una llamada, una señal a menudo incomprensible. Y para mí la de Joel Sanz, aparte de esa dificultad para entenderla, me induce en cierto modo a gritarle en la cara a quienes teniendo en sus manos la posibilidad de que gentes como él dijesen una palabra fuerte a través del hacer, de su obra, se mantengan pasivos o incluso sigan practicando esa absurda doctrina de la exclusión, asunto central del proceder público dominante aquí. Porque Joel era un arquitecto que pudo construir muy poco hasta llegar últimamente a enfocarse sólo en la docencia, pese a su muy sólida formación: conocimiento constructivo que se expresaba por ejemplo en el dominio del detalle, hábil y atractivo manejo de los materiales, un sentido intuitivo de las formas de trabajo de la estructura, y una gran facilidad para la organización del edificio. Todo unido a un sólido compromiso estético que lo llevó a proponer imágenes de arquitectura que deben perdurar aunque sea en el mundo virtual, tarea que corresponde realizar ahora a sus legatarios, sus colegas cercanos del mundo universitario (la Unidad Nueve de la UCV), compromiso docente que cultivó con entrega y una rara vocación. Porque no puede dejarse de relacionar la personalidad de Sanz con esa labor de profesor que estimuló en muchos el amor a la arquitectura, a la vez que insistía en la necesidad de rigor, de estudio y de trabajo fuerte, virtudes que le fueron propias.
III
Era Joel Sanz ese tipo de arquitecto nuestro que, sin estar demasiado consciente de ello, ejerce considerando suyas las mejores cosas de la tradición moderna: la forma es esencialmente resultado y mucho menos imposición previa, siendo la organización del edificio uno de sus orígenes; la propuesta estructural se asume como hilo conductor del proceso; el edificio resuelve problemas, responde a ellos, se vincula positivamente a un programa sin que este requisito se imponga; agudeza en la identificación de ciertas líneas maestras que orientan el diseño (la topografía, los accidentes naturales, las direcciones visuales en contextos urbanos); importancia de las proporciones: el hombre como referencia permanente. Agudeza ayudada por un talento innato, reconocible en su capacidad para el dibujo, expresiva, precisa, capaz de, incluso, llevarlo a la vez por direcciones opuestas, lo cual le provocaba no pocos conflictos. Y objetivos estéticos muy bien inscritos en nuestro momento histórico. Tal vez digo demasiadas cosas difíciles de expresar (recordemos que la arquitectura se muestra, no se explica) pero sé también que hay pocos arquitectos de ese tipo aquí y en cualquier parte, porque ha ido pesando demasiado la superposición de modas o tendencias orientadas por la pulsión artística.
No creo que haya entre los colegas de aquí, que ven en nuestra disciplina un sentido más profundo que el de simple medio de sustento, conscientes de su dimensión cultural, de las exigencias intelectuales en el sentido tan bien definido por Carlos Raúl Villanueva, que dude en decir que con la muerte de Joel Sanz pierde Venezuela uno de sus mejores arquitectos. Y lo más irónico, lo que precisamente nos lleva a increpar al puñado de colegas que conscientes o no de su complicidad son parte de una suerte de mafia sumisa que soporta directa e indirectamente la parodia política que rige a Venezuela, es que muere sin haber podido dejarnos lo que sus capacidades le hubieran permitido hacer. La cultura venezolana es la que pierde y eso cuenta, porque en ella se mostrarán las consecuencias de la desgraciada coyuntura política que hemos vivido, sea cual sea su nombre, durante quince años. Y ha hecho posible tantas cosas que nos han robado lo mejor de nuestras vidas.
Oscar Tenreiro
Síntesis biográfica
Joel Sanz Pino nació en Caracas el 23 de novimbre de 1947.
Fue arquitecto, diseñador y docente. En 1964 se inscribe en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. Mientras estudiaba realizó una pasantía con el arquitecto Jesús Tenreiro. Recibe su título de arquitecto el 12 de marzo de 1970 graduándose con honores. Fue ganador de un concurso como preparador de Geometría Descriptiva, y fue preparador de los profesores Ángel Martin, Omar Carnevalli y de Pablo Lasala quien fue su profesor y luego amigo. En el año 1971 comienza a trabajar con el arquitecto Carlos Gómez de Llarena y desarrollan una Residencia para ancianos en Caraballeda para la Fundación Planchart. En el año 1972 funda un taller de proyectos, junto a Pablo Lasala, Carlos Gómez de Llarena y Jacobo Koifman, que se denominó Unidad Docente 5, que pasó a ser Unidad Docente 7 y luego Unidad Docente 9, taller que actualmente continúa en la Facultad de Arquitectura, que cuenta con 40 años de actividad académica, del que Sanz fue coordinador desde el año 1985 hasta el año 2005. Ha sido profesor de Historia de la Arquitectura Moderna desde 1980 hasta 1984, profesor invitado al Taller de Diseño Inter-facultades de la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile en Santiago de Chile en el año 1998, profesor de la Maestría de Diseño Urbano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en el año 2000 y en noviembre de 2007 fue Profesor Visitante de la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue coordinador de la publicación Carceri d´ Invenzione, v 2.0, que incluyó los proyectos de titulación de sus alumnos en el primer período académico del año 2005. Como profesor de la asignatura Diseño sus alumnos han obtenido 21 premios Axis: 8 premios únicos y 13 menciones. En 1975, se une a Juan Carlos Parilli y Francisco Arocha como socio de la firma S+P+A, Arquitectos, C.A. Participó en gran cantidad de proyectos de diferentes escalas, y de concursos de arquitectura ganando cuatro premios y cuatro menciones honoríficas. El año 2000 obtiene el Premio Nacional de Arquitectura.
Fallece en Caracas el 29 de agosto de 2013.
ACA
Procedencia de las imágenes
1 izquierda. http://vereda.ula.ve/wiki_artevenezolano/index.php/Arroyo,_Miguel
1 derecha. https://oscartenreiro.com/2013/09/14/no-perder-el-alma/
4. https://www.facebook.com/search/top?q=enrique%20larra%C3%B1aga
5, 6 y 16 derecha. Colección Fundación Arquitectura y Ciudad.
8. https://www.flickr.com/photos/hzdedalus/14870403299 y-horizontes-del-taller/ y https://www.picuki.com/tag/TallerGalia
10, 11, 15 y 16 izquierda. https://sancheztaffurarquitecto.wordpress.com/2010/10/15/bitacora-de-tres-propuestas-para-quibor-museo-antropologico-de-quibor-francisco-tamayo-joel-sanz-venezuela/
12, 14 y 17. Colección Crono Arquitectura Venezuela.
13. https://hanniagomez.blogspot.com/2009/01/joel-sanz-premio-nacional-de.html
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