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1. Vista panorámica de Caracas (circa 1900-1906)

El próximo jueves 25 de julio Caracas arriba a su 457 aniversario. Estrechamente vinculado a este onomástico, en 1950, al cumplir los 383 años, apareció el que puede ser considerado el primer texto de arquitectura de real peso editado en Venezuela: La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la Reurbanización de «El Silencio», impreso en París por Draeger Frères, escrito por Carlos Raúl Villanueva. Trabajado como una especie de cuaderno de apuntes tanto textuales como fotográficos, donde el Maestro registró todo aquello que consideraba de valor y que ya para entonces corría peligro de desaparecer dentro del tejido urbano, aquel libro premonitorio de ciento diez páginas, buscó adelantarse a un proceso inevitable de lo podría pasar en Caracas luego de haberse realizado la renovación del casco de la capital emprendida con “El Silencio”, y enviar un alerta sobre la importancia del rescate de la memoria colonial de la que, paradójicamente, la intervención buscaba mostrarse, en medio de su modernidad, como claro ejemplo reinterpretativo.

El trabajo de recopilación y las notas y comentarios críticos de Villanueva estuvo encabezado por una Introducción de su autoría y acompañado de dos ensayos: “Caracas, ciudad colonial” del profesor de Arquitectura Precolombina y Colonial Carlos Manuel Möller y “Caracas marcha hacia adelante del urbanista francés Maurice E. H. Rotival”.

2. Portadas de La Caracas de ayer y de hoy, su arquitectura colonial y la Reurbanización de «El Silencio» (1950) y de las dos ediciones de Caracas en tres tiempos. Iconografía retrospectiva de una ciudad (1966 y 2000)

Pues bien, en 1966 a la víspera de celebrarse el cuatricentenario de la capital venezolana aquel libro publicado en 1950 fue reeditado con el nombre de Caracas en tres tiempos. Iconografía retrospectiva de una ciudad con un incremento importante del registro correspondiente a la arquitectura colonial existente o desaparecida tanto en Caracas como en otras regiones del país y “un estudio sobre la Iglesia de Santa Teresa y el Teatro Municipal a manera de eslabón entre pasado y presente”. Además se añadieron a los dos escritos que formaron parte de La Caracas de ayer y de hoy… el importante artículo firmado por el propio Villanueva titulado “El sentido de nuestra arquitectura colonial”, aparecido originalmente en el nº 3 de la Revista Shell (1952), y otro de Mariano Picón Salas (1901-1965)  publicado inicialmente en el diario El Nacional en febrero de 1951 celebrando justamente la aparición La Caracas de Ayer y de Hoy … que llevó por nombre “Caracas allí está…”, en clara alusión de los conocidos versos dedicados a la capital por Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892) en “Vuelta a la patria” (1877), donde a medida que se acerca a ella procedente del exilio exclama:

¡Caracas allí está; sus techos rojos,

su blanca torre, sus azules lomas,

y sus bandas de tímidas palomas

hacen nublar de lágrimas mis ojos!

Caracas allí está; vedla tendida

a las faldas del Ávila empinado,

Odalisca rendida

a los pies del Sultán enamorado.

Picón Salas, que comparte con Villanueva las angustias en cuanto al crecimiento que se avecinaba para una Caracas carente entonces de normas y se suma a la estirpe de quienes reivindican el urbanismo hispano arraigado en la tradición latina y la herencia de la arquitectura mediterránea, deja en su escrito un sucinto repaso crítico con el comportamiento de gobernantes que ignoran la historia a la hora de declararse modernos e intervenir la ciudad de entre los cuales destaca Guzmán Blanco.

Es el texto de Picón Salas, junto a las imágenes que lo acompañaron en Caracas en tres tiempos, el que, como sencillo gesto a la conmemoración del 457 aniversario de Caracas, hemos decidido reproducir a continuación recomendando su relectura.

Esperamos, como es costumbre, que sea del mayor provecho.

3. «Panorámica de nuestro valle».

CARACAS ALLÍ ESTÁ…

Mariano Picón Salas

En el momento en que Caracas crece aluvionalmente y nos preguntamos cómo se ampliará el estrecho vallecito en el que le plugo detenerse a don Diego de Losada y con qué agua contarán los caraqueños cuando antes de un lustro la ciudad rebase el millón de habitantes, Carlos Raúl Villanueva nos presenta como motivo de deleite y de reflexión ese precioso libro (“La Caracas de ayer y de hoy”) en que los ausentes nos lanzamos a evocar muros, montañas y caserones de la patria. Contra los peligros que trae el oficio de arquitecto en una ciudad donde el metro cuadrado de terreno ha llegado a valer cinco mil bolívares (peligro del propietario ambicioso que quiere montar un cajón sobre otro, “rascacielar” a la criolla y hacinar gentes para que se multiplique el rédito) hay que celebrarle a Villanueva su preocupación estética y venezolanista, a la vez. El siente el horror de una ciudad que crezca madrepóricamente por el libre y a veces muy turbio juego, de las fuerzas económicas. Una ciudad que si se le dejara crecer sin pauta ni norma, sin algunos principios claros de belleza y urbanismo llegaría al cabo de los años a ser tan fea -a pesar del espléndido marco natural- como son algunas ciudades norteamericanas, por ejemplo Baltimore, a las que se dejó abombarse cuando ya era tarde para reducir la hidropesía.

Que ese aumento que los propietarios de terrenos e inversionistas en inmuebles obtienen ahora en Caracas -como en ningún otro sitio del mundo- se le devuelva en parte a la capital venezolana, en jardines, higiene, buen urbanismo. Y que la ciudad de Bolívar, de Miranda y de Bello, la que debe refundir y alquitarar todas las esencias de nuestro país, no deje de parecernos nuestra no deje de tener color y alma; venezolana a pesar del ineludible impacto de la modernidad. (Con mejor Arquitectura funcional, ¿no han hecho los arquitectos brasileños casas y edificios magníficos cuya adaptación al trópico y originalidad nativa se les celebra en todas partes?).

Cuando la urgencia de construir alto comenzó en Venezuela, Villanueva se impuso la preocupación -y debemos celebrárselo- de estudiar en nuestras viejas casonas del siglo XVIII -en las que aún quedan en Coro, en Araure, en San Carlos- qué ornamentos y experiencias venezolanas podían entrar en el nuevo arte de construir. Y sus portadas, portales, balcones y columnas panzudas en la Urbanización de El Silencio, rescataron y le dieron nuevo encanto a lo que ya se iba olvidando en la tradición nacional. Contra el edificio-colmena, puramente utilitario, Villanueva nos recordaba el hispano y latinísimo linaje del soportal, ese heredero mediterráneo del foro romano; la “loggia” abierta sobre la plaza o la calle, típica construcción de pueblos de sol brillante y donde las gentes (porque así lo hacían en Nápoles y Florencia, en Madrid y Sevilla, en las ciudades coloniales de Hispano-América) gustaban de guarecerse al socaire y tener la alegría de sus encuentros y de sus pláticas. El mal gusto, la falta de sentido histórico que reinó en Venezuela en el siglo XIX, había sacrificado los últimos soportales. Contra los de la vieja Plaza Mayor de Caracas que en la lámina que reproduce Villanueva no carecían de cierta elegancia neoclásica, ordenó la picota demoledora el General Guzmán Blanco. Lo hizo con la misma ahistoricidad con que dispuso para el viejo Convento trocado en Universidad, unas torrecillas góticas que nada tienen que ver con la estructura interna del edificio, y la bárbara destrucción de la graciosa portadilla barroca de la iglesia de San Francisco. La modernidad iconoclasta de Guzmán Blanco que atropellaba los estilos artísticos y su coherencia interna con el mismo ímpetu con que atropellaba las constituciones, ejemplariza ese fenómeno venezolano del hombre que cree que la Historia comienza con él y que su criterio debe servir de cánon hasta en lo que ignora. Cuando por un barato modernismo de catálogo como el del nuevo rico que quiere traer para su urbanización el chalecito que vió reflejarse en un lago suizo, negamos el pasado, se olvida que este es vivencia experimentada; asimilación del hombre a un ambiente y a un tipo de vida ancestral.

La moraleja de todo esto -y el hermoso libro de Carlos Raúl Villanueva viene a recordárnoslo- es que una ciudad para recibir tan civilizado nombre, requiere todo el esmero, la planificación y las exigencias estéticas que pedimos a las mejores creaciones humanas. Que no basta que los pudientes se lancen a hacer edificios, si el cuidado y talento de los artistas no viene a defender esa espléndida obra colectiva que debe ser cada urbe. Y la labor del artista, del hombre de sensibilidad educada corrigiendo el inorgánico impulso de los codiciosos, es tan antigua y venerable que ya hace más de veinticinco siglos Pericles confiaba a Fidias el embellecimiento de Atenas, y el Imperio romano hubo de conocer una planificación urbanizadora tan exigente como la del mundo contemporáneo. Corregir lo que fue desorden y fealdad en el desarrollo de las ciudades, era otra de las preocupaciones de aquellos artistas del Renacimiento como Leon Battista Alberti, el creador de lo que puede llamarse la moderna perspectiva arquitectónica, Cuánta falta le ha hecho a Caracas durante largos siglos algún Comité de Estética urbana que sirviera de policía a la invasora fealdad; que corrigiera la falta de gracia de tantos avisos y vitrinas comerciales; que hubiera mandado a guardar algunas estatuas que como las de Bello y Ezequiel Zamora son una afrenta a los más elementales conceptos plásticos!.

4. «Panorámica de la costa».

Pues Caracas está renaciendo de lo que fue el mezquino hacinamiento de casas sin estilo que nos dejó el siglo XIX y se prolongó durante más de tres décadas del presente siglo -esa Caracas que tuvo su paradigma de vulgaridad pintarrajeada en ciertas calles de “El Conde”, Catia y San Agustín- hay que esforzarse porque la ciudad crezca con esa doble virtud del venezolanismo y de belleza por la que clama Villanueva en su libro. Venezolanismo: es decir, que Caracas no sea una ciudad-factoría, parecida a las ciudades industriales de cualquier parte. Que nuestros arquitectos tengan sensibilidad para interpretar la tradición y el ambiente. Ya Villanueva erigió un gran monumento que siendo muy internacional es también muy venezolano, en El Silencio. Y como necesidad de belleza que los Gobernadores de Caracas se parezcan a Pericles: es decir, que consulten a nuestros mejores artistas. Si hoy hay tanta riqueza en Caracas como la que pudo haber en Florencia en el tiempo de los Médicis, ¿por qué no podemos producir o buscar nuevos Leon Battista Alberti que hagan una ciudad para enorgullecernos?

Y estamos soñando -¡oh, Carlos Raúl Villanueva autor de un libro que es toda una invitación!- en esa capital del futuro, síntesis de las mejores esperanzas y sueños de Venezuela, nudo vertebral de la patria que mostraremos con el conocido verso, ya desprovisto de melancolía: “Caracas, allí está…”

ACA

Procedencia de las imágenes

1. Wikipedia (1280px-Panoramic_view_of_Caracas,_Venezuela_circa_1900-1906_cut)

2. Colección Fundación Arquitectura y Ciudad

3 y 4. Carlos Raúl Villanueva. Caracas en tres tiempos. Iconografía retrospectiva de una ciudad (1966)

ALGO MÁS SOBRE LA POSTAL Nº 377

La Revista Nacional de Cultura, la publicación periódica más longeva de nuestro país, ve la luz en noviembre de 1938 bajo la dirección del escritor, diplomático y académico Mariano Picón Salas (1901-1965), su fundador, con la firme intención de apuntalar los dos aspectos que su denominación recoge: lo nacional y lo cultural.

A escasos tres años de la muerte de Juan Vicente Gómez y en medio de un período donde lo político, puesto en cuarentena durante una larga dictadura de 27 años, copaba la escena, el editorial de su primer número hacía hincapié en la utilidad de una labor de reflexión bajo la convicción de sus promotores de que conocer más y mejor la tierra y el hombre venezolano eran indispensables para emprender cualquier empresa de transformación y progreso. Venezuela, como ya había expresado el propio Picón Salas, entraba al siglo XX con treinta y tantos años de retardo y anhelaba superar el largo tiempo perdido.

Se trataba, por tanto, de crear “un órgano de difusión libre del pensamiento, desde donde se pudiera adelantar esa búsqueda de lo venezolano, así como para servir de antena sensible a las corrientes culturales del Nuevo y el Viejo Mundo”, señalará Oscar Sambrano Urdaneta en la Introducción al importante tomo de índices de la Revista del número 1 al 150, en 1962.

1. Mariano Picón Salas (1901-1965)

El despertar de la conciencia civil, de las artes plásticas, las letras, la política y la sensibilidad nacional, transitaban en aquellos años “sin ninguna transición psíquica, de la modorra a la impaciencia”, diría Picón Salas en “Hace 25 años” texto publicado en el número 161 de la Revista dedicado a la celebración de su 25 aniversario (noviembre-diciembre, 1963). “En 1938 apenas comenzaban a formarse en Venezuela los equipos técnicos y expertos que ahora contribuyen a la planificación del Estado. Era preciso repicar y andar en la procesión. En los editoriales y en muchos artículos de la Revista Nacional de Cultura en sus primeros números, se guarda registro de la unánime preocupación nacional de entonces. Escribíamos sobre escuelas e inmigrantes, sobre humanización y aprovechamiento racional de nuestra abrumadora naturaleza. (…) Temas y tareas para grupos de técnicos. Pero era el momento, necesario y excitante, en que los escritores nos adelantábamos a abrir el camino de los especialistas”, expresará también Picón Salas en aquel artículo.

Iniciada su andadura bajo el auspicio del Ministerio de Educación Nacional de los aún denominados Estados Unidos de Venezuela, la Revista apareció en formato de 31 por 23 cms hasta el número 9 inclusive, mutando a 22,5 por 14 cms de allí en adelante. El cambio de año en su identificación lo marca el mes de noviembre ajustándose a la fecha de lanzamiento del primer número. El tiraje de aquellas primeras ediciones ha sido difícil de establecer, pero posteriormente fue incrementándose hasta sobrepasar los 15.000 ejemplares ya en los años 60. Su distribución siempre ha sido gratuita.

2. Tres de los números de la Revista Nacional de Cultura publicados bajo la dirección de Mariano Picón Salas cuando su periodicidad era mensual, siempre mostrando el Sumario en la portada. El 16 (derecha) sería el último editado por Picón.

En cuanto a su periodicidad, inicialmente fue mensual, manteniéndose así hasta el número 23 (octubre 1940) cuando pasará a ser bimensual, con leves alteraciones, hasta comienzos de 1979 (número 240). A partir de entonces saldrá cada tres meses hasta 2004 (nº 331), momento en el que entra en un período muy irregular que aún no ha sido superado. Basta señalar que desde 2004 hasta 2022 (18 años) cuando aparece el nº 347 (último del que tenemos noticias) se han publicado sólo 16 ejemplares.

El interés suscitado en sus comienzos por colaborar en su impulso se puede apreciar en el progresivo abultamiento de cada entrega de la Revista: si el número 1 partió con 41 páginas ya para el 11-12 que cierra su primer año (septiembre-octubre, 1939) contaba con 204. Entre los años 1960 y 1990 varias son las entregas que sobrepasan las 400 páginas.

Desde el inicio, la Revista Nacional de Cultura sirvió de tribuna para la aparición de diferentes géneros literarios que van desde la poesía, la narrativa y el ensayo al teatro pasando por la crítica. También dedicó buena parte de sus páginas a temas vinculados a la historia, la filosofía, la lingüística, la política, la antropología, la geografía, las artes plásticas y la biografía. Además, publicaba reseñas de revistas, anunciaba ciclos de conferencias, exposiciones, premios literarios y conciertos.

3. De izquierda a derecha: Luis Alfredo López Méndez (1901-1996), Marco Bontá (1889-1974) y Ramón Martín Durbán (1904-1968), importantes colaboradores en la calidad gráfica de la Revista Nacional de Cultura durante sus primeros años.

Sobre su primer número (cuya fresca portada engalana nuestra postal del día de hoy), Picón Salas comentará que se trató de “un trabajo artesano ya que para no abrumar de mayores gastos al Ministerio de Educación que la propiciaba, se imprimió en la imprentita de ensayo -para simple ejercicio de los alumnos- que había en la Escuela Técnica Industrial”. Y seguirá: “Lentamente aquel taller de prueba se iría ampliando y enriqueciendo de maquinaria gráfica. En las primeras entregas la revista no podía darse el lujo de pedir asistencia a las más elegantes prensas caraqueñas de la época, como la muy famosa ‘Litografía del Comercio’. El modestísimo presupuesto de impresión apenas alcanzaba al millar de bolívares. (…) Pero la aventura tipográfica que era la Revista en su comienzo, nos invitaba al placer de dibujarla y compaginarla, de inventarle tipos y viñetas. En aquellos trabajos nos acompañaron con su colaboración, destreza y consejos algunos artistas plásticos y dibujantes como López Méndez, Rafael Rivero y los chilenos Armando Lira y Marco Bontá. A la altura de 1939 o comienzos de 1940, hizo su aparición en Venezuela el insustituible Ramón Martín Durbán quien durante largos años y con suma generosidad, ha sido el magnífico ilustrador de la literatura venezolana; el que iluminó con la fina caligrafía de sus dibujos los libros de poetas y escritores”.

El índice de aquella primera aparición, clara muestra de los objetivos trazados que hemos mencionado, recoge el siguiente material: Ensayo:Papel de la cultura y misión del intelectual en el momento venezolano” de Ramón Díaz Sánchez; Ensayo: “Trayectoria del pensamiento venezolano” de Mariano Picón Salas; “Estampa venezolana: Tormenta a José Rafael Pocaterrra” de Ángel Miguel Queremel; “Investigaciones y alumnos en la escuela de Artes Plásticas”; Poesía-Literatura: “Para terminar con la poesía” de Pierre Reverdy; El relato venezolano: “Viva Santos Lobos” de Pedro Sotillo; Literatura: “Hacia un posible asilo de renunciación” de Luis Fernando Álvarez; Literatura: “Tu encuentro en la muerte de los colores” de José Ramón Heredia; Exploraciones: “Una Venezuela inmensa, lejana y desconocida. Por tierras de la alta Guayana. Diez minutos con el explorador Félix Cardona”; Historia: “Durante la colonia signos de vitalidad histórica” de Eloy G. González; Poesía-Literatura: “El Drama artístico de Andrés Bello: Ciclo de poesía venezolana” de Edoardo Crema; Crónica: “La provincia venezolana y sus poetas. Sergio Medina en el paisaje aragüeño”; Crónica-Artes Visuales: “Exposiciones de Pedro Centeno Vallenilla”; Crónica-Artes Visuales: “Exposición de Marco Bontá”.

Entre los factores que pudieron contribuir a la creación y éxito de la revista sería oportuno considerar el vacío cultural que dejó la desaparición en 1932 de Cultura venezolana, dirigida desde 1918 por Ángel Guruceaga, debiéndose añadir como contraparte que desde enero de 1935 circuló otra revista mensual titulada Cultura Nacional “revista literaria y científica” dirigida por José Manuel Núñez Ponte.

4. Dos importantes números de la Revista Nacional de Cultura de su etapa bimestral: el 150 (izquierda) que en enero-febrero de 1962 recogió todos los índices de la publicación desde el nº1; y el 161 (derecha) de noviembre-diciembre de 1963 cuando se cumplían 25 años de su creación.
5. Cuatro de los directores de la Revista Nacional de Cultura. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Juan Bautista Plaza (1898-1965) sep. 1944-feb. 1946; Ramón Díaz Sánchez (1903-1968) 1950-1952; Simón Alberto Consalvi (1927-2013) ene. 1967-mar. 1969; y Vicente Gerbasi (1913-1992) abr. 1971-nov. 1973.
6. De izquierda a derecha: Pedro Francisco Lizardo, Gustavo Pereira, Sael Ibáñez y Antonio Trujillo también directores en su momento de la Revista.

Picón Salas dirigiría la Revista hasta el número 16 (febrero-marzo de 1940). Le sucederían nombres de la talla de: José Nucete Sardi, Juan Bautista Plaza, José Manuel Siso Martínez,Elisa Elvira Zuloaga, Luis Alfredo López Méndez, Ramón Díaz Sánchez, Manuel F. Rugeles, Arturo Croce, José Luis Salcedo Bastardo, Simón Alberto Consalvi, Gloria Stolk y Vicente Gerbasi. Luego vendrán, entre otros, Manuel Felipe Rugeles, Pedro Francisco Lizardo, Carlos Noguera y Gustavo Pereira, y de la información que hemos podido recabar se pueden mencionar como directores de las últimas etapas a Sael Ibáñez y Antonio Trujillo.

7. Cambios producidos en el diseño de la portada de la Revista Nacional de Cultura
durante la segunda mitad del siglo XX.

Como ya adelantamos, con el transcurrir de los años la Revista no sólo presentó variaciones en su formato sino también en los criterios gráficos que regían la tipografía y la manera como se presentaba su nombre en la portada. Siempre se contó en el interior de sus páginas con la aportación de importantes artistas nacionales que ocasionalmente ocuparon la carátula. Su adscripción en el tiempo pasó de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación Nacional (1938-1949) a la Dirección de Cultura y Bellas Artes (1949-1964), continuando hacia el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes -INCIBA- (1965-1975) hasta el Consejo Nacional de la Cultura -CONAC- (1975-2005). A partir de entonces, cuando se detecta mayor irregularidad en su periodicidad, quedó a cargo del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y se comenzó a editar con la colaboración de El Perro y la Rana, Monte Ávila Editores y Biblioteca Ayacucho.

8. La Revista Nacional de Cultura en lo que va del siglo XXI. A la derecha el último número que hemos podido ubicar (347) de abril de 2022.

Será en marzo de 1996 cuando con el patrocinio del CONAC, de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICIT), se daría inicio a la recuperación electrónica de la publicación. Seis años más tarde la prensa recogerá cómo “el 26 de enero de 2002, coincidiendo con el 101 aniversario del nacimiento de Don Mariano Picón Salas (…), la Fundación CELARG realizó la presentación de dos CD-ROM. El primero de ellos reproduce desde el Nº 1 (noviembre de 1938), hasta el Nº 50 (mayo – junio de 1945). El segundo contiene desde el Nº 51 (julio – agosto de 1945) hasta el Nº 100 (septiembre – octubre de 1953). Además de la reproducción total de los textos de los primeros 100 números, la Revista en su versión electrónica cuenta con los perfiles biográficos actualizados de 374 autores (dentro de un total de 574); unos veinte mil enlaces que contemplan ventanas emergentes de diverso tipo y función, y 1.676 ilustraciones”. En 2018 con motivo de la celebración de los 80 años de la Revista se retomó, con el apoyo de la Biblioteca Nacional, el proyecto de digitalización que abarcaría hasta el número 344 sin que sepamos si se concluyó. Testigo de excepción del acontecer cultural del país registrado en sus miles de páginas, el próximo mes de noviembre la Revista Nacional de Cultura cumplirá 85 años de creada. Esperamos que no sólo se celebre tan importante fecha, sino que se le brinde todo el apoyo necesario por mantener una continuidad que sin duda merece y la siga mostrando como ilustre excepción que confirma la regla que ha regido las publicaciones culturales del país.

ACA

Procedencia de las imágenes

Postal. https://vueltaacasasrp.wixsite.com/vueltaa/revista-nacional-de-cultura

  1. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/picon_salas.htm

2, 4, 7 y 8. Colección Fundación Arquitectura y Ciudad

3. http://vereda.ula.ve/wiki_artevenezolano/index.php/L%C3%B3pez_M%C3%A9ndez,_Luis_Alfredo, https://elpensador.io/la-negritud-en-la-obra-artistica-de-marco-bonta-costa/ y https://connombreyapellidos.es/victima/durban-bielsa-ramon-martin/

5. https://www.facebook.com/efemeridesmusica/posts/2872355209447530/?locale=es_LA, https://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/diaz_sanchez.htm, http://robodebronce.com/project/busto-de-simon-alberto-consalvi/ y https://es.wikipedia.org/wiki/Vicente_Gerbasi

6. https://avp6.wordpress.com/pedro-francisco-lizardo-%E2%80%A0/, https://www.poesi.as/Gustavo_Pereira.htm, https://www.eluniversal.com/entretenimiento/78267/muerte-de-sael-ibanez-deja-un-vacio-en-el-medio-literario-venezolano y https://poesiavzla.wordpress.com/2021/02/19/antonio-trujillo/

1965• Se crea el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA)

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1965•  El gobierno venezolano crea el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), último proyecto del notable intelectual merideño Mariano Picón Salas (1901-1965).
Una de las primeras iniciativas de la recién fundada institución cultural fue organizar la celebración de la II Bienal Nacional de Arquitectura, la cual se realizó en el Palacio de las Industrias, Zona Rental, Plaza Venezuela.
En el marco de este evento, por decisión del jurado, se concedió el Premio Nacional de Arquitectura 1965 al arquitecto Julián Ferris (1921-2009), ingeniero graduado en la Universidad de Oklahoma en 1945 y de arquitecto en la Universidad de Syracuse, Nueva York, 1947, revalida su título en la UCV en 1949, Decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en 1958 y elegido para desempeñar el mismo cargo el año siguiente en la primera elección de Autoridades Universitarias y Decanos.
Recibe la distinción por su proyecto para la Aduana de Puerto Cabello, estado Carabobo.

HVH