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Arquitectura, ¿adónde vas?

Los últimos iconos construidos en Corea y Dubái coinciden en el tiempo con proyectos marcados por la preocupación social en México. La crisis obligará a elegir

Anatxu Zabalbeascoa

Exterior de los almacenes The Galleria diseñados por OMA en Gwanggyo (Corea del Sur).

12 de septiembre 2020

Tomado de El País/Babelia

La arquitectura construye el mundo, no puede proyectar de espaldas a él. Para anticipar el futuro y dar respuesta a nuevas urgencias debe arriesgar. El resultado puede acertar o fallar, y entonces convertirse en un testigo incómodo. Ese equilibrio inestable entre tratar de anticipar las necesidades del mañana y erigirse en recordatorio de fallos del pasado convierte esta disciplina en un arte lento. La industria que también es trabaja despacio por otros motivos. Contrariamente a lo que podría sospecharse —por la constante invención de materiales y la imparable mejora del desarrollo tecnológico—, los tiempos de la arquitectura están cada vez más dilatados. En parte porque la tecnología superavanzada o los materiales ultrainteligentes no son siempre los más apropiados, económicos o disponibles; en parte por la burocracia de controles normativos y, en una parte no desdeñable, porque ya hemos aprendido que lo que encarece muchos proyectos arquitectónicos no son solo las ocurrencias, o los malos cálculos, de algunos arquitectos, sino también las contabilidades paralelas: las enormes, y con frecuencia oscuras, cifras que mueve la construcción. Así pues, hace ya mucho tiempo que el juego no está solo en manos de quienes proyectan edificios y ciudades, si es que alguna vez lo estuvo, cuando cliente y arquitecto buscaban un mismo fin: la legendaria inmortalidad.

¿Qué ocurre ahora? ¿Se está dando una arquitectura de reacción ante los grandes problemas que sacuden el planeta? Entre construir en balde un oxímoron como un hospital de campaña permanente —también tiene un coste mantener lo innecesario— o dotar de infraestructuras, por rudimentarias que sean, a quienes las necesitan hay un mundo. Lo primero es incomprensible desde la lógica del uso, pero la lógica de la corrupción es más perversa que la de la función. Lo segundo requiere que el arquitecto sea, además de proyectista, agente social. Entre esos dos extremos hay necesarias ideas de reciclaje urbano, acondicionamiento energético, convivencia cicatrizante con lo existente y, por supuesto, el esfuerzo sisífico de reinventar la pólvora para que no cese el espectáculo. Una pregunta siempre pertinente consiste en descubrir qué es hoy la verdadera pólvora arquitectónica. La respuesta debería extender la sostenibilidad de lo energético y lo material a lo social.

Más allá de un creciente peligro global que pone a prueba nuestra capacidad de acuerdos y evidencia nuestros desacuerdos, la plaga de la covid-19 es un aviso muy serio sobre las formas de vida, la explotación del planeta y las prioridades de las últimas décadas. Esa advertencia se refleja en la arquitectura que se está proyectando ya en intervenciones efímeras que —como sucede durante los grandes eventos— han tenido una escala urbana. Se trata de un urbanismo, en principio temporal, que ha devuelto las calles a los ciudadanos —limitando el tráfico de coches— y que algunas alcaldesas, como las de París o Barcelona, han comenzado a adoptar para transformar permanentemente sus ciudades.

Nueva sede de Swatch en Biel (Suiza), de Shigeru Ban.

Ese espíritu de lógica social no es nuevo. Lleva años presente en trabajos poco publicitados por humildes o porque su construcción no tiene una repercusión económica más que en quien apenas tiene. Informar sobre la convivencia de arquitecturas es una obligación y una riqueza. En la cosecha arquitectónica del coronavirus conviven, como sucede tras las crisis, una mezcla de autocrítica, buenas intenciones y sálvese quien pueda. Junto a las propuestas de reconquista ciudadana —que cuestionan también la prioridad conferida al turismo que ha vaciado los centros urbanos— afloran iniciativas para expandir el ámbito de la arquitectura, propuestas para hacerla seriamente sostenible y también una voluntad de aumentar la espec­tacularidad de la disciplina.

Empecemos por el final. En la versión más llamativa de la nueva arquitectura, el ganador es Rem Koolhaas, al mando del estudio OMA, con los grandes almacenes levantados en Gwanggyo (Corea del Sur), para el grupo empresarial Galleria. Morfológicamente, el edificio trata de acercarse a una roca. Esa ambición deja al espectador con la duda de si se trata de un inmueble realmente feo —y por siniestro justamente sorprendente— o si es de nuevo Koolhaas el que se adelanta a lo que todavía no alcanzamos a comprender. No se trata —no sobra decirlo— de juzgar maniqueamente un inmueble como bonito o feo. Se trata de reaccionar a una primera impresión justificada por los arquitectos a partir de “la falta de peso visual del barrio”, una ciudad dormitorio sin historia a 25 kilómetros de Seúl. Es cierto que el panelado pétreo triangular que lo envuelve logra más expresión que los rascacielos que lo rodean, pero la banda externa —que construye una lúcida circulación perimetral— termina envolviendo la roca como la cinta del lazo en un regalo. Vistas las circulaciones perimetrales de la Biblioteca de Seattle o la de Doha, cabe plantearse si Koolhaas no será fundamentalmente bueno en organizar el desfile de los usuarios y el resto se lo juega al alto riesgo: para arraigar el barrio, ha hecho aterrizar un meteorito.

Otro de los nuevos proyectos es un agujero enmarcado, firmado póstumamente por Zaha Hadid, que inevitablemente también sorprende desde su espectacular forma. Está en Dubái, a pocos metros del rascacielos más alto del mundo, el Burj Khalifa. Se llama Opus, pertenece al grupo hostelero español Meliá y está formado por dos torres unidas en la base y la corona. El agujero que las separa actúa como un patio de luces y permite el control de seguridad en los accesos. Su audacia formal contrasta, sin embargo, con la decisión poco razonable de construir en el desierto con una fachada de vidrio, el llamado muro cortina. Es cierto que ese acabado hace que el propio edificio desaparezca entre los reflejos de sus vecinos, pero más allá de ignorar el genius loci, la lógica energética hace agua y eso termina hablando de pasado. Y pesando sobre el futuro.

Proyecto para ampliar viviendas con estructuras de bambú reciclado de la mexicana Rozana Montiel.

La voluntad de construir rápido y el valor de los espacios intermedios —con ventajas del exterior como la luz natural y la protección de un interior— están presentes en el último de los proyectos inaugurados por el japonés Shigeru Ban: el Campus Swatch en Biel, Suiza. Aquí, la sede de la empresa relojera se abraza a la fábrica de Omega como una lombriz gigante. Se trata de un proyecto muy visual que, sin embargo, es un sobresaliente ejercicio de innovación. Más o menos caprichosa, la forma es consecuencia de una voluntad transformadora: uno de los mayores edificios construidos con madera en el mundo. El Campus es también el mayor proyecto de Ban hasta la fecha y lleva a la arquitectura empresarial lo que su estudio ha aprendido trabajando con la de emergencia. La cubierta —formada por 7.700 plafones de abeto— contrasta con el volumen cartesiano de la fábrica levantada también con una estructura de madera.

Con todo, es la versión más voluntariosa de la arquitectura actual la que resulta más revolucionaria porque busca impulsar cambios mucho más necesarios que arbitrarios. Arquitectas como las mexicanas Mariana Ordóñez y Jesica Amescua defienden la disciplina como proceso colaborativo, es decir, diseñan con los usuarios. Trabajan con comunidades de mujeres identificando necesidades urgentes y proponiendo soluciones constructivas y culturales. Escuchan, dialogan, proyectan y hasta recaudan dinero desde la propia web de su estudio, Comunal. No están solas en esa nueva versión del arquitecto-agente social. Como el estudio Shau en Indonesia o Anna Heringer en Bangladés, también el Pritzker Shigeru Ban recauda donativos para sus llamados proyectos de emergencia: las viviendas temporales que enseña a construir tras terremotos, tifones o —en su propio país— desastres nucleares.

Compartiendo esa urgencia de lo que no admite demora, de nuevo en México, las arquitectos Rozana Montiel y Alin V. Wallach idearon hace unos meses el proyecto Un cuarto más: una sencilla estructura de bambú y aluminio reciclado que —con muy bajo coste y menos de dos semanas de obras— amplía las casas en sus azoteas. En la línea de las viviendas incrementales de Alejandro Aravena, se trata de colocar una casa sobre otra aprovechando la vivienda existente como cimientos y utilizando la distancia del suelo como protección. Los arquitectos buscaban hacer crecer las casas sin esfuerzo y evitando un gran desembolso económico. Montiel habla de combatir el hacinamiento. También de reducir la violencia intrafamiliar.

De la misma manera que la verdadera escritura debe enseñar a escapar, hay una arquitectura que enseña a pensar. Por eso es inesperada. Vivimos una época en la que lo poco está empezando a sorprender más que lo mucho. Y si a la arquitectura espectacular se le resta la sorpresa, ¿qué le quedará? El coronavirus está evidenciando que la necesaria sostenibilidad no es solo una cuestión energética. TheNew York Times lo ha convertido en titular: “Hay que ayudar a los que no tienen nada”. No es únicamente un tema de justicia social, es una cuestión de supervivencia económica: sin clientes, el mercado, como la arquitectura, deja de existir.

ACA

ALGO MÁS SOBRE LA POSTAL Nº 229

Convocado a finales de octubre de 1997 por la Asociación Venezolana de Amigos del Arte Colonial y el Instituto de Patrimonio Cultural, el Concurso de Ideas para el Edificio de Apoyo al Museo de Arte Colonial-Quinta Anauco, cerró la recepción de trabajos el 20 de enero de 1998.

Las bases del concurso establecían la necesidad de proyectar un área complementaria al museo que comprendiera, por un lado, biblioteca, sala de exposiciones, cafetín y librería y, por el otro, un área de 1.200 m2 para el uso de oficinas rentables. Pero el elemento más disonante y difícil de integrar sería la incorporación de un estacionamiento mecánico para un mínimo de 120 automóviles. Así mismo, entre otros requisitos fundamentales, se encontraba el generar una conexión entre la zona del museo y el terreno adyacente donde se planteaba el desarrollo del concurso, ubicado sobre la avenida Panteón en la urbanización San Bernardino, Caracas.

1. Propuesta ganadora del Concurso de Ideas para el Edificio de Apoyo al Museo de Arte Colonial-Quinta Anauco. Miguel Acosta y Clauda Jubes. Perspectiva general desde la avenida Panteón.

El calificado jurado integrado por Tomás José Sanabria, Juan Pedro Posani, Gustavo Legórburu, Graziano Gasparini y Pedro J. Mendoza, luego de varias sesiones de revisión y discusión, emitió su veredicto el 17 de febrero de 1998 acordando declarar ganadora del primer y único premio a la propuesta presentada por los arquitectos Miguel Acosta y Claudia Jubes, quienes se verían recompensados por un monto de tres millones de bolívares donados por la Presidencia de la República (ejercida en aquel entonces por Rafael Caldera) y por la ejecución del anteproyecto. Justamente uno de los dibujos que conformaron la entrega triunfadora es el que hemos escogido para ilustrar nuestra postal del día de hoy.

Como reconocimiento, se otorgaron además 4 Menciones de Honor a los planteamientos presentados por los arquitectos Alessandro Famiglieti, Doménico Silvestro, Francisco Bielsa y Carlos Pou.

El material entregado por todos los concursantes sería exhibido posteriormente en los espacios expositivos de la FAU UCV y un resumen de las propuestas galardonadas fue publicado en el número 239 de Arquitectura HOY del 27 de febrero de 1998.

La potente proposición arquitectónica presentada por Acosta y Jubes apeló a la idea de resolver en un solo contenedor todas las funciones exigidas por los organizadores del concurso, el cual se elevaría para lograr una plaza de acceso sobre la avenida Panteón y sería envuelto por una piel de romanillas que garantizaría la uniformidad de lectura de los dispares usos que conformaban el programa. En otras palabras, la ampliación fue concebida como gran puerta de entrada al Museo de Arte Colonial. En los niveles inferior y superior del edificio se colocarían las áreas complementarias y rentales, respectivamente, ocupando el grueso del volumen el estacionamiento. En la transición entre la base y el bloque suspendido se establecería la conexión con el museo la cual también podría ser accesible independientemente desde la plaza de entrada.

Tratándose de un Concurso de Ideas el jurado premió justamente aquella que se mostraba más clara, sugerente, contundente y bien representada para lo cual tuvo mucha influencia la excelente mano que como dibujante posee Miguel Acosta, autor de las imágenes más seductoras e impactantes.

2. Propuesta ganadora del Concurso de Ideas para el Edificio de Apoyo al Museo de Arte Colonial-Quinta Anauco. Miguel Acosta y Clauda Jubes. Fachada.

Acosta, egresado como arquitecto de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV en 1979, inicia paralelamente su incursión en las artes plásticas en 1975 cuando se inscribe en el taller de dibujo clásico dictado en la Escuela de Arquitectura por Charles Ventrillon-Horber, en el cual permanecerá hasta 1977. Posteriormente, en 1979, cursa el Taller de Pintura a cargo de José Mohamed. Entre 1979 y 1984 reside en París, período durante el cual profundiza sus estudios de arquitectura con un posgrado en la Unité Pédagogique d’Arquitecture de Villeneuve d’Asq de Lille (1980-1982) y desarrolla proyectos junto al arquitecto Ricardo Porro. A su regreso se vincula a la actividad docente en el área de diseño de la escuela que lo formó donde enseñó desde 1984 hasta 2014 combinando dicha actividad con el ejercicio de la profesión y con su pasión por el dibujo, que complementará con la escultura y la pintura.

De lo que se recoge en su biografía publicada en https://miguelacostaarteyarquitectura.wordpress.com/, la diversidad de ámbitos en los que Acosta se desenvuelve “apuntan a una comprensión de la arquitectura y el diseño en su dimensión artística y cultural, y al abordaje de estas disciplinas como unidades intrínsecamente ligadas a las experiencias estéticas que ligan la historia del arte a través de la arquitectura y la ciudad como máximo exponente de la cultura”.

En el ejercicio profesional Acosta siempre ha manifestado un particular interés por participar en concursos lo cual le ha valido, además de ser el ganador del que hoy nos ocupa, la obtención de igual distinción en el convocado para el Teatro de El Hatillo (2001), para el Mercado Popular de Antímano (2013), para el Banco Central de Venezuela en Puerto Ordaz (2015, integrado al equipo de VAV Proyectos y Construcciones) y para la Rehabilitación y Remodelación de la histórica sede de la Oficina Postal de Miami (2015), además del segundo premio en el de la Escuela de Danza de la Ópera de París, Nanterre (1983) y en el del Concejo Municipal del Distrito Sucre (1986) a los que se suma la Mención Honorífica obtenida en el certamen para el Complejo Residencial IPASME (2004). Como fruto parcial de esta experiencia acumulada surgirá su Trabajo de Ascenso a la categoría de Asistente FAU UCV titulado “Distancias y aproximaciones entre dibujo e idea. Experiencia en cuatro concursos de arquitectura” de 2004.

De su práctica profesional vale la pena destacar la Casa Bahía, Isla de Margarita (1988); la quinta Preludio o “Los Músicos”, Monte Elena, Caracas (1990 en colaboración con Rafael Montes), y su participación en el equipo que elaboró el Plan Parroquial de la Parroquia Sucre, Caracas (1994). Entre sus experiencias más ligadas al arte urbano se encuentran los Portales del Parque de los Caobos, Caracas (1996) y el Mural de la Plaza de Los Palos Grandes, Caracas (2008).

La enseñanza del dibujo la ha combinado Acosta con la comprensión, el reconocimiento y el registro de los valores que toda ciudad posee en sus espacios públicos y edificaciones. De allí surgió en 2009 la idea de conformar grupos de 20 participantes (mayoritariamente estudiantes de arquitectura, urbanismo, diseño, ingeniería civil y carreras relacionadas con las artes plásticas) con los que comenzó a recorrer Caracas dibujándola, actividad que se extendió a Mérida y Barquisimeto y también, entre otras, a Barcelona, Berlín, Nueva York, París, Bogotá, Quito y Buenos Aires, dándose así origen a la Fundación “Dibujo de ciudad” que mantiene activa desde Miami donde Acosta reside desde 2016 y cuyos resultados se pueden observar en el blog arriba señalado, en Instagram y Twitter @dibujodeciudad y en Facebook Dibujo de Ciudad.
“La ciudad –ha dicho Acosta- me interesa como territorio donde el ser humano se demuestra, se comprueba. Ese acto de comprobación está en la historia. Pero para verla así, hay que verificar de dónde viene. El crecimiento de una ciudad es similar al de una célula que se subdivide y apodera, prolifera, invade y se multiplica… para descifrarla se requiere de las herramientas del acto creativo a través del dibujo, la pintura, y la integración de las artes a la ciudad…”.

3. Propuesta ganadora del Concurso de Ideas para el Edificio de Apoyo al Museo de Arte Colonial-Quinta Anauco. Miguel Acosta y Clauda Jubes. Vista panorámica donde se incluye a la derecha la Quinta Anauco

El Edificio de Apoyo al Museo de Arte Colonial-Quinta Anauco, como tantos otros concursos realizados en nuestro país, fue relegado al olvido una vez que Acosta y Jubes entregaron el anteproyecto. Sin embargo, el primer material consignado quedará como testimonio de la capacidad para mostrar y convencer a un jurado acerca de un concepto arquitectónico sin necesidad de recurrir a medios digitales, apelando a la precisión que debe tener una propuesta y a la comunicación inteligible de las ideas mediante una representación de un alto contenido expresivo.

ACA

Procedencia de las imágenes

Postal, 1 y 2. https://issuu.com/miguelacostagonzalez/docs/portfolio__17.5_m

3. Colección Crono Arquitectura Venezuela

NOVEDADES EDITORIALES DE AQUÍ Y DE ALLÁ

LOS EUROPEOS

Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita

Orlando Figes

Taurus

2020

Sinopsis

Una obra deslumbrante que rastrea los orígenes de la cultura europea de todo el continente, por el aclamado historiador Orlando Figes, un «maestro de la narrativa histórica»

Financial Times

El siglo XIX europeo, un momento de logros artísticos sin precedentes, fue la primera era de la globalización cultural, una época en que las comunicaciones masivas y los viajes en tren de alta velocidad reunieron a Europa, superando las barreras del nacionalismo y facilitando el surgimiento de un verdadero canon europeo de obras artísticas, musicales y literarias. Llegado 1900, se leían los mismos libros, se reproducían las mismas obras artísticas, se representaban las mismas óperas y se interpretaba la misma música en los hogares y se escuchaba en las salas de conciertos a lo largo de todo el continente.

Partiendo de una gran cantidad de documentos, cartas y otros materiales de archivo, el aclamado historiador Orlando Figes examina cómo fue posible esta unificación. En el centro del libro hay un triángulo amoroso conmovedor: Ivan Turgenev, el primer gran escritor ruso en convertirse en una celebridad europea, Pauline Viardot, de origen español, una de las cantantes de ópera más famosas del mundo, además de compositora y profesora de canto, y Louis Viardot, director de teatro, activista republicano y gran experto en arte (autor de las primeras guías de grandes museos del mundo, el Prado entre otros) y esposo de Pauline, por cuya carrera musical sacrificó parte de la suya.

Juntos, Turgenev y los Viardot estuvieron en el centro del intercambio cultural europeo: conocían o se cruzaban con Delacroix, Berlioz, Chopin, Brahms, Liszt, Schumann, Hugo, Flaubert, Dickens y Dostoyevski, entre muchas otras figuras destacadas. Como observa Figes, casi todos los grandes avances de la civilización se han producido durante los períodos de mayor cosmopolitismo, cuando las personas, las ideas y las creaciones artísticas circulan libremente entre las naciones. Vívido y perspicaz, Los europeos muestra cómo ese fermento cosmopolita fraguó tradiciones artísticas que llegaron a dominar la cultura mundial.

ACA

IMPORTANTE LOGRO

El pasado jueves 24 de septiembre The Netherlands Association for Latin American and Caribbean Studies (NALACS), en el marco del NALACS Thesis Award 2018-2019, convocó vía Zoom a la presentación a través de la modalidad Pecha Kucha de los trabajos de parte de los estudiantes nominados, con la finalidad de que, una vez terminado el evento, fuese seleccionado el ganador, para lo cual se preparó una sencilla ceremonia.

De entre los ocho nominados provenientes de distintas universidades y disciplinas y de diversos países latinoamericanos (Brasil, Argentina, Bolivia, Colombia, México, Perú y Venezuela), fue seleccionado como ganador por el jurado conformado por Fernando González Rodríguez (CEDLA – Universidad de Amsterdam), Mirtha Lorena Del Castillo Durand (ganadora del Premio de Tesis NALACS 2017-2018, CEDLA – Universidad de Amsterdam) y Marjo de Theije (Profesor de Antropología y Recursos, Vrije Universiteit Amsterdam), el arquitecto venezolano RICARDO AVELLA con la tesis titulada “Overcoming the Paradox of Plenty. Resource Extraction and Urbanism in the Venezuelan Guayana” (“Superando la paradoja de la abundancia: extracción de recursos y urbanismo en la Guayana venezolana”), que ya le había permitido obtener en 2019 el EMU European Post-master en Urbanismo en la Facultad de Arquitectura del TU Delft.

El reconocimiento otorgado a Ricardo Avella, quien automáticamente formará parte del jurado de la siguiente versión del premio (2019-2020), nos llena de orgullo y pone muy en alto el nivel de nuestros egresados que cursan estudios en el exterior. Vaya para él desde acá nuestras más sinceras felicitaciones.

ACA