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2000• Pabellón de Venezuela en la Exposición Universal Hannover 2000

2000• El 1º de junio se inaugura el Pabellón de Venezuela en la Exposición Universal Hannover 2000, cuyo tema fue «Humanidad, Naturaleza y Tecnología» y a la cual concurrieron 156 países. Nuestro pabellón de 1.600 m2, diseñado por el arquitecto Fruto Vivas con la colaboración de Frei Otto, fue el segundo más visitado después del alemán.
Su estructura de tres niveles con una bóveda de 16 pétalos que se abren y cierran sobre un “tallo” hidráulico de 19 metros de altura, de tres niveles en su interior que contenían muestras diseñadas para proyectar nuestra diversidad cultural, geográfica y económica, fue conocida por los 18 millones de visitantes que tuvo. 

El pabellón cuyo costo se estimó en 16 millones de dólares estadounidenses, fue recuperado y ubicado en el año 2009 en el cruce de las avenidas Bracamonte y Venezuela, Barquisimeto, Lara.

Vista interna del espacio del pabellón ya instalado en Barquisimeto.

Entre las obras más importantes que nos legó el arquitecto Fruto Vivas (1928-2022) se destacan: el Hotel Moruco (Edo. Mérida),
Club Táchira (Caracas), la Iglesia de La Concordia (San Cristóbal); sus experiencias en prefabricación con el Banco Obrero en (Caracas) en 1961 y en La Habana (Cuba) en 1965; y los Árboles para Vivir (Caracas y Lechería).
Fue reconocido y galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura 1987, Doctorado Honoris Causa Universidad Central de Venezuela 2009, profesor honorario de la Universidad Veracruzana (México), de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (República Dominicana), de la Universidad del Cuzco (Perú), de la Universidad Centro Occidental Lisando Alvarado y de la Universidad de Los Andes (Venezuela).

HVH

ALGO MÁS SOBRE LA POSTAL nº 128

Proyectar un pabellón de exposiciones podría pensarse que no establece un compromiso mayor del correspondiente a cualquier obra que pretenda transpirar arquitectura. Sin embargo, son varias las tentaciones que pueden rondar al arquitecto a quien corresponda tal responsabilidad, hasta el punto de distraer, desviar y hasta desaprovechar tan atractiva oportunidad. La historia tejida alrededor de los esfuerzos por organizar exposiciones mundiales o universales, cuyo inicio oficial data de 1851 (Londres), da cuenta de ello. ¿Cuántos de los miles de edificios realizados a lo largo de más de 160 años de encuentros internacionales han dejado realmente huella en la retina arquitectónica? o, en otras palabras, ¿cuántos han superado la paradoja que encierra el trascender su manifiesta vocación efímera?

Entre la intención de recoger la esencia de lo que puede considerarse como lo más representativo del ser nacional, hasta el interés por demostrar en cada momento dónde se encuentran estacionados el progreso y los avances tecnológicos, la arquitectura que se presenta en las exposiciones universales a los ojos del mundo, salvo en los escasísimos intentos (no muy felices, por cierto) por buscar una imagen unitaria o unificadora, no pasa de ser sino un montón de manifestaciones disonantes dentro de un espectáculo fundamentalmente mediático. Es sólo la aproximación cuidadosa a la diversidad de los elementos que integran el evento la que puede permitir detectar el predominio de lo permanente por sobre lo cambiante, a través de la siempre relativa ponderación con que cada arquitecto haya manejado el impacto que sobre el edificio pueden tener el contexto ferial, la época donde se encuentra y el contenido albergado, sea éste de orden nacional o temático.

Por si esto fuera poco, cada exposición internacional ha tratado de identificarse a través de un tema en particular que puede enriquecer o enrarecer aún más las variables de las cuales debe partir el arquitecto. Así, por citar sólo unas pocas, la Exposición Universal de Chicago de 1893 se autocalificó de “Colombina” en honor a quien hacía ya 400 años había “descubierto” América; el tema de la ideologizada exposición de 1937, con España en plena Guerra Civil y Europa al borde del peor conflicto bélico del siglo XX, era, paradójicamente, “La Civilización”; los lemas de la exposición de 1939 en New York fueron “La Ciudad de la Democracia” y “Construyendo el Mundo del Mañana”; el slogan en la de 1958 (Bruselas) fue “Para un Mundo más humano”; la de Sevilla (1992) se identificó tras “La era de los descubrimientos”; Lisboa tuvo como leit motiv a “Los Océanos” y la de Hannover 2000 (la primera realizada jamás en Alemania) se apoyó en los conceptos de “Hombre, Naturaleza y Tecnología” tras la para entonces rescatada y resituada idea de “Sostenibilidad”.

Obviamente, dentro de este marco, cada país tiene su propia historia de aproximaciones a uno u otro extremo dentro de los que se mueve el problema de la representatividad en la arquitectura expositiva. El nuestro, bien sea por la vía de la asignación directa o por la del concurso, no ha escapado a los vaivenes por legitimar estilos que podrían asociarse históricamente a la venezolanidad (recordemos el pabellón neocolonial de Villanueva y Malaussena de Paris -1937-); tampoco ha dudado en otorgar la responsabilidad de mostrarse ante el mundo a profesionales extranjeros cuidándose las espaldas tras la garantía que ofrece siempre la “buena arquitectura” (los casos de Skidmore & Owings con Gordon Bunshaft en New York -1939- y de Carlo Scarpa en Venecia -1954-56- así lo evidencian). Curiosa por demás también fue la actitud asumida por Alejandro Pietri quien propuso para Damasco un pabellón más ligado a las tradiciones constructivas del Medio Oriente que a las del país representado, es decir, Venezuela. Edmundo Díquez y Oscar González, cuando se expresan sobre su propuesta para New York -1964-65-, no dudan en considerar si a la hora de diseñar un pabellón “es más positivo mostrar una arquitectura internacional digna, o por el contrario representar a nuestro país con un edificio de vestigios coloniales que no expresa nuestra actualidad”. Ya son suficientemente conocidas la acertada opción minimalista por la que opta Villanueva ante la presumiblemente (y en efecto) ruidosa Exposición de Montreal de 1967 y la decidida apuesta que hacen Henrique Hernández y Ralph Erminy al poder de una contemporánea imagen tecnológica basada en un sistema constructivo desarrollado en el país.

Sin lugar a dudas, Fruto Vivas a la hora de enfrentar el encargo de diseñar en tiempo récord (9 meses que no permitían desarrollar y experimentar soluciones completamente nuevas) el pabellón venezolano para la Expo 2000 Hannover, debió dilucidar y tomar partido, una vez más, sobre las coordenadas donde se ubica el problema de la representatividad arquitectónica. Las particularidades del caso nos colocan en una encrucijada donde se dan cita y a la vez quieren convivir armoniosamente toda una serie de difíciles circunstancias. En primer lugar se encuentran las siempre subjetivas características del país que va a ser representado donde el aquí y el ahora se hallan en constante lucha con el allá, el ayer, el mañana y el siempre, y donde debe despejarse el dilema de si afrontar dicho reto le corresponde a la evocación de referentes históricos de comprobado peso o a la interpretación de todo aquello que conforma lo cultural, plasmados bien sea a través del contenedor (el edificio), del contenido (la muestra expuesta) o de ambos. En segundo lugar aparece el compromiso con el lugar, con la época y con la arquitectura dentro de un contexto que se presume discontinuo, disonante, conformado por piezas a cual más original donde, además, se pide sintonizar (como ya se ha mencionado) con ideas tales como “Hombre, Naturaleza y Tecnología” tras el concepto de “desarrollo sostenible”. En tercer lugar (y no por ello menos importante) se encuentra el arquitecto y, con él, su obra, su trayectoria, su personalidad, su pensamiento, las ideas que por aparecer con mayor asiduidad fijan su actuación, sus obsesiones, y las circunstancias que han originado cada respuesta proyectual dentro de su particular cronología.

Lo interesante de este caso es que el Pabellón de Hannover, sin necesidad de recurrir a la construcción de un discurso demasiado elaborado, manifiesta a la vez el interés por evidenciar el lugar del cual es oriundo y de no renunciar a las posibilidades que ofrece la tecnología para hacerlo creíble, en medio del recinto ferial más importante de Alemania (160 hectáreas) que albergó la representación de 155 países y 27 organizaciones internacionales donde tan sólo se hizo necesario construir un 30% de las instalaciones (desmontadas, recicladas o nuevamente reinstaladas en alguna otra parte al terminar la Expo) logrando así una exposición muy respetable con el ambiente.

En él Fruto apela casi de forma directa a la evocación de elementos propios de la exuberante naturaleza venezolana como detonante en la generación de la forma resumida en la idea “una flor de Venezuela para el mundo”. Su aspecto, en exceso figurativo, en el que quieren aparecer tepuyes y alusiones a la flora autóctona tras la reverberación que eventualmente producen la transparencia y el movimiento, ofrece todos los signos de una fascinación (nada nueva, por cierto) del arquitecto por la estrecha colaboración que debe ofrecer la estructura portante en la conformación del espacio arquitectónico, esta vez incursionando en el territorio de la robótica.

1. Arriba: Croquis inicial del Pabellón de Venezuela en Expo Hannover 2000, Fruto Vivas, 1999. Abajo: Croquis del pétalo, Frei Otto, 1999

Bien pudo Fruto Vivas haber echado mano de la manifiesta “sostenibilidad” que muestran sus propuestas “populistas” de los años 50, fundamentalmente ligadas al tema habitacional, donde se observa no sólo una sensible, racional y sabia disposición en cuanto al uso de los materiales de cada lugar sino también en cuanto al manejo de la escala. No obstante, el Pabellón de Hannover transita la senda que a partir de esa misma década ya empieza a percibirse en Fruto a raíz de su estrecha colaboración con Niemeyer y de su contacto con Eduardo Torroja, que arrojan como resultado la “concha” del Club Táchira. El arquitecto pasa así, luego de 45 años, de la imagen de un pañuelo posado en una colina a la de una flor tropical bioclimáticamente adaptable, manteniendo inalterable, ahora con la colaboración de Frei Otto y un amplio equipo de profesionales que participó en su diseño y puesta a punto, su pasión por la relación arquitectura-técnica, que como bien sabemos a lo largo de toda su vida profesional se ha traducido en fe a la hora de buscar soluciones a las más acuciantes necesidades del país. Es también notable la similitud en cuanto al tratamiento espacial de los dos edificios en estrecha relación con su evidente carácter público. Es decir, tanto en el Club Táchira como en el Pabellón de Hannover ya no se apuesta al intimismo, al control de la luz o al calor que proveen los materiales nobles propios de una escala más doméstica, sino a la fusión del espacio interior con el exterior bajo el predominio de un importante evento estructural como lo es la cubierta. Como contraparte a la ligereza que se le imprime al elemento protagónico, aquellas actividades que deben realizarse en espacios controlados se ubican en los correspondientes podios (tendientes a la solidez) que sirven de soporte a ambos acontecimientos tectónicos.

2. Arriba: Detalle el capitel central. Centro: Atirantado. Abajo: El mástil apoyado sobre las plataformas

Manteniendo un pie en el Club Táchira como necesario acompañante y el otro en todo el pensamiento de Fruto que gira en torno a “los árboles para vivir” (o a la “bioarquitectura para los hombres libres”), sería lícito exigirle al Pabellón de Hannover una mayor sofisticación discursiva o un mayor nivel de abstracción como propuesta arquitectónica. También se le podría someter, con relativos resultados, a una evaluación atinente a su contemporaneidad o capacidad para estar a tono con los temas vinculados al “desarrollo sostenible” a la luz de otros interesantes edificios presentados dentro de la Exposición. Incluso podríamos atrevernos a problematizar cómo intenta salvar con evidente dificultad la distancia que existe, con relación a la representatividad, entre el Pabellón Venezolano de 1937 y el de 1992. Pero de lo que no quedan dudas es de que tras él se encuentra un arquitecto que, independientemente de sus éxitos o errores o de su aparente desgaste, ha asumido con una incombustible intensidad y entusiasmo y una indudable autenticidad el reto de ubicarse dentro de las nada fáciles coordenadas en las que puede plasmarse un edificio de esta naturaleza.

Pareciera que el poder de atracción que aún ejerce lo exótico sobre el común de los europeos le valió al Pabellón un rotundo éxito (con el cual no contó la exposición en general si se toma en cuenta que se esperaba una afluencia de 40 millones de visitantes y sólo concurrieron 18) del cual, obviamente, se benefició el país y del cual tiene mucha responsabilidad tanto el arquitecto como el partido ferial asumido. Frei Otto dentro del furor del momento y con evidente parcialidad se atrevió a compararlo en cuanto a trascendencia con el Palacio de Cristal y la Torre Eiffel.

Lo que sin duda es excepcional es que el de Hannover 2000, caracterizado por su forma de flor, la ligereza de su estructura de acero y vidrio, la movilidad de su cubierta de 16 “pétalos” y un contenido basado en la biodiversidad del país, se haya convertido en el único pabellón desmontado, trasladado y reinstalado en Venezuela de cuantos conforman nuestra ya larga saga llena de fracasos alrededor de dicho intento. Así, una vez finalizada la exposición (desarrollada entre el 1 de junio y el 31 de octubre de 2000), en el 2001 se “repatria”, rehaciéndose entre 2007 y 2008 por empresas venezolanas y por la compañía alemana Global Project Engineering GmbH en la ciudad de Barquisimeto para ser inaugurado en octubre de 2009 como el “Centro Cultural Flor de Venezuela”. Y no sólo eso, tan satisfechos quedaron los alemanes con la pieza que en el 2006 se reconstruyó una réplica exacta y fue colocada nuevamente en el recinto ferial.

Por ello es posible, una vez que el inclemente paso del tiempo ha empezado a hacer su trabajo, retornar a observar este particular edificio, con ojos menos emocionados y desprejuiciados que los de Otto, para poder aventurar una última palabra. El comparar las condiciones de mantenimiento y comportamiento de su sofisticada estructura retráctil en su locación larense versus la de su clon en Alemania no deja de ser interesante a la hora de constatar verdaderos niveles de compromiso con una obra que requirió elevados niveles de tecnología para ser resuelta y puesta en uso. Si queremos tener una información amplia, detallada y precisa sobre los interesantes aspectos constructivos que rodearon su concepto y evolución, recomendamos leer “El Pabellón de Venezuela en la Expo 2000 de Hannover”, artículo de Ch. García Diego, J. Llorens y H. Poppinghaus aparecido en Informes de la Construcción (Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja), vol. 53, nº 473, mayo-junio 2001. De aquí, nos ha parecido relevante incorporar su completa ficha técnica para dar una idea del complejo y muy serio compromiso asumido por todas las instancias y personas que permitieron su muy exitosa culminación

ACA

Procedencia de las imágenes

Postal. https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Flor_de_venezuela_barquisimeto_lara.jpg

1 y 2. Ch. García Diego, J. Llorens y H. Poppinghaus. «El Pabellón de Venezuela en la Expo 2000 de Hannover”, Informes de la Construcción (Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja), vol. 53, nº 473, mayo-junio 2001