LA NOTICIA DE LA SEMANA

Rem Koolhaas y David Gianotten revelan el diseño de OMA para el MPavillion de Australia 2017

Sabrina Syed

Tomado de Plataforma Arquitectura

22 de junio 2017

Traducido por Karina Zatarain

La Fundación Naomi Milhave ha revelado los primeros renders y bosquejos de OMA para el próximo MPavillion, que se llevará a cabo este otoño en Melbourne, Australia. Este será el cuarto año que se presenta el MPavillion, la contraparte del Serpentine Gallery Pavillion en Londres. Al contar con elementos dinámicos y estáticos, la propuesta de OMA permite múltiples configuraciones que generan un programa inesperado, haciendo eco a los ideales de la tipología del anfiteatro. Siguiendo la idea del anfiteatro tradicional, el diseño de OMA será construido para funcionar como un espacio para debate público, talleres de diseño, música y eventos de arte.
El pabellón fue un gran éxito el año pasado con el diseño de Bijoy Jain de Studio Mumbai, atrayendo a más de 94.000 visitantes para disfrutar de más de 287 eventos gratuitos durante los 139 días que estuvo habilitado. Junto con el nuevo Museo de Perth (que comienza construcción en 2020), el MPavillion será el primer proyecto de OMA en Australia. Entre los diseñadores anteriores se encuentran Bijoy Jain, Sean Godsell y Amanda Levete.

Comentando sobre sus intenciones para el pabellón MPavillion, Rem Koolhaas, Fundador y David Gianotten, Socio Administrativo de OMA dijeron: «MPavillion es un proyecto que espera provocar una discusión acerca de qué puede hacer la arquitectura tanto globalmente como en un contexto australiano. Estamos interesados en tratar este pabellón no sólo como un objeto arquitectónico, sino como algo que inyecte intensidad a una ciudad y contribuya a una cultura en constante evolución.»


Colocado sobre una colina artificial de plantas endémicas, MPavillion 2017 constará de un anfiteatro circular cubierto por una estructura flotante inmensa. (Koolhaas y Gianoteen trabajaron juntos previamente en un proyecto de techo flotante, el Shenzen Stock Exchange). Un toldo de cuadrícula de 2 metros con un techo protector traslúcido proporcionará servicios de electricidad y tecnología para la serie de eventos públicos gratuitos. La materialidad del pabellón estará «relacionada con su contexto inmediato, posicionando a los Jardines Queen Victoria mismos -y a la ciudad de Melbourne- como base para la actividad y debate dentro del pabellón,» dice Gianotten. 
Los elementos móviles del diseño serán las tribunas giratorias del anfiteatro. Las tribunas móviles permiten que el espacio se configure de distintas maneras dependiendo del uso del pabellón y crear un «espacio cívico flexible». Además de borrar la línea entre dentro y fuera, el espacio eliminará la distancia entre público y artista. 

“El emocionante diseño de OMA crea un teatro de ideas con Melbourne como escenario. MPavillion 2017 será extremadamente distinta a años previos, con un escenario designado pero flexible que permite todo tipo de actividades. Trabajar con Rem, David y el equipo de OMA es un privilegio extraordinario, y me emociona verlos dar vida a MPavillion 2017 con su inteligencia y visión multifacética – Naomi Milgrom AO, fundadora del MPavillion.”

La construcción comenzará en agosto. El MPavillion abrirá al público del 3 de octubre de 2017 al 4 de febrero 2018.

ACA

ALGO MÁS SOBRE LA POSTAL nº 72

En el lapso comprendido entre 1939 y 1958 (o en otras palabras entre la Feria Mundial de Nueva York y la Exposición Universal de Bruselas) a causa del impacto de la II Guerra Mundial y sus secuelas, se suspendió la realización de Exposiciones o Ferias que pudiesen ser catalogadas de «universales» (aquellas con una duración mínima de seis semanas y máxima de seis meses) por la Oficina Internacional de Exposiciones (IBE) .
Si bien es cierto que durante el intervalo entre 1939 y 1945 se produjo la casi total ausencia de encuentros de todo tipo, a partir del fin de la Guerra y en particular de 1947 empiezan poco a poco a moverse los hilos que permitieron la realización de algunos en los que participó Venezuela con sendos pabellones propios diseñados todos, a excepción del de Venecia de Carlo Scarpa (1954), por arquitectos nativos. De esta manera se registra como Luis Malaussena proyecta un ecléctico edificio para la la Exposición Internacional del Bicentenario de Puerto Príncipe, Haití (1949-50) y Alejandro Pietri los muy contemporáneos correspondientes a la Feria Internacional Industrial de Bogotá, Colombia (1954) -en estructura metálica tubular-, a la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre en Santo Domingo, República Dominicana (1955) -en concreto armado y elementos prefabricados- y a la Feria Internacional de Damasco, Siria (1957) -ideado como una cubierta de lona a modo de carpa con mástiles metálicos-.

1. Vista del sector oeste de la Interbau. En primer plano, el Pabellón de Venezuela

Así, de entre las ferias de segundo orden de carácter “especial” avaladas por la IBE quizás la más destacada dentro del lapso 47-58 fue la Exposición Internacional de Construcción de Berlín, mejor conocida como la Interbau de Berlín, identificada por el lema “La ciudad del mañana” y cuyo objetivo central era la reconstrucción del barrio de Hansa devastado durante la II Guerra Mundial. A la convocatoria hecha a participar en dicha reconstrucción, que contemplaba la realización de 1160 viviendas entre 1956 y 1957 dentro de un trazado seleccionado por concurso entre destacados urbanistas alemanes, se encontraban arquitectos de primera línea entre quienes se puede mencionar a Le Corbusier, Alvar Aalto, Arne Jacobsen, Johannes van der Broek y Jaap Bakema, Oscar Niemeyer, Pierre Vago y Walter Gropius integrado a The Architects Collaborative -TAC-. También como parte del evento realizado entre el 6 de julio y el 29 de septiembre de 1957 se incorporó la exposición “Técnica de la Construcción” en la que nuestro país estuvo representado por una obra del arquitecto Guido Bermúdez Briceño (1925-2001) en equipo con el ingeniero Johannes Johannson cuya vista desde la calle Altonaer preside la postal del día de hoy.
Cabe señalar que Bermúdez (quien fuera decano de FAU UCV entre 1981 y 1984), egresa en 1951 de la UCV ya vinculado al Taller de Arquitectura del Banco Obrero (TABO) dirigido por Carlos Raúl Villanueva, donde desarrolla bajo la tutela del Maestro su trabajo final de grado “la Unidad de Habitación Cerro Grande” la cual se termina de construir en El Valle, Caracas, en 1954. También en 1951 fundará con Pedro Lluberes la firma “Bermúdez y Lluberes Arquitectos Asociados” y con la colaboración de Carlos Brando y Luis Ramírez proyectarán el Centro Comercial que acompaña a la unité  de Cerro Grande (1954), la propuesta ganadora del Concurso para la Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación (EFOFAC), Caricuao, Caracas (1954) y el Centro Profesional “La Parábola”, Las Acacias, Caracas con la asesoría de Rino Levi (1955-56). Además formará junto a Lluberes y Brando parte del equipo que acompañará a Cipriano Domínguez en el diseño del Palacio Episcopal de Caracas (1957). Por tanto, cuando a Bermúdez se le encarga la realización del pabellón para la Interbau tiene a sus 32 años una importante experiencia acumulada.

2. Pabellón de Venezuela en la Interbau, Berlín, 1957, Guido Bermúdez. A la izquierda: planta principal e inferior. A la derecha: maqueta

Por otro lado Venezuela, en medio de la bonanza de aquellos años, se da el lujo de presentar y construir el único pabellón nacional propio dentro de la feria que, como ya señalamos, aparece firmado por Bermúdez y el ingeniero alemán de amplia experiencia en nuestro país Johannes Johannson, especialista en estructuras pretensadas, quien para entonces ya había calculado la cubierta de la Casa Monagas de Vegas & Galia (1954) y colaborado en los mencionados proyectos para el Centro Profesional “La Parábola” y el Palacio Episcopal de Caracas.
Como señala José Javier Alayón en la ponencia presentada en la Trienal de Investigación FAU 2014 titulada “El pabellón de Venezuela en la Interbau, Berlín, 1957. Pliegue y despliegue de la modernidad tropical”, gracias a la participación decisiva de Johannson, “el pabellón de Venezuela fue, básicamente un experimento estructural”, inicialmente trabajado “con un material universal (el acero)” con la idea de utilizarlo para dar forma a un tema de carácter también universal (la cubierta) teniéndose en mente la idea de crear “una tienda tropical”.
Aunque Bermúdez terminó decantándose por la utilización como cubierta de una superficie plegada en concreto armado (material que para entonces había alcanzado un importante desarrollo técnico en nuestro país) de sólo 12 cms. de espesor (lo que para Alayón indica que pasaría a ser una “tienda petrificada” que “la convierte de algún modo en cueva”, distanciándose así de la concepción original), ello no impide ver en la manera de manejar el resto de los elementos que conforman el pabellón (muro, puente, hito) una composición ordenada en función del eje que propone la dirección del elemento temático. Así, para Alayón, “la forma es generada por una decisión externa a la visualidad moderna, es decir, la configuración espacial es consecuencia de un mecanismo de proyecto: el plegado de una hoja”.
Esa manera de proyectar que se puede observar con claridad en las primeras obras de Bermúdez ya señaladas, denota en el caso del pabellón, gracias a su escala, una búsqueda particular: lograr que estructura y cerramiento fuesen resueltos con un mismo elemento.
Alayón, al describir el edificio destaca: “Al Pabellón se accedía por una plataforma de madera que salvaba el desnivel entre la calle y el descanso de la escalera que conectaba las dos plantas. Debajo de esta pasarela, un jardín de flores silvestres y plantas tropicales -a modo de huerto un tanto naíf-, era una concesión a la imagen bucólica de país tropical. En el recorrido, un mural de Mateo Manaure (1926) y un vitral de Carlos González Bogen (1920-1992), ambos Disidentes, devolvía al visitante a la realidad abstracto-geométrica que dominaba el arte nacional en ese momento. La falta de otra conexión vertical en el extremo sur del Pabellón obligaba al visitante a regresar sobre sus pasos para acceder al nivel superior cruzando los itinerarios de entrada y salida. Además de corregir esta disfuncionalidad, el recorrido en bucle habría permitido reproducir y comprender el movimiento del pliegue de la envolvente.

3. El Pabellón visto desde la calle Altonaer

En el anverso de la cubierta, las lámparas triangulares dibujaban constelaciones geométricas que evidenciaban la profundidad de la cavidad y la torsión de la estructura (…) Bajo este cielo abstracto, en la planta superior, una barra de cafetería cumplía las funciones de restauración, junto al núcleo de servicios y depósitos, que se repetía en ambas plantas entre dos muros blancos. El grueso muro de ladrillo limitaba las vistas hacia el interior del pabellón, soportaba el balcón del piso superior y el rótulo en letras minúsculas con el nombre del país, contraponiéndose horizontalmente al juego de planos quebrados que emergían detrás de él.”
Este pequeño pabellón con un programa si se quiere elemental, al que la crítica alemana ensalzó por su carácter innovador (no faltando quienes pese a su condición efímera abogaron por su permanencia en suelo berlinés), dentro de una feria cuyo protagonismo en términos de adelantos constructivos debió haber correspondido a otras encumbradas figuras invitadas que pecaron más bien de conservadoras, se incorpora junto a los diseñados por Alejandro Pietri a una refrescante renovación de los códigos manejados convencionalmente por la modernidad venezolana signada por el relevo de las nuevas promociones de arquitectos egresados de sus universidades.

Por su esencial y a la vez tajante propuesta basada en un simple gesto, el de Interbau 1957 junto a los pabellones de Montreal (Carlos Raúl Villanueva, 1967) y Sevilla (Henrique Hernández y Ralph Erminy, 1992), podría pasar a ocupar, luego de hacer un balance histórico, un podio en el que se destaca la manera como lo nacional va acompañado por una actitud contemporánea presta a reconocer con lucidez la presencia de lo universal sin perder de vista los valores de la arquitectura local.

ACA

Procedencia de las imágenes

Postal, 1, 2 y 3. Alayón González J. J.; “El pabellón de Venezuela en la Interbau, Berlín, 1957. Pliegue y despliegue de la modernidad tropical”, Trienal de Investigación, FAU UCV, 2014

CARACAS

El próximo martes 25 de julio Caracas cumple 450 años de fundada. Los días que transcurren no están para celebraciones, menos aún viéndola convertida en gigantesca trinchera negada a doblegarse ante un régimen que, por más que levante la voz, le teme porque sabe que dio y seguirá dando el ejemplo.
Si su cuatricentenario, organizado entonces con bastante antelación, del cual quedaron importantes productos en el ámbito cultural, se vio enturbiado por el terremoto acaecido el 29 de julio de 1967 hoy, 50 años después, otro cataclismo en este caso político y económico de amplias repercusiones sociales, teñido de mucha violencia, será lo que empañe los esfuerzos que se han adelantado para dar lustre y prestancia al onomástico.
Caracas añade al creciente deterioro de sus calles y espacios públicos, al pésimo estado de los servicios, a la maniquea y perversa división entre este y oeste, y al abuso institucionalizado convertido en forma de actuar ante los demás traducido en un permanente “sálvese el que pueda”, una incontrolable inseguridad salpicada de terror que han transformado nuestras casas en refugio prolongado a causa de un toque de queda asumido desde antes del anochecer.
Si su excepcional enclave, su incomparable clima, su noble paisaje desbordado por una sobresaturación sin precedentes, su incontrolable verdor empeñado en aparecer en los lugares más inesperados, el siempre generoso azul de su cielo, su escandalosa fauna y la golpeada afabilidad de sus habitantes nos atrapan, los brutales contrastes que nos explotan en la cara, los malos olores escondidos en cualquier rincón, las calles agujereadas por doquier, el tráfico fuera de toda lógica, el desorden y la anarquía peligrosamente asumidos como parte de nuestra manera de ser y hasta la informal flexibilidad con que se manejan los horarios, muy a menudo juegan en su contra. Despedirse con frecuencia de gente querida que ya no la soporta nos coloca, casi a diario, en un dilema que a muchos otros sirve para reafirmar su convicción de que puede ser y será mejor.
Por y a pesar de todo lo dicho, sin embargo, la “sultana del Ávila” ha tenido y tiene quien le escriba gracias a la relación tensa en la que transcurre el transitar por ella. Sin ir muy lejos, Gabriel García Márquez en su “Memoria feliz de Caracas” (1982), relata magistralmente, tras su llegada de París a finales de 1957, su estar aquí de esta manera:

“ (…) Mi primer domingo en la ciudad desperté con la rara sensación de que algo extraño nos iba a suceder, y la atribuí al buen estado de ánimo que me había inspirado con sus fábulas doña Juana de Freites. Pocas horas más tarde, cuando nos preparábamos para un domingo feliz en la playa, Soledad Mendoza subió de dos zancadas las escaleras de la casa con sus botas de siete leguas.
—¡Se alzó la aviación! —gritó.
En efecto, quince minutos después, la ciudad se abrió por completo en su estado natural de literatura fantástica. Los caraqueños habían salido a las azoteas, saludando con pañuelos de júbilo a los aviones de guerra, y aplaudiendo de gozo cuando veían caer las bombas sobre el Palacio de Miraflores, que para mí seguía siendo el castillo del Rey que Rabió. Tres meses después, Venezuela fue por poco tiempo, pero de un modo inolvidable en mi vida, el país más libre del mundo. Y yo fui un hombre feliz, tal vez porque nunca más desde entonces me volvieron a ocurrir tantas cosas definitivas por primera vez en un solo año: me casé para siempre, viví una revolución de carne y hueso, tuve una dirección fija, me quedé tres horas encerrado en un ascensor con una mujer bella, escribí mi mejor cuento para un concurso que no gané, definí para siempre mi concepción de la literatura y sus relaciones secretas con el periodismo, manejé el primer automóvil y sufrí un accidente dos minutos después, y adquirí una claridad política que habría de llevarme doce años después a colaborar con un partido en Venezuela.
Tal vez por eso, una de las hermosas frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa ciudad infernal. Me gusta su gente, a la cual me siento muy parecido, me gustan sus mujeres tiernas y bravas, y me gusta su locura sin límites y su sentido experimental de la vida. Pocas cosas me gustan tanto en este mundo como el color del Ávila al atardecer. Pero el prodigio mayor de Caracas es que en medio del hierro y el asfalto y los embotellamientos de tránsito que siguen siendo uno solo y siempre el mismo desde hace 20 años, la ciudad conserva todavía en su corazón la nostalgia del campo. Hay unas tardes de sol primaveral en que se oyen más las chicharras que los trenes, y uno duerme en el piso número quince de un rascacielos de vidrios soñando con el canto de las ranas y el pistón de los grillos, y se despierta en una albas atronadoras, pero todavía purificadas por los cobres de un gallo. Es el revés de los cuentos de hadas: la feliz Caracas. (…)”


Por otra parte, en clave más reciente e igual de vigente que la manifestada por el Gabo en el fragmento que hemos extraído, Nidia Hernández el 30 de julio de 2013 desde su blog La maja desnuda (vinculado al programa radial del mismo nombre que se transmite en UPV Radio 102.5 FM Valencia, España), encabeza la recopilación de “Poemas para Caracas. Las musas de la ciudad” con el siguiente texto:

“Caracas, ciudad intemperie, ciudad difícil, imposible ciudad, bomba temible de tiempo, resbaladiza, trabajosa, hostil. A veces nos recibe, otras veces no podemos acercarnos y nos bota lejos. Custodia de nuestros afectos, ciudad amante, colateral, renegada, también un dulce amor, que nos acaricia, apenas con su lluvia con sus tardes tornasoladas, con el cielo amable de todos sus árboles, y su luna bruja con estrellas; Caracas constelada, nos observa silente con sus ojos de buda; el Ávila. Nos grita sus mercaderías, pero también nos murmura sus sonidos, que no siempre oímos.
La prefiguro como una muchacha solitaria, abandonada, altanera aunque herida, dadora y mendiga, la hemos encontrado de pie o sentada como esperando que algún transeúnte se detenga ¿A sonreírle? ¿A tocarla? ¿A hablar con ella? ¿A decirle palabras amables? ciudad como cualquier otra sobre la tierra, diminuta como el polvo, inmensa como una luz maestra, con los problemas que tienen todas las ciudades del mundo, la más desordenada, sus casas y edificios no son los más bellos, sus calles no son las mejores, sus habitantes en estos días no son los más amables, sus gerentes no existen. Esta no es, quizás, la ciudad más gentil, pero Caracas te agradecemos tanto, eres la ciudad nuestra de cada día, ciudad símbolo, ciudad espejo, ciudad representación, ciudad reflector, que no esquivan estos poetas que hoy te cantan, Caracas ciudad bendita. Amén.”


Y para no dejar de incluir a alguno de los poemas inéditos recogidos por Nidia Hernández, transportémonos a la Caracas que desde su mirada nos muestra Kira Kariakin:

“Pasaremos
            Transeúntes eternos a través de nosotros mismos,
            no hay paisajes sino el paisaje que nosotros somos.
            Fernando Pessoa
Caracas vive sin nosotros. Somos transeúntes accidentales. Nos ignora en su enfermedad. La enfermedad: nosotros, parásitos, hormiguero que la socava. Ella sabe que pasaremos y llegarán otros.
Esta ciudad nos acuna sin complacencias, con lo mínimo que le resta de amor, atomizado en la espera de tiempos mejores, promesa con visos de eternidad.
En ese transcurso, El Ávila mantiene sus blasfemias dentro arropadas por la sicodelia de sus cambios de color. Estoico tolera tanto lluvias como fuegos y paciente acalla sus maldiciones. Nuestro espíritu se aferra a lo colosal de la montaña; su estatura, una plegaria contundente, visión definitiva para sobrellevar las ausencias.
Nos seguirán otros.
Ante la montaña predarán por partículas de amor.
Pasarán.”


Como se verá, esta semana, a pesar de los pesares, hemos querido transcribir en este espacio algunos textos que, sin pretender emular la obligatoria antología Fervor de Caracas elaborada por Ana Teresa Torres (2015, Fundavag Ediciones), nos hicieran caer en cuenta brevemente lo que esta urbe amada y a la vez odiada ha sido, es y puede ser: valle; memoria; paisaje, mar y montaña; barrios, urbanizaciones y esquinas; calles, caminos y autopistas; casas y mudanzas; libros, ritos y conversaciones; visiones y nocturnidades; distancias, exilios y nostalgias; estallidos, catástrofes y otras destrucciones; ciudad dolida; y ciudad imaginada, categorías todas que el libro de Torres, recurriendo al apoyo de una amplia variedad de géneros y autores de diferentes épocas, completa con cuidadoso tino.
He aquí nuestra modesta contribución en este aniversario al fortalecimiento de una visión que apuesta a la esperanza de que la capital, más temprano que tarde, se convertirá en el más apasionante lugar para poner en marcha ideas, sueños y propuestas muchas por venir y otras por años represadas.

ACA

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