
La urbanización Colinas de Bello Monte comienza a promoverse dentro de la sociedad caraqueña desde 1954, apareciendo el primer anuncio del que tengamos conocimiento (de trazos geométricos, diseñado muy probablemente por Mateo Manaure), en el nº 1 de la revista a, hombre y expresión (1954). El que acompaña la postal, quizás el más conocido, contando seguramente con la misma autoría que el primero, apela, sin abandonar la abstracción, a transmitir un mensaje más sugestivo, apacible, cadencioso y acorde con el producto que se intentaba promocionar.
Siendo la primera incursión “urbanizada” que se acometía en una de las zonas de topografía accidentada ubicada al sur de la ciudad (que incluso llevó a realizar una modificación de la Ordenanza vigente para la fecha), no deja de ser sintomático el apelativo al que se recurre (“colinas”), como demarcación del status socio-económico del segmento a quien iba dirigido el mensaje y de una manifiesta voluntad por diferenciarse del término “cerro”, con el que se empezaron a denominar los lugares donde se comenzaban a localizar asentamientos de carácter informal o los desarrollos de vivienda de interés social. Luego aparecerían “lomas” y “terrazas”, entre otros, como acompañantes de “colinas” en la designación de urbanizaciones más recientes dentro de la acelerada expansión de la ciudad.
Es Inocente Palacios, en su doble condición de empresario y promotor cultural, quien acomete el reto de poblar lo que hasta entonces habían sido los escarpados terrenos de la hacienda Bello Monte (productora de caña de azúcar), en la ribera sur del Guaire, frente a Sabana Grande. La parte menos accidentada del desarrollo (cercana al río) sería ocupada por edificios corporativos y viviendas multifamiliares, destinándose las laderas para quintas que podrían aprovechar, gracias a la sinuosa adaptación topográfica del trazado, las magníficas visuales abiertas sobre el valle y el Ávila.
El propio Palacios se instala en lo que se conocía como cerro El Perico en una casa-conservatorio (de nombre “Caurimare”) que le proyectó el arquitecto italiano Antonio Lombardini, autor de numerosas obras dentro de la urbanización. También organizó la convocatoria del concurso de una quinta-tipo (ganado por José Miguel Galia), que se ofrecería como modelo a los potenciales habitantes de la zona, y se encargó de salpicar de cultura el naciente asentamiento, promoviendo la realización del proyecto para el Museo de Arte Moderno de Caracas (1955) a cargo de Oscar Niemeyer (no construido) y el de la Concha Acústica, autoría de Julio Volante (1954), amén de que en sus predios también se instaló el Club Táchira proyectado por Fruto Vivas (1955). En 1956 y 1957, respectivamente, se construirían en algunos de sus solares la Agencia Anglovén (hoy Dambromotors C.A.) y las residencias Meli y Crisbel (conocidas como “Los Morochos”) de Vegas & Galia e, igualmente en 1956, el Edificio Summa (antes National Cash Register) de Don Hatch.
ACA