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FICHAR OBRAS DE ARQUITECTURA

La elaboración de una buena ficha que sintetice y a la vez logre presentar la mayor cantidad la información básica (objetiva dirían otros) encerrada en la compleja realización de una obra arquitectónica no resulta ser tarea fácil. Con demasiada frecuencia se presume en su elaboración que el lector, no siempre versado en la materia, comprenderá el significado de cada uno de los datos cubiertos por la apretada síntesis ocurriendo, además, que el afán por resumir al máximo deje de lado aspectos valiosos que un instrumento de este tipo puede guardar. Sin pretender dictar cátedra intentaremos en esta nota dar un breve repaso acerca de los elementos que toda buena ficha debe contener y algunas de las dificultades con las que muchas veces nos encontramos.

El primer asunto con el que debemos lidiar se relaciona con la claridad con que presentemos la obra objeto de fichaje. La distinción entre si se trata de un proyecto no construido o una obra que alcanzó feliz término (incluso cuando se trata de algo ubicado a mitad de camino) es importante señalarla desde un inicio. Muchas veces esta consideración se hace innecesaria cuando, por ejemplo, de una guía sobre la arquitectura de una ciudad se trata, pero cobra valor cuando es sobre la evolución o diversidad de la producción de un país a lo que se quiere hacer referencia. 
El segundo escollo a enfrentar está relacionado con la identificación o, en otras palabras, el dar con la justa denominación del edificio. A menudo nos encontramos que un determinado proyecto o edificación hoy en día ya no se le conoce con el mismo apelativo que le dio sentido a su construcción o no responde al nombre con que se inauguró. El cambio de propietarios y de uso nos colocan generalmente ante el dilema de cómo debemos encabezar la ficha y, más allá de que a veces ha habido alteraciones como las señaladas que nos resistimos a aceptar y de que puede haber prevalecido contra viento y marea el nombre original, si se quiere tener un mediano rigor, ambas nomenclaturas deben aparecer. Incluso vale la pena reflexionar si también la manera como coloquial o popularmente termina reconociéndose un edificio o construcción debe tener cabida a la hora de abordar este ítem. Casos como el del Centro Comercial Las Mercedes identificado aún como el CADA de Las Mercedes, del Centro Banaven conocido como El Cubo Negro de Chuao o del Ateneo de Caracas hoy Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE), ilustran con claridad lo que queremos decir.

Consecuencia de lo indicado en el párrafo anterior pasa a ser el cuidado que ha de tenerse señalando el uso original y el uso actual del edificio en cuestión, datos complementarios de una visión amplia sobre los avatares y huellas que el tiempo siempre va dejando.

Quizás el más concreto de los datos que debe manejarse y aparecer en una ficha, y no por ello menos necesario, es la localización exacta de la obra. A veces no basta con indicar la ciudad. Es importante precisar el sector de ella al que pertenece, la calle y hasta alguna referencia. Suele además ser común el complementar esta información con pequeños planos de localización dentro de un ámbito mayor sea este urbano o regional. Junto a la localización, la presencia de buenas imágenes (bocetos, fotografías, planos, diagramas) se convierten en otro aliado objetivo fundamental para tener una percepción inicial y complementaria del objeto al cual nos estamos aproximando.

Es frecuente, también, encontrar al lado de una obra reseñada la referencia a una fecha o año. Salta de inmediato la pregunta: ¿a qué corresponde esa mención? ¿existe un acuerdo unánime al respecto de lo que esa cifra señala? Pareciera la norma el presumir que el guarismo corresponde al año en que la obra se terminó de construir, pero ello no es suficiente cuando de un proyecto se trata. De aquí que sea conveniente señalar tanto la fecha de realización del proyecto como la de finalización de la obra como datos que permiten también evidenciar la cercanía o no entre ambos momentos, pudiéndose intuir de allí las dificultades o circunstancias que estuvieron asociadas a tal demora o, por el contrario, la eficiente gestión del proceso constructivo.

Ahora bien, el ítem que sin lugar a dudas pasa a ser el protagonista y que pudiera encerrar no pocas discusiones sobre su elaboración y a veces las mayores injusticias en lo relativo a un justo reconocimiento de los involucrados, es el relacionado con la autoría de la obra. Sin pretender llegar al extremo de buscar diferenciar quien llevó la voz cantante de un proyecto cuando se trata de una oficina cuya complementariedad entre sus integrantes es plenamente reconocida (como por ejemplo Vegas & Galia Arquitectos Asociados), a veces resulta necesario hacerlo: recordamos, por citar solo dos casos, a Pablo Lasala dentro de la oficina de Borges y Pimentel como diseñador de la Torre La Previsora o a Emile Vestuti dentro de la de Guinand y Benacerraf cuando de hablar de Residencias Montserrat se trata. El interesante caso del Pabellón de Venezuela en París (1937), sometido a un concurso en el que participaron Carlos Raúl Villanueva y Luis Malaussena ¿a quién debe atribuírsele sabiendo que al final se buscó, con base en la propuesta ganadora de Villanueva, la participación de ambos?

En este asunto de la precisión en la determinación de la autoría de una obra o proyecto también resulta importante el ir subsanando imprecisiones u omisiones que el trabajo indagatorio ha ido develando en el tiempo a favor de un equitativo balance. Nos referimos entre otros a cantidad de delineantes sin título de arquitecto que, trabajando para ingenieros colegiados o requiriendo su firma en los planos a ser permisados, fueron quedando en el olvido a la hora de reconocer quién es el verdadero autor de muchos de los edificios que poblaron Caracas a partir del boom de la construcción iniciado en la década de los 40 del siglo XX. ¿Quién o quiénes, por ejemplo, se esconden tras el nombre del ingeniero Narciso Bárcenas (“El Especialista”) a la hora de determinar que tal o cual edificio ha sido creación suya?

También cabría señalar cómo a veces el grado de colaboración que se ha podido presentar entre arquitectos nacionales y extranjeros, cuando éstos últimos han tenido la oportunidad de trabajar en nuestro país, puede correr el riesgo de pasar a un segundo plano en detrimento de los primeros. El caso de Marcel Breuer y su participación junto a Ernesto Fuenmayor y Manuel Sayago en el proyecto (no construido) del Centro El Recreo puede ilustrar en algo a lo que nos queremos referir, más aún cuando se conoce que fueron los venezolanos quienes ganaron por concurso el otorgamiento del proyecto acercándose a Breuer para contar con su acompañamiento. Otro tanto ocurre con el papel jugado por la oficina de Philip Johnson y John Burgee (autores del anteproyecto del Centro Banaven) y el posterior desarrollo del proyecto por parte de Enrique Gómez, Carlos Eduardo Gómez y Jorge Landi conjuntamente con el ingeniero estructural Mathias Brewer. Del otro lado se encontraría la preeminencia de la figura nacional de Jimmy Alcock por sobre la de la oficina de Mitchel & Giurgola Architects a la hora de hablar de la gestación del Parque Cristal (donde por lo general la firma norteamericana brilla por su ausencia), o del poco reconocido papel jugado por el ingeniero Agustín Mazzeo en el cálculo y aspecto definitivo de muchos de los edificios de Borges y Pimentel. ¿Se trata de  simples colaboraciones o de verdaderas coautorías?

Retomando el hilo y sin haber agotado la amplia gama de casos que pudieran citarse (la Ciudad Universitaria de Caracas como ejemplo emblemático daría para elaborar toda una tesis al respecto), el asunto consiste en preguntarse si a la hora de elaborar la ficha de un edificio, obra o proyecto debe abrirse con más frecuencia de lo acostumbrado un compás que de cabida a la presencia de otros protagonistas hasta ahora solapados pero con una participación relevante en busca de ampliar la información y señalar justos y necesarios reconocimientos.

Alguien afirmará, con algo de razón, que para cubrir lo mencionado arriba existe como oportunidad complementaria el desarrollo del texto que a toda buena ficha debe acompañar, donde, sin embargo, la objetividad debería continuar siendo el norte apelándose más a lo descriptivo y dejando de lado subjetivos análisis u opiniones más propios de una aproximación crítica. Siendo así, no obstante, creemos que no debe dejarse en suspenso la importancia de señalar aspectos tales como el área de ubicación, el área de construcción, el área del terreno, el responsable del cálculo estructural o el tipo de construcción que predomina en la obra en cuestión. Recordemos, para finalizar, que el trabajo vinculado a la correcta descripción de una obra de arquitectura orientada a ofrecer a cualquier ciudadano la más completa y a la vez resumida información posible, semejante en algo y a la vez diferente de lo que se conoce como «ficha técnica», siempre estará abierto a lo que el transcurrir del tiempo depare. Los recursos con que se cuenta hoy en día para obtener y completar información y la cada vez más acuciosa labor investigativa basada en ellos así lo sugieren.

ACA