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TAL DÍA COMO HOY…

… el 12 de noviembre de 1994 aparece en la primera página del número 86 de Arquitectura HOY, firmado por Juan Pedro Posani, el artículo “Voyeurs de la cultura” con el que se encenderá una rica e interesante polémica con Alberto Sato que luego también incorporará a otros lectores del semanario.

Este texto, que nace del abrumador contraste que provoca en su autor, recién llegado de un viaje a Venecia, el ir escuchando Mozart en su vehículo mientras transita por la avenida Bolívar de Caracas padeciendo el “tráfico desordenado, la violencia visual del abandono y de la desidia, lo construido siempre a medias, sin terminar” o, en otras palabras, “las intenciones sin éxito de un país que intenta y no logra y no cuaja” (percepciones que al sol de hoy no han variado un ápice, pudiéndose, por el contrario, elevar al cuadrado), es lanzado como provocación por Posani, como parte de una preocupación de larga data que ve cómo la cultura venezolana se comporta con base en una actitud imitativa asociada a nuestra condición de espectadores periféricos y de segunda de cuanto acontece en los diferentes “centros”.

Como consecuencia directa de lo señalado afloraría, según Posani, la poca capacidad creativa que manifiestan los arquitectos venezolanos, asomándose la posibilidad de encontrar salida a este problema, en primer lugar, a través de propiciar el desarrollo del discernimiento interpretativo que permitiría no sólo hablar el lenguaje del “otro” sino también hablarlo “para el otro”, en clara alusión a lo formulado por Germán Carrera Damas en De la dificultad de ser criollo (1993); y, en segundo lugar, en el desarrollo de razones sólidas, compartidas, elementales y lógicas basadas en la comprensión del clima, el paisaje, los materiales y las formas constructivas, por ejemplo.

El artículo viene ilustrado con dos fotografías: una que muestra “la deconstrucción en Europa” a través del Instituto de Investigación de Nuevas Tecnologías (1987), obra de los arquitectos Belinisch & Partners, F. Stepper y A. Ehrhardt, y otra dedicada a “las nubes flotantes de Alexander Calder en el Aula Magna de la UCV. Obra que se combina con el magnífico espacio realizado por Carlos Raúl Villanueva”.

El pañuelo lanzado desde “Voyeurs de la cultura” es inmediatamente recogido por Alberto Sato quien, ubicado más desde la óptica de la diferencia que desde la de la identidad, desde la diversidad más que desde la unicidad y asentado más en la sabia experiencia acumulada por la cultura universal que rastreando infructuosamente entre los pliegues de las tradiciones, las realidades tecnológicas y las condiciones específicas del territorio donde la arquitectura se instala, escribe quince días después (26-11-1994) “Una lectura caníbal”, colocando sobre el tapete sus discrepancias con Posani, dándose inicio a un intercambio de hasta 9 textos (5 de Posani y 4 de Sato, incluyendo los señalados) que se prolongará hasta febrero de 1995.

Con respecto al recurrente tema del mimetismo de la arquitectura venezolana o, como lo reformula el mismo Posani, al hecho de que «somos, aunque nos duela y lo disfracemos con el gusto -refinado o no del cosmopolitismo y la universalidad- espectadores de la cultura ajena», Sato minimiza su importancia y la revierte al considerar que «en arquitectura, por más pródigo y rico que sea nuestro medio, es difícil prescindir de los aprendizajes y de los lenguajes aprendidos», por lo que es inútil ir en contra de una tendencia que se encuentra en el centro mismo de la actividad del arquitecto, tratando de «volver a descubrir los mecanismos auténticos, autónomos y originales de la creación arquitectónica», que como bien se sabe están llenos de la más absoluta subjetividad.

También, ante la insistencia de Posani en desviar la mirada hacia los elementos ambientales y constructivos, Sato nos invita a ubicarnos en «la esfera de la calidad de los hechos creativos y dentro del complejo tejido de realidades externas y propias». En pocas palabras, apunta más a la actividad del individuo que a la del colectivo y al hecho de que es condición natural de toda buena arquitectura en cualquier tiempo y en cualquier lugar el estar referida y dar una respuesta adecuada a las condicionantes del medio que la rodea, es decir, que no es necesario hacer de ello un punto de honor.

Posteriores a la polémica suscitada, muestra clara del impacto causado y de las reflexiones a que dio lugar entre los lectores asiduos del semanario, son los textos: “Pido la palabra” de Max Rengifo y Roberto Puchetti (25-02-95), “¿Dónde está el norte?” de Ernesto Curiel, “Con permiso Posani y Sato” de Cristóbal Colón C. (ambos del 11-03-95) y “La arquitectura como exploración de cultura” de Abner Colmenares (18-03-95), los cuales Enrique Fernández-Shaw encabezó con el antetítulo de “Intervenciones”. Como efecto retardado de este debate no se puede dejar por fuera, a modo de complemento interpretativo del ejercicio de contrapunteo intelectual llevado a cabo por Posani y Sato, el interesante artículo titulado “Arquitectura y filosofía” de Guillermo Briceño aparecido en el nº 104 del 29-04-95.

Teniéndose al duelo Posani-Sato con eje fundamental, el año 2000 las Ediciones de la Biblioteca de Arquitectura FAU UCV como parte de la Colección de Ensayos Críticos sobre la Arquitectura Venezolana publica Debate y disquisiciones sobre el anón y el cambur, libro que a la postre se convertirá en su único título. Si de alguna manera se puede resumir el fruto de este interesante, infrecuente y a la vez respetuoso debate dentro del desarrollo de nuestra arquitectura, se podría decir que el mismo no encierra otra cosa que una discrepancia de índole metodológica, sin aparente solución, acerca de cuáles deben ser los instrumentos y actitudes que deben privilegiarse para abordar el acto creativo de la arquitectura venezolana contemporánea, discusión vigente y necesaria en los centros de enseñanza de esta disciplina del país.

ACA

VALE LA PENA LEER

La mejor arquitectura es una ventana

Los anhelos y los miedos de los arquitectos al afrontar un proyecto explicados en una serie de libros

Anatxu Zabalbeascoa

Casa experimental de Alvar Aalto en la isla de Muuratsalo.

Tomado de El País

30 de agosto 2017

Alejandro de la Sota recomendaba hacer arquitectura para saber qué es. Y Juhani Pallasmaa sostiene que la mejor arquitectura es una ventana abierta que permite ver otros mundos que van mostrando, gradualmente, universos completos. El arquitecto finlandés que, en contra del criterio que ha imperado en las últimas décadas, defiende una arquitectura en la que el tacto tenga más importancia que la vista, considera que todos los trabajos creativos son esencialmente colaboraciones. Y que no hay labor artística con significado o valor al margen de los que recibe de su contexto. Por eso afirma que “la mejor arquitectura se encuentra siempre en un estado de confesión existencial y no tanto de solución”.

El arte reconcilia los opuestos. No obliga a elegir, demuestra que incluso en lo diverso, hay una parte que coincide. “El arte es la única vía para la armonía y la reconciliación”, escribió Alvar Aalto.

Daniel Gimeno y Miguel Guitart iniciaron las recopilaciones Práctica Arquitectónica para llegar “al lugar íntimo donde se idean las obras”. En ese lugar privado, Juhani Pallasmaa denuncia, en el tercer volumen de la serie, la completa instrumentalización de la arquitectura y también su total estetización. La primera hace referencia al negocio y servicio profesional tecno-estético, según él en clara expansión. La segunda, reduce la arquitectura a una mera seducción retiniana, aunque la arquitectura no sea, primordialmente, un arte visual. Por eso él habla del arte de la construcción como de una mediación cultural que ayuda a entender el mundo tanto como a nosotros mismos. No está perfilando un retrato, que también, está describiendo una ambición que antes era más habitual: el papel mediador de la arquitectura frente a su asunción como un producto final.

¿Es hoy más difícil relacionarse con un lugar y con el tiempo? ¿Están ambos, tiempo y lugar en continua redefinición? Corría 1934 cuando el filósofo del pragmatismo John Dewey (1859-1952) señaló, durante una serie de conferencias en Harvard, que “el arte siempre es un producto de la experiencia de la interacción de los seres humanos con su entorno”. Por eso consideraba que las obras de arquitectura, además de influir el futuro, recogían y transmitían el pasado.La historia, sin embargo, deja claro que la mejor arquitectura ha sido construida casi siempre al margen de su ideología. O de cualquier ideología absolutista. Son legión los monarcas totalitarios o los papas que hicieron que los arquitectos trabajaran para ellos legando sin embargo, obras conmovedoras. ¿Es eso hoy, en la era de la información, posible? ¿Podemos juzgar la arquitectura al margen de todo su contexto -no sólo el contexto físico de la ubicación-? Las dudas, al responder esta pregunta definen lo que hoy se construye. En el tercer tomo de Práctica Arquitectónica, Toni Gironés habla de los sedimentos de la memoria individual como fuente de inspiración. También de geografías humanas. Rubén Alcolea y Jorge Tárrago distinguen entre pensamiento creativo con “sensibilidad ante los problemas” y científico citando al psicólogo Joy Paul Guilford. Recuerdan además la reflexión de Cedric Price sobre la arquitectura que permitía “pensar lo impensable”, justo lo que Fernanda Canales pone en boca de Le Corbusier “aquello que puede enseñase no merece la pena ser aprendido”.

ACA

CARACAS

El próximo martes 25 de julio Caracas cumple 450 años de fundada. Los días que transcurren no están para celebraciones, menos aún viéndola convertida en gigantesca trinchera negada a doblegarse ante un régimen que, por más que levante la voz, le teme porque sabe que dio y seguirá dando el ejemplo.
Si su cuatricentenario, organizado entonces con bastante antelación, del cual quedaron importantes productos en el ámbito cultural, se vio enturbiado por el terremoto acaecido el 29 de julio de 1967 hoy, 50 años después, otro cataclismo en este caso político y económico de amplias repercusiones sociales, teñido de mucha violencia, será lo que empañe los esfuerzos que se han adelantado para dar lustre y prestancia al onomástico.
Caracas añade al creciente deterioro de sus calles y espacios públicos, al pésimo estado de los servicios, a la maniquea y perversa división entre este y oeste, y al abuso institucionalizado convertido en forma de actuar ante los demás traducido en un permanente “sálvese el que pueda”, una incontrolable inseguridad salpicada de terror que han transformado nuestras casas en refugio prolongado a causa de un toque de queda asumido desde antes del anochecer.
Si su excepcional enclave, su incomparable clima, su noble paisaje desbordado por una sobresaturación sin precedentes, su incontrolable verdor empeñado en aparecer en los lugares más inesperados, el siempre generoso azul de su cielo, su escandalosa fauna y la golpeada afabilidad de sus habitantes nos atrapan, los brutales contrastes que nos explotan en la cara, los malos olores escondidos en cualquier rincón, las calles agujereadas por doquier, el tráfico fuera de toda lógica, el desorden y la anarquía peligrosamente asumidos como parte de nuestra manera de ser y hasta la informal flexibilidad con que se manejan los horarios, muy a menudo juegan en su contra. Despedirse con frecuencia de gente querida que ya no la soporta nos coloca, casi a diario, en un dilema que a muchos otros sirve para reafirmar su convicción de que puede ser y será mejor.
Por y a pesar de todo lo dicho, sin embargo, la “sultana del Ávila” ha tenido y tiene quien le escriba gracias a la relación tensa en la que transcurre el transitar por ella. Sin ir muy lejos, Gabriel García Márquez en su “Memoria feliz de Caracas” (1982), relata magistralmente, tras su llegada de París a finales de 1957, su estar aquí de esta manera:

“ (…) Mi primer domingo en la ciudad desperté con la rara sensación de que algo extraño nos iba a suceder, y la atribuí al buen estado de ánimo que me había inspirado con sus fábulas doña Juana de Freites. Pocas horas más tarde, cuando nos preparábamos para un domingo feliz en la playa, Soledad Mendoza subió de dos zancadas las escaleras de la casa con sus botas de siete leguas.
—¡Se alzó la aviación! —gritó.
En efecto, quince minutos después, la ciudad se abrió por completo en su estado natural de literatura fantástica. Los caraqueños habían salido a las azoteas, saludando con pañuelos de júbilo a los aviones de guerra, y aplaudiendo de gozo cuando veían caer las bombas sobre el Palacio de Miraflores, que para mí seguía siendo el castillo del Rey que Rabió. Tres meses después, Venezuela fue por poco tiempo, pero de un modo inolvidable en mi vida, el país más libre del mundo. Y yo fui un hombre feliz, tal vez porque nunca más desde entonces me volvieron a ocurrir tantas cosas definitivas por primera vez en un solo año: me casé para siempre, viví una revolución de carne y hueso, tuve una dirección fija, me quedé tres horas encerrado en un ascensor con una mujer bella, escribí mi mejor cuento para un concurso que no gané, definí para siempre mi concepción de la literatura y sus relaciones secretas con el periodismo, manejé el primer automóvil y sufrí un accidente dos minutos después, y adquirí una claridad política que habría de llevarme doce años después a colaborar con un partido en Venezuela.
Tal vez por eso, una de las hermosas frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa ciudad infernal. Me gusta su gente, a la cual me siento muy parecido, me gustan sus mujeres tiernas y bravas, y me gusta su locura sin límites y su sentido experimental de la vida. Pocas cosas me gustan tanto en este mundo como el color del Ávila al atardecer. Pero el prodigio mayor de Caracas es que en medio del hierro y el asfalto y los embotellamientos de tránsito que siguen siendo uno solo y siempre el mismo desde hace 20 años, la ciudad conserva todavía en su corazón la nostalgia del campo. Hay unas tardes de sol primaveral en que se oyen más las chicharras que los trenes, y uno duerme en el piso número quince de un rascacielos de vidrios soñando con el canto de las ranas y el pistón de los grillos, y se despierta en una albas atronadoras, pero todavía purificadas por los cobres de un gallo. Es el revés de los cuentos de hadas: la feliz Caracas. (…)”


Por otra parte, en clave más reciente e igual de vigente que la manifestada por el Gabo en el fragmento que hemos extraído, Nidia Hernández el 30 de julio de 2013 desde su blog La maja desnuda (vinculado al programa radial del mismo nombre que se transmite en UPV Radio 102.5 FM Valencia, España), encabeza la recopilación de “Poemas para Caracas. Las musas de la ciudad” con el siguiente texto:

“Caracas, ciudad intemperie, ciudad difícil, imposible ciudad, bomba temible de tiempo, resbaladiza, trabajosa, hostil. A veces nos recibe, otras veces no podemos acercarnos y nos bota lejos. Custodia de nuestros afectos, ciudad amante, colateral, renegada, también un dulce amor, que nos acaricia, apenas con su lluvia con sus tardes tornasoladas, con el cielo amable de todos sus árboles, y su luna bruja con estrellas; Caracas constelada, nos observa silente con sus ojos de buda; el Ávila. Nos grita sus mercaderías, pero también nos murmura sus sonidos, que no siempre oímos.
La prefiguro como una muchacha solitaria, abandonada, altanera aunque herida, dadora y mendiga, la hemos encontrado de pie o sentada como esperando que algún transeúnte se detenga ¿A sonreírle? ¿A tocarla? ¿A hablar con ella? ¿A decirle palabras amables? ciudad como cualquier otra sobre la tierra, diminuta como el polvo, inmensa como una luz maestra, con los problemas que tienen todas las ciudades del mundo, la más desordenada, sus casas y edificios no son los más bellos, sus calles no son las mejores, sus habitantes en estos días no son los más amables, sus gerentes no existen. Esta no es, quizás, la ciudad más gentil, pero Caracas te agradecemos tanto, eres la ciudad nuestra de cada día, ciudad símbolo, ciudad espejo, ciudad representación, ciudad reflector, que no esquivan estos poetas que hoy te cantan, Caracas ciudad bendita. Amén.”


Y para no dejar de incluir a alguno de los poemas inéditos recogidos por Nidia Hernández, transportémonos a la Caracas que desde su mirada nos muestra Kira Kariakin:

“Pasaremos
            Transeúntes eternos a través de nosotros mismos,
            no hay paisajes sino el paisaje que nosotros somos.
            Fernando Pessoa
Caracas vive sin nosotros. Somos transeúntes accidentales. Nos ignora en su enfermedad. La enfermedad: nosotros, parásitos, hormiguero que la socava. Ella sabe que pasaremos y llegarán otros.
Esta ciudad nos acuna sin complacencias, con lo mínimo que le resta de amor, atomizado en la espera de tiempos mejores, promesa con visos de eternidad.
En ese transcurso, El Ávila mantiene sus blasfemias dentro arropadas por la sicodelia de sus cambios de color. Estoico tolera tanto lluvias como fuegos y paciente acalla sus maldiciones. Nuestro espíritu se aferra a lo colosal de la montaña; su estatura, una plegaria contundente, visión definitiva para sobrellevar las ausencias.
Nos seguirán otros.
Ante la montaña predarán por partículas de amor.
Pasarán.”


Como se verá, esta semana, a pesar de los pesares, hemos querido transcribir en este espacio algunos textos que, sin pretender emular la obligatoria antología Fervor de Caracas elaborada por Ana Teresa Torres (2015, Fundavag Ediciones), nos hicieran caer en cuenta brevemente lo que esta urbe amada y a la vez odiada ha sido, es y puede ser: valle; memoria; paisaje, mar y montaña; barrios, urbanizaciones y esquinas; calles, caminos y autopistas; casas y mudanzas; libros, ritos y conversaciones; visiones y nocturnidades; distancias, exilios y nostalgias; estallidos, catástrofes y otras destrucciones; ciudad dolida; y ciudad imaginada, categorías todas que el libro de Torres, recurriendo al apoyo de una amplia variedad de géneros y autores de diferentes épocas, completa con cuidadoso tino.
He aquí nuestra modesta contribución en este aniversario al fortalecimiento de una visión que apuesta a la esperanza de que la capital, más temprano que tarde, se convertirá en el más apasionante lugar para poner en marcha ideas, sueños y propuestas muchas por venir y otras por años represadas.

ACA

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