Archivo de la etiqueta: Anatxu Zabalbeascoa

VALE LA PENA LEER

La madrina de las ciudades

Se publican conjuntamente cuatro entrevistas a Jane Jacobs que retratan a la autora de ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’, la intelectual que urgió a recuperar la vida en la calle para humanizar la ciudad

Anatxu Zabalbeascoa

Tomado del blog “Del tirador a la ciudad”

4 de junio 2019

El País

“Querida Jacobs: Haga siempre lo que de verdad le gustaría hacer. Hay media docena de editores que se pelearían por un manuscrito suyo sobre la ciudad, y aunque no puedo aventurar cómo lo recibirá el público, es su deber escribir ese libro. No hay nadie que tenga tantas cosas frescas y sensatas que decir sobre la ciudad y ya es hora de que se digan y se discutan, así que póngase a trabajar”. En 1958, tres años antes de que Jane Jacobs publicara su obra maestra Muerte y vida de las grandes ciudades, otro humanista, Lewis Mumford encabezó así la carta que le envió”.

Cuarenta años después, Jacobs había abandonado Nueva York para instalarse en Toronto. Lo hizo siguiendo a sus hijos. Por entonces, Estados Unidos estaba asustado por la crisis del Sputnik (reacción estadounidense al éxito del programa espacial soviético). Y los chavales estaban en edad de reclutamiento y no querían ir a Vietnam. El mayor había conseguido una beca para hacer un doctorado en física. Y ambos tenían claro que preferían ir a la cárcel que a la guerra. Fue el marido de Jacobs quien decidió que no habían criado a sus hijos para que terminaran en la cárcel. Se fueron. “Me he dado cuenta de que quienes se consideran a sí mismos exiliados nunca consiguen rehacer su vida. Nosotros nos considerábamos inmigrantes. Se trataba de una aventura y estábamos todos juntos”. Le dijo Jacobs al periodista James Howard Kunstler que la entrevistó en Toronto para la revista Metropolis. Lo que contó Kunstler entonces, cuando Jacobs tenía 84 años, o Roberta Brandes en la revista New York, o sus opiniones poco antes de morir sobre Quebec y la independencia constituyen otra cara, más personal, pero seguramente igual de urbana, de la gran dama que defendió la vida en la calle como condición sine qua non de la humanización de las ciudades. Esas charlas están reunidas ahora, y por primera vez traducidas al castellano por María Serrano, en el impagable volumen Jane Jacobs, cuatro entrevistas (Gustavo Gili).

A Howard Kunstler, que tituló su entrevista La madrina de las ciudades, Jacobs (Scranton Pensilvania, 1916, Toronto, 2006) le contó que vio por primera vez Nueva York con 12 años, antes del Crack del 29. Llegó en ferri, desde Nueva Jersey y vio aparecer el sur de Manhattan. Lo que le llamó la atención no fueron los edificios —no había apenas rascacielos— ni siquiera los característicos depósitos de agua. Se fijó en las personas “había gente por todas partes”. Años más tarde, regresaría y se instalaría en casa de su hermana para buscar trabajo. “Leía en el periódico los anuncios de empleo. Cruzaba andando el puente de Brooklyn hasta Manhattan, y luego, cuando me rechazaban en todos aquellos trabajos, me pasaba el resto del día curioseando por el lugar donde había pasado, o, si acababa en algún sitio que ya conocía, me gastaba cinco centavos en un billete de metro, me iba a alguna parada al azar e investigaba por otro sitio. Por las mañanas buscaba trabajo y por las tardes me dedicaba a deambular por la ciudad”. Una mañana le tocó el gordo y consiguió trabajo en una fábrica de caramelos. Pero fue el tiempo, presumiblemente perdido lo que terminó por darle una profesión: “Al haber pasado tardes observando diferentes zonas de la ciudad, empecé a escribir artículos que compró la revista Vogue”. Eso sí, ella los adaptaba a los lectores: el barrio de las pieles, por ejemplo, fue su primer escrito. Le pagaban 40 dólares la pieza. Ganaba 12 a la semana en la fábrica de caramelos.

Aunque fue un par de años a la Universidad de Columbia, Jacobs se formó por las calles. Desprejuiciada, “perdiendo el tiempo” y anotando lo que veía: “Fui un tiempo a una asignatura de Sociología y me pareció una idiotez”, apunta en la entrevista. En Canadá, Jacobs se dio cuenta de que “los estadounidenses no se creen de verdad que haya otros lugares tan reales como Estados Unidos”.

Pocas personas han hecho más por el activismo ciudadano que Jane Jacobs. Y pocas conocen tan bien su capacidad de cambiar las cosas como la dificultad de hacerlo. En 1950, ella misma recogía firmas para impedir que una carretera atravesara Washington Square. Pedían firmas entre quienes se sentaban al sol, jugaban allí con sus hijos, leían un libro o paseaban a perros. El caso es que muchos de los ciudadanos que usaban la plaza rehusaron firmar la petición de salvarla. Estaban convencidos de que firmar la petición podría resultar peligroso. “Fue en esa época cuando aquel extraño temor lo invadió todo, pero también recuerdo cuando se disipó, estando en plena lucha por salvar un barrio”.

Jacobs terminó nacionalizándose canadiense porque no le parecía normal no poder votar ni participar en las decisiones del lugar donde vivía. La relación con Mumford acabaría en discusión. Dos años después de la carta, en 1960, ella había terminado su inolvidable libro. Vería la luz un año después. Y Mumford, un hombre que, según Jacobs, cambiaba de carácter volviéndose ansioso al entrar en Nueva York, pasó a defender la ciudad jardín, la idea de vivir cerca de la ciudad con los beneficios del campo, una utopía para Jacobs que ni cuidaba la ciudad ni protegía el campo.

ACA

VALE LA PENA LEER

PLANETA ROJO

Anatxu Zabalbeascoa

29 de enero 2019

Tomado del blog Del tirador a la ciudad

Diario El País

Vital, visceral, dinámico y también tabú, el rojo colorea cada vez más edificios de la arquitectura actual. Un libro reúne 150 ejemplos recientes de inmuebles escarlata levantados por todo el mundo.

Picasso decía que utilizaba el rojo cuando se quedaba sin azul. Tiziano, que un buen pintor solo necesita tres colores: blanco, negro y rojo. Christian Louboutin está convencido de que, aunque a uno no le gusten los colores, acaba siempre teniendo algo rojo. Por eso, aunque la autora del libro de la editorial Phaidon RED, Stella Paul, sostiene que la condición humana es roja, la humanidad no sería capaz de ponerse de acuerdo para describir qué es el rojo. Lo anunció Josef Albers. “Si 50 personas oyeran la palabra rojo, 50 rojos distintos aparecerían en sus mentes”.

El color de los colores para los renacentistas, el color del peligro y la prohibición para la circulación, el carmín de la seducción, la marca del tabú, la huella del crimen y la referencia de la tierra. El rojo pompeyano evoca riqueza y sofisticación, el bermellón de los alquimistas, componentes tóxicos; el escarlata, las suntuosas coronaciones de los príncipes medievales, los ropajes de los generales romanos y el trabajo de los gremios de tintoreros. El rojo es a la vez el color del martirio y el de los cardenales, el de las novias chinas y el del partido comunista. El del enfado y el de la prosperidad. Por eso el rojo puede ser metáfora, marcar contraste, indicar dinamismo y anunciar a los bomberos. O a Coca-cola, cada vez con menos azúcar y, tal vez por ello, cada vez menos roja.

Lina Bo Bardi fue una de las primeras arquitectas en emplearlo en edificios recientes. Lo hizo para destacar la estructura de su Museo de Arte MASP en São Paulo. También Ricardo Bofill bautizó sus viviendas en Calpe como la Muralla Roja. Souto de Moura cubrió de rojo la Casa das Historias que levantó para Paula Rego en Cascais (Portugal), Frank Gehry pintó de encarnado sus oficinas para el puerto de Düsseldorf y hasta Foster coloreó el Pabellón de los Emiratos Árabes Unidos en la Expo de Milán. Es cierto que el Hotel Danieli de Venecia lleva más de seis siglos contrastando su teja con la Laguna. También que el Fuerte Rojo de Nueva Delhi habla tanto de los emperadores mogoles como de la tierra sobre la que construyeron.

La Casa das Artes Miranda do Corvo (Portugal) es un símbolo: un lugar de encuentro. Por eso sus autores: Future Architecture Thinking, la han hecho hablar desde su arquitectura dinámica y angular y desde su rojo brillante exterior, para anunciarla.

En lugar de para destacar la arquitectura, en San Petersburgo, los arquitectos Vitruvius and Sons emplearon el rojo para camuflar su edificio. Demostraron que algo tan visible y molesto como un código de barras desaparece bajo una mano de pintura. Este centro comercial no engaña a sus visitantes, pero transforma el ubicuo símbolo de la vida moderna convirtiendo los números y los cortes en ventanas y puertas. Es lo que es, pero el rojo, en lugar de destacarlo, lo camufla.

En Estocolmo la cooperativa de vivienda sueca SKB encargó al estudio Wingardh Arkitektkontor 100 viviendas de ladrillo en las que los balcones parecen salir disparados. También en la Universidad de Gotemburgo, estos arquitectos eligieron el rojo para anunciar a los barcos que amarran en el puerto su edificio Kuggen, el departamento de educación. Los proyectistas hablan de la nueva catedral para la ciudad del siglo XVI. El diseñador de moda Bill Blass decía que el rojo es la cura total para la tristeza.

Ficha editorial del libro comentado

RED: Architecture in Monocrome

Stella Paul

(Concebido y editado por Phaidon Editores)

Phaidon Editors

2018

224 páginas

Tapa dura

ACA

VALE LA PENA LEER

VALE LA PENA LEER

Contra los rascacielos anodinos

Nadie olvida el nombre de torres como la Chrysler, que representaban a empresas, aunque hayan dejado de hacerlo. Con los nuevos rascacielos sucede lo contrario: muy pocos son memorables

Anatxu Zabalbeascoa

Rascacielos del número 432 de Park Avenue, en Nueva York.

Tomado de: https://elpais.com/elpais/2018/05/15/del_tirador_a_la_ciudad/1526409195_622309.html

24 de julio 2018

Es difícil recordar un detalle, uno, del diseño del nuevo rascacielos neoyorquino 432 Park Avenue que, con 425 metros y 96 plantas útiles, disputa el récord de altura al flamante One World Trade Center al sur de Manhattan. El edificio del uruguayo-americano Rafael Viñoly se encuentra entre la calle 56 y la 57, pero despunta como una pértiga sobre el fondo cercano de Central Park y su diseño cartesiano -una retícula de hormigón con ventanales de diez metros- parece mejor pensado para sus inquilinos que para el resto de los ciudadanos. En ese gran poste habitable, se suceden los huecos de ventanas en una estructura externa de hormigón visible desde casi cualquier rincón de la ciudad.

Además de haberse convertido, por su esbeltez o raquitismo en uno de los inmuebles más visibles, el edificio resulta también -justamente por eso, por ser tan visible y disfrutar de vistas inigualables- uno de los más anodinos de la ciudad. Posee, sin embargo, otro récord, el de ser el inmueble residencial más alto del hemisferio occidental. Y su autor, el arquitecto Rafael Viñoly, -que ya recibió fuertes críticas por un mastodóntico rascacielos en la City londinense que fue bautizado consecutivamente como The toaster (el tostador) y el Walkie talkie- llegó a admitir, en un debate, que metió la pata en el diseño. Sin embargo, no tardó en corregir que se refería a errores en el aprovechamiento del espacio: los gruesos marcos de las seis ventanas que permiten observar Manhattan desde los apartamentos roban demasiado espacio del interior.

Torre Generali de Zaha Hadid en Milan. Huffton & Crow

Así, a pesar de devorar la ciudad por cada una de sus ventanas, el diseño del rascacielos, vamos a decir estilizado, de Viñoly carece, por lo menos en la distancia, que es como se juzgan los rascacielos desde el punto de vista ciudadano, de relación alguna con la ciudad. Eso se debe a la falta de dos elementos fundamentales en las torres: su remate superior, su coronación -parece carecer de remate como si se tratara de una estructura que pudiera crecer eternamente- y de lo contrario, de arranque o anclaje: la manera en la que llega al suelo y/o se relaciona con su contexto deja una huella irrelevante en la arquitectura.

Este hecho -la falta de principio y fin-, sumado a su gran altura, confiere al rascacielos un aspecto a la vez desubicado, desproporcionado y además enigmático me temo que en el peor sentido de la palabra. Uno se pregunta qué hay detrás de un edificio así: quién se siente representado por él o a dónde busca pertenecer. Si es que le preocupa lo más mínimo. Ese es el problema, que el rascacielos de 432 Park Avenue no está solo en la ciudad que tanto le gusta mirar. O puede que esa sea la cuestión: que no necesita mirarse a sí mismo.

¿Qué está pasando en las grandes ciudades del mundo? ¿Por qué los edificios que despuntan en Manhattan tienen un eco en las torres que están construyendo el nuevo Chicago? ¿Asistimos a una nueva versión del homogeneizador Estilo Internacional o es que las nuevas torres eligen como identidad el anonimato?

La carestía de los terrenos, las prisas por rentabilizar las inversiones y los avances en la ingeniería (la torre de Viñoly puede ser atravesada por el viento y eso le confiere mayor anclaje estructural y mayor posibilidad de altura sobre menos superficie) hacen que cada vez sean más los promotores y arquitectos dispuestos a construir en terrenos en los que antes no se hubiera pensado en levantar un rascacielos. No lejos del de Viñoly, en la calle 57, lado Oeste, Shop Architects ha ideado una torre, con previsión de que mida 441 metros de altura, que se levantará en un terreno de tan solo 13 metros de ancho.

También Norman Foster trabaja la extrema delgadez junto al mítico Seagram en Park Avenue pero, más allá de producir la densificación de la ciudad, y de multiplicar los precios de las viviendas, un ciudadano, como un visitante, se puede preguntar qué aportan tan insignes arquitectos a la ciudad. A quién o qué representan. Si la construcción de la ciudad o una transformación en la que la identidad ha pasado a ser irrelevante.

Uno de los últimos rascacielos que trabajó brillantemente la identidad en el sur de Manhattan fue la torre en Spruce Street que ideó Frank Gehry. Un rascacielos póstumo de Zaha Hadid ha dado identidad a una zona reconvertida al norte de Milán. Algo parecido sucedió en Shanghái. La, en su momento tildada de postmoderna, torre Jin Mao proyectada por SOM hoy define el hermoso perfil que el barrio de Lujiazui proyecta sobre el río Huangpu. ¿Qué necesita un rascacielos para no parecer mera especulación inmobiliaria y colaborar en la construcción de una ciudad? Tal vez los arquitectos deberían planteárselo.

ACA

VALE LA PENA LEER

¿Ha llegado la infantilización de la arquitectura?

Anatxu Zabalbeascoa

Lego House de Bjarke Ingels en Billund (DInamarca)

Tomado de El País

22 de enero de 2018

Anatxu Zabalbeascoa, periodista e historiadora del arte nacida en Barcelona (1966), lleva unos cuantos años escribiendo sobre arquitectura y diseño en el periódico El País. Es autora de más de diez libros sobre dichos temas y su blog Del tirador a la ciudad es sin duda una referencia por la frescura y agudeza con que aborda los temas que le interesan. Su ultimo artículo titulado “¿Ha llegado la infantilización de la arquitectura?” aparecido el 22 de enero de este año pone la mirada, tomando como excusa la inauguración en Billund, Dinamarca (septiembre de 2017) de La Casa LEGO (LEGO House), centro de experiencias de 12.000 metros cuadrados diseñado por BIG, en la manera como algunos iconos han encontrado una vía para lidiar con la mala conciencia a través de la broma.

El artículo de Zabalbeascoa busca desde su inicio establecer la diferencia entre el valor lúdico que sin duda la arquitectura puede contener y el riesgoso juego en el que algunas manifestaciones han caído dando la impresión de encontrarnos en un territorio que, gobernado por la broma, raya en el chiste, tal y como lo dan a entender, sin quizás proponérselo, la proliferación de edificios “con forma de número, cesta de compra, copo de nieve, montaña o juguete”.

La sede de Lego House convertida en juguete de Lego

Sin embargo, como señala la autora, “los edificios chistosos no han existido siempre, pero las bromas en arquitectura sí. Como el del chiste es un territorio arbitrario, las extravagancias se suelen barajar con las sorpresas porque ambas impresionan tanto como cansan”. Desde los surtidores que empapan a los visitantes en los jardines de Villa d’Este (Tivoli) hasta obras salpicadas por la cultura pop son numerosas las muestras que hablan de un ámbito abonado para la diversión, pero dentro de la categoría de “bromas” es el edificio más reciente de BIG para la sede de LEGO el que lleva la voz cantante, culminando una secuela trazada por esta oficina de arquitectura encabezada por Bjarke Ingels en la que paulatinamente el apelar al reconocimiento instantáneo “como arma eficaz para alcanzar la popularidad en un tiempo en que el asombro se ha vuelto difícil de alcanzar” se ha convertido en su marca de fábrica. A modo de conclusión queda para la reflexión cómo, por un lado, quizás sea la “dificultad para asombrar en la era de la información desinformadora y en un tiempo en el que las novedades parecen nacer obsoletas, lo que podría estar detrás del creciente número de arquitecturas chistosas y lúdicas que se construyen por el planeta” y, por el otro, la necesidad de detenerse a pensar, cuando se habla de arquitectura como de un juego, si ella “puede ser una broma y si la construcción puede ser cosa de niños. No hace falta recordar que confundir lo alegre con lo chistoso puede resultar muy peligroso”.

ACA

VALE LA PENA LEER

La mejor arquitectura es una ventana

Los anhelos y los miedos de los arquitectos al afrontar un proyecto explicados en una serie de libros

Anatxu Zabalbeascoa

Casa experimental de Alvar Aalto en la isla de Muuratsalo.

Tomado de El País

30 de agosto 2017

Alejandro de la Sota recomendaba hacer arquitectura para saber qué es. Y Juhani Pallasmaa sostiene que la mejor arquitectura es una ventana abierta que permite ver otros mundos que van mostrando, gradualmente, universos completos. El arquitecto finlandés que, en contra del criterio que ha imperado en las últimas décadas, defiende una arquitectura en la que el tacto tenga más importancia que la vista, considera que todos los trabajos creativos son esencialmente colaboraciones. Y que no hay labor artística con significado o valor al margen de los que recibe de su contexto. Por eso afirma que “la mejor arquitectura se encuentra siempre en un estado de confesión existencial y no tanto de solución”.

El arte reconcilia los opuestos. No obliga a elegir, demuestra que incluso en lo diverso, hay una parte que coincide. “El arte es la única vía para la armonía y la reconciliación”, escribió Alvar Aalto.

Daniel Gimeno y Miguel Guitart iniciaron las recopilaciones Práctica Arquitectónica para llegar “al lugar íntimo donde se idean las obras”. En ese lugar privado, Juhani Pallasmaa denuncia, en el tercer volumen de la serie, la completa instrumentalización de la arquitectura y también su total estetización. La primera hace referencia al negocio y servicio profesional tecno-estético, según él en clara expansión. La segunda, reduce la arquitectura a una mera seducción retiniana, aunque la arquitectura no sea, primordialmente, un arte visual. Por eso él habla del arte de la construcción como de una mediación cultural que ayuda a entender el mundo tanto como a nosotros mismos. No está perfilando un retrato, que también, está describiendo una ambición que antes era más habitual: el papel mediador de la arquitectura frente a su asunción como un producto final.

¿Es hoy más difícil relacionarse con un lugar y con el tiempo? ¿Están ambos, tiempo y lugar en continua redefinición? Corría 1934 cuando el filósofo del pragmatismo John Dewey (1859-1952) señaló, durante una serie de conferencias en Harvard, que “el arte siempre es un producto de la experiencia de la interacción de los seres humanos con su entorno”. Por eso consideraba que las obras de arquitectura, además de influir el futuro, recogían y transmitían el pasado.La historia, sin embargo, deja claro que la mejor arquitectura ha sido construida casi siempre al margen de su ideología. O de cualquier ideología absolutista. Son legión los monarcas totalitarios o los papas que hicieron que los arquitectos trabajaran para ellos legando sin embargo, obras conmovedoras. ¿Es eso hoy, en la era de la información, posible? ¿Podemos juzgar la arquitectura al margen de todo su contexto -no sólo el contexto físico de la ubicación-? Las dudas, al responder esta pregunta definen lo que hoy se construye. En el tercer tomo de Práctica Arquitectónica, Toni Gironés habla de los sedimentos de la memoria individual como fuente de inspiración. También de geografías humanas. Rubén Alcolea y Jorge Tárrago distinguen entre pensamiento creativo con “sensibilidad ante los problemas” y científico citando al psicólogo Joy Paul Guilford. Recuerdan además la reflexión de Cedric Price sobre la arquitectura que permitía “pensar lo impensable”, justo lo que Fernanda Canales pone en boca de Le Corbusier “aquello que puede enseñase no merece la pena ser aprendido”.

ACA