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¿SABÍA USTED…

…que en 1988 se termina la construcción del Edificio Atrium diseñado por Díquez, González y Rivas?

1. Díquez, González y Rivas. Edificio Atrium. Vista desde el sureste, cruce de la calle Sorocaima con la avenida Venezuela, El Rosal, en fechas cercanas a su puesta en servicio (1988).

Díquez, González y Rivas (DGR) fue una importante oficina conformada por Edmundo Díquez (1934-2021), Oscar González Bustillos (1933-2015) y José Alberto Rivas (1935), cuya obra ocupó un lugar relevante y protagónico en la escena arquitectónica nacional durante más de 40 años.

Díquez. González Bustillos y Rivas coincidieron durante sus estudios en el seno de la escuela de arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, egresando en 1958, 1959 y 1960, respectivamente. Les correspondió, por tanto, vivir la transición entre la adscripción de la escuela a la Facultad de Ingeniería y su conversión en eje de la creación de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) en 1953. También pudieron apreciar en vivo los años cruciales de la construcción de la Ciudad Universitaria de Caracas, ser partícipes como estudiantes de la inauguración en 1957 del flamante edificio diseñado por Villanueva para albergar a la FAU y compartir la influencia de los distinguidos profesores que formaban parte de su núcleo fundador.

Sin embargo, sería la llegada al país en 1955 procedente de los Estados Unidos de José Alberto Rivas (hijo de venezolano y puertorriqueña nacida en Mayorca e hija a su vez de inmigrantes españoles), nacido en Puerto Rico y residenciado en Nueva York desde niño, quien dejó sus estudios de arquitectura en el MIT para hacerlos en la UCV, el momento que propició el encuentro entre los tres futuros socios. Rivas, quien no conocía bien la idiosincrasia local y pasaba momentos difíciles para adaptarse a la dinámica que se llevaba en la escuela de la UCV, fue de inmediato “arropado” por los “criollos” Díquez y González ayudándolo a aclimatarse haciendo gala de la hospitalidad venezolana para así convencerse finalmente que el país de sus ancestros sería también el suyo.

Aquello constituyó, sin duda, el germen que facilitó la decisión de asociarse tras reencontrarse luego de transcurridos sus primeros años de egreso. Díquez cursaría entre 1958 y 1959 un postgrado en arquitectura tropical en la Architectural Association -AA- (Londres), y entre 1959 y 1960 realizaría un viaje de estudios por Europa para entrar a dar clases de composición y diseño interior en la FAU a su regreso. González permaneció en el país incorporándose recién graduado al cuerpo docente de la FAU, fue designado como Secretario de la gestión del decano Julián Ferris (1959-1962) y electo en 1961 como vicepresidente de la Sociedad Venezolana de Arquitectos (SVA). Por su parte, Rivas realizaría entre 1961 y 1962 una Maestría en Planeamiento Urbano en Harvard, trabajaría para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y sería consultor en las áreas de vivienda y planeamiento de la Organización de Estados Americanos (OEA) entre 1963 y 1964.

2. Edmundo Díquez y Oscar González Bustillos. Izquierda: Perspectiva de la propuesta ganadora de concurso nacional para el pabellón que representaría a Venezuela en la Feria Mundial de Nueva York inicialmente pautada para 1962. Derecha: Foto del pabellón construido producto de la segunda propuesta realizada para la Feria, abierta finalmente entre 1964-65.

Así, fue en 1961 cuando Edmundo Díquez y Oscar González Bustillos decidieron asociarse y fundar una oficina de arquitectura desde la que realizarían su primer trabajo: la casa de Carlos Armando Figueredo en Lomas del Mirador, Caracas. Al año siguiente (1962) participarían y ganarían el primer concurso nacional de arquitectura abierto convocado en democracia: el proyecto del Pabellón de Venezuela para la Feria Mundial de Nueva York. Los elevados costos que la especulación originada a raíz del evento produjo, los cuales a su vez condujeron a postergar su apertura hasta el año 1964, obligaron a Díquez y González Bustillos a proyectar otro edificio de proporciones más modestas distinto al que los hizo ganadores del concurso, que hubo de realizarse prácticamente sobre la marcha confrontando grandes presiones de tiempo. Esta circunstancia que los obligó a establecerse en Nueva York el lapso que duró la construcción del pabellón, sirvió para que se reencontraran con José Alberto Rivas, (quien para entonces trabajaba en el BID) y decidieran allí crear la firma Díquez, González y Rivas, la cual cobró personalidad jurídica al regresar los tres a Caracas.

3. De izquierda a derecha: Edmundo Díquez, José Alberto Rivas y Oscar González Bustillos.

Según testimonio de Rivas, “Diquez, González y Rivas fue una forma de vida y no un lugar para ejercer la profesión”. El “pacto” adquirido en Nueva York también estableció que la oficina bajo cualquier circunstancia dividiría los beneficios económicos que se generaran en tres partes iguales. También que no saldría ningún proyecto en el que no participaran los tres, por lo cual crearon una metodología que les era propia y una forma de trabajo muy particular en la que lograron compartir las raíces creativas de cada uno de los integrantes: la sensibilidad artística de Díquez, el valor de lo constructivo proveniente de la experiencia de González y el énfasis en la fluidez espacial que aportaba Rivas, todo ello dentro de cánones signados por la racionalidad, el funcionalismo, las consideraciones medio-ambientales y la contundencia volumétrica. Adicionalmente, adquirieron el compromiso de controlar el tamaño y la escala de los proyectos que debían ejecutar de acuerdo a la capacidad de la oficina y de convertir el espacio de trabajo (una edificación de dos plantas ubicada en la calle La Guairita de Chuao) en lugar de formación para quienes allí participaban, amén de constituirse en punto de encuentro para arquitectos y profesionales afines.

4. Díquez, González y Rivas. Edificio Alcaraván, bulevar de El Cafetal en la entrada de la urbanización Santa Marta, 1967. Arriba: planta de ubicación y planta tipo. Centro y abajo: diversas vistas desde el exterior.

Durante los 50 años que se mantuvo Díquez, González y Rivas en funcionamiento (podría decirse que el último proyecto importante se realizó en 2004 pero que la sociedad en sí cesó al fallecer Oscar González en 2015), muchos fueron los trabajos memorables realizados teniendo todos como primer eslabón en cuanto a trascendencia y calidad el Alcaraván (1967), notable edificio de vivienda ubicado sobre el bulevar de El Cafetal en la entrada de la urbanización Santa Marta. (ver https://fundaayc.com/2021/04/18/sabia-usted-63/).

5. Cinco obras realizadas por DGR (Díquez, González y Rivas). Arriba izquierda: Monumento conmemorativo del Sesquicentenario de la Batalla de Boyacá (1971). Arriba derecha: edificio General de Seguros (1974). Centro izquierda: edificio Atrium (1988). Centro derecha: ampliación del hotel Caracas Hilton (1984). Abajo: Sede Latinoamericana de Procter & Gamble (1998).

Sin entrar a enumerar ni detallar el prolijo portafolio de Díquez, González y Rivas que tiene en la realización de edificaciones de vivienda (uni y multifamiliares), hospitalarias, hoteleras y de oficinas, junto al diseño interior, sus puntos más fuertes, destacan como íconos representativos de su trayectoria tres obras realizadas con la impronta de la institucionalidad como bandera, que conforman una clara secuencia tipológica: el edificio General de Seguros (Chuao, 1974), el edificio Atrium (El Rosal, 1988) y el edificio de la Procter & Gamble (La Trinidad, 1998).

De ellos, tal vez sea el Atrium (a quien hoy hemos decidido dedicar esta nota) el que comporta un mayor compromiso urbano, hereda el carácter y la respuesta a las condiciones ambientales exploradas en General de Seguros y sienta las bases para la exploración espacial plasmada posteriormente en el Procter & Gamble, por lo que junto al ya mencionado Alcaraván pasaría a ser otro punto de inflexión dentro del camino andado por la oficina.

6. Ubicación del edificio Atrium en la urbanización El Rosal.

Comisionado inicialmente por el Banco Hipotecario del Este y terminado de construir en 1988, el Atrium se levanta en una parcela de 3.990 m2 con frente hacia la calle Sorocaima (lindero este), y las avenidas Venezuela (lindero sur) y Tamanaco (lindero norte), El Rosal, Municipio Chacao.

7. Edificio Atrium. Izquierda: Planta de acceso. Derecha: Ubicación en el entorno inmediato. (Como complemento y para aportar mayor claridad hemos decidido en este caso alterar la orientación convencional colocando el norte apuntando hacia en borde inferior de las imágenes)

Resuelto respondiendo adecuadamente a la complejidad urbana de un terreno que posee dos esquinas, los 28.000m² de área bruta de construcción que tiene la edificación se encuentran distribuidos en tres sótanos con capacidad para 330 vehículos, dos niveles de uso comercial con acceso directo desde las calles, ocho plantas tipo destinadas a oficinas y dos niveles de remate reservados en este caso a oficinas ejecutivas con terrazas, jardines y espacios de doble altura.

8. Díquez, González y Rivas. Edificio Atrium. Vista desde el noreste, cruce de la calle Sorocaima con la avenida Tamanaco, El Rosal.
9. Dos vistas exteriores del edificio Atrium en la actualidad.

La nota firmada por William Niño Araque e Iván González Viso dedicada al Atrium publicada en Caracas del valle al mar. Guía de arquitectura y paisaje (2015), señala lo siguiente: “De arquitectura sugerente y sobriedad de líneas, el edificio se desarrolla alrededor de un atrio o espacio central abierto a la ciudad. Los jardines colgantes insertos dentro del gran atrio, sumados el material de arcilla escogido para el recubrimiento de las columnas exteriores, y la volumetría que incorpora grandes vanos horizontales protegidos por vegetación, unidos a la luminosidad y condiciones climáticas particulares de Caracas, lo hacen un espléndido edificio adaptado al trópico. En él se evidencia la exploración del espacio intermedio, del tránsito desde la calle hacia el espacio interior que, unida al juego de luz y sombra de sus volúmenes y textura, representó en su momento un ensayo de una nueva forma de afrontar la tipología de edificios de oficinas en el sector. El volumen, de ocho plantas y dos niveles para oficinas ejecutivas con terrazas a doble altura, se adapta a la forma del terreno articulado en dos cuerpos, uno bajo al sur, y la torre que ocupa el cuadrante noreste. El valor de la sombra como recurso para acentuar la expresividad de la forma, y la búsqueda de una arquitectura del lugar que atiende a la condición del clima y del trópico, son sin duda sus grandes virtudes”.

10. Vistas del acceso y el espacio interior del edificio Atrium en la actualidad.

También conviene destacar que el Atrium, previamente a la elaboración del comentario citado, había sido incluido por Niño Araque como parte de un grupo de edificios que respondían a una de las cuatro “éticas tendenciales de actuación” que constituían la base de lo que a su juicio soportarían la existencia de una “posible” Escuela de Caracas, manifiesta en la “excelente y variada calidad de nuestra producción arquitectónica” realizada de 1970 en adelante, “que abarca las múltiples visiones enraizadas con el lugar” centrada “en la renovada visión forma-figura-lugar”.

11. Algunas de las obras que para William Niño Araque ejemplifican «La atmósfera del espacio interno como fundamento de una estética figurativa», segunda de las «éticas tendenciales de actuación» de una «posible» Escuela de Caracas. Izquierda arriba: Gorka Dorronsoro y Julio Riquezes, Escuela de Metalurgia de la UCV (1982-1987); Izquierda abajo: Felipe Delmont, Casa La Comarca (1983); Centro arriba: Hélène de Garay,el edificio de la Fosforera Venezolana (1990); Centro abajo: Oscar Tenreiro y Francisco Sesto, una de las casas Furió (1987); Derecha arriba: Julio Maragall y Miguel Carpio, edificio residencial Villa Bermeja (1981); Derecha abajo: Jimmy Alcock, Quinta La Ribereña (1976).

La “ética tendencial de actuación” a la que se ajustaría el Atrium, sería la enunciada como: “La atmósfera del espacio interno como fundamento de una estética figurativa” que, dicho sea de paso, expresa la manifestación más clara de lo esencial de los planteamientos de Niño Araque y dentro de la cual, además del Atrium, son representativas obras como: La Rivereña y la casa Bottome (Jimmy Alcock); las casas Furió (Oscar Tenreiro y Francisco Sesto); la casa La Comarca (Felipe Delmont); las casas Varela Nuñez y Puppio Vegas (Federico Vegas); la Escuela de Metalurgia de la UCV (Gorka Dorronsoro y Julio Riquezes); el edificio de la Fosforera Venezolana (Hélène de Garay); el Monasterio Benedictino en Güigüe (Jesús Tenreiro); y el edificio residencial Villa Bermeja (Julio Maragall y Miguel Carpio).

Teniendo lo anterior como marco vale destacar que en su momento el Atrium fue incorporado en el catálogo de la exposición «Venezuela Arquitectura y Trópico 1980-1990», el cual formó parte de la quinta muestra de arquitectura de la Bienal de Venecia y fue Mención de honor, Categoría Diseño Arquitectónico, en la VII Bienal de Arquitectura de Quito 1990.

12. Vistas de la planta de acceso del edificio Atrium en la actualidad.

También fue publicado en el Catálogo “Arquitectura venezolana en la Bienal de Quito ‘90”, editado por la Fundación Museo de Arquitectura y en el libro de la VII Bienal de Arquitectura de Quito BAQ´90, editado por el Colegio de Arquitectos del Ecuador-Pichincha.

Hoy en día, el Atrium alberga la Bolsa de Valores de Caracas, la Embajada de Italia y las oficinas administrativas de la Alcaldía del Municipio Chacao y constituye un punto de referencia dentro del variopinto paisaje urbano de la urbanización El Rosal.

Nota

Con respecto a la compacta y sólida trayectoria de Díquez, González y Rivas, vale la pena recordar que, cuando el año 1997 el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) decidió otorgar el Premio Nacional de Arquitectura a Edmundo Díquez, por estar establecido en la normativa que el galardón debía ser individual y no colectivo, el arquitecto nacido en Margarita tomó la gallarda y noble decisión de renunciar al reconocimiento argumentando que la suya no se trataba de una obra personal sino de un equipo en el que, como declaraban los mosqueteros de Alejandro Dumas, trabajaban “todos para uno y uno para todos”, clara manifestación de los ideales de amistad, honor y lealtad que los caracterizaban. Sin embargo, aún se puede encontrar en todas las páginas en las que se menciona la trayectoria de Díquez, que el mencionado premio le pertenece cuando en todo caso debe entenderse como un laurel obtenido por un inseparable grupo de tres.

ACA

Procedencia de las imágenes

1. Fundación Museo de Arquitectura. Catálogo “Arquitectura venezolana en la Bienal de Quito ‘90”, 1990.

2 y 11. Colección Crono Arquitectura Venezuela.

3. De lo urbano y lo humano. Arq. José Alberto Rivas. Díquez González Rivas. Edif. Alcaraván (https://www.youtube.com/watch?v=4jFOEyimkLE)

4. Architectural Design, nº 8, 1969; Graziano Gasparini y Juan Pedro Posani, Caracas a través de su arquitectura, 1969; Mariano Goldberg, Guía de edificaciones contemporáneas en Venezuela. Caracas. Parte 1, 1982; https://construidoencaracas.wordpress.com/2013/06/09/edif-el-alcaravan/

5. Colección Crono Arquitectura Venezuela; https://construidoencaracas.wordpress.com/2013/07/21/torre-general-de-seguros/; Colección Fundación Arquitectura y Ciudad; http://guiaccs.com/obras/edificio-procter-gamble/

6. Capturas de Google Earth.

7. Captura de Google Earth; y @revistaentrerayas (https://www.instagram.com/p/CNWGpUUHN03/?img_index=4)

8. @arquitecturavzl (https://www.instagram.com/p/Cb-j86jOgFG/)

9, 10 y 12. @carlos_ancheta (https://www.instagram.com/p/DC60G7Nucxb/?img_index=1; 3; 10; 11; 12; 13; 14; 15; 19; 20)

¿SABÍA USTED…

…que en 1990 se termina la construcción del Edificio de oficinas para la Fosforera Venezolana diseñado por la arquitecto Hélène de Garay?

1. Hélène de Garay. Edificio sede de la Fosforera Venezolana, Antímano (1990). Fachada principal (noroeste).

Cuando desde mediados de la década de 1980 el arquitecto, crítico y cronista urbano William Niño Araque (1953-2010) empieza a escribir sobre arquitectura en el diario El Nacional e interviene desde la Galería de Arte Nacional en la curaduría de exposiciones que comienzan a promover la arquitectura venezolana (para las cuales elaborará los textos de los catálogos), da inicio a la construcción paulatina de un discurso que, arropado por los aires provenientes de la posmodernidad, busca alejarse de la carga ideológica que signó la crítica arquitectónica nacional en décadas anteriores, con el afán de realzar «la excelente y variada calidad de nuestra producción arquitectónica» producida de 1970 en adelante, señalando con insistencia nombres y obras que le permitirán dar cuerpo a la premisa de que los buenos arquitectos serán siempre más importantes que la buena arquitectura.

Desde los artículos de prensa y los textos de los catálogos de las exposiciones, tomados como gimnasia para estructurar una gramática acompañada de un vocabulario absolutamente personal y a la vez ecléctico, Niño Araque se da a la tarea de darle cuerpo a una disertación optimista, exagerada y seductora, difusa y ambigua, llena de redundancias poéticas, donde si algo se hace notoria es su capacidad de emocionarse ante edificios que, a su juicio, trasluzcan su «caribeñidad» y «tropicalidad», dos categorías que va puliendo poco a poco con la finalidad de demostrar la existencia de una «posible» Escuela de Caracas, labor de la que fue pionero.

2. Portadas de los catálogos de las muestras Los Signos Habitables. Tendencias de la arquitectura venezolana contemporánea (1985) y VIII Bienal Nacional de Arquitectura. La arquitectura del lugar (1987) cuyos textos principales fueron elaborados por William Niño Araque.

Con atisbos que irá asomando en sus escritos semanales, cuatro son los ensayos en los que Niño Araque plasmará sus ideas al respecto y en los va perfeccionando sus planteamientos: «La Arquitectura como arte», que encabezará el catálogo de la exposición Los Signos Habitables. Tendencias de la arquitectura venezolana contemporánea (1985); «La ciudad recobrada», preparado para el catálogo de la VIII Bienal Nacional de Arquitectura. La arquitectura del lugar (1987); «La Escuela de Caracas. Reflexiones breves para una primera aproximación a la Arquitectura Contemporánea Venezolana», publicado en la revista Estilo, año 3, nº 12 (1992); y «La Escuela de Caracas. Apuntes para un acercamiento a la arquitectura contemporánea venezolana», que aparecerá en la publicación editada por la Fundación Museo de Arquitectura para el VI Seminario de Arquitectura Latinoamericana. Nuestra arquitectura reciente: Conceptos y realizaciones (1993). En los dos últimos será que nos apoyaremos y extraeremos la mayor parte de las citas que acompañarán esta nota.

3. Portada de la revista Estilo, año 3, nº 12 (1992) y de la primera página del trabajo «La Escuela de Caracas. Reflexiones breves para una primera aproximación a la Arquitectura Contemporánea Venezolana» publicado allí por William Niño Araque.

La sugerente propuesta que acompaña la conformación a partir de los años 70 de una «posible» Escuela de Caracas surge de la asimilación y combinación por parte de Niño Araque de varias ideas y premisas: el «neovanguardismo» desarrollado por Helio Piñón a comienzos de los 80; la presencia de dos polos claros en la evolución de la arquitectura moderna venezolana: el abstracto (representado por la arquitectura internacional o desarrollista que se da en los 50) y el figurativo (representado por la arquitectura «populista» del mismo período); el rechazo a toda clase de planteamiento ideológico; la conformación de una teoría procedente del examen de soluciones concretas a problemas concretos, consecuencia del convencimiento de la autonomía disciplinar; el importante peso que lo expresivo y lo formal tienen definitivamente en la arquitectura; el rol jugado por las condiciones ambientales y paisajísticas de la ciudad de Caracas como detonante en la concreción de una determinada actitud hacia el lugar; y la convivencia bajo un mismo techo de respuestas muchas veces disímiles, es decir, la no necesaria coherencia que conlleva normalmente la conformación de una «escuela».

En tal sentido, Niño Araque, tratando de evitar posibles confusiones, afirmará en algún momento: “El término ‘Escuela de Caracas’ no está propuesto como una manera conciliada de hacer arquitectura, ni como una tendencia, ni como un manifiesto. Se propone como una intención que abarca las múltiples visiones enraizadas con el lugar».

De esta manera, la «posible» Escuela de Caracas establecería su compromiso, ya no tanto con la tradición abstracta de la arquitectura moderna, sino con una simbología más figurativa, ya no con la simple eficiencia, funcionamiento y racionalidad constructiva sino «con el novedoso sentido que hoy adquiere la lógica de la historia, interpretada esta vez desde la perspectiva de la geografía tropical y caribeña». Niño Araque parece detectar que «el enfrentamiento esencial de la experiencia arquitectónica venezolana contemporánea no parece centrarse en la antigua relación forma-función de los cincuenta, ni en la forma-eficiencia tecnológica de los años sesenta, sino en la renovada visión forma-figura-lugar».

Pues bien, dentro de ese marco, Niño Araque abre paso a lo que denomina «éticas tendenciales de actuación» en las que prácticamente todo entra, incluso su propia construcción. De tal manera, clasifica la arquitectura de los 80 y 90 venezolana en cuatro «éticas» a las que se afilian numerosos arquitectos y obras: «1) El espacio urbano y su memoria como escenario para la intervención; 2) La atmósfera del espacio interno como fundamento de una estética figurativa; 3) Eclecticismo, historicismo y postmodernidad (la apariencia del pasado); 4) La arquitectura como idea».

4. Algunas de las obras que para William Niño Araque ejemplifican «La atmósfera del espacio interno como fundamento de una estética figurativa», segunda de las «éticas tendenciales de actuación» de una «posible» Escuela de Caracas. Izquierda arriba: Gorka Dorronsoro y Julio Riquezes, Escuela de Metalurgia de la UCV (1982-1987); Izquierda abajo: Felipe Delmont, Casa La Comarca (1983); Centro arriba: Edmundo y Oscar Díquez, Oscar González y José Alberto Rivas, edificio Atrium (1988); Centro abajo: Oscar Tenreiro y Francisco Sesto, una de las casas Furió (1987); Derecha arriba: Julio Maragall y Miguel Carpio, edificio residencial Villa Bermeja (1981); Derecha abajo: Jimmy Alcock, Quinta La Ribereña (1976).

Es a la segunda de dichas “éticas”, que destaca por ser la manifestación más clara de lo esencial de sus planteamientos, a la que Niño Araque adscribe los siguientes arquitectos y obras: Jimmy Alcock con La Rivereña y la casa Bottome; Oscar Tenreiro y Francisco Sesto con las casas Furió; Felipe Delmont con la casa La Comarca; Federico Vegas con las casas Varela Nuñez y Puppio Vegas; Gorka Dorronsoro y Julio Riquezes con la Escuela de Metalurgia de la UCV; Hélène de Garay con el edificio de la Fosforera Venezolana; Jesús Tenreiro con el Monasterio Benedictino en Güigüe; Edmundo y Oscar Díquez, Oscar González y José Alberto Rivas con el edificio Atrium; y Julio Maragall y Miguel Carpio con el edificio residencial Villa Bermeja.

La manera particular como el edificio sede de la Fosforera Venezolana encarna para Niño Araque “La atmósfera del espacio interno como fundamento de una estética figurativa”, puede observarse en “la distancia simbólica entre el paisaje urbano (concreto, abstracto y contaminado) y el paisaje redefinido y figurativo en el interior de sus límites”, característico de la arquitectura de Hélène de Garay quien manifiesta “a lo largo de sus edificios la idea del espacio resguardado como marca de tropicalidad”.

5. Hélène de Garay. Edificio sede de la Fosforera Venezolana, Antímano (1990). Espacio central.

En la Fosforera Venezolana, según Niño Araque, “el filtro, como tema, adquiere la función de demarcar una ruptura entre dos zonas o espacios de naturaleza diferente. De un lado está el mundo sensible, la naturaleza externa y tangible, la manifestación de la luz. Del otro lado está el mundo interior y trascendente, se trata de dos cosas de una misma realidad, lo profano y lo sagrado en un edificio”. Y continúa diciendo: “en su interior (el edificio) estructura una red tensional de clima y luz, debido a sus continuas visuales volcadas a su interioridad. (…) La pantalla o membrana curva es un elemento que carga de sutiles y diversas expresiones su clima interno, dejando pasar la luz de una manera selectiva y contrastada. La luz filtrada por el poderoso ‘mural de sombra’ (sin duda, uno de los episodios más sutiles y hermosos de la arquitectura contemporánea) densifica el patio de una renovada temperatura y silenciosa plasticidad, impregnando su espacio de una sedada y tranquila atmósfera de apariencia flotante”.

6. Hélène de Garay. Edificio sede de la Fosforera Venezolana, Antímano (1990). «El edificio juega con la transparencia conceptual y literal y con las penumbras acentuadas por las membranas caladas con las cuales se logra un juego de luces, sombras y visuales…»

De manera más clara y directa, la propia Hélène explica cómo “el contexto determinó ciertas directrices del diseño. El edificio no se integra al entorno degradado, por el contrario, toma conciencia del clima y el lugar, valorizando toda su intención arquitectónica hacia su interior, el mundo interior de la edificación donde habita el hombre, allí donde se juega con la transparencia conceptual y literal y con las penumbras acentuadas por las membranas caladas con las cuales se logra un juego de luces, sombras y visuales que contribuyen a develar los espacios y permiten vivir los cambios complejos del día a la noche, así como favorecen una perfecta ventilación natural en las áreas de usos comunes de la edificación, elementos primordiales en un clima templado”.

7. Hélène de Garay. Edificio sede de la Fosforera Venezolana, Antímano (1990). Geometría de la fachada principal y dibujo axonométrico.
8. Hélène de Garay. Edificio sede de la Fosforera Venezolana, Antímano (1990). El acceso visto desde el exterior y el interior.

Compositivamente “el edificio está constituido por un esquema absolutamente geométrico, una serie de muros conforman dos cubos perfectos, unidos por un espacio central generador de las actividades comunes. El primer cubo en la fachada principal se quiebra, se pliega y penetra hacia su interior conformando un hall de entrada a cuatro alturas, creando una visual interna que con el ritmo de los volúmenes, guía al visitante en su recorrido hasta el espacio central donde el edificio vuelca sus actividades comunes y hacia el cual viven las oficinas. Este patio se eleva a través de las cinco plantas de la edificación rematando con una cubierta transparente. Está sembrado con vegetación tropical y ventila naturalmente a través del muro de bloques huecos, a manera de piel permeable y transparente. Las fachadas están diseñadas con doble piel y están provistas de pantallas de concreto para la protección solar. Se han previsto jardines con vegetación abundante para tamizar las visuales hacia el contexto deteriorado. Es un edificio hecho para el hombre, para mejorar su calidad de vida y hacer más gratas sus largas jornadas de trabajo”.

9. Hélène de Garay. Edificio sede de la Fosforera Venezolana, Antímano (1990). Ubicación.
10. Hélène de Garay. Edificio sede de la Fosforera Venezolana, Antímano (1990). Fachada noreste.

Ubicado en la Calle Real de Antímano, Antímano, Municipio Libertador, proyectado en 1988 y finalizado en 1990, en el diseño del edificio sede de la Fosforera Venezolana (o Centro Fosforera) Hélène de Garay contó con la colaboración de los arquitectos Isabel Vilar, Sofia Piñeiro y David Gabay. Los cálculos estructurales fueron elaborados por el ingeniero Julio Javier Hernández, las instalaciones sanitarias estuvieron a cargo del ingeniero Andrés Amelinckx mientras que las instalaciones contra incendio fueron responsabilidad del arquitecto Miguel Sureda.

La supervisión de la obra fue realizada por la arquitecta Hélène de Garay y los ingenieros Javier Axune y Jorge Nebreda.

Reconocido por su autora como la obra que le ha traído mayores satisfacciones, el edificio ha aparecido publicado más de 7 veces en diferentes libros y revistas de arquitectura, fue presentado en la VII Bienal de Arquitectura de Quito realizada en el año 1990 obteniendo el Primer Premio Internacional (Gran Premio BAQ ’90) entre más de 300 trabajos presentados que representaron a 17 países del continente.

Actualmente el que fuera sede de la Fosforera Venezolana aloja a la Universidad Politécnica Territorial de Caracas “Mariscal Sucre” (UPTECMS).

Nota

Hélène Lluch Cebrián nació en Toulouse (Francia) durante la II Guerra. Es la hija menor de Enrique Lluch de Mons y Lucy Cebrián quienes tuvieron que huir de España en 1939. Emigra de Francia a Venezuela con su familia a comienzos de los años 1950 donde se residencia definitivamente. Casada en Caracas con el constructor vasco Mikel Garay a mediados de los años 1960 (relación que duró 29 años y de la que nacieron dos hijos varones), egresa de arquitecto en la FAU UCV en 1967.

11. Parte de la obra realizada por Hélène de Garay. Arriba. Izquierda: Centro Comercial Los Molinos, Av. San Martín (1975-1979). Centro: edificio industrial y de servicios Catabia, La Urbina (1986). Derecha: Vivienda multifamiliar La Florida (1984). Abajo. Izquierda: Torre PDVSA Sur (1994). Centro izquierda: Torre KPMG (1998). Centro derecha arriba: Palacio de Justicia de Barcelona (1998-2002). Centro derecha abajo: Centro Microempresarial San Jacinto (2007). Derecha: Residencias Oasis Mar (1986).

En el resumen curricular publicado en el libro Hélène de Garay. Vida y arquitectura de Jeannette Díaz (2009) se puede observar que tiene como primer proyecto reconocido el Centro Comercial Los Molinos, San Martín, ganado a través de un concurso privado (1975-1979). Le siguen, entre otros, el edificio industrial y de servicios Catabia, La Urbina (1986) -Mención Premio Metropolitano de Arquitectura en la VII Bienal de Arquitectura 1987-; el edificio de oficinas Fosforera Venezolana, Antímano (1990) -Primer Premio Internacional de la VII Bienal de Arquitectura de Quito, Ecuador, 1990-; el edificio de oficinas Torre KPMG, avenida Francisco de Miranda (1993); el edificio PDVSA Sur, avenida Libertador (1994); y el Palacio de Justicia de Barcelona, estado Anzoátegui (1998), a los que se suman casi treinta edificios de vivienda multifamiliar realizados entre 1976 y la actualidad ubicados casi en su totalidad en Caracas y el Litoral Central.

También destaca el haber participado como Directora fundadora en la creación de la Fundación Museo de Arquitectura en 1988.

Para Niño Araque, a lo largo de su trayectoria profesional Hélène “ha ampliado desde la actividad profesional, una investigación arquitectónica orientada al perfeccionamiento de tipologías de vivienda multifamiliar y de oficina. Su arquitectura nace de la necesidad de tropicalizar el edificio a partir del estudio del acondicionamiento de su atmósfera interna.

12. Hélène de Garay. Proyecto C’a Venier dei Leoni (Museo sobre el Gran Canal de Venecia). III Bieneal de Arquitectura de Venecia (1985). Seleccionado como motivo para uno de los afiches de presentación de la Bienal.

De esta insistencia, fundamentalmente plástica y constructiva a la vez. ha retomado para la arquitectura venezolana el tema de la membrana y el muro calado como fuente para una arquitectura del lugar. (…) Su arquitectura se debate entre el enfrentamiento de dos enfoques espaciales; el primero es producto de una concepción arquitectónica en el que los procedimientos de diseño nacen de una racionalidad constructiva, el segundo es producto de la búsqueda de un sentido de calidad estética capaz de trascender la moda, sin desligarse de la historia del contexto”.

ACA

Procedencia de las imágenes

1. Caracas del valle al mar (https://guiaccs.com/obras/fosforera-nacional/)

2, 3 y 4. Colección Crono Arquitectura Venezuela.

5. Revista Projeto (revistaprojeto.com.br/acervo/helene-de-garay-edificio-fosforera-venezolana-caracas-venezuela/); y IX Bienal Nacional de Arquitectura La arquitectura venezolana de fin de siglo. 1987-1998. Proyectos invitados. p.17

6. arquitecturavzl. Edificio Fosforera Venezolana (https://www.instagram.com/arquitecturavzl/p/C6Hmau-pSJE/?img_index=4) ; y entrerayas (https://entrerayas.com/helene-de-garay/)

7. arquitecturavzl. Edificio Fosforera Venezolana (https://www.instagram.com/arquitecturavzl/p/C6Hmau-pSJE/?img_index=5) ; y Caracas del valle al mar (https://guiaccs.com/obras/fosforera-nacional/)

8. arquitecturavzl. Edificio Fosforera Venezolana (https://www.instagram.com/arquitecturavzl/p/C6Hmau-pSJE/?img_index=2) y (https://www.instagram.com/arquitecturavzl/p/C6Hmau-pSJE/?img_index=3)

9. Capturas de Google Earth.

10 y 11. entrerayas (https://entrerayas.com/helene-de-garay/)

12. C.A.V. Revista del Colegio de Arquitectos de Venezuela, nº 49, año 2, abril 1986.

ALGO MÁS SOBRE LA POSTAL Nº 364

Cuando desde mediados de la década de los años 80 del siglo pasado el crítico venezolano William Niño Araque comenzó a elaborar sus argumentos en torno a la existencia de una “posible” Escuela de Caracas, esgrimía que el término “no está propuesto como una manera conciliada de hacer arquitectura, ni como una tendencia, ni como un manifiesto. Se propone como una intención que abarca las múltiples visiones enraizadas con el lugar”. Con ello complementaba sus primeras aproximaciones optimistas, seductoras y llenas de redundancias poéticas hacia una serie de edificaciones que ya a partir de los años 1970 traslucían su «caribeñidad» y «tropicalidad», dos categorías que va puliendo poco a poco con la finalidad de demostrar la existencia de dicha “escuela”.

La sugerente propuesta de Niño Araque surge de la asimilación y combinación de varias ideas y premisas: el planteamiento desarrollado por Helio Piñón a comienzos de los 80 en La arquitectura de la neovanguardias (1984); la presencia de dos polos claros en la evolución de la arquitectura moderna venezolana: el abstracto (representado por la arquitectura internacional o desarrollista que se da en los 50) y el figurativo (representado por la arquitectura «populista» del mismo período); el rechazo a toda clase de planteamiento ideológico; la conformación de una teoría procedente del examen de soluciones concretas a problemas concretos, consecuencia del convencimiento de la autonomía disciplinar; el importante peso que lo expresivo y lo formal tienen definitivamente en la arquitectura; el rol jugado por las condiciones ambientales y paisajísticas de la ciudad de Caracas como detonante en la concreción de una determinada actitud hacia el lugar; y la convivencia bajo un mismo techo de respuestas muchas veces disímiles, es decir, la no necesaria coherencia que conlleva normalmente la conformación de una «escuela».

1. Jimmy Alcock. Quinta «La Ribereña», 1976. El corredor, hacia el norte.
2. Jimmy Alcock. Quinta «La Ribereña», 1976. El corredor, hacia el sur.

De esta manera, la «posible» Escuela de Caracas establecería su compromiso, ya no tanto con la tradición abstracta de la arquitectura moderna, sino con una simbología más figurativa, ya no con la simple eficiencia, funcionamiento y racionalidad constructiva sino «con el novedoso sentido que hoy adquiere la lógica de la historia, interpretada esta vez desde la perspectiva de la geografía tropical y caribeña». Niño Araque logra detectar que «el enfrentamiento esencial de la experiencia arquitectónica venezolana contemporánea no parece centrarse en la antigua relación forma-función de los cincuenta, ni en la forma-eficiencia tecnológica de los años sesenta, sino en la renovada visión forma-figura-lugar».

Niño Araque así parece alinearse a una poética de la figuración y de la historicidad que tiene sus antecedentes en la tradición fenomenológica que ya desde los 50 propiciaba una arquitectura del lugar y había sido retomada por algunos teóricos latinoamericanos. Poética que «sorprende a través del descubrimiento tardío de la morfología geográfica y de su topografía, de su luz, de la materia, de la vegetación, del viento y de la lluvia». Poética que apunta a una «atmósfera del lugar» que se presenta «cuando la luz dominada desde la naturaleza se introduce en un edificio concebido a partir de materiales auténticos y en geometrías instaladas sobre la geografía», haciendo que la arquitectura adquiera «su sentido de temperatura y riqueza». Poética que, contrariamente a su base empírica, aspira a convertirse en cuerpo doctrinario y a dictar las pautas sobre cómo deben ser entendidos, desde lo espacial, sus postulados.

Todo este largo preámbulo no ha tenido otra finalidad que la de contextualizar la aproximación a una casa emblemática como lo es “La Ribereña”, diseñada por Walter James (Jimmy) Alcock a solicitud inicialmente de la familia Bernárdez-Lecuna (posteriormente adquirida por la familia Cisneros), cuya construcción en un terreno de 4.000 m2 a las faldas del Ávila en la urbanización Caracas Country Club se concluye en 1976, ejemplo representativo como pocos de los argumentos con que Niño Araque buscaba justificar la existencia de aquella “posible” Escuela de Caracas.

3. Jimmy Alcock. Quinta «La Ribereña», 1976. El patio, paisajismo de Roberto Burle-Marx.
4. Jimmy Alcock. Quinta «La Ribereña», 1976. Izquierda: Croquis de la planta. Derecha arriba: Isometría. Derecha abajo: Planta baja.

Baste con citarlo de nuevo y con ello observar esta amplia y generosa estancia unifamiliar que, como mencionaba escuetamente su proyectista al presentarla en la VIII Bienal Nacional de Arquitectura de 1987, no sólo se ajustó al programa que “el propietario fijó para su residencia con los requisitos normales para este tipo de vivienda”, sino que definitivamente los trascendió. Niño Araque en su momento expresará, como quien está recorriendo “La Ribereña”, lo siguiente: “… entre múltiples elementos necesarios para la concepción de la arquitectura habría que señalar… desde el trópico y la geografía caribeña tres condiciones de carácter indispensable. La primera de ellas estaría dada en el juego a partir de una geometría libre, el fundamento de una estructura que mantenga consonancia con la libertad del territorio; la segunda, estaría en la materia, la presencia de una condición sólida y auténtica, poseedora de sustancialidad: la madera, la arcilla, el hormigón bruto, la piedra; la última y seguramente la condición de mayor importancia estaría en la naturaleza, pero no una naturaleza en estado virgen sometida a una visión ecologista y orgánica, sino a una naturaleza artificial, en la que el hombre señala el dominio de un orden abstraído de la propia naturaleza”.

5. Jimmy Alcock. Quinta «La Ribereña», 1976. Arriba: Vista de la casa desde el sur. Centro: Fachada sur. Abajo: Corte-fachada por el corredor.

Alcock, escueto y objetivo a la hora de explicar soluciones como las suyas llenas de sensibilidad y talento, apuntará con relación a “La Ribereña”: “Las metas arquitectónicas propuestas corresponden a la filosofía arquitectónica que particularmente aplico a los proyectos de unas viviendas unifamiliares. a) Implantación de la vivienda en el terreno, como determinante más importante, tomando en consideración todos los factores naturales del sitio (topografía, vistas, brisas, etc.) y las construcciones existentes a su alrededor; b) La calidad espacial de la casa en cada uno de sus ambientes particulares”.

El resultado estuvo, por tanto, signado por respetar las vistas hacia la falda del Ávila lo que justificó la creación de una terraza que, ubicándose en el centro del terreno, se convertirá en el espacio de mayor relevancia del proyecto. “La ubicación de la terraza en este punto, hace que sea el Este el sitio más especial de toda la casa y tendería a opacar así a los otros ambientes. Por tal razón había que recurrir a planteamientos arquitectónicos espaciales en todos los otros ambientes al mismo tiempo que pudieran competir con la calidad que ofrece la terraza”, acotará Alcock.

Trabajada bajo la condición de asemejar una fortaleza que muestra sus encantos ocultos luego de traspasar el muro ciego, lineal, paralelo a la calle que la separa del exterior, es el deslumbrante paisaje natural diseñado por Roberto Burle-Marx lo primero que asombra al hacerlo a través del cubo girado utilizado para definir el acceso. Fuentes de agua, pequeños patios junto a obras de Alexander Calder y Nedo Mion Ferraio configurarán una secuencia espacial que, lograda por el juego entre los volúmenes edificados y el muro perimetral, es todo un deleite para los sentidos.

Iván González Viso en la nota sobre “La Ribereña” redactada para Caracas del valle al mar. Guía de arquitectura y paisaje (2015) expresará: “La casa trastoca los valores de las tipologías tradicionales, se apropia del lugar y lo interpreta sensiblemente, acusando la presencia del Ávila, en un conjunto armónico compuesto por formas construidas con muros de ladrillo macizo, que dialogan construyendo patios, texturas, espejos de agua, pérgolas, vegetación, suelos y paisaje. Las áreas sociales interiores son espacios intermedios definidos por la cubierta, sin puertas ni ventanas, donde se establece una continuidad entre la construcción y la naturaleza”.

6. Jimmy Alcock. Quinta «La Ribereña», 1976. Izquierda arriba: La entrada. Izquierda abajo: Detalle del área de la piscina. Derecha arriba: Detalle de la entrada. Derecha abajo: Vista del corredor desde el jardín interno.

Refiriéndose en concreto a la casa, Niño Araque en el catálogo de la exposición “La casa como tema. Primera aproximación antológica de la casa en Venezuela”, realizada en los espacios del Museo de Bellas Artes el año 1989, precisará: “La Ribereña sintetiza y continúa la experiencia iniciada con la Casa López en la década anterior (que será continuada con las casas Kavac y Fisher la década siguiente, añadiríamos nosotros). La dispersión de sus volúmenes valorados por medio de geometrías opuestas, la implantación de los mismos siguiendo una suave disposición sobre la topografía y el continuo manejo de materiales cálidos, porosos y nobles (ladrillo, madera y piedra), otorgan a la casa una cálida atmósfera de hábitat de montaña. Sin embargo, esta situación es enfrentada a la radical apertura y libertad de sus espacios integrados y distanciados a la vez por uno de los más conmovedores elementos de la arquitectura venezolana: el corredor. La pérgola de acceso y la escala de llegada constituyen el punto focal y articulación que actúa como referencia tipológica de la Arquitectura Colonial y también de una segura arquitectura del Caribe, pues, en este caso, el espacio no está signado por los cerramientos sino por los efectos de escala, los efectos plásticos y cinéticos de la luz, el poder de la materia y, sobre todo, la presencia de la vegetación límite y valoración de la tridimensionalidad”.

O, en palabras de Alcock: “El área de estar se colocó en un sitio totalmente separado, de tal manera que exista absoluta libertad para su tratamiento, en lo que a niveles de piso se refiere, altura y pendientes de techo, posición y forma de sus paredes: es decir, total libertad para controlar el espacio arquitectónico, de acuerdo a los planteamientos funcionales del cliente.(…) Igual filosofía se aplica al estar familiar, dormitorio principal y hasta el área de trabajo de la cocina.(…) La casa queda compuesta por una serie de ambientes estudiados especialmente en cada caso particular e integrada al sistema total de la vivienda”.

7. Jimmy Alcock. Quinta «La Ribereña», 1976. Espacio del salón.

Terminada de construir, como ya hemos dicho, en 1976 “La Ribereña”, extraordinario ejemplo de la relación entre edificación y lugar, no fue presentada en la VII Bienal Nacional de Arquitectura de 1980 (como tal vez correspondía) y sí en VIII la de 1987 donde se le otorgó el primer premio como mejor vivienda unifamiliar.

ACA

Procedencia de las imágenes

Todas. Catálogo de la exposición «Alcock . Obras y proyectos. 1959-1992», Editor A/Fundación Galería de Arte Nacional, 1992