… el domingo 12 de abril de 1992, Oscar Tenreiro publica en El Diario de Caracas el artículo “Llevamos los aleros en el alma”.

Tal y como anunciáramos el pasado 12 de abril (ver Contacto FAC nº 162), a lo largo de este año 2020 iremos refiriéndonos eventualmente a algunos temas tratados por Oscar Tenreiro en la página que como articulista desarrolló entre 1989 y 1993 en El Diario de Caracas junto a Farruco Sesto, la cual ocupó un importante espacio dentro del boom que por aquellos años permitió el feliz encuentro entre la crítica de arquitectura y la prensa escrita. Será en particular el convulso año 1992, por coincidir al calco con este 2020 en cuanto a su calendario, el que nos permitirá echar mano a la expresión “tal día como hoy” en más de una ocasión como excusa para repasar parte del ideario que acompaña la reconocida trayectoria de Tenreiro.
Así, la página de aquel Domingo de Resurrección del 12 de abril de 1992, estuvo dividida, como era costumbre, en tres partes: un artículo central desarrollado por Tenreiro y dos secciones, una titulada “Nave” también con su firma y otra que llevaba por nombre “La poesía de la ciudad” a cargo de Farruco Sesto.
Aunque centraremos nuestra atención hoy en el texto principal “Llevamos los aleros en el alma” no estaría de más recordar que Farruco Sesto se ocupó en su columna que tituló “Algunos arquitectos” a elevar su protesta contra la decisión tomada por parte del gobernador del Distrito Federal, apelando a variables como el bajo costo y la rapidez de ejecución, de realizar una serie de módulos policiales de dudosa calidad y desconocida autoría que poblaron la ciudad, sin recurrir al llamado de buenos arquitectos (cuyos nombres menciona pidiendo excusas por las posibles omisiones) que según su opinión lo hubiesen hecho con mayor decoro. De aquella iniciativa como tantas otras de entonces y ahora realizadas sin la debida planificación quedan todavía algunos vestigios diseminados por Caracas, siendo el más notorio el que está ubicado en el distribuidor Altamira del cual dejamos en nuestros lectores la oportunidad de emitir opinión.
Por otra parte “Nave” está dedicada a abordar el inagotable debate sobre si es pertinente o no hablar de “arquitectura latinoamericana”, recordando parte de la polémica desatada por Gustavo Munizaga en el V Seminario de Arquitectura Latinoamericana (SAL), realizado en Santiago de Chile el año anterior, quien de manera tremendista afirmaba: “No creo en Latinoamérica…” donde perseguía “destacar la diversidad que existe en esta parte del mundo y de qué manera este nombre propio lo ignora”. El artículo de Tenreiro titulado justamente “Latinoamérica” le permite a raíz de la excesiva y algo arbitraria expresión de Munizaga, plantear su visión ante el peligro de “tratar como unidad lo que es esencialmente multiplicidad” para preguntarse si, ante la evidencia, “¿no entra en crisis la idea unitaria que se desprende del término?”. Como todo reduccionismo “lo latinoamericano”, sin duda deja por fuera a todos aquellos que actúan bajo el amparo, muy auténtico por cierto, de la libertad creativa y de pensamiento que no mira a asuntos clasificatorios, por lo que según Tenreiro “parece llegado el momento de hablar menos de arquitectura ‘latinoamericana’, e ir a los arquitectos que interesen”. Y continúa: “Esto no desconoce contextos, circunstancias, limitaciones, posibilidades, del medio cultural en el que la obra se da, porque ello es requisito para toda crítica válida, sino que estos aspectos no se conviertan en excusa para evitar el difícil trabajo de conocer mejor”. Cierra el artículo señalando que si la duda es aplicable al termino “latinoamericano” también lo será al “venezolano”, aunque “siempre será legítimo y necesario referirse a cualquier actividad agrupando a la gente de una misma nacionalidad y del mismo ámbito geográfico, pero ello exige a continuación suficiente capacidad intelectual para discernir con inteligencia, para pasar el umbral generalizador tan poco útil más allá del introito, y saber valorar el aporte individual, que es donde se resuelve la cultura como pensamiento”.
“Llevamos los aleros en el alma”, como ya dijimos, escrito central de la página, le permite a Tenreiro preguntarse, no muy alejado de sus cavilaciones sobre “Latinoamérica” pero en un tono si se quiere más poético, “¿qué lo lleva a uno a ciertos sitios de la geografía?”, usando como pretexto el éxodo de Semana Santa para darse la oportunidad de viajar hacia la memoria.
En este texto, que creemos debería pertenecer al acerbo de los que nos hacen comprender lo que somos y dónde estamos sin aspiraciones prescriptivas, su autor nos introduce en un territorio poblado de sensaciones provenientes del análisis de lo que significa habitar, permanecer, percibir, asimilar el trópico y hacer de ello una lección de arquitectura. Un aquí en el que la sombra, la transición, la penumbra, el umbral, logrados mediante el uso y la reinterpretación de eternos dispositivos como el corredor, el patio, el zaguán y el alero, se aleja de la preconcepción de objetos o contenedores en los que prevalece su condición de lugar cerrado. En “Llevamos los aleros en el alma”, Tenreiro no hace otra cosa que recordarnos la benevolencia de nuestra condición geográfica y nuestro clima para lograr con ello un “juego sabio y magnífico de los volúmenes bajo la luz” (como apuntaba Le Corbusier) en los que la relación fluida y amable entre el interior y el exterior debe convertirse en requisito ineludible.
En el texto, Tenreiro nos recuerda “que llevamos en el alma la añoranza de un patio de café” y también nos habla del bienestar que “en nuestro clima está íntimamente unido a la sombra, a la protección de los aleros, a la posibilidad de sentarse a observar lo de afuera desde un lugar en que la brisa nos alcance. (…) Y en ese umbral que siempre quisiéramos bordeado de árboles que nos permitan alejar el asedio solar, nos gustaría estar un buen rato, tal vez comer allí, y si la plaga lo permite y, si no es excesiva, también la hamaca se colgará en el mismo sitio. Y esto es así durante todo el año, la situación no cambia sino por las lluvias amenazantes y torrenciales en las que el mismo alero permite observar…”.
Del “contenedor” convertido en objeto en el paisaje que caracteriza la casa en tierras frías, Tenreiro pasa a hablarnos de la churuata, igualmente objeto en la medida que su impecable geometría contrasta con la selva circundante, pero a la vez “cobijo, alero, hogar (en el sentido de fuego) y dormitorio colectivo” y, comparando ambas actitudes, establece la diferencia entre un objeto que se comporta como una botella, “hermética o con aspiraciones de serlo, lugar donde debe transcurrir la vida observando a través de las ventanas”, y otro donde el “contenedor” se convierte en un “sostenedor” sin “límites precisos porque nuestro medio no los exige” cargado de “umbrales, transiciones, espacios donde podamos ‘escampar’ ”, aprendizaje que sin duda debe recoger todo espacio habitable y muy particularmente la casa.
“Esos umbrales -nos dirá Tenreiro- son en realidad muy diversos, no todas las casas tiene corredores. En la ciudad se hicieron imposibles y se llevaron entonces hacia adentro, hacia el patio interno, y el zaguán sirve de umbral que atraviesa lateralmente la sala para llevarnos hacia ese patio umbroso donde la brisa también se mete y donde hacemos la parada que la casa de hacienda permite hacer en el perímetro. La casa de aquí, y cuando decimos casa podemos referirnos a cualquier construcción, siempre pide preámbulos que permitan… que se seque el sudor de la caminata”.
Todo lo anteriormente planteado se ha visto sin duda mediatizado por actitudes acordes al momento y la moda que, plasmadas de manera numerosa en edificaciones que han poblado nuestro medio, le han quitado a la gente “herencias sabias sustituyéndolas por escenografías que siempre están como mal hechas, que exigen estar enchufadas a la corriente, que crearon un nuevo paisaje urbano transicional, despojado, antipático, que nos exige nuevas capacidades para superarlo y encontrar la nueva imagen análoga, válida, si es que la sociedad recupera la lucidez que pareció perder en la transición vacilante hacia lo que se ha llamado modernidad”.
El rescate de este texto quizás sea oportuno en momentos de pausa obligada como los actuales en los que la reflexión dirigida hacia diversos aspectos de nuestra vidas ha cobrado inusitada vigencia. Usar la memoria en busca de recuerdos sin ánimos nostálgicos sino más bien aleccionadores, recurrir a imágenes a ella asociadas donde la arquitectura puede ocupar un lugar importante podría ser un ejercicio para nada ocioso. En otras palabras ir “descubriendo la sombra, el silencio y el bienestar de antiguas memorias” para ponerlas en práctica en lo que hoy hacemos.
ACA
Un comentario en “TAL DÍA COMO HOY…”