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Chile, ganador del Concurso Alacero Internacional 2018
Por Nicolás Valencia

17 noviembre, 2018
Tomado de Plataforma arquitectura
Con la propuesta “Máquina Fitorremediadora de Relave Minero”, el equipo de Chile ganó el primer lugar del 11º Concurso Alacero de Diseño en Acero para estudiantes de Arquitectura 2018 organizado esta vez en Colombia.
El equipo integrado por los estudiantes de la Universidad Finis Terrae -Diego Concha, Tomás Aguirre y Trinidad Hermosilla- presentó un proyecto que busca «recuperar y reutilizar los residuos mineros a través del uso de plantas de alta resistencia a los minerales para la reducción y futura mitigación de los riesgos ambientales del terreno», según explican los autores en la memoria, cuyos tutores fueron los profesores Andrés Echeverría y Cristián Lecaros.

El jurado internacional otorgó el segundo lugar al equipo representante de Brasil, integrado por João Pedro Sommacal de Mello, Felipe Fachini Maia, Camilla Duarte Gubeissi y Kelly da Rocha Comparsi (Universidade Presbiteriana Mackenzie), cuyo profesor guía fue Renato Carrieri. Mientras la mención honrosa recayó en Colombia, cuyo equipo estuvo integrado por los alumnos de la Universidad de la Salle: Salomón Puentes Hernández, Juan Camilo Vásquez Cardona, Oscar Javier Gutiérrez Peña y Andrés Felipe Morales Gómez. Sus tutores fueron Helmuth Ramos Calonge, Carlos Manrique y Freddy Díaz.
La edición internacional del concurso Alacero reúne anualmente a una serie de proyectos ganadores a escala nacional en todo Latinoamérica. En el caso del equipo ganador, estos se habían adjudicado anteriormente el XXXII Concurso CAP Chile.

El jurado del certamen internacional estuvo compuesto por los arquitectos Sebastián Colle (Argentina), Carolina Fonseca (Brasil), Álvaro Donoso (Chile), Felipe Vejarano (Colombia), Luis Enrique López Cardiel (México) y Juan Mubarak (República Dominicana).
ACA

GUÍA
Obras de arte de la Ciudad Universitaria de Caracas
Antonio Granados Valdés
Rectorado Universidad Central de Venezuela (UCV)
Asociación de Profesores de la UCV (APUCV)
Instituto de Previsión de los Profesores (IPP) de la UCV
1974
Quizás uno de los puntos culminantes dentro de la destacada labor que realizó Antonio Granados Valdés (1917) como director de la División de Extensión Cultural de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad Central de Venezuela (UCV), desde 1957 a 1978, lo constituyó la publicación en 1974 de la GUÍA. Obras de arte de la Ciudad Universitaria de Caracas.
Admirador como pocos de la figura de Villanueva y fiel a su vocación de pintor y dibujante, Granados encontró tras la tarea de registrar tanto la presencia como el inmenso y trascendental aporte del arte dentro del recinto creado por el Maestro, la manera de dejar constancia de tal veneración (logrando que ello ocurriese aún en vida a un año del fallecimiento de nuestro más importante arquitecto), y la oportunidad de producir un primer y necesario documento que plasmara todas y cada una de dichas presencias.
El libro, de un formato fácil de manejar en virtud de su condición de guía, aparece durante la gestión del Dr. Rafael José Neri como rector de la UCV, cuyo despacho también auspició la salida de la edición conjuntamente con la Asociación de Profesores de la UCV (APUCV) y el Instituto de Previsión de los Profesores (IPP). El tiraje fue de 50.000 ejemplares, 10.000 de ellos en inglés.
La publicación ofrece concisas anotaciones sobre cada artista, reproduce casi todos los murales y se complementa con un plano desplegable con la ubicación de las obras de arte en la Ciudad Universitaria de Caracas (CUC).
Realizada con el único propósito de orientar a quienes visitan la Ciudad Universitaria y también a cuantos participan en la vida activa de esta casa de estudios, la Guía … se constituye en una herramienta fundamental para determinar el significado de las múltiples obras de arte pertenecientes al patrimonio cultural de la institución. Cabe acotar que, pese a la baja calidad de su impresión, descuido que dejó en minusvalía este loable e importante esfuerzo, gracias a su alto tiraje, se convirtió durante casi tres décadas en el principal documento para quienes buscaban adentrarse en el acervo artístico de la CUC.
La publicación preparada por Granados, tal vez sin proponérselo, sentó parte de las bases que dieron inicio a un proceso creciente de toma de conciencia sobre el valor que empezaba a tener la CUC dentro del concierto patrimonial. De esta manera, no está de más recordar que en 1975 (el 14 de julio) el Consejo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, se pronuncia para salvaguardar la CUC y sus obras de arte y efectúa un llamado de atención sobre los efectos negativos que ha sufrido por la intensidad de uso de sus edificaciones y servicios, lo que condujo a encomendarle al Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas (CIHE) la elaboración de una evaluación con el objetivo de elevar sus conclusiones al Consejo Universitario la cual, posteriormente, es publicada por Leszek Zawisza (1977) en la revista Punto nº 59 (monográfico dedicado justamente a La Ciudad Universitaria de Caracas), donde se plasman un conjunto de recomendaciones dentro de las cuales está tramitar ante los organismos pertinentes el reconocimiento oficial de Conjunto Artístico de Interés Nacional.
Posteriormente, el 15 de septiembre de 1982 se creará, contando con la asesoría de Miguel Arroyo, la Unidad de Conservación de Obras de Arte de la CUC (dependiendo directamente del Rectorado) a raíz de la mutilación de un mural de Francisco Narváez, ubicado en el Comedor Universitario, como consecuencia de la ampliación del mismo, lo que constituirá un importante paso para acometer coordinadamente tareas de restauración de pinturas, esculturas y murales.
Como colofón, tampoco sobraría agregar que gracias a los aciertos y deficiencias que presentaba la Guía…, en 1991 se publica, a cargo de Marina Gasparini Lagrange y Paolo Gasparini (con escritos de Marina Gasparini, Enrique Larrañaga, Juan Pedro Posani, Miguel Arroyo y Eliseo Sierra), Obras de Arte de la Ciudad Universitaria de Caracas (libro de gran formato y muy bien ilustrado coeditado entre la UCV, Monte Ávila Editores y el Consejo Nacional de la Cultura -CONAC-), donde, además de una serie de artículos referidos a los valores de conjunto tanto desde el punto de vista arquitectónico como artístico, se reseña por primera vez el listado de obras pertenecientes a la Colección “Síntesis de las Artes”. De aquí a la declaratoria de la Ciudad Universitaria como Patrimonio Mundial (que como se sabe, se dio el año 2000 coincidiendo con el centenario del nacimiento de Villanueva), todavía faltaría un importante trecho pero ya las necesarias bases de sensibilización y concientización estaban echadas.
ACA

Cuando la ciudad de Caracas comienza a expandirse, ya se detecta en el plano elaborado por Ricardo Razetti en 1906, al sur del río Guaire, en tierras de lo que era la hacienda Echezuría, la aparición de la primera zona hacia donde la burguesía comenzó a encontrar la oportunidad de demostrar, no sólo su pujanza económica y social sino también de poner en práctica, gracias a la siempre notoria capacidad de imitar modelos procedentes de otras latitudes, una nueva manera de vivir.
Así, la urbanización El Paraíso, cuya verdadera importancia como tal la alcanzará después de 1908, mostrará la aparición de una tipología que dejaba atrás la vieja casa urbana encerrada entre medianeras, y en su incipiente trazado ya empezaba a detectarse la aparición de edificaciones que presentaban otro aspecto, casi todas de más de un piso, colocadas de manera aislada dentro de cada parcela de las que se podían apreciar sus cuatro fachadas abiertas sobre jardines.
El plano de Razetti también da cuenta de la existencia para entonces de un total de hasta 38 viviendas, distribuidas entre las avenidas Castro y El Paraíso, que se debaten entre asumir nombres propios (“Villa Elisa”, “Santa Marta”, “Santa Catalina”, “Monte Elena”, “Las Mercedes”, “El Carmen”, “Dolores”, “Villa Trina”), o denotar el de sus propietarios (Señor Rivas, Señor Eraso, Dr. N. Zuloaga, Señor Pacanins, Señor Boulton, Señor Francia, Señor Capriles, General Castro), pero que en todo caso permiten a Juan Pedro Posani hablar en la segunda parte de Caracas a través de su arquitectura (1969) de la “casa-quinta” como denominación de esa nueva tipología que esconde la “pretensión de alcanzar los modelos europeos del ‘chalet’, de la ‘mansión’ o de la ‘villa’”.
Por otra parte cabe señalar que el vocablo “quinta”, referido a la arquitectura y el urbanismo (o incluso al ámbito inmobiliario), ofrece distintos significados dependiendo del país donde se utilice, remitiendo su origen a «la quinta parte de la producción» que el arrendatario (llamado quintero) entregaba al dueño de una finca, aplicándose más tarde la denominación de quinta a esa misma finca rústica, incluyendo sus palacios o casas solariegas, parques y granjas. El DRAE sintetiza su significado como “Casa de campo, cuyos colonos solían pagar como renta la quinta parte de los frutos” y especifica para Colombia, México y Venezuela: “Casa con antejardín, o rodeada de jardines.”
En nuestro país la “quinta” se asocia al término vivienda unifamiliar aislada y, adicionalmente, a un cierto estatus vinculado a sus primeras apariciones en El Paraíso. También su estudio permite constatar el desarrollo de un modelo que en manos de sagaces urbanizadores protagoniza en buena medida el frenético crecimiento de la ciudad, el territorio donde se entrenarán los arquitectos poniendo en práctica una formación de talante funcionalista y la oportunidad de develar los más variados estilos y el más prolífico eclecticismo ligado siempre a las aspiraciones de cada propietario. “En este proceso (del Paraíso a la California) la quinta, como residencia unifamiliar, sufre una reducción cuantitativa: los jardines se vuelven recortes de verde y las mansiones pequeños aglomerados de cuarticos. Pero el esquema básico sigue siendo el mismo, sustentado por una idéntica idea: la de liberarse de la condición urbana”, afirmará Posani, y más adelante, “… la quinta y la urbanización parecían las soluciones lógicas para la expansión de una ciudad tradicionalmente de un solo piso, cuyos habitantes aceptaban con dificultad las escaleras del edificio, la ‘jaula’ del apartamento, la mecanización del ascensor. Como es lógico, antes de aceptar el apartamento se substituye a la vieja casa urbana por la quinta”.

Con el tiempo la urbanización El Paraíso fue perdiendo el talante que originalmente la caracterizó y, gracias a cambios de zonificación que se produjeron en algunos de sus sectores, se fue poblando, una vez promulgada en 1958 la Ley de Propiedad Horizontal, de edificios multifamiliares. De entre los primeros inmuebles que se desarrollaron, quizás el más emblemático tanto por su configuración como por la peculiar manera como fue trabajada la idea que le da forma es el que se conoce como “las Quintas Aéreas”. Tras su inteligente denominación coloquial (formalmente se conoce como edificio “Las Torres”) se encierra, sin duda, el deseo de ofrecer a la clase media emergente una solución que reinterpreta la idea de lo que en su momento fue el modelo de expansión primigenio de la ciudad, pero en esta ocasión trabajado como parte de una construcción vertical. Aunque no se ofrece literalmente el jardín y aislamiento que toda quinta posee, este interesante edificio ofrece la oportunidad de contar con todas las comodidades que su correlato ofrecía y le daba a sus propietarios, aunque sólo fuese en el papel, un estatus que quien compraba en otro edificio no poseía.
Proyectado en 1957 por el ingeniero civil Natalio Yunis (egresado de la UCV en 1948), ubicado en una parcela en esquina con frente hacia la Av. José Antonio Páez, la avenida B y la calle Junín de la urbanización La Paz, su planta asimétrica en forma de Y (dos brazos de igual longitud, el tercero más corto), está acompañada por el diseño racional y a la vez atrevido de un planteamiento estructural de concreto armado que apela a grandes volados, los cuales permiten generar terrazas, corredores y balcones que emulan «en el aire» las áreas libres perimetrales (jardines) propias de las casas-quintas convencionales y permiten separar cada una de las unidades de dos plantas que lo conforman.
Las «quintas» se distribuyen en número de ocho en cada uno de los cinco pisos inferiores que poseen la misma superficie, la cual disminuye al escalonarse el volumen del edificio hacia los extremos en la medida que gana altura. En total se lograron proponer 50 apartamentos dúplex que, aunque permiten hablar de una edificación de 14 pisos en su parte central, sus ascensores tienen paradas sólo en 7 niveles.
Los veintiún apartamentos-quintas ubicados en los extremos de las plantas tienen mayor área que los demás. Cada uno contiene en su planta baja: sala-comedor, cocina, lavandero y una habitación con baño incluido. En su planta alta se encuentran: la habitación principal con vestier y baño incorporado, 3 habitaciones provistas de closets que comparten un baño entre ellas y una habitación sin closet.
Cuentan las Quintas Aéreas además con sótano y una planta baja a doble altura con doce locales comerciales de igual superficie, otro de mayor área, la conserjería, escalera común y hall de tres ascensores.
La descripción que lo acompaña en Caracas del valle al mar. Guía de arquitectura y paisaje (2015) permite apreciar cómo «la losa de planta baja se encuentra elevada medio nivel con relación a la avenida definiéndose así un gran espacio que rodea el edificio a modo de plaza con jardines perimetrales». También resalta el hecho de encontrarnos ante una “ingeniosa tipología arquitectónica de usos mixtos”, y un muy interesante resultado formal y espacial que “… se enriquece con novedosos sistemas de cerramientos en las fachadas, permitiendo un juego entre llenos y vacíos, donde diversos elementos componen diseños alegóricos vinculados a la arquitectura neoplasticista de Mondrian, Van Doesburg y Rietveld.”
ACA
Procedencia de las imágenes
Todas. Colección Crono Arquitectura Venezuela