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OTRO LIBRO CENTENARIO

Enseñanza de la Arquitectura

Cultura moderna técnico artística.

Teodoro de Anasagasti.

Sucesores de Rivadeneyra, Madrid

1923

El libro, un fácsimil de la edición original de 1923, recoge las reflexiones sobre la enseñanza de la Arquitectura (planes de estudio, métodos de enseñanza, etc) de Teodoro Anasagasti (1880-1938). A pesar del tiempo transcurrido conserva actualidad y frescura. Anasagasti pasa revista de forma sistemática a todos los aspectos que inciden en la formación del arquitecto. La obra no sólo tiene un interés histórico -conocer la situación en los años veinte-, sino que en muchos casos, los acertados comentarios y observaciones de Anasagasti tienen todavía hoy plena vigencia.

De acuerdo a lo que publicara Carlos Flores en el nº240 de la revista Arquitectura del COAM, Madrid, enero-febrero de 1983, en conmemoración de los 60 años de la publicación del libro que nos ocupa, Anasagasti, Premio de Roma en 1910, Medalla de Oro en la Exposición Nacional de Madrid del mismo año, Medalla de Oro (junto con Otto Wagner) en la Exposición Internacional de Roma (1911), Catedrático de Proyectos, Académico de Bellas Artes, Presidente de la Sociedad Central de Arquitectos, hábil dibujante, combativo polemista, incansable viajero, arquetipo del profesional inquieto, abierto a todas las corrientes renovadoras, luchador esforzado en causas perdidas de antemano como ésta de la reforma de las enseñanzas de Arquitectura, tras la obtención del Premio de Roma y la realización de los viajes y permanencias en diversos países, inherentes al mismo (Italia, Francia, Bélgica, Holanda, Austria y Alemania), se verá profundamente influido dada su personalidad de talante fundamentalmente abierto y libre.

Así, Anasagasti “se interesará por conocer las obras más destacadas de las vanguardias arquitectónicas, pero asímismo, por bucear en los planes de estudios de unos centros de enseñanza que, a su juicio, eran capaces de proporcionar al alumnado una formación acorde con los nuevos tiempos. (…) Enseñanza de la Arquitectura. Cultura Moderna Técnico-Artística, será la obra que resuma las experiencias y conocimientos obtenidos durante aquellos años de estudio en Europa, reflejando al propio tiempo sus propias ideas y las teorías elaboradas posteriormente sobre el particular. Anasagasti pretenderá una transformación drástica de los programas de enseñanza, eliminando materias y procedimientos anacrónicos mantenidos sólo como consecuencia de apatías y rutinas; también, un nuevo enfoque en las relaciones alumno-profesor, suprimiendo ‘las doctrinas dogmáticas y el apriorismo’ y rechazando la ‘absurda disciplina que obliga a la quietud y al silencio’. Acusadamente posibilista juzgará como lujo inútil la ciencia no necesaria, considerando el plan de estudios de 1914, entonces vigente, como ‘atiborrado de alta ciencia teórica que no encuentra empleo en las funciones ulteriores de la profesión’ (‘Cuando nos encontramos ante la vida se nos pregunta que sabemos hacer’). Los pilares sobre los que basa su ideario reformista serán: Obtención de conocimientos ligados directamente a la realidad (‘Al alumno le atraen las realidades; éstas deberán ser tocadas por él antes de dedicarse a la teoría’). La teoría como una continuación de la práctica o emparedada con ella (‘Para Kant el mejor modo de comprender es el hacer’). Materias, pocas y fundamentales, eliminando todo aquello que no sea absolutamente indispensable (‘Hay que redimir al alumno para que en sus horas libres sea capaz de desarrollar sus propias observaciones. Hay que redimir, también, al profesor’). Educación de la sensibilidad, capacitando al alumno para que descubra por sí mismo la realidad (‘La realidad ha de presentarse siempre ante nosotros como una revelación»). Supresión de toda retórica y engolamiento en los sistemas de enseñanza (‘El saber se ha hecho verbalista y ha llegado a ser opresor»).

Anasagasti sostenía que el arquitecto debería ser un dibujante ‘hábil y exquisito’, puesto que ‘nuestro lenguaje es el dibujo’, y acusaba de ociosos los estudios vigentes en tales materias. (Tiene al lavado por inútil nadería y piensa que ‘proyectando se aprende a dibujar’). Insistirá repetidamente en la necesaria ‘educación del sentimiento’ que, a su juicio, se encuentra por encima de la razón, (‘sin sentimiento no es posible crear obras de arte’) enfoque romántico que no le impedirá, sin embargo, valorar las obras de ingeniería más destacadas a las que otorga una indiscutible potencialidad plástica considerándolas ‘tan bellas como los productos más refinados de la imaginación artística’. Juzga condición esencial que los proyectos dejen de ser escenográficos, ‘como fantasmas arquitectónicos’, deficiencia que será superada una vez que el control de cada proyecto, a lo largo de su desarrollo, sea compartido por profesores de disciplinas técnicas -construcción, resistencia de materiales, salubridad, etc.- en lugar de abandonarse en exclusiva al profesor de composición. El alumno deberá conocer cuanto antes lo que, en términos reales, representa el ejercicio cotidiano y normal de la profesión (‘No al final de los estudios sino desde el primer día de la primera asignatura deben abrirse las puertas de las clases, llevando a los alumnos a los laboratorios, a los talleres y a las obras’).

Tampoco dejará de insistir Anasagasti en la necesidad de una íntima e ineludible colaboración entre arquitectos, pintores y escultores -lo que resulta lógico en un seguidor entusiasta de la Secesión vienesa- colaboración que debería ser iniciada desde los años escolares abogando por una localización de tales enseñanzas dentro del mismo edificio. Los viajes, como medio idóneo de ampliar el horizonte vital y artístico del alumno, constituyen otro de los temas favoritos en los que el autor insistirá una y otra vez a lo largo de su ensayo.

El capítulo final incluye una serie de recomendaciones, agrupadas por temas, entre las que no faltan las referentes a las personas que deberían ser elegidas para las comisiones que estudien y redacten los nuevos planes, comisiones que según Anasagasti estarían integradas por el director, tres profesores y dos estudiantes de cada una de las escuelas de Madrid y Barcelona, dos profesores de academias de preparación de arquitectura y un arquitecto del máximo prestigio. En 42 puntos, divididos en secciones como principios generales, prácticas, laboratorios y talleres, viajes, pensiones y ampliación de estudios, preparación, matemáticas, construcción, dibujo, proyectos, etc., se va exponiendo un cuerpo de doctrina de validez general muchos de cuyos apartados encontrarían plena vigencia aún en nuestros días. Este libro, de propaganda y combate, como su autor lo califica, insólito en el panorama español de su época -y de muchas épocas- no hallaría la respuesta que su importancia e interés exigían; considerado hoy, se nos ofrece como un conjunto de sugerencias e ideas, libres de cualquier dogmatismo, aprovechables en buena parte y siempre estimulantes y vivas. El libro constituye también el mejor documento a nuestro alcance para descubrir la mentalidad del arquitecto, no siempre reconocible a través de una obra sobre la que gravitan influencias y contingencias de cada momento y en la que se superponen o suceden alternativas tan distintas como las procedentes de las influencias secessionistas y el Art Deco francés, de las tendencias casticistas e historicistas, de la ‘sinceridad estructuralista’ próxima a la estética del ingeniero, o de los planteamientos de L’Ecole de Beaux Arts, cuando no aparece teñida por el romanticismo más melancólico como ocurre en aquellos proyectos de Ciudad del Silencio o de Cementerio Ideal que le otorgarían amplia fama en plena juventud”.

ACA