
Archivos diarios: 21 de junio, 2020
Postal nº 215

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TAL DÍA COMO HOY…
… un 21 de junio nacen Heinrich Wölfflin (1864-1945) y Pier Luigi Nervi (1891-1979)

La coincidencia en la fecha de nacimiento, con 27 años de diferencia, entre Heinrich Wölfflin y Pier Luigi Nervi nos ha tentado a llevar adelante esta nota donde intentaremos exponer la importante influencia que ambos personajes, desde territorios muy distintos y distantes, ejercieron sobre la arquitectura así como la relación que pudiese establecerse entre ellos como referentes de primer orden en desarrollo de la disciplina a lo largo del siglo XX.
Si comenzamos por Wölfflin, quien nació en la población suiza de Winterthur proveniente de una familia acomodada, a poco que incursionamos en su biografía nos encontramos con que se trata quizá del más importante teórico con que contó la historia del arte a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Su formación la lleva adelante primero en la Universidad de Basilea (1882) donde fue alumno de Jakob Burckhardt uno de los más reconocidos historiadores del arte y la cultura del siglo XIX, completándola en Berlín y Munich entre 1883 y 1886.
Es en la Universidad de Munich donde completa sus estudios doctorales en 1888 tras defender la tesis Prolegómenos a una psicología de la arquitectura donde, bajo una fuerte influencia de ideas neokantianas, ya planteaba como condición medular del hacer histórico, el proceso de percepción artística.
Entre 1886 y 1888, mientras realiza su doctorado, Wölfflin hace una estancia en Roma y viaja a Grecia. En 1889 ya con el título de doctor regresa de nuevo a Italia, donde se relaciona en 1889 con el teórico Konrad Fiedler y el escultor Adolf von Hildebrand quienes ejercerán en él una importante influencia en la manera de ver el arte que luego será el propio Wölfflin quien la sistematizará. Más tarde (1893) tras reencontrarse con Burckhardt lo sucede en la cátedra de historia de la cultura que éste ocupara en Basilea, manteniendo una estrecha amistad reflejada en la serie de correspondencias intercambiadas entre 1882 y 1897.


Wölfflin publica el mismo año en que se doctora, como disertación que lo habilitaría para iniciar su carrera académica universitaria, Renacimiento y Barroco (1888). Luego El arte clásico (1899) y más tarde la que se considera su obra cimera: Conceptos fundamentales en la historia del arte (1915, revisada en 1933), en la que ya ha madurado a plenitud sus más relevantes premisas metodológicas. Finalmente, en Reflexiones sobre la historia del arte (1941), revisa y aclara algunos aspectos de sus publicaciones anteriores y rinde homenaje a su admirado maestro Jakob Burckhardt.
Es curioso reseñar, según lo que hemos podido recoger del artículo de Simón Noriega titulado “Heinrich Wölfflin y la pura visualidad”, aparecido en Presente y Pasado. Revista de Historia (2006), el hecho de que Wölfflin se autodefinía como un profesor de pocos libros y que sus escritos eran más bien consecuencia de su magisterio llegando a ser famoso por la calidad de las clases que dictaba en Basilea y su estilo pedagógico, pudiéndose afirmar que “el verdadero Wölfflin sólo se llegaba a conocer en el aula”. Se reconoce en él como “el primero a quien se le ocurrió respaldar la palabra con imágenes de obras de arte proyectadas en una pantalla en un salón a oscuras. Esta modalidad le permitía analizar y comparar cómodamente las obras a las cuales hacía referencia en sus más mínimos detalles”. Alfred Neumeyer, quien fuera su alumno en la Universidad de Munich, deja constancia a través de Noriega de sus inolvidables clases y añade: “No era un profesor de muchos adjetivos, y, en lugar de despertar sentimientos, prefería más bien las revelaciones ópticas y las comparaciones visuales. Las formas artísticas eran el fundamento de sus palabras y, así, lo visto y lo dicho, fluían simultáneamente en la clase … siempre hacía referencia a las explicaciones de la gestalt y al fenómeno óptico.”
La visión e ideario de Wölfflin, ya esbozados en su manera de ejercer la docencia, no dejan de lado el haber convivido con la época en la que Hegel y el positivismo copaban la escena: su empeño de hacer una ciencia de la historia del arte no dejan de ser reflejo de ello. Sin embargo, será la estética kantiana sumada a la influencia primero de Burckhardt y de Dilthey, y luego de Wundt, Hildebrand, Riegl, Volkelt y Fiedler y su teoría de la “pura visibilidad”, las que le permitirán a Wölfflin darle mayor cuerpo a ésta y a lo que se conoce como “formalismo visual” (Sichtbarkeit) o en otras palabras en “enfocar su estudio hacia el desarrollo ‘interior’ del arte enfatizando la forma representativa (su visibilidad) por sobre el contenido de la obra, la intención del autor o demás factores y circunstancias externas”. En tal sentido, a diferencia de Fiedler, para Wölfflin “el Formalismo no es un fin en sí mismo, no se eliminan el contenido ni los sentimientos sino que se intenta derivarlos de la forma”, diríamos siguiendo el ensayo “Formalismo: H. Wölfflin”, publicado en el blog CAMUSISIFO el 21 de septiembre de 2012.
Rondando las tesis formalistas se encuentran los conceptos de Einfühlung (Teoría de la Empatía) y Kunstwollen (acuñado por Riegl como “voluntad artística” o voluntad de forma). Wölfflin, convencido de que la evolución de las formas, tanto es su aspecto interno como externo, se hallan íntimamente vinculados, predicaba la necesidad de una psicología del arte entendido como fenómeno absolutamente desvinculado de la “realidad existencial” y también “… opuesto a la interpretación positivista que sobreestima las condiciones del medio (Taine) o de la técnica (Semper), Wölfflin sostiene que no es la técnica la que crea estilo, sino el sentido de la forma, que en definitiva, expresa el sentido vital de la época”.
El método formalista de Wölfflin es expuesto con toda claridad en Conceptos fundamentales en la historia del arte cuyo objetivo es indagar en torno a la configuración del estilo dejando de lado la historia de los artistas particulares, conformando una “historia del arte sin nombres”. En esta obra “Wölfflin analiza la evolución de estilos del Renacimiento (clásico) al Barroco a través de cinco pares de conceptos contrapuestos que luego se convertirán en principios universales: la evolución de lo lineal a lo pictórico, de lo superficial a lo profundo, de la forma cerrada a la abierta, de lo múltiple a lo unitario, de la claridad absoluta a la relativa a los objetos. Inspirados en un interés histórico, esto es, aprehender a través de la evolución de los estilos, el pasaje de una época a otra en tanto cambio de sentimiento fundamental o disposición espiritual, Wölfflin renuncia a la documentación bibliográfica y formula verdaderas ‘categorías formales’ (Bildformen), maneras de ver”, se afirmará en el blog ya citado.
Las cinco duplas planteadas por Wölfflin (las cuales sugerimos revisar más a fondo desde las referencias bibliográficas que hemos señalado), mantienen su vigencia y eficacia aún hoy como modelo de análisis para la pintura considerándose algo forzadas para ser aplicadas a la arquitectura (a quien siempre tuvo presente), sin que por ello dejen de ejercer un sugerente atractivo. No en vano se han hecho intentos para que ello pueda acontecer particularmente cuando se incursiona en el par “forma cerrada-forma abierta”: Wölfflin define la forma cerrada como “la representación que, con medios más o menos tectónicos, hace de la imagen un producto limitado en sí mismo, que en todas sus partes a sí mismo se refiere” (presente en el clasicismo renacentista), en tanto que la forma abierta (propia del Barroco) es al contrario, el estilo que “constantemente alude a lo externo a él mismo y tiende a la apariencia desprovista de límites, aunque, claro está, siempre lleve en sí una tácita limitación…”.
Si bien en un principio debemos convenir en que todas las arquitecturas tienden a ser formas cerradas o tectónicas por estar ello en su propia naturaleza, se podría decir que la “arquitectura tectónica”, definida por formas cerradas, se caracteriza por la importancia dada a la estructura, por la imposibilidad absoluta de desplazamiento y por el uso de formas delimitadas. Todo ello produce una sensación de plenitud, de satisfacción. Sería propio de este tipo de arquitectura el elemento geométrico y proporcionado, al igual que las formas rígidas que les confieren impresión de quietud y reposo. Por el contrario la “arquitectura atectónica”, o de formas abiertas, es la que, sin prescindir totalmente del orden, quiere dar apariencia de libertad. Juega con la irregularidad y disfruta ocultando la regla que la rige y que la arquitectura tectónica, su opuesta, gozaba en comunicar. Usa formas abiertas, aparentemente inacabadas, desprovistas de límites y que, en consecuencia, transmiten la sensación de no estar colmadas, de no estar saciadas. Son formas fluidas que parecen tomadas del mundo orgánico, formas que parecen haberse ablandado súbitamente, henchidas por una nueva vida interior.
Ahora bien cuando en su tesis doctoral Wölfflin se formula preguntas como la siguiente: “¿Cómo es posible que las formas arquitectónicas puedan expresar una emoción o un estado de ánimo?”, ya manifestaba la posibilidad de tener en la arquitectura una aliada a la hora de exponer sus ideas, por lo que no deja de tenerla en la mira en la medida que desarrolla una “historia de los estilos” independiente del contexto social, económico y religioso. Su proximidad también es fácil de reconocer a través de la obra de dos importantes historiadores, Rudolf Wittkower y, particularmente, Sigfried Giedion quienes se cuentan entre sus alumnos así como Paul Frankl su asistente luego de terminar su tesis en 1910. Por tanto a través de Giedion, autor de la esencial obra Espacio, tiempo y arquitectura (1941), clásico de la historiografía de la arquitectura moderna (que al igual que hacía Wölfflin, se encargó de actualizar hasta 1966, dos años antes de su muerte), es mucho lo que se puede extraer de la influencia de su maestro en la manera cómo el discípulo entendió e interpretó nuestra disciplina, donde la figura de Pier Luigi Nervi pese a ser ingeniero de formación, ocupa un lugar importante.

En primer lugar rescataríamos el significativo reconocimiento a Wölfflin que hace Giedion en la “Introducción” de Espacio… cuando señala: “Como historiador del arte, soy discípulo de Heinrich Wölfflin. En nuestros contactos personales con él, así como gracias a sus prestigiosas clases, … aprendimos a comprender el espíritu de una época. (…) Wölfflin nos deleitaba comparando un período con otro; empleaba este método con la máxima eficacia tanto en su actividad docente como en sus libros… (…) Muchos de sus alumnos han tratado de emular este método de comparar estilos, pero ninguno ha alcanzado la misma profundidad y exactitud. (…) En mi primer libro, Clasicismo, tardobarroco y romántico (1922; escrito como tesis doctoral), yo también traté de seguir el método de Wölfflin. Los períodos que se comparaban eran el final del siglo XVIII y el comienzo del XIX, ambos caracterizados por el clasicismo. (…) El problema que me fascinaba era cómo se había configurado nuestra época, dónde se hundían las raíces del pensamiento de nuestros días. Este problema me ha fascinado desde el momento en que por primera vez llegué a ser capaz de razonar sobre él.”
Más adelante, Giedion señala en clara alusión a lo aprendido con Wölfflin: “El historiador, en especial el historiador de arquitectura, debe estar en estrecho contacto con las concepciones coetáneas. (…) Sólo cuando está impregnado del espíritu de su propio tiempo es cuando el historiador está preparado para detectar esos rasgos del pasado que las generaciones anteriores han pasado por alto. (…) La historia no es simplemente la depositaria de unos hechos inmutables, sino un proceso, un patrón de actitudes e interpretaciones vivas y cambiantes. (…) La historia no puede tocarse sin cambiarla.”
Así, Giedion nos hace de puente y nos abre la puerta para poder dirigir la mirada hacia Pier Luigi Nervi, ingeniero civil de profesión, nacido en Sondrio al norte de Italia muy cerca de los Alpes suizos, quien hoy estaría cumpliendo 129 años. Se formó Nervi en la Escuela de ingeniería civil de la Universidad de Boloña graduándose en 1913.
Más conocido en el mundo de la arquitectura por la interesante condición que lo colocaba como tal en virtud de la gracilidad, precisión, audacia y sutileza con que desarrollaba el cálculo y la construcción de las obras que emprendía, a Nervi se le considera un innovador en el uso del hormigón armado que él denominaba como “ferrocemento”, caracterizado por la particular disposición y uso del acero y su proporción con el concreto, con el que lograba con menos material verdaderas proezas estructurales que derivaban además en sorprendentes disminuciones en el costo de obra.



Desde muy temprano, tras fundar en 1920 su propio despacho con el nombre de Societàd’Ingenieria Nervi e Nebbiosi, Nervi destaca como el calculista del estadio de fútbol Giovanni Berta de Florencia -hoy Artemio Franchi- (1929-32); los hangares de Orvieto (1936-40) para el Ejército del Aire italiano (volados por los nazis al retirarse de Italia); el Palacio de Exposiciones de Turín (1947-1949); la Sala delle Feste de Chianciano (1952); la sede de la UNESCO (1958) en París, en colaboración con Marcel Breuer y Bernard Zehrfuss; la torre Pirelli (1955-1959) en Milán, en colaboración con Arturo Danusso y Gio Ponti; el depósito de agua de la planta Fiat Mirafiori (1962); o la Catedral de Santa María en San Francisco (Estados Unidos) en colaboración con Pietro Belluschi (1971), desarrollando en el área de las instalaciones deportivas buena parte de su extenso trabajo: el complejo Kursaal de Ostia (1950); las obras realizadas para las Olimpiadas de Roma de 1960; o el famoso trampolín en el Good Hope Center de Ciudad del Cabo (1964 -1980), que tenía la mayor cúpula de cemento del mundo en su época y que fue la primera instalación deportiva multirracial de una Sudáfrica aún en pleno apartheid.
Para Giedion, Nervi ocupa un lugar importante dentro del tema “La construcción y sus implicaciones espaciales” tratado también en la “Introducción” de Espacio, tiempo y arquitectura. Superada la experiencia conformada por la construcción basada en elementos lineales prefabricados haciendo uso fundamentalmente del acero, que se perfecciona hacia el último tercio del siglo XIX, al siglo XX le correspondía dar el salto hacia la activación de todas y cada una de las partes que conforman un sistema estructural contándose para ello con la ductilidad y flexibilidad el hormigón armado como su principal aliado. Los ejemplos de estructuras diseñadas por Robert Maillart y Eugene Freyssinet en torno a 1930 se convierten para Giedion en un claro ejemplo de lo que intentaba decir cuando se refería a la “distribución espacial de las fuerzas” que el nuevo siglo propició, y que también ofreció al acero la oportunidad de ampliar su espectro de uso. Tras la muerte de Maillart en 1941 las estructuras laminares y mallas espaciales siguieron desarrollándose pero curiosamente para Giedion, Pier Luigi Nervi representa más bien la evolución del uso de elementos estructurales lineales considerándolo prácticamente el punto final de esa línea de trabajo que tiene en el Palazzo del Lavoro del Turín (1961) su punto culminante. Si en cierta manera Nervi mira hacia el pasado, Félix Candela, Eduardo Torroja, Jorn Utzon y Kenzo Tange miran hacia el futuro.



En nuestro país la obra de Nervi fue seguida de cerca por Carlos Raúl Villanueva, siempre interesado en la evolución de las técnicas constructivas que giraban en torno al uso del concreto armado y la industrialización y, en consecuencia, por la División de Extensión Cultural de la FAU UCV que le abrió sus puerta desde muy temprano desde las páginas de la revista PUNTO. De hecho Granados Valdés cada vez que pudo publicó un hermoso dibujo de Nervi de una cubierta para un Centro de Exposiciones para Caracas, fechado en 1956, del cual no tenemos mayores noticias acerca de quien lo encargó y hasta qué nivel de desarrollo llegó.
Lo cierto es que ya en el nº 4 de 1961 se publica un artículo titulado “Nervi”, resumen de la ponencia presentada por el ingeniero italiano en el 6º Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos celebrado en Londres en julio de aquel año, que originó otra de Villanueva titulada “Influencias del concreto y del progreso técnico y científico en la arquitectura de hoy y de mañana”, publicada en extenso. En su texto Villanueva expresa, como pocas veces se le ha conocido, una fuerte reacción contra las deducciones que elabora Nervi en su ponencia, consideradas por el Maestro venezolano como “inaceptables” y que lo “dejan perplejo” manifestando, además que “el razonamiento está viciado por un error de enfoque”. La discrepancia y contundente respuesta se origina en que “el profesor Nervi atribuye a la estructura un valor absolutamente determinante en la arquitectura, hasta hacer de ella el factor absorbente y exclusivo del quehacer arquitectónico. Una vez enunciada la ecuación Arquitectura igual a Estructura y una vez afirmado el principio de que la estructura está rígidamente determinada por la ciencia y por los procesos de la producción tecnológica, el profesor Nervi llega a la conclusión obligada de que la arquitectura del futuro coagulará en formas-tipos ideales y perfectas.” Villanueva, para redondear su discrepancia añade que “en primer lugar es imposible aceptar la identificación del concepto de arquitectura con el concepto de estructura. Ello representa ya no una reducción de valores sino un error de tipo crítico. En segundo lugar la reedición del concepto de forma-tipo perfecta e ideal constituye un regreso a concepciones platónicas con evidentes resabios académicos.”
En otro momento, a lo largo del año 1964, con ocasión de la llegada a los espacios de la FAU UCV de la ”Exposición de la obra de Pier Luigi Nervi”, abierta entre el 20 de febrero y el 12 de marzo, PUNTO en su nº 16 (febrero) publica el artículo firmado por el ingeniero italiano “La arquitectura actual y la formación del arquitecto”; registra en el nº 17 (abril) la realización de una Mesa Redonda “en torno a la obra del maestro italiano” llevada a cabo el 17 de marzo; y publica en el nº 18 (junio) la transcripción del polémico evento que contó como precedente con una conferencia dictada por el profesor Guido Guazzo (discípulo y colaborador de Nervi) en las fechas en que estuvo abierta la muestra. Conformaron la Mesa Redonda los profesores: Domingo Álvarez, Enrique Noriega, Guido Guazzo, Juan Pedro Posani, César Hernández Acosta y Carlos Añez.
Para observar el desarrollo del debate preferimos remitir a la consulta directa de la revista. Sin embargo, puede concluirse que, más allá de salvarse de toda duda la altísima calidad de la obra realizada por Nervi y sobre todo su alto nivel técnico, constructivo y su capacidad de ver un sistema estructural como todo un proceso que sobrepasa la concepción de un modelo, y como punto en el que se unifican teoría y práctica a favor de la optimización con su correspondiente dosis de ahorro de recursos, se deja sobre el tapete la discusión acerca de su consideración o no como arquitecto y las dudas que arroja su incursión en el territorio de la arquitectura a la hora de teorizar en torno a ella.
Nervi, a diferencia de Maillart o Torroja a quienes Giedion agrupa dentro de la misma estirpe, es un ingeniero que tiende a respetar ciertas concepciones tradicionales del espacio arquitectónico más próximas a la arquitectura clásica y por ende a la categoría de “forma cerrada” o “tectónica”, con un alto contenido estético asociado a su valor constructivo, temas todos enunciados por Wölfflin. Sus insuperables cubiertas de filigrana, como ya adelantáramos, pertenecen a una visión conceptualmente conservadora, inmersa dentro de una poética personal que como bien concluye Villanueva en su ponencia “poseen condiciones en abundancia para aceptar profunda y favorablemente el desarrollo de la arquitectura. (…) Tan solo evitemos atribuir a sus teorías la paternidad de sus obras. Incurriríamos en un error. Y sobre todo arriesgaríamos de perder en la operación todo el gran valor cultural y estético que estas obras engloban”. Dejemos, por tanto, el teorizar en manos de Wölfflin y a Nervi la responsabilidad de edificar.
ACA
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ALGO MÁS SOBRE LA POSTAL Nº 215

Jorge Rigamonti (Milán, 1940-Caracas, 2008) es reconocido como uno de los arquitectos venezolanos de mayor talento de entre los de su generación. Emigra con sus padres con sólo 10 años a Venezuela desde Italia y cursa el bachillerato entre 1953 y 1958 en el Liceo Andrés Bello de Caracas, tocándole vivir durante la secundaria la etapa final de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Como señala Helena Correa de Rigamonti en la “Breve biografía” publicada en https://www.behance.net/Rigamonti/resume, “La decisión de Rigamonti de estudiar arquitectura es impulsada por una visita a la Ciudad Universitaria de Caracas cuya construcción estaba siendo terminada en esos años”. Ya como estudiante de arquitectura en la Universidad Central de Venezuela, donde siempre mostró sus inquietudes y pasión por la carrera que eligió seguir, recibe clases, entre otros, del arquitecto cubano Ricardo Porro quien influyó de manera determinante en su formación. “En 1961, aun siendo estudiante, Rigamonti viajó a La Habana como joven aprendiz de R. Porro, quien estaba encargado del proyecto de las Escuelas Nacionales de Arte. Ese viaje que luego continuó por Estados Unidos, Francia e Italia fue revelador para Rigamonti, dándole la oportunidad de visitar grandes obras de arquitectura”, apuntará Correa.

De otro viaje realizado en 1963, en este caso a los Estados Unidos, en el que logra visitar las principales oficinas metropolitanas de planificación de Boston, Chicago y Los Ángeles, Rigamonti obtiene los insumos necesarios para formular y desarrollar la que será la tesis que le permitirá obtener el grado de arquitecto en 1966: “Formulación de una Hipótesis Constructiva a través de la búsqueda de Integración entre Estándares Edilicios y Urbanísticos”. Sustentada en los planteamientos que se hacían para reglamentar el crecimiento urbano, “la tesis exploraba la subdivisión (tridimensional) continua del espacio a diferentes escalas, integrando arquitectura y urbanismo, como una manera de afrontar el desarrollo de futuras metrópolis de alta densidad”. Con su trabajo, Rigamonti obtiene el Premio «Mejor Tesis de Grado» en la III Bienal Nacional de Arquitectura de 1967.
La actividad profesional de Rigamonti se inicia, continuando con su inclinación por los temas urbanos que aparecen al final de su carrera, apareciendo como colaborador entre 1969 y 1971 en la elaboración del Plan General Urbano del Área Metropolitana de Caracas a cargo de la Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano (OMPU). También en esa línea hay que resaltar la realización entre 1966 y 1971, de múltiples “collages urbanos” los cuales manifiestan “la ambigüedad de la industrialización y la alta tecnología”.
Siempre preocupado por hacer una arquitectura con sentido, que estuviese vinculada a una manera de pensar, según sus propias palabras, Rigamonti buscó “ofrecer arquitecturas del mayor respeto medio-ambiental, donde la ecología y la funcionalidad expresen la nueva cultura en gestación, y donde el progreso tecnológico sea entendido como proceso emancipador del ser humano mediante su reencuentro con la naturaleza, y a través de las soluciones que ella inspira”. Según Correa, “la originalidad de sus diseños se basaba en su investigación continua, durante más de 30 años, de ‘tecnologías relacionadas al uso de estructuras metálicas livianas, económicas y de rápido ensamblaje y de sistemas de riego automatizados o sistemas hidropónicos para la vegetación, destinadas a crear arquitecturas funcionales y novedosas más adaptadas a las condiciones climáticas’ ”.
Jorge Rigamonti contribuyó durante muchos años con la difusión de la arquitectura siendo entre 1988 y 2006 co-fundador y Director Ejecutivo de la Fundación Museo de Arquitectura de Venezuela, ente que organizó múltiples exposiciones, seminarios y conferencias con importantes arquitectos internacionales. Orador apasionado, muy esporádico escritor, pensador de utopías y convencido de la relación entre cultura y arquitectura y en la necesidad de prestar atención a todo cuanto acontece en el panorama nacional e internacional lo cual debe ser visto con ojo crítico, Rigamonti ejerció la docencia durante más de 30 años en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela en Caracas, donde enseñó Diseño Arquitectónico (1969-92), Teoría del Diseño Arquitectónico (1992-2003), Diseño Urbano (como parte de la Maestría en Urbanismo, 2001-02), y fue Miembro Principal del Comité Académico de Postgrado del Sector Diseño.
Podría decirse que Rigamonti, como tantos otros arquitectos talentosos, construyó un muy bajo porcentaje de lo que proyectó. A pesar de ello aprovechó muy bien las oportunidades que se le presentaron adaptándose en cada caso a las circunstancias. En tal sentido, no es casual que fuera un asiduo participante en Concursos de Arquitectura habiendo participado en el correspondiente al Concejo Municipal del Distrito Sucre (1985), resultando ganador en 1995 del primer premio para el Patio-Jardín Esquina La Torre de la Plaza Bolívar, con la colaboración de Mario Quirós, Alfredo Caraballo, Angela Rodríguez y Carmen Marquina.


Proyectos de gran valor realizados por Rigamonti son: El Complejo Urbano Museo del Petróleo, Maracaibo (1984), el Plan Parroquial y Ordenanza para el 23 de enero, Caracas (1995) y la Plaza del Sol, Mercado y Terminal de Transferencia, Baruta (2002).
El Comedor Central de la Siderúrgica del Orinoco C.A., obra construida en Ciudad Guayana, cuyo boceto ilustra nuestra postal del día de hoy, demuestra en buena parte la consistencia que caracterizaba a Rigamonti a la hora de enfrentar un problema y la destreza que como arquitecto lograba manifestar a la hora de resolverlo y llevarlo a feliz término. Se le suma al Comedor, el Complejo de edificios de servicios de Carbones del Orinoco C.A. (1988-90) como las dos obras realizadas por Rigamonti en la región vinculados con la industria metalúrgica.



Este edificio proyectado en 1976, basado en un programa que contempló 16.200 m2 de construcción, podría resumirse a partir de la sinopsis que aparece en la web ya citada de la siguiente manera: “Ubicada en el Centro Administrativo de SIDOR (la principal productora de acero en Venezuela), la edificación plurifuncional estaba destinada a servir alimentos a 3.800 comensales por hora en el comedor, y prestar además variados servicios para los empleados y obreros de la Siderúrgica, entre los cuales: cafeterías, entidades bancarias, enfermería, farmacia, y agencia de viajes. La edificación fue diseñada evitando las enormes salas de comedor, tan comunes en las grandes empresas. Se prefirió crear un sistema de pequeñas salas, integrables y periféricas a un núcleo central de distribución de alimentos preparados, donde los recorridos sean cortos, tanto para los usuarios como para el personal que maneja los alimentos. Todas las salas de comer fueron previstas para poder disfrutar de la vista de la planta siderúrgica, matizada a través de abundante vegetación tropical, la cual se sembraría en enormes jardineras prefabricadas.
La estructura del Comedor Central y los cerramientos de los espacios de circulación, fueron realizadas en acero tipo ‘Mayari’ que tiene la particularidad de no necesitar pintura ni mantenimiento. Los elementos de cerramiento, fueron diseñados con una forma en “V” especialmente para las condiciones climáticas del lugar, son livianos y permiten un paso mitigado de la luz y la brisa, y a la vez evitan totalmente el paso de la lluvia. Estos cerramientos junto con la vegetación colgante en las jardineras prefabricadas, dan a la edificación una personalidad propia que con su coloración natural marrón óxido oscuro, producen una sensación agradable contrastando con las edificaciones vecinas, que reflejan en exceso el intenso sol tropical.
La construcción del edificio se inició en 1976, pero para 1979, al finalizar la presidencia de Carlos Andrés Pérez, la obra fue paralizada y el edificio abandonado”.
Paradójicamente, la obra que mayor difusión ha tenido dentro de las realizadas por Rigamonti, el Campamento turístico y ecológico Cayo Crasquí, Archipiélago de Los Roques, Mar Caribe (1991-1993), con la que Rigamonti obtuvo el Gran Premio Internacional de la IX Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito, Ecuador, en 1994, excelente ejemplo de respeto por la naturaleza y de arquitectura sostenible totalmente integrada al paisaje, se mantuvo operativa sólo tres años encontrándose hoy totalmente destruida y prácticamente desaparecida, como ejemplo claro de la idea que buscaba transmitir.
También son memorables las participaciones de Rigamonti en los proyectos para el Gimnasio de Gimnasia Artística XV Juegos Deportivos Nacionales, San Carlos, Cojedes (2003) y el Pabellón de Gimnasia XV Juegos Deportivos Nacionales, San Cristóbal, Táchira (2005), mostrando en ellos a modo de síntesis de los conocimientos largamente acumulados por Rigamonti tanto en los campos constructivo y funcional como en el climático y espacial, una gran capacidad para trabajar grandes luces con estructuras sencillas, livianas y fáciles de fabricar.
El Comedor Central de SIDOR y 6 de los 8 Collages Urbanos de Rigamonti que forman parte de la Colección Permanente del MOMA, fueron escogidos para participar en la Exposición Latin America in Construction: Architecture 1955-1980 realizada en el Museo de Arte Moderno -MoMA de Nueva York del 29 de marzo al 19 de julio de 2015. Para los interesados, toda la información gráfica del Comedor se encuentra representada y publicada con gran calidad tanto en https://www.behance.net/gallery/12160347/SIDOR-Main-Service-and-Dining-Center como en https://catalogosdearquitectura.wordpress.com/2018/03/12/rigamonti-jorge-1976-1980-comedor-central-de-la-siderurgica-del-orinoco-c-a/
ACA
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ES NOTICIA
Álvaro Siza toca el cielo en Nueva York:
“A mi edad pensé que había perdido la oportunidad”
El arquitecto portugués cumple este mes 87 años y, para él, este proyecto en una de las ciudades que más le fascina le llegó en el tiempo de descuento
Esperanza Balaguer

17 de junio 2020
Tomado de https://elpais.com
Desde que visitó Nueva York por primera vez en 1962, el arquitecto portugués Álvaro Siza (Matosinhos, Portugal, 1933) ha vivido cada paseo por la ciudad como si fuese el primero. Como dice, «los arquitectos no inventan nada, transforman la realidad». Y aquella realidad de los grandes rascacielos como el Chrysler Building o el Empire State Building, sus coronas y los detalles a pie de calle, le devuelve esa visión infantil ante la novedad como solo consigue hacerlo otra ciudad, Venecia. Lo que no imaginaba Siza, a punto de cumplir 87 años este mes, es que llegaría a vivir para dejar uno de sus edificios en Manhattan, en el lado Oeste de isla, y que este rascacielos sería, además, su primera obra en Estados Unidos. Lo presentó el pasado otoño, y aún se encuentra en construcción, aunque la pandemia ha parado los trabajos.
Álvaro Siza no se ha hecho famoso por sus rascacielos. Entre sus torres más altas figuran el edificio New Orleans (2010), que levantó junto al estudio Buro M2R en Rotterdam (Países Bajos), o un edificio de apartamentos en Maastricht (Países Bajos). Por eso, este trabajo es una triple pirueta de la vida: su primer trabajo en EE.UU. es una construcción en (mucha) altura que el arquitecto aborda a sus ochenta y muchos. «No esperaba tener la oportunidad de construir en Manhattan», declaró Siza en una entrevista con The New York Times. «A mi edad, pensé que había perdido la oportunidad. Me hizo muy feliz que me lo pidieran y pensé: ‘Bueno, veamos si todavía tengo energía para este proyecto’ «, explicó desde su estudio de Oporto, donde aún trabaja fuera del foco de atención.

La torre, de 137 metros –37 pisos– se eleva en una estrecha parcela en el número 611 de la calle 56. De perfil escultórico y líneas puristas, sello de la casa Siza, tiene una fachada de piedra caliza Perla Blanca y vidrio que destaca por su simplicidad, así como por una corona monolítica de cuatro pisos de altura. Nada que ver con los rascacielos futuristas o las últimas construcciones con reminiscencias art déco construidas en los últimos años en Midtown.

El arquitecto, admirado por su sobrio estilo moderno que le ha otorgado los más altos honores de su profesión, incluido el Premio de Arquitectura Pritzker de 1992 o, más recientemente, el Premio Nacional de Arquitectura de España 2019, ha proyectado más de una veintena de obras en nuestro país, desde facultades hasta parques o edificios de servicio.
El Centro Meteorológico de Barcelona (1990-1992), la facultad de Ciencias de la información de la Universidad de Santiago de Compostela (1993-2000), el Centro Galego de Arte Contemporáneo (1988-1993), también en la capital gallega, el complejo Manzana del Revellín en Ceuta (1998-2012), el complejo deportivo Ribera Serrallo (2003-2006), en Cornellá de Llobregat, el paraninfo de la UPV, Bizkaia Aretoa, en Bilbao, o la facultad de Ciencias de la Educación de la Universitat de Lleida forman parte del patrimonio que el arquitecto portugués ha dejado en España.

No ha conseguido, en cambio, llevar a cabo otros proyectos, como el Plan Especial Prado-Recoletos de Madrid para el que ganó el primer premio en el concurso de 2002 o el pabellón de acceso a la Alhambra de Granada, que la Junta rechazó tras un dictamen que lo consideraba invasivo.

La Alhambra le cerró la puerta, pero Nueva York le abrió el cielo. En un homenaje a los icónicos edificios de Manhattan, el arquitecto ha querido darle a su obra un detalle especial en la parte superior con un acabado monolítico y una presencia elegante en su contacto con el pavimento. Los ventanales de las esquinas son también una parte importante de su proyeto. «Hay un ritmo en las ventanas», explicaba en la presentación: «Desde aquí, puedes ver el río Hudson; y desde ahí, Central Park». Una ubicación privilegiada para un rascacielos modesto, encargo de los desarrolladores Sumaida y Khurana, que construyen otro edificio en el barrio de Nolita, a cargo del arquitecto japonés Tadao Ando, Premio Pritzker 1995.
Los interiores de los 80 apartamentos de entre una y cuatro habitaciones están diseñados por la firma internacional con sede en Manhattan Gabellini Sheppard. Siguiendo la armonía de Siza, han mantenido la simplicidad con suelos y paredes de roble, cocinas con encimeras de mármol Grigio Nicola y baños de mármol griego Volakas. «He disfrutado mucho trabajando en Nueva York, ha sido una gran sorpresa y una gran experiencia», concluye Siza, que ya vive para siempre en la ciudad de los rascacielos.
ACA