
“LOS SIGNOS HABITABLES. Tendencias de la Arquitectura Venezolana Contemporánea”, abierta entre el 2 de diciembre de 1984 y el 10 de marzo de 1985, fue tal vez la primera gran exposición de arquitectura montada en el país fuera del ámbito que hasta ahora las había acogido de manera casi exclusiva: los espacios de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la UCV. Con ella, una de sus más importantes instituciones museísticas, la Galería de Arte Nacional (GAN), da un importante paso tendiente a dar cabida a manifestaciones de una profesión que ya se había consolidado como protagonista en las transformaciones urbanas y en la manera de vivir experimentada en Venezuela durante décadas, ofreciéndole al ciudadano común la oportunidad de conocer la vida y obra de algunos de sus principales protagonistas.
Tomás José Sanabria, José Miguel Galia, Fruto Vivas, Jorge Castillo, Jesús Tenreiro y Gorka Dorronsoro fueron los arquitectos seleccionados por quien coordinó el proyecto museográfico destinado a representar el contenido del sugerente título que se le dio a la muestra: William Niño Araque (1953-2010), que contó en esta ocasión con el apoyo de Tahía Rivero, Ruth Auerbach y Zuleiva Vivas.
Curiosamente, este trascendental evento se dedica a mostrar la trayectoria y obra de un grupo de profesionales que, o bien se había formado o bien habían acumulado una importante producción a la sombra de Carlos Raúl Villanueva cuya figura, aunque presente, se intenta dejar por un momento de lado. Si Villanueva había forjado el camino para la definitiva irrupción de la arquitectura moderna en Venezuela y su reconocimiento a nivel internacional, llegaba la hora de darle cabida a una reflexión más “contemporánea”, reflejada en diversas “tendencias”, representadas a través de la selección hecha de los protagonistas escogidos. Para tener una idea de ello nada mejor que leer el extenso y ambicioso ensayo titulado “La arquitectura como arte” con que Niño Araque introduce el impecable y completo catálogo elaborado para la ocasión donde, a tono con algunos textos de arquitectura en boga a nivel internacional que empezaban a eclosionar en medio de la posmodernidad, empieza a plasmar no sólo una visión de la arquitectura en general, sino de la evolución seguida por la arquitectura venezolana en particular, hasta llegar al momento mismo en que se abre la exposición, dándole así soporte a la misma. El primer párrafo del citado texto creemos que ilustra bastante bien el sesgo que Niño Araque le quiere imprimir al recorrido que emprende: “Definitivamente, los efectos de la naturaleza, la técnica y la sociedad, no son suficientes para determinar o explicar la obra arquitectónica. La arquitectura es algo más que efectividad para el uso, la construcción o la adecuación al clima. Lo que convierte una construcción en una obra de arquitectura es la capacidad del arquitecto para expresar su modo de sentir a través del edificio, y que él trata de comunicar a los demás por medio de la forma. En fin, es su carácter de obra de arte lo que transforma una construcción en obra de arquitectura y la diferencia de un simple edificio”.
Añadiremos a modo de complemento que, paradójicamente, si bien la obra de Villanueva había copado la escena arquitectónica nacional durante más de cuatro décadas, no fue ella la que inauguró la presencia de la arquitectura venezolana en un importante museo capitalino. Debió esperarse hasta 1988 (cuatro años más luego de la apertura de LOS SIGNOS HABITABLES), cuando el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas montó por todo lo alto, de la mano de Paulina Villanueva, Maciá Pintó y Pedro Sanz, “Villanueva El Arquitecto” (la más completa e importante muestra antológica que sobre el Maestro se haya realizado hasta ahora), para que ello ocurriese.
De LOS SIGNOS HABITABLES quedó como producto referencial su Catálogo de 160 páginas producido, con la asesoría de Leszek Zawisza (y el apoyo del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas -CIHE- de la FAU UCV), por la Unidad de Diseño G.A.N. (Waleska Belisario, Carolina Arnal y Elizabeth Cornejo) e impreso por Editorial Arte con un tiraje de 1.000 ejemplares. Su valor estriba en que el material allí contenido, permitió aproximarse por primera vez con profundidad no sólo a la obra sino al pensamiento de los profesionales seleccionados.
Encabezado por el ya mencionado ensayo introductorio elaborado por Niño Araque, el Catálogo brinda la oportunidad de conocer la biografía y trayectoria de cada arquitecto a través de un texto biográfico, analítico e interpretativo que se acompaña con el despliegue del material gráfico y fotográfico que lo muestra, una entrevista que realiza el propio Niño Araque a cada uno (encabezada por un elocuente retrato) y una cronología de sus obras. Finaliza la publicación con otro recorrido cronológico en este caso dedicado minuciosamente a “la Arquitectura Contemporánea 1900/1983. Nacional e internacional” que, más allá del riesgo asumido tras cada intento de esta naturaleza, queda como un interesante cúmulo de datos y a la vez testimonio de la visión de quienes la elaboraron.
Más allá de las limitaciones e imprecisiones en cuanto a la copiosa información que encierra, quizás lo más llamativo del Catálogo sean las entrevistas realizadas, sin inhibiciones, a la medida de cada protagonista, en medio del clima distendido que ofrecía la posmodernidad, ocasión aprovechada para develar y deslastrarse de toda una serie de prejuicios previamente instalados dentro de la interpretación crítica de nuestra realidad construida.
LOS SIGNOS HABITABLES, como ya se ha dicho, marca un antes y un después en cuanto a la presencia de la arquitectura como parte de la opinión pública venezolana al permitírsele incursionar dentro de un territorio que hasta entonces no había ocupado. También le abrirá la puerta a sucesivas exposiciones temáticas o sobre la obra de arquitectos sobre quienes existía alguna deuda en cuanto a su reconocimiento, que se darán durante el resto de la década y con mayor intensidad a lo largo de los ’90, dejando tras de sí un valiosísimo material producto de las curadurías realizadas y las indagaciones sobre las que se soportaron. También permitió el despegue de William Niño Araque como referencia en cuanto a una manera de ejercer la crítica la cual ponía en práctica como asiduo articulista y divulgador de la arquitectura venezolana dentro de la prensa nacional. Dicha labor la complementó en buena medida formando parte de la Galería de Arte Nacional y también como fundador e integrante de la Fundación Museo de Arquitectura, siendo el artífice de que la arquitectura empezase a ocupar desde entonces con mayor asiduidad los espacios museísticos.
Su tarea de ir mostrando “la excelente y variada calidad de nuestra producción arquitectónica” tiene su inicio justamente cuando asume el compromiso de montar LOS SIGNOS HABITABLES. Desde entonces Niño Araque logró desarrollar una disertación optimista, exagerada y seductora, difusa y ambigua, llena de redundancias poéticas cargadas de guiños fenomenológicos, donde si algo se hace notorio es su capacidad de emocionarse ante los edificios que trasluzcan “caribeñidad” y “tropicalidad”, dos categorías que va puliendo poco a poco con la finalidad de demostrar la existencia de una “posible” Escuela de Caracas, que para él había empezado a incubarse ya a partir de los años 70 del siglo XX de la mano de un selecto racimo de buenos arquitectos. Su empeño por alejarse de toda contaminación ideológica y académica que hasta el momento había signado la crítica arquitectónica y el darle mayor peso a una labor divulgativa cargada de voluntarismo y buenas intenciones, le permitieron crear un espacio donde la emotividad, el eclecticismo teórico y la condescendencia propios de su actuar permitirán siempre recordarlo.
ACA










