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VALE LA PENA VOLVER A LEER

1. Vista panorámica de Caracas (circa 1900-1906)

El próximo jueves 25 de julio Caracas arriba a su 457 aniversario. Estrechamente vinculado a este onomástico, en 1950, al cumplir los 383 años, apareció el que puede ser considerado el primer texto de arquitectura de real peso editado en Venezuela: La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la Reurbanización de «El Silencio», impreso en París por Draeger Frères, escrito por Carlos Raúl Villanueva. Trabajado como una especie de cuaderno de apuntes tanto textuales como fotográficos, donde el Maestro registró todo aquello que consideraba de valor y que ya para entonces corría peligro de desaparecer dentro del tejido urbano, aquel libro premonitorio de ciento diez páginas, buscó adelantarse a un proceso inevitable de lo podría pasar en Caracas luego de haberse realizado la renovación del casco de la capital emprendida con “El Silencio”, y enviar un alerta sobre la importancia del rescate de la memoria colonial de la que, paradójicamente, la intervención buscaba mostrarse, en medio de su modernidad, como claro ejemplo reinterpretativo.

El trabajo de recopilación y las notas y comentarios críticos de Villanueva estuvo encabezado por una Introducción de su autoría y acompañado de dos ensayos: “Caracas, ciudad colonial” del profesor de Arquitectura Precolombina y Colonial Carlos Manuel Möller y “Caracas marcha hacia adelante del urbanista francés Maurice E. H. Rotival”.

2. Portadas de La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la Reurbanización de «El Silencio» (1950) y de las dos ediciones de Caracas en tres tiempos. Iconografía retrospectiva de una ciudad (1966 y 2000)

Pues bien, en 1966 a la víspera de celebrarse el cuatricentenario de la capital venezolana aquel libro publicado en 1950 fue reeditado con el nombre de Caracas en tres tiempos. Iconografía retrospectiva de una ciudad con un incremento importante del registro correspondiente a la arquitectura colonial existente o desaparecida tanto en Caracas como en otras regiones del país y “un estudio sobre la Iglesia de Santa Teresa y el Teatro Municipal a manera de eslabón entre pasado y presente”. Además se añadieron a los dos escritos que formaron parte de La Caracas de ayer y de hoy… el importante artículo firmado por el propio Villanueva titulado “El sentido de nuestra arquitectura colonial”, aparecido originalmente en el nº 3 de la Revista Shell (1952), y otro de Mariano Picón Salas (1901-1965)  publicado inicialmente en el diario El Nacional en febrero de 1951 celebrando justamente la aparición La Caracas de Ayer y de Hoy … que llevó por nombre “Caracas allí está…”, en clara alusión de los conocidos versos dedicados a la capital por Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892) en “Vuelta a la patria” (1877), donde a medida que se acerca a ella procedente del exilio exclama:

¡Caracas allí está; sus techos rojos,

su blanca torre, sus azules lomas,

y sus bandas de tímidas palomas

hacen nublar de lágrimas mis ojos!

Caracas allí está; vedla tendida

a las faldas del Ávila empinado,

Odalisca rendida

a los pies del Sultán enamorado.

Picón Salas, que comparte con Villanueva las angustias en cuanto al crecimiento que se avecinaba para una Caracas carente entonces de normas y se suma a la estirpe de quienes reivindican el urbanismo hispano arraigado en la tradición latina y la herencia de la arquitectura mediterránea, deja en su escrito un sucinto repaso crítico con el comportamiento de gobernantes que ignoran la historia a la hora de declararse modernos e intervenir la ciudad de entre los cuales destaca Guzmán Blanco.

Es el texto de Picón Salas, junto a las imágenes que lo acompañaron en Caracas en tres tiempos, el que, como sencillo gesto a la conmemoración del 457 aniversario de Caracas, hemos decidido reproducir a continuación recomendando su relectura.

Esperamos, como es costumbre, que sea del mayor provecho.

3. «Panorámica de nuestro valle».

CARACAS ALLÍ ESTÁ…

Mariano Picón Salas

En el momento en que Caracas crece aluvionalmente y nos preguntamos cómo se ampliará el estrecho vallecito en el que le plugo detenerse a don Diego de Losada y con qué agua contarán los caraqueños cuando antes de un lustro la ciudad rebase el millón de habitantes, Carlos Raúl Villanueva nos presenta como motivo de deleite y de reflexión ese precioso libro (“La Caracas de ayer y de hoy”) en que los ausentes nos lanzamos a evocar muros, montañas y caserones de la patria. Contra los peligros que trae el oficio de arquitecto en una ciudad donde el metro cuadrado de terreno ha llegado a valer cinco mil bolívares (peligro del propietario ambicioso que quiere montar un cajón sobre otro, “rascacielar” a la criolla y hacinar gentes para que se multiplique el rédito) hay que celebrarle a Villanueva su preocupación estética y venezolanista, a la vez. El siente el horror de una ciudad que crezca madrepóricamente por el libre y a veces muy turbio juego, de las fuerzas económicas. Una ciudad que si se le dejara crecer sin pauta ni norma, sin algunos principios claros de belleza y urbanismo llegaría al cabo de los años a ser tan fea -a pesar del espléndido marco natural- como son algunas ciudades norteamericanas, por ejemplo Baltimore, a las que se dejó abombarse cuando ya era tarde para reducir la hidropesía.

Que ese aumento que los propietarios de terrenos e inversionistas en inmuebles obtienen ahora en Caracas -como en ningún otro sitio del mundo- se le devuelva en parte a la capital venezolana, en jardines, higiene, buen urbanismo. Y que la ciudad de Bolívar, de Miranda y de Bello, la que debe refundir y alquitarar todas las esencias de nuestro país, no deje de parecernos nuestra no deje de tener color y alma; venezolana a pesar del ineludible impacto de la modernidad. (Con mejor Arquitectura funcional, ¿no han hecho los arquitectos brasileños casas y edificios magníficos cuya adaptación al trópico y originalidad nativa se les celebra en todas partes?).

Cuando la urgencia de construir alto comenzó en Venezuela, Villanueva se impuso la preocupación -y debemos celebrárselo- de estudiar en nuestras viejas casonas del siglo XVIII -en las que aún quedan en Coro, en Araure, en San Carlos- qué ornamentos y experiencias venezolanas podían entrar en el nuevo arte de construir. Y sus portadas, portales, balcones y columnas panzudas en la Urbanización de El Silencio, rescataron y le dieron nuevo encanto a lo que ya se iba olvidando en la tradición nacional. Contra el edificio-colmena, puramente utilitario, Villanueva nos recordaba el hispano y latinísimo linaje del soportal, ese heredero mediterráneo del foro romano; la “loggia” abierta sobre la plaza o la calle, típica construcción de pueblos de sol brillante y donde las gentes (porque así lo hacían en Nápoles y Florencia, en Madrid y Sevilla, en las ciudades coloniales de Hispano-América) gustaban de guarecerse al socaire y tener la alegría de sus encuentros y de sus pláticas. El mal gusto, la falta de sentido histórico que reinó en Venezuela en el siglo XIX, había sacrificado los últimos soportales. Contra los de la vieja Plaza Mayor de Caracas que en la lámina que reproduce Villanueva no carecían de cierta elegancia neoclásica, ordenó la picota demoledora el General Guzmán Blanco. Lo hizo con la misma ahistoricidad con que dispuso para el viejo Convento trocado en Universidad, unas torrecillas góticas que nada tienen que ver con la estructura interna del edificio, y la bárbara destrucción de la graciosa portadilla barroca de la iglesia de San Francisco. La modernidad iconoclasta de Guzmán Blanco que atropellaba los estilos artísticos y su coherencia interna con el mismo ímpetu con que atropellaba las constituciones, ejemplariza ese fenómeno venezolano del hombre que cree que la Historia comienza con él y que su criterio debe servir de cánon hasta en lo que ignora. Cuando por un barato modernismo de catálogo como el del nuevo rico que quiere traer para su urbanización el chalecito que vió reflejarse en un lago suizo, negamos el pasado, se olvida que este es vivencia experimentada; asimilación del hombre a un ambiente y a un tipo de vida ancestral.

La moraleja de todo esto -y el hermoso libro de Carlos Raúl Villanueva viene a recordárnoslo- es que una ciudad para recibir tan civilizado nombre, requiere todo el esmero, la planificación y las exigencias estéticas que pedimos a las mejores creaciones humanas. Que no basta que los pudientes se lancen a hacer edificios, si el cuidado y talento de los artistas no viene a defender esa espléndida obra colectiva que debe ser cada urbe. Y la labor del artista, del hombre de sensibilidad educada corrigiendo el inorgánico impulso de los codiciosos, es tan antigua y venerable que ya hace más de veinticinco siglos Pericles confiaba a Fidias el embellecimiento de Atenas, y el Imperio romano hubo de conocer una planificación urbanizadora tan exigente como la del mundo contemporáneo. Corregir lo que fue desorden y fealdad en el desarrollo de las ciudades, era otra de las preocupaciones de aquellos artistas del Renacimiento como Leon Battista Alberti, el creador de lo que puede llamarse la moderna perspectiva arquitectónica, Cuánta falta le ha hecho a Caracas durante largos siglos algún Comité de Estética urbana que sirviera de policía a la invasora fealdad; que corrigiera la falta de gracia de tantos avisos y vitrinas comerciales; que hubiera mandado a guardar algunas estatuas que como las de Bello y Ezequiel Zamora son una afrenta a los más elementales conceptos plásticos!.

4. «Panorámica de la costa».

Pues Caracas está renaciendo de lo que fue el mezquino hacinamiento de casas sin estilo que nos dejó el siglo XIX y se prolongó durante más de tres décadas del presente siglo -esa Caracas que tuvo su paradigma de vulgaridad pintarrajeada en ciertas calles de “El Conde”, Catia y San Agustín- hay que esforzarse porque la ciudad crezca con esa doble virtud del venezolanismo y de belleza por la que clama Villanueva en su libro. Venezolanismo: es decir, que Caracas no sea una ciudad-factoría, parecida a las ciudades industriales de cualquier parte. Que nuestros arquitectos tengan sensibilidad para interpretar la tradición y el ambiente. Ya Villanueva erigió un gran monumento que siendo muy internacional es también muy venezolano, en El Silencio. Y como necesidad de belleza que los Gobernadores de Caracas se parezcan a Pericles: es decir, que consulten a nuestros mejores artistas. Si hoy hay tanta riqueza en Caracas como la que pudo haber en Florencia en el tiempo de los Médicis, ¿por qué no podemos producir o buscar nuevos Leon Battista Alberti que hagan una ciudad para enorgullecernos?

Y estamos soñando -¡oh, Carlos Raúl Villanueva autor de un libro que es toda una invitación!- en esa capital del futuro, síntesis de las mejores esperanzas y sueños de Venezuela, nudo vertebral de la patria que mostraremos con el conocido verso, ya desprovisto de melancolía: “Caracas, allí está…”

ACA

Procedencia de las imágenes

1. Wikipedia (1280px-Panoramic_view_of_Caracas,_Venezuela_circa_1900-1906_cut)

2. Colección Fundación Arquitectura y Ciudad

3 y 4. Carlos Raúl Villanueva. Caracas en tres tiempos. Iconografía retrospectiva de una ciudad (1966)

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1. Carátula del número 3 de la revista Perspecta y copia de la página 59 donde apareció por primera vez «Order is» de Louis I. Kahn.

“Order is”

Louis I. Kahn

Perspecta

The Yale Architectural Journal

New Haven

Nº3, p.59

1955

El célebre texto “Order is” (traducido al español en diversas oportunidades como “Orden es” o “El Orden es”), elaborado por Louis Isadore Kahn (1901-1974), aparece por primera vez en la página 59 del número 3 de la revista Perspecta, órgano de divulgación de la escuela de arquitectura de la Universidad de Yale, intercalado en medio de un extenso artículo dedicado a Kahn titulado “Order and Form” que va de la página 46 a la 63, en el que los editores reseñan ampliamente la recién finalizada Galería de Arte de la Universidad de Yale (the Yale Art Gallery and Design Center) (pp. 46-58) y, en un tono menor, el propio Kahn presenta “Dos casas” (the Vore House y the Adler House) (pp. 60-61) y “Una sinagoga” (the Synagogue Adath Jeshurun of Philalelphia) (pp.62-63).

2. Índice y página de créditos del nº 3 de Perspecta (izquierda) y primera página de las ocupadas por la obra de Louis Kahn en dicho número (derecha).
3. Los trabajos de Kahn publicados en el nº 3 de Perspecta.

Perspecta, fundada en 1952, fue la primera revista editada para estudiantes en los EE. UU. y pionera en dedicar sus páginas a los aspectos artísticos, históricos y teóricos de la arquitectura. Aparece en un momento en el que la Universidad de Yale quiere recuperar la historia en su currículo académico. Tuvo como primer director a George Howe (1886-1955), figura cosmopolita con antecedentes eclécticos y uno de los primeros arquitectos norteamericanos en abrazar el modernismo. La revista “quería introducir una plataforma independiente para la discusión sobre la arquitectura entre profesionales y estudiantes con la intención de incentivar un sistema intelectual flexible sensible a las nuevas ideas y poder mantener un enfoque continuo para la arquitectura del pasado y el presente”, se afirma en el trabajo “PERSPECTA. A Yale Architectural Journal with possible perspectives”, elaborado en el Politécnico de Milano por Jian Du, Kim Yen Le Thi, Natalia Voroshilova, Heydar Alibayli y Hesam Khoshvaght en 2019. Logró, pese a que se poseía en promedio una periodicidad anual (basta señalar que desde 1952 hasta 2023 se han publicado sólo 55 números), aglutinar la pluralidad del discurso arquitectónico estadounidense, combinando la preocupación por la historia con la sed de cambios. Para Robert A. M. Stern, quien fuera decano de la Escuela de Arquitectura de Yale “Perspecta marcó el comienzo de un nuevo tipo de discurso crítico sobre la arquitectura».

4. Carátulas de los primeros siete números de Perspecta correspondientes a los años 1952 (nº1), 1953 (nº2), 1955 (nº3), 1957 (nº4), 1959 (nº5), 1960 (nº6) y 1961 (nº7). Kahn tendrá destacada participación en el 2, 3, 4 y 7.

Por su parte, Louis Kahn, quien junto a Philip Johnson y Henry-Russell Hitchcock  tendrá una participación muy activa en los inicios de Perspecta, si bien se graduó de arquitecto en Pensilvania en 1924 y desarrolló prácticamente toda su carrera en Filadelfia donde había formado su estudio propio en 1935, curiosamente comienza en firme su actividad docente en Yale (New Haven, Connecticut) donde enseña entre 1947 y 1957, lo cual explica su vinculación con los editores de la publicación periódica.

Así, la aparición de Perspecta, coincidiendo con su estadía en Yale, forma parte de los frenéticos 20 años finales de la carrera de Kahn donde sale prácticamente del anonimato, marca un sentido contrapuesto a la arquitectura imperante, y desarrolla lo mejor de su obra convirtiéndose en el último maestro reconocido del siglo XX. La revista, sin duda, fue la plataforma que permitió a Kahn empezar a dar forma al último y fructífero tramo de su trayectoria. Allí comenzaron a mostrarse sus proyectos clave, así como sus reflexiones sobre arquitectura, en el formato de textos breves, ensayos y entrevistas mostrando en ellos un enfoque único.

Para lograr la portentosa estatura que empezó a forjar a partir de los años cincuenta y reforzar su particular manera de ver la arquitectura, Kahn, entre otras cosas, recurrió al verbo, a la palabra. “Sin ella el construir no tenía sentido. Había que volver a poder dar nombre a lo que edificamos. Una casa. Una escuela. Un museo. Y, en último término, una ciudad. (…) Para construir era preciso saber qué construir. Construir no era tan sólo saber cómo. ‘La forma es el “qué”. ‘El diseño es el “cómo”’. Y el qué, naturalmente es previo al cómo. Pero intuir el qué no supone saber cómo. Es preciso explorar cómo hace su aparición la forma. El orden está en el origen mismo de la forma, que aflora y se convierte en lo edificado, en la arquitectura, al construir. Misión del arquitecto es definir tal orden, dando así vida a los espacios que reflejan su naturaleza, ‘lo que quieren ser’”.

5. Portada y página de créditos del nº 44 (1993) de A&V. Monografías de Arquitectura y Vivienda.

La cita anterior, tomada del artículo titulado “Geometría como última morada” escrito por Rafael Moneo para dar inicio al nº 44 (1993) de A&V. Monografías de Arquitectura y Vivienda, dedicado a Kahn, se complementa con la siguiente reflexión acerca de la tesitura del maestro: “El orden es, en último término, al que hay que hacer responsable de la forma. Pero ¿quién lo impone? La respuesta es clara, el orden viene dictado por la geometría. (…) El mundo de la arquitectura kahniana está poblado por polígonos y poliedros que definen recintos y espacios en los que aquella reposa. El orden es el reflejo de una fuerza intrínseca que los relaciona”. El magistral uso de los materiales y el sabio manejo de la luz surgirán como inefables acompañantes.

Pues bien, esa forma de comunicar tan particular que fue desarrollando Kahn resaltada por Moneo, conformada muchas veces de frases cortas no relacionadas, casi haciendo poesía visual, muestra de que el platonismo tenía aún plena vigencia, se trasladaron a sus clases y conferencias. En ellas utilizaba ideas en torno a un mismo hilo conductor recurrente donde, a través de la filosofía lingüística, exploraba el significado de las palabras y las utilizaba para obtener soluciones. “Eran sus palabras la promesa de una arquitectura diversa a la que entonces se hacía y pronto conquistaron tanto a los estudiantes de las escuelas como a los profesionales que se movían en el ámbito de lo cotidiano”, subrayará Moneo.

“Order is”, texto que hoy reproducimos al final de la nota, es pionero dentro de esa forma de comunicar tan particular que fue desarrollando Kahn a partir de los años cincuenta. Lo es en cuanto a la manera como está estructurado y diagramado, a cómo se utiliza el lenguaje y se remarcan las ideas fuerza que lo constituyen las cuales se resaltan en la medida que van apareciendo para reforzar su riqueza semántica.

6. Los dos primeros libros en español donde apareció el texto de Kahn.

Apareció “Order is” por primera vez traducido al español por Eduardo Masullo como “Orden es” en el libro de Vincent Scully Jr., Creadores de arquitectura contemporánea. Louis I. Kahn, Editorial Hermes, S.A. 1962.

Más adelante, “Order is” formaría parte de Forma y diseño, breve volumen publicado en 1984 por Ediciones Nueva Visión (Buenos Aires), por muchos años el único en castellano que contenía los fundamentos del pensamiento kahniano. Allí bajo el título de “Orden y forma” cierra el libro precedido de otros tres artículos: “Form and Design” (“Forma y diseño”) extraído de las Forum Lectures de la Voice of America y de la revista Architectural Design, abril 1961; “A statement” (“Una conversación”) proveniente de Perspecta 7, The Yale Architectural Journal, 1961; y “Order in Architecture” (“El orden en arquitectura”), procedente de Perspecta 4, 1957. Todas las traducciones estuvieron a cargo de Marta J. Rabinovich y Jorge Piatigorsky.

7. Las dos más recientes publicaciones en español donde apareció el texto de Kahn.

No sería sino hasta el año 2003, cuando tendremos la ocasión de disfrutar de una edición amplia y muy bien cuidada de la obra escrita por Kahn. Se trata de Louis I. Kahn. Escritos, conferencias y entrevistas, publicado por El Croquis Editorial compilado por Alessandra Latour con traducción de Jorge Sainz, que incluye hasta 51 textos (breves en su gran mayoría) aparecidos entre 1931 y 1974. Allí con el título de “El orden es” se reproduce “Order is” con la mayor fidelidad posible a lo que fue su diagramación original en Perspecta 3, 1955 a cargo de Norman Ives.

De 2005 es la última traducción de “Order is” que hemos detectado, realizada por A.M. Rigotti para el libro Reformulaciones En la segunda era de la máquina.

Es la versión publicada por El Croquis Editorial la que hemos decidido transcribir y que pueden leer a continuación.

Esperamos sea del mayor provecho.

8. «Order is» traducido como «El Orden es» por Jorge Sainz para el libro Louis I. Kahn. Escritos, conferencias y entrevistas (2003)

EL ORDEN ES

“Order is”

Tomado de Perspecta 3 The Yale Architectural Journal, 1955, pág. 59

El orden es

El diseño es forma en orden

La forma emerge de un sistema de construcción

El crecimiento es una construcción

En el orden está la fuerza creativa

En el diseño están los medios: dónde, con qué, cuándo, con cuánto

La naturaleza del espacio refleja lo que éste quiere ser

¿Es el auditorio un Stradivarius

o es un oído?

¿Es el auditorio un instrumento creativo

afinado para Bach o Bartok

tocado por el director

o es un salón de congresos?

En la naturaleza del espacio está el espíritu y la voluntad de existir de determinada manera

El diseño debe cumplir estrictamente esa voluntad

Por eso un caballo pintado a rayas no es una cebra.

Antes de que una estación de tren sea un edificio,

quiere ser una calle

nace de las necesidades de la calle

del orden del movimiento

Un encuentro de contornos acristalados

Mediante la naturaleza, el por qué

Mediante el orden, el qué

Mediante el diseño, el cómo

Una Forma surge de los elementos estructurales inherentes a la forma

Una cúpula no está concebida cuando se plantean los problemas de cómo construirla.

Nervi hace crecer un arco

Fuller hace crecer una cúpula

Las composiciones de Mozart son diseños

Son ejercicios de orden: intuitivos

El diseño fomenta más diseños

Los diseños extraen sus imágenes del orden

Las imágenes son la memoria: la Forma

El estilo es un orden adoptado

El mismo orden creó el elefante y creó al hombre

Son diseños distintos

Iniciados a partir de aspiraciones distintas

Formados a partir de circunstancias distintas

El orden no implica Belleza

El mismo orden creo al enano y a Adonis

El diseño no es crear Belleza

La Belleza surge de la selección

las afinidades

la integración

el amor

El arte es una forma que crea vida en orden: es psíquico

El orden es intangible

Es un nivel de conciencia creativa

que cada vez es más elevado

A mayor orden, más diversidad en el diseño

El orden sustenta la integración

A partir de lo que el espacio quiere ser, lo desconocido puede revelarse al arquitecto

Del orden extraerá éste la fuerza creativa y el poder de la autocrítica

para dar forma a eso desconocido

Surgirá la Belleza

ACA

Procedencia de las imágenes

Todas. Colección Fundación Arquitectura y Ciudad

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Página 10 de El Diario de Caracas del 12 de abril de 1992.

Un Domingo de Resurrección pero de 1992 (que entonces cayó 12 de abril), Oscar Tenreiro publicó en la página Arquitectura y Diseño, sección Ciudad, de El Diario de Caracas, donde semanalmente escribían tanto él como Farruco Sesto, el artículo titulado “Llevamos los aleros en el alma”.

Este hermoso texto, protagonista central de la página, estuvo antecedido de la frase: “El éxodo de Semana Santa puede ser también un viaje hacia la memoria”, y ofrecía como abreboca orientador el siguiente párrafo: “Con los deseos de viajar que se dan en estos días, siempre cabe preguntarse qué lo lleva a uno a ciertos sitios de la geografía. Si algunos prefieren centros comerciales y ambientes hoteleros, muchos, muchísimos, buscan encontrarse con algunas cosas que mueven los recuerdos. En esas imágenes siempre está, o casi siempre, la arquitectura, y no es un mal ejercicio tratar de descubrir su fisonomía, los estados de ánimo con que la conectamos”.

Si bien en otro momento comentamos “Llevamos los aleros en el alma” en este boletín (para ser más exactos el 12 de abril de 2020, visitable a través de https://fundaayc.com/2020/04/12/tal-dia-como-hoy-26/), hoy hemos creído oportuno, dada su absoluta vigencia pese a haber transcurrido ya 32 años, transcribirlo literalmente para que cada quien pueda disfrutarlo y llevar a cabo sus respectivas lecturas interpretativas a partir de la sugerente prosa que lo acompaña.

Feliz día de Pascua.

Un corredor de la Hacienda Tazón, en San Francisco de Yare

Llevamos los aleros en el alma

Otra vez hemos dicho en esta página que los que aquí nacemos, o los que vivieron aquí su infancia, llevamos en el alma la añoranza de un patio de café. Y si no es ésa la imagen, será otra análoga que evoque brisas benignas, sombras, frescores, contacto con un mundo natural al abrigo de una arquitectura que se va borrando en la memoria, pero que tiene vagos rasgos de pasado, de cosas viejas, de anterioridades que quisiéramos vivir de nuevo, si es que alguna vez en realidad las vivimos. Son sensaciones que nos han marcado a todos de alguna forma y tras de ellas vamos seguramente en días como éstos, de Semana Santa, que se convierten, es uno de los lados buenos del éxodo anual, en tiempos de conexión con lo natural, de búsqueda de un bienestar que los un poco más viejos creemos perdido en situaciones y atmósferas de nuestra historia.

Y ese bienestar, en nuestro clima, está íntimamente unido a la sombra, a la protección de los aleros, a la posibilidad de sentarse a observar lo de afuera desde un lugar en que la brisa nos alcance. Observar lo natural sin estar en guerra directa con él como ocurre en el invierno de tierras lejanas, que nos obliga a entrar rápidamente después de una caminata, entumecidos, a pedirle a la casa que se cierre, que cree calor, que nos permita recuperarnos. Aquí no, aquí llegamos al corredor que es el umbral, que es zona desmilitarizada donde la guerra se resuelve en el reposo, lentamente, hasta que el cuerpo recupera su temperatura luego de sudores y un rato de tranquilidad. Y en ese umbral, que siempre quisiéramos bordeado de árboles que nos permitan alejar el asedio solar, nos gustaría estar un buen rato, tal vez comer allí, si la plaga lo permite y, si no es excesiva, también la hamaca se colgará casi en el mismo sitio. Y eso es así durante todo el año, la situación no cambia sino por las lluvias amenazantes y torrenciales en las que el mismo alero permite observar, también en reposo porque nada se puede hacer durante uno de esos aguaceros, los ratos grises de un paisaje que siempre tiene tonos amarillos y rojizos que hieren la retina.

Y uno puede decir, al hilo de estas ideas, que la casa, el cobijo de tierras frías tiene siempre aspecto de continente, de «contenedor» utilizando una palabra un poco antipática pero que subraya la condición de lugar cerrado. Cualquier casa, porque al construirla obligatoriamente la convertimos en eso, es un objeto en el paisaje. Nuestra churuata, por ejemplo, que puede ser cobijo, alero, hogar (en el sentido de fuego) y dormitorio colectivo es rotundamente objeto, con su geometría impecable contrastando con la selva informe. Pero la casa de tierras frías es además de objeto, algo así como botella, hermética o con aspiraciones de serlo, lugar donde debe transcurrir la vida observando a través de las ventanas. En nuestras tierras calientes, sin embargo, o incluso en las tierras con fluctuaciones limitadas en las que el calor reina (como ocurre hacia el sur brasileño), podría decirse, para jugar un poco con las consonancias, que la casa es «sostenedor», no queremos en ella límites precisos porque nuestro medio no los exige, le pedimos umbrales, transiciones, espacios donde podamos «escampar». Esos umbrales son en realidad muy diversos, no todas las casas tienen corredores. En la ciudad se hicieron imposibles y se llevaron entonces hacia adentro, hacia el patio interno, y el zaguán sirve de umbral que atraviesa lateralmente la sala para llevarnos hacia ese patio umbroso donde la brisa también se mete y donde hacemos la parada que la casa de hacienda permite hacer en el perímetro. La casa de aquí, y cuando decimos casa podemos referirnos a cualquier construcción, siempre pide preámbulos que permitan, como decíamos, que se seque el sudor de la caminata. Hasta que llegó otra manera de vivir un poco prestada, indecisa, marcada por aspiraciones más o menos inmaduras y le quitó a la gente herencias sabias sustituyéndolas por escenografías que siempre están como mal hechas, que exigen estar enchufadas a la corriente, que crearon un nuevo paisaje urbano transicional, despojado, antipático, que nos exige nuevas capacidades para superarlo y encontrar la nueva imagen análoga, válida, si es que la sociedad recupera la lucidez que pareció perder en la transición vacilante hacia lo que se ha llamado modernidad. E iremos descubriendo la sombra, el silencio y el bienestar de antiguas memorias, en lo que hoy hacemos.

O.T.